Los miedos “liberales” de Roberto Ampuero
por Luis Sepúlveda (Chile)
10 años atrás 6 min lectura
Martes 2 de diciembre 2014
“Qué bonito sería”, dice una canción de Serrat, y realmente sería bonito que en Chile existiera la pluralidad informativa necesaria, los medios escritos plurales y necesarios en toda sociedad democrática, para que otros escritores pudieran expresar los miedos o muestras de valor, con que han sido acogidas las palabras de Roberto Ampuero por los empresarios felices de oír un discurso apocalíptico que “toca sus fibras emocionales”.
¿Le teme realmente a una serie de reformas más que tibias y que apuntan, no a hacer de Chile “la copia feliz del edén” sino simplemente un país menos vergonzante por sus desigualdades sociales? ¿O piensa que convertirse en un un profeta “liberal” del desastre que, supuestamente, se desencadenaría si el país emprende la reformas que han sido consensuadas de la manera más legítima, por ejemplo por los estudiantes chilenos hastiados de ser las cobayas de la última ley de la dictadura y que condenó a la educación al triste destino de burdo negocio “liberal”?
Resulta fácil desempacar el uniforme verse oliva que no se usó sino para lucirlo en las galas de gobiernos de los que hoy, desde su conversión al “liberalismo”, abjura. Y más fácil todavía es acusar a la presidenta Bachelet de no haber condenado el régimen de le extinta RDA en su última visita a Berlín, porque la condena a un país que existió hasta 1989 y que él muy bien conoció, aunque no desde el punto de vista crítico de los intelectuales de Prenzlauer Berg sino desde la cómoda posición del que ignoraba a la disidencia y sin pudor alguno, significa situarse en un rincón acrítico de la historia y aceptar como análisis del mundo el simplismo y la negación de la complejidad de la historia y la política que tanto agrada a la derecha. Y sobre todo a la ultraderecha, totalmente alejada de la derecha ilustrada que alguna vez Chile también tuvo, y hoy difusora y defensora de la única posibilidad de convivencia; el darwinismo social, la ley del más fuerte, la supremacía del que más tiene por sobre los que no tienen. Y eso es lo que define a la sociedad chilena desde septiembre de 1973 hasta hoy y a esta misma hora.
Ampuero vivió en la RDA y cuesta creer que su conversión al “liberalismo” le lleve a olvidar que esa invención filosófica alemana llamada Weltanschauung indica que las experiencias vitales de una sociedad no se fundan solamente en preceptos intelectuales sino también emocionales y morales. De ahí que ni los mismos alemanes occidentales informados se atrevan a formular una condena tan severa como la que, según el deseo de Ampuero, debió manifestar la presidenta Bachelet.
Mucho más criticable resultó ser el “Deutschland über alles” que escribió Sebastián Piñera en el Libro de Oro de la presidencia de la República Federal Alemana, pese a tener intelectuales “liberales” a su servicio y que muy bien podrían haberlo instruido en algo.
Hoy, para algunos y por fortuna no muchos escritores poco dichosos con el resultado final de su escritura y que se mide en lectores, una discusión sobre la conveniencia o inconveniencia del consumo de mote con huesillos debe empezar necesariamente con una condena radical a Cuba, Corea del Norte, Venezuela, Bolivia, la extinta Unión Soviética, la desaparecida RDA, pero guardando un religioso silencio sobra las desestabilizaciones de países y gobiernos en otras regiones del mundo.
De las palabras de Ampuero tan calurosamente aplaudidas y felicitadas por los empresarios chilenos, se deduce que la reforma tributaria en discusión traerá sobre Chile los infaustos fantasmas del pasado, y el único argumento usado no es la formulación de una alternativa “liberal” porque eso delataría la necesidad de la reforma y la incompetencia de quienes, pudiendo haberla hecho, no la hicieron.
Por si Ampuero lo ignora, la desigualdad tributaria en Chile está a la vista, solo que para verla hay que elegir acertadamente los lentes. Según los lentes “liberales”, un país en donde los que ganan menos de 493.000 pesos mensuales están exentos de impuestos, y los que ganan más de 5.475.000 pesos deben pagar hasta un 40% de impuestos es un país ideal y su forma de tributar debe permanecer inamovible. Pero si esto se mira con los lentes limpios de la realidad objetiva (término que irrita a los conversos) veremos que ese 85 % de la población asalariada que exenta de pagar impuestos lo único que revela es un bajísimo nivel de ingresos, salarios de miseria, pensiones paupérrimas, enorme desigualdad en el reparto de riqueza.
Y esto debe cambiar necesariamente o el país se eterniza en la triste condición de país de recolectores de frutas, de extractores de minerales en bruto, de vendedores de servicios, de nación anclada en un sistema productivo del siglo XIX. La reforma tributaria, tibia, muy tibia, no busca una subida de impuestos que afecte a los que ganan menos, sino que los que ganan más eviten las triquiñuelas que les permiten defraudar al Estado de manera elegante y “liberal”. Y los que ganan más no son chilenos, sino accionistas de empresas multinacionales beneficiados con todas las facilidades para evadir impuestos. Un viejo proverbio castellano dice: “lo que natura no da Salamanca no lo presta”, y aunque hay muchos trucos o mañas pasa destacar como escritor por razones ajenas a la escritura, convertirse en ministro mediocre de un gobierno mediocre, o en agitador “liberal” del apocalipsis totalitario, no garantiza eso que algunos escritores tenemos, y que se llaman lectores.
Los escritores solemos enfrentarnos a nuestros fantasmas y hasta a nuestras dudas sin temor, pero para llegar a esa forma de vivir desprovista de temores es fundamental aceptar que también somos lo que fuimos y, los escritores y escritoras que admiro no tienen nada de qué avergonzarse. Miran y miramos el pasado, los aciertos y los errores, con el pudor sano que nos otorga la razón.
Y como escritor de fábulas se me ocurre que no hay nada más patético que un pollo declarando haber salido dos veces del huevo, la primera en un gallinero equivocado del que abjura y reniega, y la segunda en un nido de buitres que terminarán cenándolo. Y ese sí que un motivo para tener miedo.
*Fuente: Radio U de Chile
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Mi autocrítica, Embajador Ampuero
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