¡Hágase la Luz!
por José Miguel Neira Cisternas (Chile)
4 meses atrás 8 min lectura
Gran parte de la población de Chile ha estado sufriendo, por un tiempo inimaginablemente prolongado -más de una semana-, los efectos meteorológicos del último frente de mal tiempo que afectó la mayor parte del territorio central, espacio que concentra al mayor número de habitantes del país.
La mayor intensidad del siniestro no pertenece al ámbito de lo imprevisible.
La copiosas lluvias así como la fuerza y velocidad de los vientos se observan y registran un aumento a lo largo de la última década y están en directa consonancia con el cambio climático que afecta de manera creciente la vida planetaria desde hace cinco décadas, resultante de un proceso de origen antrópico, frente al cual la inoperancia a nivel local y mundial ha sido la tónica de gobiernos cada vez más tecnocráticos o capturados por la respectiva casta empresarial y, a nivel global, por la ideología neoliberal que arremete sin tregua en la explotación irracional de recursos no renovables, generando avanzados procesos de erosión a nivel planetario.
Lo descrito pone en evidencia, una vez más, la ausencia de planificación que caracteriza al modelo neoliberal aún imperante, como herencia fundamental de la dictadura militar-empresarial que, argumentando una necesaria descentralización administrativa como parte de la cacareada modernización del Estado, lo que en verdad hizo a lo largo de cuarenta y cinco años fue, reducir su financiamiento, debilitando ostensiblemente sus capacidades, abandonando sus responsabilidades sociales de garantizar el bienestar general de la población, todo ello en beneficio del sector empresarial que, paso a paso, transformó todos los derechos que antaño el Estado financiaba y garantizaba, en mercancías.
Así, en nuestro presente resulta patético constatar que, sin sospechar la menor falta, sin asomo de reparo moral alguno, puede leerse en una revista de publicidad similar a tantas otras del mismo rubro, que la soberanía reside en el consumidor, afirmación equivalente a que con dinero se compran derechos y se adquieren, más o menos, según el poder adquisitivo de cada ser humano.
El agua, un recurso vital, cada vez más escaso y patrimonio de la comunidad en cualquier país civilizado, en Chile lleva décadas privatizada y algunos de sus dueños son consorcios extranjeros, en circunstancias de que desde hace décadas es vox populi, que las guerras del futuro cada vez más próximo serán por el agua como recurso estratégico.
La tierra fértil de nuestros valles, escasa en un país flanqueado por montañas y equivalente solo al 20% del territorio continental, no es debidamente protegida por planos reguladores que no regulan absolutamente nada y que se actualizan cada cierto tiempo, debido al impulso voraz de empresas constructoras de condominios elegantes o al loteo de parcelas de agrado que modifican las ciudades, amplían el crecimiento horizontal generando conurbaciones de pueblos antes diferenciados y privan a las urbes de los terrenos agrícolas que hace cinco décadas les abastecían, encareciendo de paso -por la mayor lejanía de los transportes- el precio de las hortalizas.
Otro resultado nefasto de este vasto sistema desregulado, con un Estado minimizado y por ello fallido, es que el libertinaje, de la mano de una corrupción imperante en casi la mitad de nuestros municipios, no aborda la exigencia y supervisión estricta de las redes adecuadas a la absorción de aguas lluvias, a la par de permitir la construcción de viviendas en lugares inadecuados y potencialmente peligrosos como quebradas o sobre dunas, a fin de lucrar mediante el aditivo de un paisaje o una vista privilegiados.
Todo ello sin respeto alguno por nuestra loca geografía. Bueno, agreguemos al respecto que el avaro, si es además ignorante no puede respetar ni cuidar lo que no conoce.
Cuando éramos pobres y no dábamos consejos a otros países respecto de cómo comportarse, ni alimentábamos fantasías zoológicas de metamorfosearnos en tigres o jaguares.
Cuando aún no experimentábamos la miamización plantando palmeras por doquier, también había temporales y catástrofes naturales.
Recuerdo como en la primera mitad de la década de 1980, una persistente secuencia de lluvias permitió a muchos saber que el desbordado río Mapocho no había hecho otra cosa que dar -después de casi un siglo- un paseo por uno de sus antiguos brazos irrumpiendo orondo desde Plaza Italia y embarrando a su paso la Alameda hasta un par de cuadras al poniente del Palacio de La Moneda.
Cayeron un par de autos a sus aguas en Santiago oriente, se inundaron momentáneamente algunos pasos bajo nivel, se desgancharon algunos árboles añosos pero no se interrumpió la electricidad.
Había entonces una sola gran generadora de energía eléctrica estatal llamada ENDESA, que había comenzado a funcionar en 1943 y una empresa distribuidora llamada Chilectra.
Entonces nadie decía que el Estado era ineficiente o que era un mal administrador o que hacerse responsable de la construcción de hospitales, policlínicos, establecimientos educacionales, carreteras, viviendas para empleados y obreros en asociación con la Cajas de Previsión como el Servicio de Seguro Social, la Caja de Empleados Particulares, la de Empleados Públicos y Periodistas y de la Defensa Nacional fuera propio del comunismo y atentatorio a la libertad.
