Nuestra Solidaridad con el colega antropólogo colombiano Eduardo Restrepo
por Colegio de Antropólogas y Antropólogos de Chile A.G.
4 años atrás 18 min lectura
08.05.2921
Estimadas y estimados colegas,
Renunciar a la Javeriana: Procesos de precarización y entrampamientos burocráticos en la universidad
Eduardo Restrepo
Después de quince años de trabajar en la Javeriana, el pasado 21 de abril decidí renunciar de manera irrevocable e inmediata. Siendo ya profesor titular y con unas condiciones laborales envidiables, continuar en la Javeriana implicaba legitimar una serie de prácticas en torno a los procesos de precarización y los entrampamientos burocráticos que se han venido posicionando no sólo en esta universidad. Es importante examinar estos procesos y entrampamientos porque son evidencia de la agonía de la universidad en Colombia y su creciente cerramiento como escenario relevante para la pasión por los procesos de enseñanza-aprendizaje y para la producción de conocimiento pertinente para las urgencias de nuestro presente.
Para poner en contexto al lector, en el momento de mi renuncia estaba dirigiendo la Maestría en Estudios Afrocolombianos (con una cohorte en Cartagena y otra en Bogotá) y la Maestría Virtual en Estudios Culturales Latinoamericanos. En ambas maestrías estuve al frente de la concepción y escritura de los documentos maestros que fueron enviados al Ministerio de Educación para su aprobación y, desde entonces, me hice cargo de ambas maestrías tanto en su dimensión administrativa, como en su orientación académica.
Desde su comienzo, gran parte de las labores docentes, direcciones de tesis y lectores- jurados fueron asumidas en ambas maestrías por profesores contratados por cátedra. Muchos colegas amigos aceptaban estas labores por su identificación con el proyecto académico de las maestrías y no por lo que les terminaría pagando la universidad que, en últimas, no era mucho. Para la maestría virtual, igualmente movilicé estas redes de amigos y estudiantes para producir algunos de los materiales. Esto llevó a que yo fuera el único profesor de planta, dictara al menos dos cursos en cada maestría y tuviera que asumir toda la carga administrativa como su director.
Tuve que recurrir a contratar como cátedra a casi todos los docentes debido a que, con excepción de unos colegas en otros departamentos de la facultad que han dictado unos cuantos cursos más como un acto de solidaridad, los otros tres profesores de planta de mi departamento (el de Estudios Culturales) ni sabían ni manejaban las temáticas de la maestrías (sobre todo en el de la maestría en estudios afrocolombianos), o no estaban dispuestos a asumir más de las dos clases al semestre que han dictado desde hace muchos años en nuestra
otra maestría presencial en estudios culturales. Para mis colegas de planta del departamento asumir una carga que fuera más allá de sus dos clases (a veces solo una o ninguna) y de dirigir unas cuantas tesis (cuando lo hacen) es inconcebible [1].
Ante esta limitación, y como estaba planteado desde los documentos maestros enviados al Ministerio, tenía la certeza de que la universidad contrataría al menos un par de nuevos profesores de planta para asumir las labores de docencia, orientación de tesis e investigación; labores que no se pueden cumplir a cabalidad con profesores contratados por cuatro meses durante el semestre y cuyos salarios son calculados estrictamente desde horas dictadas de clase [2]. Aunque sé que es muy extensa la lista de universidades en las cuales se les paga mucho menos a los docentes de cátedra, era desestimulante ver los montos recibidos por algunos de los profesores con los que trabajaba, pues su esfuerzo y pasión de ninguna manera se circunscribían a la a veces solo una hora pagada por semana (como en el caso de los directores de tesis).
Aquí encontramos una de las estrategias de precarización laboral de las universidades privadas y públicas del país. Los profesores de cátedra, en muchos casos mal pagos y con cargas laborales que desbordan con creces las horas por las que se contratan, asumen muchos de los cursos que no pueden (o no quieren) ser cubiertos por los cuerpos docentes de planta. Por lo menos para una universidad como la Javeriana, quiero insistir en que no es la simple dicotomía entre cátedra o la planta como tal el mecanismo de precarización, sino que debe entenderse como el resultado del juego de unos cuantos profesores hiper-acomodados que son contratados como planta y que poco o nada hacen, y otros que son contratados a destajo como profesores de cátedra que están ahí para garantizar con su hiper-explotación que todo funcione.
