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Opinión, Teología de la Liberación

"Si el cristiano cree en la fecundidad de la paz para llegar a la justicia, cree también que la justicia es una condición ineludible para la paz."

"Si el cristiano cree en la fecundidad de la paz para llegar a la justicia, cree también que la justicia es una condición ineludible para la paz."
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Según muestran los resultados de la última encuesta dada a conocer hoy, el Señor que se sienta en La Moneda, cuenta apenas con un 6% de apoyo de la ciudadanía. Esas encuestas normalmente no llegan a consultar la opinión de la gente humilde de las poblaciones de las grandes ciudades, ni a la gente sencilla de las pequeñas ciudades y pueblos olvidados por el centralismo, que si lo hiciera, quién sabe cuál sería la cifra de apoyo final. NUNCA, en la historia de nuestro país, un presidente había contado con tan poco apoyo ciudadano, pero el Señor Presidente parece no conmoverse y obstinado, e incapaz de reconocer su fracaso, sigue ordenando desde Palacio y en los próximos días habrán nuevxs heridxs, nuevos ojos cegados, nuevos cuerpos violados, nuevxs torturadxs, nuevxs secuestradxs . ¿Hasta cuándo?.
Quienes hablan y dicen defender los intereses de los pequeños empresarios, pequeños comerciantes -aunque llegaron al Parlamento financiados por las platas de los Grandes Empresarios y Grandes Comerciantes- ¿por qué no le piden que renuncie?. Cada día que este Señor permanece en La Moneda, más se agrava la economía del país y los incendios y saqueos se vuelven nada, en comparación con los daños que él esta provocando con su negación a reconocer que no hay nada que pueda cambiar la suerte de su gobierno. Esto no es el Banco de Talca. De esta no escapará ayudado por amigos poderosos, que harían quien sabe que jugadas para ocultarlo y sacarlo del país. Tendrá que responder a la justicia, en Chile o en Tribunales Internacionales. ¡Tiene que renunciar YA!
Millones de familias, miles de industrias, necesitan volver a funcionar normalmente. No es con violencia que hará desaparecer el descontento, no es con represión que volverá a hacer dormir a un pueblo que despertó y que exige -nada más y nada menos, que lo que ofrece la democracia- participar en la toma de decisiones de todos aquellos asuntos que marcan y determinan su vida.
Escribo está líneas, como viejo jubilado a quien se le acaban las hojas en su calendario. Las escribo recordando lo que leí cuando tenía 18 años -hace medio siglo- y no puedo sino constatar que todas su líneas siguen actuales y su llamado sigue vigente. Somos un pueblo fundamentalmente de cultura cristiana, traicionado por las jerarquías de las iglesias (católica, protestante, evangélica, etc.) pero que no renuncia a las enseñanzas del hijo de un carpintero y una muchacha de Galilea, hoy Palestina.
La inmensa mayoría de la clase acomodada de nuestro país dice profesar (“somos un país occidental y cristiano”) el catolicismo, a ella, y a esos Pastores evangélicos, que se han enriquecido a costa de los aportes y el trabajo de sus feligreses, les cito estas líneas, con la solicitud de que las lean y las reflexionen honestamente y actúen en consecuencia:

Problema de la violencia en América Latina

«|p15 La violencia constituye uno de los problemas más graves que se plantean en América Latina. No se puede abandonar a los impulsos de la emoción y de la pasión una decisión de la que depende todo el porvenir de los países del continente. Faltaríamos a un grave deber pastoral si no recordáramos a la conciencia, en este dramático dilema, los criterios que derivan de la doctrina cristiana y del amor evangélico.

Nadie se sorprenderá si reafirmamos con fuerza nuestra fe en la fecundidad de la paz. Ese es nuestro ideal cristiano. «La violencia no es ni cristiana ni evangélica» <23>. El cristiano es pacífico y no se ruboriza de ello. No es simplemente pacifista, porque es capaz de combatir <24>. Pero prefiere la paz a la guerra. Sabe que «los cambios bruscos o violentos de las estructuras serían falaces, ineficaces en sí mismos y no conformes ciertamente a la dignidad del pueblo, la cual reclama que las transformaciones necesarias se realicen desde dentro, es decir, mediante una conveniente toma de conciencia, una adecuada preparación y esa efectiva participación de todos, que la ignorancia y las condiciones de vida, a veces infrahumanas, impiden hoy que sea asegurada» <25>.

