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El belicismo suicida de las democracias autoritarias occidentales

El belicismo suicida de las democracias autoritarias occidentales
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17 de marzo de 2023

Durante cuánto tiempo puede mostrarse el gobierno alemán tan sumiso a Estados Unidos, como ha prometido serlo ahora, es una cuestión abierta, teniendo en cuenta los riesgos que conlleva la cercanía territorial de Alemania al campo de batalla ucraniano, riesgo no compartido por Estados Unidos.

Esta entrevista a Wolfgang Streeck se ha publicado originalmente en la revista croata Novosti Hoboctn y se reproduce aquí con permiso de su autor y de la publicación.

En tus artículos escribes sobre la “post-Zeitenwende Deutschland”, esto es, a la nueva situación creada en Alemania tras el punto de inflexión que ha supuesto el discurso pronunciado por el canciller Olaf Scholz ante el Bundestag el 27 de febrero de 2022, poco después del estallido de la guerra en Ucrania, sobre la política exterior, de defensa y de seguridad alemana. ¿Puedes explicar qué significará este “punto de inflexión” para Alemania y Europa durante los próximos años y cómo se relaciona la misma con la creciente americanización de la política, la ideología y la cultura alemanas?

Los eslóganes políticos se fabrican de tal manera que se prestan a diferentes interpretaciones. Lo que está claro es que el Zeitenwende de Scholz implica una promesa, sobre todo hecha a Estados Unidos, de que Alemania actuará a partir de ahora, a diferencia del pasado, de acuerdo con una concepción del mundo en la que este aparece dividido entre “Occidente” y el imperio del mal, o mejor: varios imperios del mal, de Rusia a China pasando por Irán, lista que estamos a la espera de que sea ampliada —también hay varios imperios intermedios, como la India o Brasil, que tendremos que conseguir que se pongan de nuestro lado—.

Entre nosotros, esto es, el imperio virtuoso bajo liderazgo estadounidense organizado en la OTAN, y los diversos imperios del mal, la paz sólo es posible de forma temporal e intermitente y únicamente mientras disfrutemos de superioridad militar. Como cuestión de principio, nosotros y ellos estamos en una situación de enfrentamiento permanente. La paz real requerirá sucesivos cambios de régimen, que convertirán a estos imperios del mal en parte del nuestro imperio virtuoso como resultado de su conversión a “nuestros valores”. Para el imperio virtuoso es legítimo utilizar todos sus medios políticos, económicos y militares a fin de lograr esa conversión.

Después del Zeitenwende las guerras están siempre a la vuelta de la esquina y debemos estar preparados para ellas. Debemos contribuir —y ello es fundamental— a que la “política exterior basada en valores” (o la “política exterior feminista” de Annalena Baerbock) de nuestro imperio virtuoso sólo combata las guerras justas, ya que las guerras contra el mal no pueden ser injustas. La concepción del mundo que subyace aquí no es la social-darwinista en la que la historia es una batalla por la “supervivencia de los más aptos”, sino la maniquea en virtud de la cual la historia es una lucha incesante entre el bien y el mal en la que las fuerzas de la virtud hacen todo lo posible por prevalecer sobre las fuerzas de la maldad. Antes de que aquellas hayan vencido no puede haber verdadera paz, sólo una situación de alto el fuego impuesta por razones tácticas. Para que haya verdadera paz, nosotros, las fuerzas de la virtud, debemos prepararnos para la guerra, no sólo para disuadir al enemigo de atacarnos, sino para hacer que se enmiende y se convierta en uno de los nuestros.

Existe una versión fuerte y otra débil de la retórica del Zeitenwende. La versión fuerte implica que el mundo siempre fue así: ontológicamente maniqueo. Quienes en el pasado tenían una visión diferente eran o bien estúpidos atrapados en sus mentes débiles o bien cobardes, siempre dispuestos a dejarse engañar de buena gana por la propaganda enemiga, o bien traidores, sobornados de una u otra manera por las fuerzas del mal de modo, que optaban en consecuencia por anteponer sus intereses personales a los del país o a los del mundo. Este planteamiento coincide esencialmente con la visión del mundo del ala clintoniana del Partido Demócrata estadounidense.