No son pocos los profesores de planta que he conocido en distintas universidades privadas y públicas que se han dedicado a vegetar durante años. No hacen mucho y rara vez se conectan con procesos distintos a los que pueden incluir en sus planes de trabajo o con los que no puedan registrar en sus cvlacs para que se los paguen o les suban el sueldo. Conozco casos en los que no se escribe nada relevante (no estoy pensando aquí en publicaciones indexadas ni nada de eso), no se enganchan en procesos de investigación sustantivos, no logran interpelar a sus estudiantes, ni son voces visibles en debates de sus campos. Por sus reiteradas quejas y comportamiento, pareciera que el ser docentes fuera para ellos una maldición. De ahí que no sea ninguna sorpresa encontrarse ante una marcada desidia y mediocridad con las que se desempeñan por décadas.
No se puede sobrevivir como profesor de cátedra, a menos que se dicten varios cursos a la vez y, a menudo, en diferentes universidades al tiempo. Como si esto fuera poco, sus contratos de servicio los ponen en una permanente situación de incertidumbre sobre si van a ser contratados o no para el siguiente semestre. Más todavía, si se tiene en cuenta la existencia de un nutrido y ansioso “ejército de docentes de reserva”, en el cual la burocracia académica puede fácilmente encontrar quien dicte cualquier clase cualesquiera sean las condiciones. Así, los profesores de cátedra son piezas que pueden ser fácilmente reemplazables. Esto los tiende a hacer sujetos dóciles de los cuales se puede prescindir. Son fuerza de trabajo dispensable. Tanto, que la primera reacción que las angustiadas universidades privadas han desplegado ante la caída de las matriculas ha sido bajar la contratación de cátedra.
Sabía que contar con profesores de planta en aras de armar equipos de trabajo para los dos nuevos programas de maestría no era fácil, aunque fuesen indispensables. Esta contratación se ha venido haciendo todavía más difícil en un momento en el cual las matriculas en las universidades privadas han ido cayendo, y en algunos de sus programas de manera sustancial. Para muchos que no estaban acostumbrados a ello, estos son tiempos de incertidumbre.
Aunque el covid-19 ha sido un factor relevante, la tendencia a la caída de número de matriculados en las universidades privadas se venía presentando desde un par de años atrás. Las universidades privadas, que dependen casi en su totalidad de los pagos de altas matriculas por parte de sus estudiantes, han sido particularmente sensibles ante los cambios en la competencia por el mercado de ofrecimiento de títulos de pregrado y postgrado.
Ante la tendencia a la caída de matrículas (que, insisto, es algo que se estaba dando antes del covid-19), universidades como la Javeriana podrían recurrir a dos estrategias. La primera es abaratar el costo para la universidad de ofrecer un programa, lo cual se logra cargando más a los docentes con los que cuenta, fusionando cursos para que tengan más estudiantes, reduciendo las exigencias y los tiempos de graduación y, por supuesto, recurriendo a un número sustancial de profesores de cátedra que son menos costosos que los de planta.
Me temo que en este afán de abaratar costos —presentados por las burocracias de turno con nombres como reestructuración, repensarse o adecuación—, se viene un nuevo embate en el socavamiento de la calidad de los pregrados. En este marco, no debe sorprendernos que aparezcan ofertas, sobre todo de las ansiosas universidades privadas, de hacer no una, sino dos carreras en tres años (los famosos dobles programas) y que, en caso de que no se supriman, los trabajos de grado se reduzcan a una especie de trabajo final de un curso con unas cuantas páginas y sin sustentación alguna. Desde la perspectiva de las burocracias universitarias es esencialmente un asunto de marketing.