La  violencia institucionalizada

|p16 Si el cristiano cree en la fecundidad de la paz para llegar a la justicia, cree también que la justicia es una condición ineludible para la paz. No deja de ver que América Latina se encuentra, en muchas partes, en una situación de injusticia que puede llamarse de violencia institucionalizada cuando, por defecto de las estructuras de la empresa industrial y agrícola, de la economía nacional e internacional, de la vida cultura y política, «poblaciones enteras faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política» <26>, violándose así derechos fundamentales. Tal situación exige transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras. No debe, pues, extrañarnos que nazca en América Latina «la tentación de la violencia». No hay que abusar de la paciencia de un pueblo que soporta durante años una condición que difícilmente aceptarían quienes tienen una mayor conciencia de los derechos humanos. [Subrayado por el Editor de piensaChile]

Ante una situación que atenta tan gravemente contra la dignidad del hombre y por lo tanto contra la paz, nos dirigimos, como pastores, a todos los miembros del pueblo cristiano para que asuman su grave responsabilidad en la promoción de la paz en América Latina.

|p17 Quisiéramos dirigir nuestro llamado, en primer lugar, a los que tienen una mayor participación en la riqueza, en la cultura o en el poder. Sabemos que hay en América Latina dirigentes que son sensibles a las necesidades y tratan de remediarlas. Estos mismos reconocen que los privilegiados en su conjunto, muchas veces, presionan a los gobernadores por todos los medios de que disponen, e impiden con ello los cambios necesarios. En algunas ocasiones, incluso, esta resistencia adopta formas drásticas con destrucción de vidas y bienes.

Por lo tanto les hacemos un llamamiento urgente a fin de que no se valgan de la posición pacífica de la Iglesia para oponerse, pasiva o activamente, a las transformaciones profundas que son necesarias. Si se retienen celosamente sus privilegios y, sobre todo, so los defienden empleando ellos mismos medios violentos, se hacen responsables ante la historia de provocar «las revoluciones explosivas de la desesperación» <27>. De su actitud depende, pues, en gran parte el porvenir pacífico de los países de América Latina.

|p18 Son, también, responsables de la injusticia todos los que no actúan en favor de la justicia con los medios de que disponen, y permanecen pasivos por temor a los sacrificios y a los riesgos personales que implica toda acción audaz y verdaderamente eficaz. La justicia y, consiguientemente, la paz se conquistan por una acción dinámica de concientización y de organización de los sectores populares, capaz de urgir a los poderes públicos, muchas veces impotentes en sus proyectos sociales sin el apoyo popular.

|p19 Nos dirigimos finalmente a aquellos que, ante la gravedad de la injusticia y las resistencias ilegítimas al cambio, ponen su esperanza en la violencia. con Pablo VI reconocemos que su actitud «encuentra frecuentemente su última motivación en nobles impulsos de justicia y solidaridad <28>. No hablamos aquí del puro verbalismo que no implica ninguna responsabilidad personal y aparta de las acciones pacíficas fecundas, inmediatamente realizables.

Si bien es verdad que la insurrección revolucionaria puede ser legítima en el caso «de tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y damnificase peligrosamente el bien común del país» <29>, ya provenga de una persona ya de estructuras evidentemente injustas, también es cierto que la violencia o » revolución armada» generalmente, «engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas: no se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor» <30>.

Si consideramos, pues, el conjunto de las circunstancias de nuestros países, si tenemos en cuenta la preferencia del cristiano por la paz, la enorme dificultad de la guerra civil, su lógica de violencia, los males atroces que engendra, el riesgo de provocar la intervención extranjera por ilegítima que sea, la dificultad de construir un régimen de justicia y de libertad partiendo de un proceso de violencia, ansiamos que el dinamismo del pueblo concientizado y organizado se ponga al servicio de la justicia y de la paz.»

(Texto tomado de la Declaración de la Conferencia Episcopal de Medellín, Colombia, 1968)

*Fuente: piensaChile

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