La versión débil, que es obviamente la preferida por Scholz, postula que el mundo ha cambiado recientemente: mientras que en el pasado permitía la coexistencia pacífica entre regímenes y países con diferentes intereses o “identidades”, de modo que podía preferirse la vida en paz a la victoria en la guerra, ahora el enemigo se ha vuelto tan malvado que no hay alternativa moral sino derrotarlo cueste lo que cueste. Cuándo se produjo exactamente ese cambio no tiene por qué especificarse necesariamente; puede haber sido cuando un hombre llamado Putin, por alguna extraña razón, sufrió una transformación carente de toda provocación en virtud de la cual dejó de ser el líder corrupto de un Estado corrupto para convertirse en un maníaco genocida en un giro patológico, que requiere una inmediata cirugía heroica por parte de los amigos de la humanidad.

En el fondo es que se acabaron los realmente débiles intentos llevados a cabo por el gobierno de Merkel, sobre todo después de 2015, de ampliar ligeramente su autonomía en cuestiones de política exterior

Angela Merkel admite que los acuerdos de Minsk sólo se firmaron para permitirle ganar tiempo a Ucrania 

¿Cuál es el núcleo duro de la promesa alemana a Estados Unidos?

En el fondo es que se acabaron los realmente débiles intentos llevados a cabo por el gobierno de Merkel, sobre todo después de 2015, de ampliar ligeramente su autonomía en cuestiones de política exterior. En lugar de la resistencia pasiva practicada en asuntos como la adhesión de Ucrania a la OTAN y a la Unión Europea, como su política energética, especialmente en lo referido al gaseoducto Nord Stream 2, o como su procrastinación a la hora de invertir el 2% del PIB alemán en gasto militar, por no hablar de insubordinaciones como las protagonizadas en las guerras de Iraq, Siria y Libia, donde se negó a enviar tropas al frente, Alemania actuará a partir de ahora como se le diga. En este sentido, el discurso del Zeitenwende fue la respuesta a la presión intensificada, ya antes de la guerra, ejercida por parte de Estados Unidos y de la oposición democristiana, pero también de los Verdes (actualmente sus socios de gobierno) para que Alemania se alineara con la política exterior de Estados Unidos, en particular con el gobierno de Biden.

Al mismo tiempo, Bob Dylan tiene razón y los tiempos siguen cambiando. Durante cuánto tiempo puede mostrarse el gobierno alemán tan sumiso a Estados Unidos, como ha prometido serlo ahora, es una cuestión abierta, teniendo en cuenta los riesgos que conlleva la cercanía territorial de Alemania al campo de batalla ucraniano, riesgo no compartido por Estados Unidos. También existe presión por parte de Francia para que Alemania se convierta en un país más europeo y menos transatlántico, lo que con el tiempo puede tener repercusiones. Además, es probable que en algún momento Estados Unidos intente “europeizar” la guerra y retirarse, como intentó “vietnamizar” la guerra de Vietnam en la década de 1970, con la esperanza de que la Alemania posterior al Zeitenwende le alivie de la carga de patrocinar su guerra por delegación. Cabe dudar si los alemanes serán más capaces y estarán más dispuestos a hacerlo tras la inyección de 100 millardos de euros en nuevo gasto militar anunciada por Scholz.

Mencionas los artículos de opinión belicistas publicados en periódicos de gran tirada como el Frankfurter Allgemeine Zeitung y cómo ya no está permitido en Alemania cuestionar las narrativas oficiales sobre la guerra librada en Ucrania. Además, el Parlamento alemán ha aprobado recientemente una resolución por la que el Holodomor —esto es, la enorme mortandad causada por las políticas de colectivización de la tierra decretada por Stalin en 1932-1933— se ha proclama genocidio a pesar de la falta de consenso sobre este acontecimiento entre los historiadores, mientras se ha introducido una enmienda en el Código Penal alemán, que convierte en delito negar no sólo el Holocausto, sino también los “crímenes de guerra” en general. ¿Puedes describir esta censura ejercida por parte del gobierno alemán, pero también, como tú la denominas, la “censura autoimpuesta en la sociedad civil” y las posibles consecuencias de esta situación?