Así, los estudiantes son fuertemente infantilizados y abordados como clientes. Hay reuniones con los padres de familia y acudientes desde el primer día, y no es extraño que estos se pongan en contacto con los profesores y directores de programas para monitorearlos como su fueran chicos de colegio. A cada estudiante se les asignan consejeros que, cual poder pastoral, los orientan en “sus” decisiones académicas para estar pendientes de cualquier anomalía en sus desempeños y comportamiento. Cualquier desviación se identifica y tramita con celeridad, informando a sus padres o acudientes.
La segunda estrategia frente a la caída de las entradas de las universidades privadas es conseguir más matriculas manteniendo básicamente la misma inversión, lo cual pasa por ofrecer nuevos programas o conseguir más estudiantes para los que ya se ofrecen. Esto de crear nuevos programas o hacer más atractivos los existentes, sobre todo como unos que se adecuen a las nuevas demandas e intereses (del mercado laboral), ha sido impulsado desde un cuestionamiento a muchas de las actuales carreras que se consideran “obsoletas” o “poco relevantes”. Hacer que más estudiantes se matriculen en programas ya ofertados ha tomado cuerpo en campañas, en redes sociales o en eventos concretos, impulsadas desde oficinas o divisiones de mercadeo creadas para ello. Para alguien que encaje en el perfil establecido y que, por interés o infortunio, haya hecho clic en algunos de los enlaces con ciertas cookies instaladas, sus experiencias de navegación por la red estarán atiborradas de anuncios que los invitan a inscribirse en innumerables programas de pregrado y postgrado, no solo de universidades en el país sino de otras del extranjero en modalidades virtuales o mixtas.
La Javeriana, por ejemplo, destina parte de su presupuesto a pagarle a Google y Facebook para sus campañas de mercadeo. Esto se decide desde arriba, sin importar si los directores de los programas están de acuerdo o no. Estas oficinas de mercadeo implican la contratación de costosos profesionales y el abultamiento de la burocracia universitaria con sus reiteradas solicitudes de información en sus formatos y encuestas, así como la asistencia a múltiples reuniones. Estas nuevas oficinas o divisiones de mercadeo son una de las tantas que han ido apareciendo en las dos últimas décadas en las universidades, junto con nuevas vicerrectorías y centros con deslumbrantes nombres como innovación y excelencia. Decenas de nuevos cargos han sido creados en las diferentes instancias de las universidades que son ocupados, en las universidades privadas, por solemnes señores de costosos trajes o señoras con peinados de salón. El mundo de la burocracia universitaria, por supuesto, no deja de tener sus encantos. Hay claras jerarquías y, al igual que con los docentes de planta y de cátedra, no todos son descaradamente remunerados. Como en otros escenarios de la vida, a menudo los que menos trabajan son los que sacan las tajadas más jugosas. Existe toda una jerarquía en la burocracia, con largos séquitos que van descendiendo desde las grandes alturas. No en pocas universidades, los peldaños más bajos son ocupados por personas contratadas a destajo o por periodos muy puntuales, con pagas poco sustanciales y con responsabilidades descomunales.
Con el incremento de la burocracia universitaria, se han ido transformado las prácticas docentes, investigativas y de extensión que habían definido a las universidades hasta los años noventa. Un fuerte entramado de regulaciones y demandas burocráticas han irrumpido en la vida de los docentes, sobre todo si están al frente la dirección de un departamento o programa. No son pocas las horas de la jornada laboral dedicadas a reuniones y a responder correos electrónicos con diversas solicitudes y tareas asignadas desde las distintas instancias de una demandante burocracia universitaria. Todas estas oficinas, divisiones y centros se muestran urgidos de introducir nuevos procedimientos, se inventan otros formatos que llenar. Con frecuencia, convocan a reuniones o talleres obligatorios en los que ofrecen capacitaciones para que los directores de programa o profesores puedan responder adecuadamente y a tiempo a sus nuevas demandas.
