Análisis crítico de la coyuntura y los desafíos del pueblo frente al proceso constituyente
por Rafael Agacino Rojas (Chile)
4 años atrás 42 min lectura
05 de mayo de 2021.
Este artículo se ha redactado sobre la base de la transcripción realizada por Guillermo Correa Camiroaga de la presentación del autor el 28 de enero en la segunda jornada de la “Escuela de Formación Política 18 de octubre”, organizada por el Colectivo Universitario de Izquierda (CUI) de La Serena. No conozco personalmente a Guillermo, aunque soy asiduo lector de sus artículos de opinión y crónicas, las que distribuye libremente entendiéndolas como patrimonio popular. La versión que presento aquí mantiene la estructura de entrevista por lo cual resultan inevitables las repeticiones, las idas y venidas argumentativas y el tono propio de este tipo de presentaciones.[2]
Benjamín y Milenne, los conductores del conversatorio por parte del CUI., plantearon las preguntas a las cuales se responde a continuación.
P: ¿Cuál es el balance que usted hace respecto de la situación política nacional a propósito de la coyuntura impuesta a través del proceso constitucional?
R: Antes que nada, agradecer la invitación cursada por el CUI y a la radio La Revuelta que difunde esta actividad.
En un análisis de coyuntura hay cuatro conceptos clave: Primero, el acontecimiento, es decir, el hecho que se considera un momento crítico pues marca un antes y un después en el desarrollo de la situación; en segundo lugar, los actores, que refieren a fuerzas político-sociales que se enfrentan en la acción política; en tercer lugar, un escenario, el lugar político-social en el que se desenvuelve la lucha; y en cuarto lugar, las correlaciones de fuerzas, es decir, los balances de fuerzas entre los actores.
El 14 de noviembre de 2019, esa madrugada cuando aparecieron todos los partidos políticos, incluidos algunos señoritos y señoritas del Frente Amplio, anunciando un Acuerdo que instalaba un itinerario de salida a la crisis política existente – y que ha marcado los ritmos de la política hasta hoy día- es un hecho crítico, un acontecimiento.
Y sin duda el Acuerdo presentado esa madrugada fue un acontecimiento pues generó efectos significativos inmediatos:
– Repuso a los partidos políticos como actores principales, sobre todo en el transcurso de los meses que siguen a noviembre hasta marzo-abril del año 2020. Repuso a los partidos políticos como los grandes representantes del pueblo, los intermediarios, en tanto profesionales de la política y relegó al pueblo a una situación de subordinación: «El pueblo ya se pronunció, ahora nos toca a nosotros”. La política “la hacemos nosotros y lo que tenemos que hacer es canalizar este reclamo general en un proceso de negociación que incluye desde el Plebiscito de entrada hasta el Plebiscito de salida previsto para abril-junio del año 22». Así se hablan a sí mismos.
– Cambió por ello el actor y también el escenario. La escena de la política ya no deben ser las calles ni las plazas. Los Partidos convocan directamente a discutir los detalles de la salida a la crisis en el Parlamento, en los espacios institucionales de la política. El llamado a la paz es, por ello, un llamado al orden social: quedarse en la casa, no movilizarse, no ocupar las calles… el pueblo debe volver a sus actividades normales que están muy lejos de la política.
– Y finalmente va a significar un cambio en las correlaciones de fuerzas porque hasta ese instante “quién lleva la batuta”, como decía un viejo grito del tiempo de la dictadura, era el pueblo que había entrado en acelerado proceso de constitución. El pueblo había dado un manotazo al sistema político y a los partidos políticos, había tomado la iniciativa de manera inorgánica, desordenada, variopinta, multifacética, en fin, pero la había tomado. El Acuerdo buscó trasladar la iniciativa desde el pueblo a los partidos. Es claro el intento de restarle protagonismo y cambiar el balance de las fuerzas existentes.
Así, el Acuerdo de noviembre, considerando estos cuatro elementos, cambió la coyuntura abierta en octubre de 2019 pues fijó un antes y un después. Cambió la correlación de fuerzas, cambió el escenario, cambiaron los actores. Políticamente, la elite retoma la iniciativa y pone un itinerario político favorables a sus maniobras.
Sin embargo, la crisis política no está cerrada y hay en latencia tendencias que pueden cambiar nuevamente la situación, la coyuntura.
¿Qué es lo que viene después?