Nadie agitó movilizaciones en contra de generar una industria manufacturera de implementos de cobre como MADECO, cuando el cobre aún no era chileno.
Bueno, todo aquello fue destruido en nombre de una modernización que nos tiene cautivos de diferentes empresas privadas, las que luego del golpe de Estado se repartieron el botín.
Para la oligarquía empresarial gobernante que reiniciaba la concentración de la riqueza, el problema radicaba en el Estado: entonces había que achicarlo, quitarle los dientes y asignarle el prioritario rol policíaco de asegurar el orden social que garantizara la producción y la rentabilidad.
Para ello, el Plan Laboral del Ministro del Trabajo y Previsión Social José Piñera, facilitó los despidos sin apelación por necesidades de la empresa, debilitó los sindicatos, hizo inútiles las huelgas y traspasó las responsabilidades estatales de garantizar pensiones a las recién creadas AFP.
Finalizando la dictadura, la Compañía de Teléfonos de Chile se privatizó siendo vendida a frescos capitales extranjeros para luego desaparecer. Debe hacerse mención que el verdaderamente fresco fue el señor Bond, un australiano que, en situación de quiebra internacional, la compró a precio de huevo y luego la vendió a un sobreprecio que le permitió salir airoso y sin haber realizado modernización alguna.
Una vez iniciada la transición democrática negociada con la dictadura, fue privatizada la Empresa Metropolitana de Obras Sanitarias EMOS, gracias a la modernizadora iniciativa del Empresario Presidente Eduardo Frei Ruíz Tagle (perteneciente al club de los cómplices pasivos al igual que aquel que les dio el nombre) y de su Ministro de Obras Públicas Ricardo Lagos Escobar.
De esa manera pasamos a ser clientes de Aguas Andinas y también de ENEL, una vez que se privatizó y desapareció Chilectra Metropolitana.
Lo que hoy ocurre, producto del cambio climático resultante de un neocapitalismo tan salvaje como el colonialista de hace dos siglos, se ve agravado por la sensación de desamparo de chilenos esforzados y sin influencias que, desde todos los espacios y sin distinción de clase, ven a Ministros inoperantes recurriendo a lugares comunes (…estamos trabajando para que esto no vuelva a ocurrir, vamos a aplicar todo el rigor de la ley, aplicaremos las multas correspondientes y la restitución del daño por el corte de energía).
Personeros sin decisión para castigar la negligente inoperancia, la insensibilidad e imprevisión de empresas privadas que están muy lejos de demostrar la eficiencia con que las defienden los discursos oficiales.
En barrios populares de la periferia norte, poniente y sur de Santiago, así como también en el sector oriente donde habitan los sectores más acomodados, se han verificado protestas, caceroleos, cortes temporales de calles al flujo vehicular, barricadas y fogatas nocturnas que han obligado a Alcaldes de todos los colores políticos (que además recordémoslo están en campaña de reelección) a presionar al gobierno central.
Resulta curioso ver a periodistas mercenarios, siempre serviciales a los intereses del gran capital, hacerse eco de la indignación ante la inoperancia del otrora virtuoso sector privado.
Este momento, así pienso, debe hacernos reflexionar acerca del Estado que tenemos y aquel que deberíamos instalar.
- Un Estado que no esté tutelado:
- Un Estado verdaderamente democrático que permitiendo la expresión de todas las voces dirima mediante plebiscitos todos aquellos temas que afectan a las mayorías;
- Un Estado cuyos legisladores se muestren atentos a las iniciativas populares de ley que surjan con el respaldo de un número de firmas exigido por ley;
- Un Estado donde pueda ponerse fin al ejercicio de cargos de elección popular a quienes incumplan la ley o incurran en actitudes reñidas con la probidad y moralidad públicas, desde los representantes comunales hasta la primera magistratura de la nación;
- Un Estado donde los cargos de elección popular no les pertenezcan a los partidos sino a los ciudadanos cuando, por cualesquier razón, el titular no pueda completarlo, debiéndose llamar a una elección complementaria de la suplencia a fin de completar el período, como ocurría bajo la Constitución de 1925, en el entendido que la ciudadanía tiene el derecho -si está satisfecha- de votar por el candidato afín al saliente o en contra de esa tendencia;
- Un Estado que garantice la paz impulsando la justicia social y en el que derechos esenciales como salud, educación, vivienda, pensiones o el cuidado del medio ambiente y nuestros recursos naturales sean cautelados de la voracidad del mercado.
Hassán Akram, Doctor en Ciencias Sociales graduado en Cambridge, Director y representante en Chile de la Universidad Wake Forest, panelista y Profesor de la Universidad Diego Portales, destacado ensayista y polémico librepensador de izquierdas que caracterizó al nuestro como “un país mafioso con un clientelismo binominal”, manifestó hace un par de días al finalizar un programa de televisión (no es su expresión literal) la idea siguiente…
Qué bueno que también protesten los del barrio alto. A ver si se dan cuenta que los estallidos sociales no surgen de agentes alborotadores profesionales, sino del hastío de quienes no se sienten escuchados y para ello deben salir a las calles.
-El autor, José Miguel Neira Cisternas, es profesor
*Fuente: Politika
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