Estos procedimientos, que estandarizan y regulan tiempos y prácticas, son diseñados en nombre de grandes palabras como la calidad, la eficacia y la transparencia. Suponen, en la práctica, el posicionamiento de un modelo gerencial que transforma a la universidad en una empresa en la cual un ejército de burócratas ha adquirido el papel central. Aunque muchos de ellos no han sido profesores o nunca en su vida han hecho una investigación, hablan con gran suficiencia y arrogancia de cómo se debe enseñar e investigar. A propósito, recuerdo cómo uno de estos burócratas adscrito a la vicerrectoría académica, en una larga reunión, me explicaba entusiasmado el alambicado modelo de educación virtual de la universidad recurriendo a coloridos diagramas y deslumbrantes términos que había creado recientemente. Ante mi pregunta por si había sido profesor alguna vez, sorprendido, reconoció que nunca lo había sido y que no era algo para alguien como él.
Igual sucede con la investigación. Al menos en los campos que conozco (los estudios culturales y la antropología), ninguno de los investigadores medianamente brillantes o al menos algo destacados son burócratas de carrera (y esto no solo para las universidades, sino también los que terminan engrosando la burocracia de las entidades gubernamentales relacionadas con la investigación). Los que se inclinan por serlo, no han hecho ninguna contribución medianamente relevante a estos campos. Son gente mediocre, que encuentra en la burocracia el nicho para la reproducción de su existencia. Probablemente esta observación pueda ser generalizada, aunque tal vez sean pocas las excepciones.
El antropólogo David Graeber, en su libro Trabajos de mierda: una teoría, ha evidenciado cómo este creciente enjambre de burócratas que pulula en todos los ámbitos de la vida social a menudo hacen parte de los trabajos inútiles de los que se podría prescindir. Con el posicionamiento del modelo gerencial, nuestras universidades se han venido llenando de esos “trabajos de mierda” de los que habla Graeber. Lo paradójico es que muchos de estos trabajos son los que más dinero cuestan a las universidades. En la Javeriana, por ejemplo, el costo de la nómina de los “administrativos del edificio central” consume parte importante del presupuesto de la universidad, pues reciben salarios mucho más jugosos y por encima de los colegas de planta mejor remunerados. Así las cosas, las ansiedades en las universidades privadas por la caída en el ingreso por matrículas se explica en parte por el peso en las nóminas de estos burócratas y de sus nutridos séquitos.
Podemos llamar entrampamientos burocráticos a la urdimbre de arandeludos procedimientos que orientan cada vez más el tiempo y la energía de los docentes a producir los indicadores legibles y cuantificables por un modelo gerencial de universidad. Teniendo como punta de lanza a los (a veces desdichados) encargados de dirigir los departamentos y programas, el cuerpo de docentes contratado para enseñar es evaluado por un entramado de indicadores en los cuales el peso de otros productos (como la publicación en revistas indexadas) es tanto o mayor que el de su desempeño docente.
Así, los profesores no solo gastan parte importante de su tiempo en llenar formatos sobre su labor docente, formatos estandarizados e inteligibles para satisfacer las demandas de burocracias de turno (y que, no sobra anotarlo, adoran inventarse unos nuevos y más engorrosos), sino que deben sacarse del sombrero investigaciones y, ojalá, consultorías que les permitan registrar los productos por los que terminaran evaluándolos para sus ascensos en los escalafones docentes. No sobra señalar aquí que actividades como la investigación o las consultorías también se encuentran milimétricamente colonizadas por un ejército de burócratas y sus implacables lógicas. Estos entrampamientos burocráticos han hecho de la universidad algo muy distinto de un lugar donde primen asuntos como la producción de conocimiento, la pasión por los procesos de enseñanza-aprendizaje y la articulación de escenarios reflexivos y deliberativos de cara a las urgencias y sensibilidades de nuestras sociedades.
Los entrampamientos burocráticos han esterilizado el alma de la vida universitaria. Han multiplicado las ceremonias y los deslumbrantes títulos, pero sobre todo han confundido los procesos formales de las acreditaciones de calidad y las visibilidades en los rankings nacionales e internacionales con lo que implica la pasión por ser profesor, con la convicción de que en los procesos pedagógicos y de generación de conocimiento se juega de verdad nuestro futuro.