Lo primero que tenemos es que en enero y febrero hay un bajón de las movilizaciones. El propio Acuerdo fisura al movimiento popular porque comienza el debate entre quienes están por plegarse al itinerario fijado por el Acuerdo y quiénes lo rechazan y denuncian. La mayor parte de las organizaciones gremiales tradicionales y muchas asambleas se pliegan a la idea del Acuerdo como centro de la acción y de organización: «vamos a cambiar la Constitución de Pinochet» y la tarea del día es lanzar campañas por el Apruebo, organizar a la masa o al pueblo en función de esta ilusión y en torno al campo de lucha electoral, es decir, en el escenario institucional.
Luego el 8 de marzo, día la gran marcha, parecía mostrar un relanzamiento del movimiento popular copando las calles, no obstante, esa energía se disipará en los días siguientes. Las ambigüedades de algunas corrientes del feminismo, en particular de la coordinadora 8M, influyó en que esa energía se disipara pues en vez asumir una posición favorable a la reorganización autónoma del pueblo, termina aceptando solapadamente el itinerario institucional y aprontándose a participar en el proceso propuesto por la elite.
En el mismo marzo, en momentos en que la iniciativa política la recuperaban los partidos políticos, Piñera sale a la palestra con la dictación del decreto que instala en el país el Estado de Excepción bajo la forma de catástrofe. Piñera al declarar, a propósito de la pandemia, el Estado de Excepción intenta recuperar así la iniciativa política con relación a los partidos y comienza ahí un largo proceso que va desde marzo del 2020 -o inclusive desde el mismo 14 de noviembre del 2019- hasta hoy en que emerge una creciente contradicción entre los partidos políticos, expresión de lo que llamarán parlamentarismo de facto, y el gobierno qué debilitado, trata de recomponerse cometiendo errores pero también con algunos aciertos en medio de la crisis.
Así, mientras el pueblo y sus franjas más activas sufre los efectos de la discusión sobre el proceso convocado por la elite, se desata una lucha más o menos abierta entre parlamento y Ejecutivo.
Desde marzo, la pandemia se transforma en razón de estado, o mejor dicho en razón médico-sanitaria que fundamenta la instalación de un Estado de Excepción y de toda política. Es un dispositivo discursivo para el control de la población. Nos obligan a encerrarnos, se introduce una suerte de terror respecto del peligro de infección que porta cualquier otro: familiares, vecinos, pasajeros del metro, etc. Y el discurso que lanza la élite, sea el gobierno o los partidos, es que aquí se está cuidando la vida y por lo tanto hay que parar las actividades, hay que volver a las casas, “quédate en casa” es la consigna. Bajo la forma sanitaria y la idea de que el Estado y los partidos políticos nos protegen a nosotros, las personas, se agrega un segundo factor – el primero es el Acuerdo- que presiona al desarme y desarticulación de muchas organizaciones populares. Se abre entonces una nueva coyuntura en que es el Ejecutivo el que retoma ahora la iniciativa, el escenario se traslada desde el parlamento a las políticas sanitarias de administración gubernamental y la correlación de fuerza se inclina a favor de Piñera, mientras el pueblo es conminado a abandonar las calles, a abandonar las organizaciones y detener las movilizaciones. Las excepciones serán la marcha del 29 de marzo en Villa Francia y luego algunas manifestaciones del 1° de mayo convocadas por organizaciones de trabajadores autónomas como la AIT y la Central Clasista.
No obstante, el Estado de Excepción será episódicamente presionado desde el campo popular. Recordemos la explosión a nivel poblacional frente a la disminución de los ingresos absolutos producto del confinamiento obligado, con militares en las calles y toque de queda. Surgen la Ollas Comunes y también hay movilizaciones porque las cajas (de apoyo estatal) no llegan, o porque llegan y son mal repartidas. De trasfondo, una situación de larvada pobreza que se empieza a observar a propósito que la gente, sobre todo la gran masa precarizada que no cuenta con trabajos formales, no tiene posibilidades de generar ingresos y/o de recibir los subsidios que suponen estar registrado en la institucionalidad asistencial.
Esta situación estimula una suerte de explosión social que episódicamente recupera el protagonismo del pueblo pero que nuevamente se disipa en pocas semanas.
Seguido de eso, en julio, tenemos el primer retiro fondos de las AFP. Con la aprobación de la ley el Parlamento recupera de nuevo cierto su protagonismo frente al Ejecutivo; ganó el gallito con su posición de retiro del 10% de las AFP, plegando incluso a parte de la derecha e imprime una derrota política a Piñera y sus ministros. De nuevo el Parlamento aparece tomando la iniciativa en la coyuntura y de la forma que más le acomoda: los partidos políticos en representación y a favor del pueblo logran este retiro “contra el modelo de AFP”.