Ahora mismo, la Alemania oficial, e incluyo en ella a los llamados medios de calidad, se comporta como un país en guerra. El gobierno está preparando las herramientas para desatar a la policía y, en particular, a los servicios de seguridad, contra cualquiera que dude de la sensatez de comprometerse a apoyar a gran escala al gobierno ultranacionalista de Ucrania, así como al gobierno de Biden. Quienes intentan explicar el comportamiento del régimen ruso en términos distintos a la supuesta locura clínica u obsesión genocida (o a ambas cosas a la vez) de su máximo dirigente son fácilmente tachados de Putinversteher [quien comprende o justifica a Putin], hecho que cuando se cierne sobre jóvenes aspirantes a periodistas o politólogos puede suponer el fin de su carrera.

El gobierno alemán está preparando las herramientas para desatar a la policía y a los servicios de seguridad contra cualquiera que dude de la sensatez de comprometerse a apoyar a gran escala al gobierno ultranacionalista de Ucrania, así como al gobierno de Biden

Pero como dices, no se trata sólo del gobierno. Se ha extendido un fuerte deseo entre la gente normal de no verse sorprendida exigiendo otra cosa que no sea la ‘victoria’ ucraniana, tal y como la define el gobierno ucraniano, cueste lo que cueste. Para muchos alemanes, la victoria significa nada menos que Putin y sus secuaces sean juzgados en el Tribunal Penal Internacional de La Haya. No se mencionan en absoluto los riesgos que, por ejemplo, puede acarrear una guerra nuclear sobre los países situados fuera del campo de batalla, incluida Alemania.

Tampoco hay un debate político sobre cómo será el mundo europeo o euroasiático después de la guerra, aunque todo apunta a un escenario en el que Crimea no será devuelta a Ucrania, ni tampoco los oblasts capturados por Rusia tras apoderarse de la península. Si hay algo parecido a un acuerdo de paz en algún momento cercano, cosa que dudo, habría algún tipo de cogobierno internacional en estas zonas, además de uno u otro tipo de neutralidad garantizada para Ucrania en su conjunto.

Lo más probable, sin embargo, es que Estados Unidos prefiera una guerra en sordina y prolongada, salpicada de batallas ocasionales, más o menos a lo largo de la actual línea del frente en la cual ambas partes permanecen atrincheradas básicamente en su posición presente. Ello permitiría un debilitamiento duradero de Rusia y una restauración estable de la hegemonía estadounidense sobre Europa Occidental, ambas cosas en interés de Estados Unidos, mientras el país se prepara para la verdadera guerra, económica y militar, que es la que pretende librar con China. Para ello basta con la congelación prolongada durante un año de las líneas de conflicto en Ucrania.

Lo más probable es que EE UU prefiera una guerra en sordina y prolongada, salpicada de batallas ocasionales, más o menos a lo largo de la actual línea del frente en la cual ambas partes permanecen atrincheradas

En cuanto a Europa, puede que Estados Unidos no se oponga a que Alemania, Polonia y otros países sigan ayudando, a su costa y riesgo, al gobierno ucraniano a perseguir el sueño de una victoria final sobre Rusia. Dado que Alemania y la UE han abdicado de su juicio político en Zelenskyi y Biden y que ha quedado excluida de facto la discusión seria de los objetivos de la guerra (los términos de un acuerdo), se trata de una perspectiva bastante aterradora.