Los entrampamientos burocráticos se instauran como inercias que marchitan las más interesantes iniciativas afincadas en las pasiones y compromisos de algunos docentes y estudiantes. Por ejemplo, como en otras universidades, en la Javeriana tienen amarrados los procesos de contratación de servicios. Si vas a comprar un tiquete para adelantar trabajo de campo en una investigación o si vas a producir un contenido audiovisual para un programa, las inercias de los entrampamientos burocráticos impiden que se haga por fuera de sus términos (los cuales son siempre más costosos y arandeludos) y con las empresas internas o externas a las que les han concedido estos favores. Sospeché que eso era parte de turbios negocios, pero parece que las inercias derivadas de estos entrampamientos burocráticos son más prosaicas y rayan con inamovibles caprichos. No contar con condiciones para generar contenidos de manera autónoma y sin ninguna posibilidad de ser censurados si alguna autoridad universitaria o de la jerarquía católica a la que se pliega la Javeriana, fue otra de las razones de mi renuncia.
Estos entrampamientos burocráticos no son simplemente el capricho de las universidades, no son exclusivas de las universidades privadas. Universidades públicas como la de Antioquia han profundizado y sofisticado estos entrampamientos a tal escala, que muchas de las privadas aparecen a su lado como unas neófitas timoratas. Las causas del languidecimiento de las universidades en Colombia se encuentran en las políticas agenciadas por el Ministerio de Educación (con su punta de lanza en el Consejo Nacional de Acreditación) y en lo que hasta hace poco fue Colciencias (hoy MinCiencias). La concepción del estado colombiano de su lugar en la educación en general, y en particular en la educación superior, asociado a sus diletantes políticas de ciencia y tecnología han propiciado el abultamiento de las burocracias universitarias orientadas a satisfacer formalismos huecos y descontextuados.
Universidades que estimulan la publicación de sus docentes de papers por parte de sus docentes en revistas indexadas (que nadie lee y con poca o ninguna relevancia local), grupos de investigación con sus gruplacs ordenados (aunque muchos de ellos sean grupos que no existen realmente), o con sus registros calificados y programas debidamente certificados entronizan un ejército de burócratas que cambian los términos y contenidos de la vida universitaria.
En la Javeriana, que nunca ha dejado de ser realmente un colegio grande como otras universidades privadas del país, esto se impone a raja tabla. Entre las cosas que no dejaron de sorprenderme durante los quince años que trabajé allí es lo que podríamos denominar el ethos javeriano. Por mi formación de pregrado y postgrado en universidades públicas, suponía que la universidad era un escenario para la deliberación abierta de distintas posiciones y para los disensos. No obstante, para el ethos javeriano no hay nada más molesto que alguien que no se pliegue borregalmente a las autoridades universitarias. No hacerlo te marca como una persona “problemática”, a la que se debe “corregir” o de la que hay que deshacerse. Es como en un colegio. Lo que dice el rector o el director de disciplina no es discutible. Esto se refleja en estudiantes que no suelen articularse como voces deliberativas y menos disidentes con respecto a las autoridades universitarias. Mi noción de los estudiantes siempre fue una muy distinta, tal vez porque en otros tiempos la gente con otras historias y en otros estratos sociales no se suele portar tan bien.
Notas:
- También es cierto que, en muchas universidades privadas más pequeñas, sobre todo en las regiones, las condiciones de los profesores de planta se encuentran muy lejos de las condiciones descritas de este puñado de hiper-acomodados. El número de cursos que les asignan y el volumen de estudiantes que están a su cargo significan extenuantes jornadas laborales que se extienden hasta altas horas de la noche. Como si esto fuera poco, sus salarios no representan ni un cuarto del que reciben aquellos profesores hiper-acomodados y, en algunos casos, sus contratos cubren solo ocho meses en el año.
- La figura de la “hora cátedra” supone un reduccionismo brutal de lo que es la práctica pedagógica o práctica docente que, habitualmente, exige a los docentes desde la creación de los programas hasta el diseño e implementación de estrategias didácticas que están ancladas a la preparación de la clase; sumado a la evaluación y el diligenciamiento de mil formatos que evidencian que se dictó la clase y “merece” el pago de su hora cátedra.
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