En paralelo, el gobierno había tomado algunas medidas, como el financiamiento de la pequeña empresa con el FOGAPE (Fondo de Garantía para Pequeños Empresarios) y medidas como préstamos blandos y subsidios que finalmente o implican nuevas deudas o se financian con el Fondo de Seguro de Desempleo, que al igual como los fondos de las AFP, es plata de los propios trabajadores.
Mientras se agudiza la disputa entre gobierno y Parlamento, el pueblo sigue sumido en un proceso de desmovilización y como se preveía, en los sectores más activos se verifican quiebres entre posiciones “republicanas” e institucionales que creen en el proceso, y aquellas que empiezan a plantear una posición más autónoma e independiente.
Otros sucesos que refuerzan estas tendencias en este largo año 2020 son el segundo retiro de las AFP que da otro respiro a los sectores populares menos precarizados, y el Plebiscito del 25 de octubre 2020, impuesto por los partidos.
En el Plebiscito de entrada la votación nacional, contra todas expectativas que anunciaban un desborde electoral, resulta en una tasa de participación del 51% del total del padrón electoral vigente al 2017, tasa prácticamente igual a la obtenida en las últimas elecciones presidenciales que se realizaron ese mismo año (49,02%). Sin embargo, la atención de todos los medios se pone en el 78% de votos obtenidos por la opción Apruebo: “el pueblo se ha pronunciado” y los partidos vocean la idea que casi el 80% del pueblo quiere cambiar la Constitución, y que ese es el verdadero contenido de la revuelta de octubre del año anterior. El mensaje es engañoso no sólo por el contenido – la demanda constitucional- sino por la supuesta mayoría popular: vocean el 78% del pueblo y omiten que se trata del 78% de los votantes y que por tanto esa tasa corresponde a menos del cuarenta por ciento de la población en edad de votar registrada por el padrón electoral.
Los operadores de los partidos políticos muestran el Plebiscito y sus resultados como un gran triunfo del Acuerdo por la Paz, y lo es pues se trata de una «salida por arriba» pues se controla y disipa la energía popular, se le encapsula en los marcos institucionales y se plantea que el pueblo se ha pronunciado masivamente por esa idea vacía “de cambiar la Constitución”. Y se amarra este triunfo con la idea que ahora lo que debe ocupar todas las energías populares es la elección de los constituyentes. Se muestra el triunfo del Apruebo como genuino triunfo del pueblo – del Chile democrático- y ahora la clave es garantizar representación en la elección de los constituyentes. Y toda la discusión se centra a partir de octubre y meses siguientes, en el número de constituyentes, el cupo de los pueblos originarios, de los independientes, etcétera, todo lo cual se realiza en la escena de las instituciones y de la mano de los mismos actores que nos gobernaron 30 años.
Este proceso continúa y los partidos, enfrentados a Piñera, siguen retomando “la iniciativa”, mantienen su lugar como el actor político preeminente de la coyuntura abierta en torno al plebiscito. El gobierno intentando ocupar algún espacio allí, pero por lo menos hasta entrado este año, no ha logrado posicionarse.
Mientras la tendencia a la desmovilización en el pueblo sigue más o menos sin cambiar, salvo pequeños núcleos activos que mantienen las organizaciones de base y particularmente la lucha por la libertad de los presos políticos. Las Asambleas, que en noviembre de 2020 tenían ochenta o más personas, hoy día solo convocan al activo político-social: 15 o veinte compañeros y compañeras que tratan de mantener el activismo, de mantener las calles, de mantener la idea de que el pueblo no tiene que perder la iniciativa, que tiene que organizarse, autoconvocarse y desarrollar una línea independiente respecto de los partidos. Las propias Asambleas se entrampan en una discusión atravesadas por el ilusionismo que les permitiría nombrar candidatos a la convención constituyente. Es evidente entonces, el impacto negativo para los de abajo y sus franjas más avanzadas del Acuerdo del 14 de noviembre, un efecto desarme en el estado de ánimo, en la organización, en la fuerza, en el activismo… todo muy difícil pero no imposible de remontar.