Para sorpresa de muchos observadores superficiales, especialmente de fuera de Alemania, el Partido Verde ha resultado ser el partido más agresivo y beligerante y por ello el más peligroso del gobierno de coalición alemán. ¿Puedes explicar cómo se ha llegado a esta situación? Y, en tu opinión, ¿cómo consiguen conciliar los Verdes su proclamado imperativo político de salvar el planeta, por un lado, y el apoyo a algunos de los elementos ecológicamente más destructivos del orden mundial (el complejo militar-industrial), por otro?

Cómo aborden sus contradicciones los Verdes se lo dejo a ellos. Se afirma que sólo el ejército estadounidense es responsable del 5% de las emisiones mundiales de CO2, más de lo que emiten conjuntamente dos tercios de los doscientos países presentes actualmente en el mundo. Tampoco tienen queja alguna al parecer sobre la huella de carbono de los treinta y cinco cazabombarderos F-35 que los Verdes alemanes insisten en que se compren a Estados Unidos para celebrar el Zeitenwende, por no hablar de los daños medioambientales causados por la guerra nuclear, aunque su uso fuera de tipo táctico, en caso de que tuviera lugar.

En cuanto a la beligerancia de los Verdes, ya acechaba entre bastidores desde hace tiempo; recordemos a Joschka Fischer y el bombardeo de Belgrado. El universalismo moral siempre conlleva la tentación de rectificar el mundo por la fuerza, sobre todo para una generación que no tiene ni idea de lo que es una guerra: una matanza cada vez más insensata a medida que se prolonga, que se alimenta a sí misma a través del miedo, el odio y el deseo de venganza que engendra en todos los bandos. Cuanto más larga es una guerra, más difícil es el retorno a la paz, dados los sacrificios realizados y las brutalidades sufridas. Sólo por esta razón, las guerras tienden a durar más de lo previsto, mucho más allá del momento en que sus costes superan los beneficios por los que supuestamente se llevaron a cabo.

Muchos Verdes parecen creer hoy en la posibilidad de una guerra justa, realizada como una operación clínica, justificada por un propósito moralmente superior

Muchos Verdes parecen creer hoy en la posibilidad de una guerra justa, realizada como una operación clínica, justificada por un propósito moralmente superior. Así es como una y otra vez se ha convencido a los estadounidenses idealistas de que el ejército estadounidense está ahí para defender y difundir la libertad y la democracia. Hoy el mesianismo estadounidense parece haber emigrado a Europa, por ejemplo cuando la actual ministra alemana de Asuntos Exteriores nombra a Hillary Clinton como un modelo a seguir, mientras piensa que la causa de las mujeres iraníes es mejor servida por la negativa a renovar el acuerdo de no proliferación nuclear firmado entre Irán y los países occidentales y posteriormente cancelado por Trump.

Por supuesto, en el caso de Ucrania el nuevo heroísmo de los Verdes es barato, ya que “nosotros” estamos dejando que los ucranianos luchen en nuestro nombre, insistiendo en que nunca se enviarán tropas alemanas a Ucrania —en cualquier caso, como en todas las guerras, no serían los hijos de la próspera clase media, el pilar político de los Verdes, los que tendrían que hacerse matar o mutilar en el campo de batalla; recordemos que, a diferencia de Ucrania, nosotros hemos abolido el servicio militar obligatorio para los hombres, mientras que para las mujeres nunca se consideró ni se pidió en nombre del progreso feminista—.

Y, por supuesto, como los Verdes ya no tienen ningún interés en restringir su futuro a la firma de coaliciones únicamente con los socialdemócratas, necesitan encontrar posiciones conjuntas con el centro-derecha alemán, que no sólo es proestadounidense, sino que, como sucede con el Freie Demokratische Partei alemán (liberales), está apasionadamente relacionado con la industria armamentística.

En muchos de tus artículos mencionas la amenaza nuclear como algo realista, pero también observas que la opinión pública alemana se niega a considerar el daño que causaría la escalada nuclear en Ucrania y lo que ello significaría para Europa. ¿Cómo explicas esta alucinación colectiva?

