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Allende y Frei: Víctimas de la desmemoria y los mitos

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Nuestra sociedad chilena ha sido siempre particularmente afectada por una combinación muy dañina de mitos y desmemoria respecto de su pasado. Pareciera que tenemos una capacidad de autoengaño difícilmente igualable. Capacidad que se ve particularmente reforzada por nuestra ubicación geográfica en el extremo del mundo y virtualmente isleña. De este modo, siempre se ha hecho más difícil para los extranjeros venir a Chile y poder contrastar nuestra realidad con lo que nosotros decimos de ella. Generalmente lo hacen de turistas, sin poder conocerla efectivamente; o como migrantes que terminan por chilenizarse y adoptar nuestros enfoques atávicos sobre aquella. Por lo mismo, no es extraño que muchos de los más acertados estudios sobre la realidad chilena provengan de extranjeros que vienen a estudiar nuestro país por un tiempo suficiente para conocernos, pero no tanto como para involucrarse con él y perder así una distancia emocional que les permite mayor objetividad.

De hecho, siempre hemos tenido una concepción idealizada de nuestro sistema político como democrático. Nos basta con que las autoridades políticas surjan de elecciones para calificarlo de tal. Así, nos gloriamos de haber tenido una “democracia” desde la Independencia, pese a que hasta 1891 las elecciones eran completamente controladas por la intervención electoral realizada desde la Presidencia de la República. Y que entre esa fecha y 1958, aquellas eran fuertemente distorsionadas en las ciudades por el cohecho; y en el campo por el acarreo de los inquilinos a votar por el candidato del patrón. Y que desde 1990 hasta el año pasado (en la Cámara), se distorsionaba sustancialmente la representación parlamentaria con el aberrante sistema electoral binominal; el que terminará completamente su vigencia para el Senado recién en 2021.

Otro de los grandes mitos que nos impedía conocernos a nosotros mismos era mirar en menos a los demás países latinoamericanos, que considerábamos infestados de “gorilas”; expresión que se usaba para los militares que se encumbraban en los gobiernos a través de golpes de Estado, señalando que nuestras Fuerzas Armadas no intervenían en política. Craso error, pues desde 1925 hasta 1973 la intervención de ellos en la vida política fue permanente. Hasta 1932 como actores directamente relevantes y autónomos; y luego subordinados a los gobiernos civiles. De este modo, particularmente el Ejército participaba en los gobiernos con altos oficiales como Intendentes subrogantes; aplicando decretos “de reanudación de faenas” en los casos de huelgas de servicios públicos; y como jefes de zonas de emergencia (desde 1942) o ministros, en casos de serias crisis político-sociales. Además, gran cantidad de oficiales se “capacitaban” en doctrinas de “seguridad nacional” y en técnicas “antisubversivas” en la Escuela de las Américas (junto con los “gorilas” latinoamericanos), desde 1946. Incluso ¡durante el propio gobierno de Allende!…

Por cierto, nuestros mitos fueron particularmente nefastos durante el gobierno de la Unidad Popular. Así, como dirigente estudiantil universitario de la época (de la DCU de la UC) recuerdo particularmente dos. Uno, de los militantes de la UP, que veían alegremente la polarización que su coalición de gobierno estaba generando a raudales. Nunca olvidaré un diálogo que tuve con un alto dirigente del MAPU (recordemos que este era un partido jovencísimo) en agosto de 1973 a la salida del Campus Oriente. Le señalé con mucha preocupación que se avecinaba un golpe (de lo cual todos nos dábamos perfecta cuenta) y que el único modo de pararlo era a través de un acuerdo mínimo entre la UP y la DC (tampoco, ninguna creatividad mía), y le pregunté porque no lo hacían. Me contestó, con una sonrisa irónica y de perdonavidas: “No te preocupes. Sí, lo más probable es que venga un golpe, pero se dividirán las Fuerzas Armadas; y nosotros lo derrotaremos, profundizando luego el proceso revolucionario”…

El otro mito -también muy nefasto- afectó a crecientes sectores del PDC que angustiados por el agravamiento creciente de la polarización, y la falta de reacción del gobierno al respecto; acariciaban cada vez más la idea de que todo se resolvería con un golpe militar, que en tres o cuatro meses convocaría a nuevas elecciones …

Pero llama especialmente la atención como el mito y la desmemoria afectaban incluso a los más preclaros líderes del PDC y de la izquierda. Tenemos, así, el caso del propio Salvador Allende, quien en 1948 y siendo ya senador, fue a visitar a los presos políticos del campo de concentración de Pisagua. Sin embargo, el capitán a cargo del campo le impidió de forma altanera y arbitraria que pudiese efectuar la visita. Su nombre: Augusto Pinochet Ugarte… Mucho después, como coronel y profesor de la Academia de Guerra, Pinochet publicó el libro Geopolítica, inspirado en las teorías que al respecto hicieron suyas los nazis. Sin embargo, y siendo presidente del Senado, Salvador Allende, en 1968, y ¡con el concurso de los senadores de izquierda y de la democracia cristiana!, la Corporación aprobó el ascenso a general de Augusto Pinochet. La Constitución de 1925 estipulaba que el ascenso a los grados superiores de las Fuerzas Armadas debía contar con la aprobación del Senado. Finalmente, y como es sabido, en agosto de 1973 Allende lo designó como comandante en jefe del Ejército…

También recuerdo patentemente haber visto a comienzos de los 90 una entrevista en televisión del connotado cineasta chileno, Helvio Soto, quien en 1969 había estrenado la película Caliche sangriento; un film muy realista sobre la guerra del Pacífico y que naturalmente no dejaba muy bien parado al Ejército chileno. La película fue prohibida inicialmente por el Consejo de Censura Cinematográfica de la época, y aceptada posteriormente por un tribunal de apelación. En el intertanto, el entonces presidente del Senado, Salvador Allende, le solicitó a Soto una exhibición privada de la película. Y Helvio Soto contó en su entrevista que, luego de verla, Allende salió muy molesto y le dijo: “No, este no es el Ejército chileno. El Ejército chileno no mata prisioneros inermes”…

Y bastante sabido es el caso de cómo Eduardo Frei desestimó los peligros de hacerse una intervención quirúrgica en una clínica chilena, siendo el virtual líder de la oposición a la dictadura y conociéndose ya hacía años el reguero de asesinatos cometidos por el régimen de Pinochet. Particularmente tengo el testimonio de la periodista Magaly Alegría, quien conversando con Frei en Caracas a fines de 1981 se enteró que se iba a operar de una molesta hernia al hiato, y le manifestó su sorpresa por su intención de hacerse la intervención en Chile. Frei le contestó, haciéndose a su vez el sorprendido, que porqué no confiaba en los médicos chilenos. Ella le respondió que no se trataba de eso, sino de razones de seguridad personal. Frei la miró unos instantes con seriedad y le dijo: “No, los militares no se atreverían a matarme”…

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