Este recorrido – aunque no la coyuntura- termina con lo que podríamos llamar el momento inicial de este año 2021, cuando el 11 de enero se inscriben, vía patrocinio en el SERVEL, más de 2.500 o 3.000 candidatos para gobernadores, alcaldes, concejales y convencionales con situaciones sorprendentes, para no decir ridículas dado el sistema de selección que rige el Plebiscito. El caso paradigmático es el distrito 10 de Santiago donde se inscriben más de siete u ocho listas de “oposición”, incluidas organizaciones que tenían un discurso muy rupturista y que por encanto terminan seducidas por un sistema tramposo que le ofrece su “minuto de fama”. Ridículo, por ejemplo, que la misma Coordinadora 8M inscriba dos candidatas en el mismo distrito 10, que competirán entre sí en vez de haber dado lugar a otras organizaciones o hacer un esfuerzo por concentrar votos en una postulante. En el mismo sentido el MAT-Centro (Movimiento por la defensa del Agua y los Territorios, zonal centro), qué a pesar de un discurso hiper radical, termina en la institucionalidad. Otras como No + AFP o el PC, cuyas posiciones electoralistas vienen desde antes, no hacen ningún viraje y sólo siguen su línea haciendo la vista gorda de las trampas de la elección. Del mismo modo, otras organizaciones más pequeñas, que sumadas presentan una hemorragia de listas y candidatos para las elecciones y que objetivamente sólo contribuirán a un nuevo triunfo de la derecha unificada en una sólo lista para la convención.
Así, sin siquiera poner en duda la honestidad de aquellos sectores que creen posible cambiar la Constitución y el modelo usando la vía ofrecida por la elite, una mínima racionalidad electoral – la que exigía su unidad para transformar la energía popular en una potente manifestación republicana electoral, democrática-, simplemente no pudieron siquiera colocarse de acuerdo. Conducen entonces al pueblo otra vez al cadalso. No sólo porque lo desmovilizan, sino porque el camino institucional que le ofrecen va a terminar en un fracaso. No sólo porque los partidos políticos tienen la sartén por el mango – incluyendo al candidato independiente que les conviene, o impidiendo con la legislación los acuerdos entre listas independientes o no negándose a ampliar los cupos reservados, etc.- sino que, adicionalmente, porque una dirigencia miope, acaso oportunista (como es el caso paradigmático del Distrito 10), fue incapaz de dejar de lado sus intereses grupales otorgando una ventaja decisiva a las “dos derechas” que, al amparo de un sistema de selección que favorece a la lista más votada, logrará la mayoría de convencionales. En efecto, incluso aunque las listas de la oposición en sentido amplio sumaran una mayoría de votos, la selección de convencionales va a conducir a que la cantidad de representantes para esa “Convención Constitucional” implique una subrepresentación. Esa irracionalidad no ajena al narcisismo de nuestras dirigencias -porque una cuña en la televisión confunde, los hace creer artistas con su minuto de gloria- efectivamente lleva al pueblo al fracaso. El cretinismo de esa política, qué si bien podía haberse llevado de manera seria, inteligente, va a hacer que el pueblo legitime con sus votos dispersos el triunfo de la elite, que la derecha logre el tercio cuando no el 40-45% de los electores de la Convención Constitucional.
Si uno hiciera un balance desde el 14 de noviembre hasta el día 11 de enero, cuando se inscriben los candidatos a constituyentes, se pueden relevar tres hechos:
1.- La élite, en términos tácticos, aunque no estratégicos, ha logrado conjurar, mitigar, este proceso de constitución del pueblo que venía desde octubre 2019 hasta marzo del 2020, sobre todo durante los últimos meses del año 2019.
2- La élite ha impuesto el itinerario y tiene la iniciativa. Con una élite que está en el gobierno y en el Parlamento, las clases dominantes maniobran tratando de evitar daños y controlando la iniciativa política. Es cierto que el empresariado carece de unidad por cuanto carece de una solución estratégica, pero apoya la solución táctica (“la salida por arriba”).
Como contracara el pueblo ha sufrido embates. Es cierto que se mantienen las movilizaciones todos los viernes en la Plaza Dignidad y que se hacen movilizaciones en otros lugares. Todavía hay una franja mínima que se mueve y mantiene las asambleas. Es cierto que la Campaña por la Libertad de los Preso Políticos que impulsó la Coordinadora 18 de octubre y otras organizaciones fue un éxito. Pero en realidad, la gran fuerza que había manifestado el pueblo, esa masividad en todos los lugares de Chile claramente ha disminuido. Y si no fuera por la sostenida activación del Wallmapu, el impacto de la recuperación de la iniciativa política por parte de la élite sería mucho más severo.