En la guerra se supone que no deben decirse ciertas cosas o, de lo contrario, quien lo haga será acusado de estar del lado del enemigo. En cierto modo, abordar el riesgo de una guerra nuclear es tabú, uno que cuenta además con una buena dosis de superstición detrás: habla del diablo y aparecerá. La idea es que la guerra nuclear se evita no hablando de ella.

La diferencia con la conversación alemana sobre las centrales nucleares es impresionante: en este caso hasta el más mínimo e improbable riesgo se considera inaceptable, quizá con razón, quizá no, pero el resultado es que dentro de unas semanas se apagará la última central nuclear que queda en funcionamiento en Alemania sin importar la enorme escasez de energía realmente existente debida a las sanciones occidentales impuestas contra Rusia.

Debería ser obvio que si un régimen como el de Putin se encontrara al borde del abismo, el riesgo de una guerra nuclear sería alto y con él el riesgo de una contaminación radiactiva a escala de toda Europa con graves consecuencias para la vida humana

Debería ser obvio que si un régimen como el de Putin se encontrara al borde del abismo, el riesgo de una guerra nuclear sería alto y con él el riesgo de una contaminación radiactiva a escala de toda Europa con graves consecuencias para la vida humana. Tan solo este hecho, en sí mismo considerado, hablaría urgentemente a favor de un alto el fuego decretado lo antes posible. Pero como el gobierno ucraniano y, hasta ahora, Estados Unidos se oponen al mismo, no parece que el gobierno alemán intente explorar esta posibilidad, ya que la diplomacia se ha convertido casi en sinónimo de traición en estos días.

Así pues, lo que es un peligro actual realmente existente no puede mencionarse en el debate público democrático. Por supuesto, también existe el temor de que si se hablara en serio del riesgo de una guerra nuclear, levantando el tabú que pesa sobre ella, la opinión pública empezaría a preguntarse sobre los objetivos de la guerra y a interrogarse sobre si no podría ponerse fin a la misma sin cumplir la totalidad de los deseos del gobierno ucraniano. Al final resultaría que el número de personas en Alemania y Europa Occidental dispuestas a morir por Sebastopol sería limitado.

En general, si la izquierda, cualquier izquierda, depende de su capacidad de ofrecer ideas para una política y un modo de vida alternativos, Die Linke ya está muerto como partido

Die Linke y Alternative für Deutschland (AfD) han estado en muchos casos durante los últimos meses en el “mismo bando”, mientras que el pacifismo, como tú escribes, se considera cada vez más “o una prueba de traición o una enfermedad mental”. Teniendo esto en cuenta, ¿ves alguna perspectiva para una política de izquierda influyente en un futuro próximo?

Die Linke lleva tiempo desmoronándose. Sus resultados electorales son catastróficos y lo eran incluso antes de la guerra. Internamente el partido está profundamente dividido. Un gran segmento de sus miembros acepta el mandamiento del centro político de que nunca debes decir algo que también diga AfD; como resultado, se limitan esencialmente a decir lo que dicen los partidos del centro. Aparte de exigir el aumento de las prestaciones sociales en todos los ámbitos, el partido no tiene un programa real, al menos no tiene un programa con el que esté de acuerdo colectivamente o que pueda promover activamente.

En cuanto a la guerra, muchos miembros del partido, como los Verdes, parecen creer que si desapruebas moralmente un régimen no puedes estar de acuerdo con él en lo referido a un orden internacional que preserve la paz. En general, si la izquierda, cualquier izquierda, depende de su capacidad de ofrecer ideas para una política y un modo de vida alternativos, Die Linke ya está muerto como partido; no tiene nada que decir que pueda captar la atención de la ciudadanía o suscitar controversia pública. Su voz no se oye básicamente más allá de un círculo interno cada vez más reducido y ello aparte de la voz de Sara Wagenknecht, que, sin embargo, ya no tiene ninguna influencia en la línea oficial del partido.

-El autor, Wolfgang Streeck, es  Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.Wolfgang Streeck.

+Fuente: ElSalto

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