3.- La izquierda confiada y los gremios tradicionales han entrado en una senda de capitulaciones. El test ácido, la mejor prueba de la capacidad política que tienen los partidos políticos, los actores políticos, es la práctica política. Si se revisa la acción política de la izquierda y gremios tradicionales, solo constatamos titubeos, vacilaciones, frente a la iniciativa política de la élite. Ahí tienen a la dirección del PC, que primero se niega a participar en el Acuerdo de noviembre, pero después termina llamando a crear comandos por el apruebo y levantando candidatos a la Convención Constitucional. Al principio titubea -como en 1987-88- pero finalmente se impone su línea tradicional republicana que, sin embargo, pretende adocenar con un llamado “desbordar la Convención con las masas”, pero, como hemos visto hasta hoy, se trata de pura retórica pues por ningún lado se ven esfuerzos por organizar fuerzas que pudieran implicar ese desborde. En realidad, hasta ahora, el único desborde es Desbordes. Para que decir con los gremios, en particular la CUT, cuya presidenta termina como candidata a constituyente. Durante todo el año 2020 hasta hoy, lo único cierto es la absoluta ausencia de la CUT y su ostensible debilidad se ha hecho sentir incluso en su mejor escenario que es la negociación anual del reajuste de los salarios del sector público. Así, la izquierda institucional y sus gremios tradicionales francamente no han dado el ancho y en general se han plegado, cual más cual menos, a la iniciativa de la élite. Han seguido una táctica claramente derrotista.
Por otro lado, vale la pena repetirlo, varias organizaciones sociales, incluso las más radicales como las ya mencionadas 8M y el MAT-Centro y otras iniciativas ambientalistas como un sector de MODATIMA, han terminado también plegadas a esta lógica. Y lo peor es que lo ha hecho a sabiendas que es un proceso tramposo y limitado porque todas saben, por ejemplo, que no se pueden discutir los Tratados Internacionales, ni los acuerdos de libre comercio firmados por Chile, o de la imposibilidad de cambiar los quórums definidos, todo lo cual pone en cuestión la soberanía misma de la Convención Constitucional. El narcicismo y la irresponsabilidad política de sus direcciones han sido los mejores aliados para los de arriba pues les han facilitado actuar sobre un campo propicio para aislar y reprimir a las pocas fuerzas organizadas que denuncian la farsa del proceso constitucional.
Termino entonces, diciendo que el balance no es muy positivo. Por ahora por lo menos, la iniciativa la lleva la élite, sin un sentido estratégico pero sí con un sentido táctico en medio de un derrotismo de la izquierda y los gremios tradicionales y de una suerte de irracionalidad total y oportunismo de las direcciones de los movimientos de impulso rupturista que terminaron plegados al proceso institucional.
P: En relación con el tema de los constituyentes ¿Cuál es la respuesta que se espera del pueblo ante estas elecciones?
R: Acá voy a mezclar análisis con voluntad, porque para nosotros, me refiero a todos quienes hemos planteado cambiar el orden social y que se han afanado en construir fuerza social e intentar subvertir el orden del capital y construir un orden emancipado, la política no es ciencia, la política no es una disciplina que uno estudia y que después aplica con ciertas categorías. No, la política es una práctica y esa práctica tiene dos dimensiones. La primera es la dimensión interpretativa del momento, es decir, el esfuerzo por comprender “para dónde va la micro”, por decirlo coloquialmente; por entender el momento que vive el país, entender la contradicción y sus formas, entender al movimiento de masas, entender a los partidos políticos, las capacidades que tienen las élites para poder mantener su orden de dominación. Pero, por otro lado, la política también es creación. La acumulación, construcción de fuerzas supone una “fuerza para”… Fuerzas para cerrar y abrir coyunturas, para disputar la iniciativa de las clases dominantes, para transformar las crisis políticas en salidas a favor del movimiento popular, y eso no está escrito, es resultado de la voluntad colectiva, de la inteligencia, del talento que reside en las organizaciones populares y sus franjas más avanzadas; en fin, fuerzas para imaginar la política, la táctica, la acción y aunar voluntades y disponer recursos. Se trata de tensionar y organizar las fuerzas para abrir u obrar sobre coyunturas que impliquen desenlaces a favor del pueblo, por cierto, orientadas por una perspectiva estratégica de la emancipación la cual, sin duda, parte de una cierta interpretación del momento político.
Desde ese punto de vista, hay una mezcla entre la razón que interpreta, por una parte, y la razón que moviliza fuerzas para abrir coyunturas, por otra. Por eso, la política para nosotros es un “arte”, no es una ciencia, no es algo que se estudie en la universidad. No estamos hablando de ciencia política, estamos hablando del arte de la política, y es bueno señalarlo, pues para las fuerzas de izquierda que buscan la emancipación en el arte de la política se juega todo.
Hay que jugar el cuerpo, hay que jugar tiempo, hay que jugar esperanza, hay que colocar entusiasmo, hay que colocar racionalidad y voluntades. Digo esto, porque esta es una Escuela de Formación Política y quienes están participando acá lo saben pues ¿cuántas veces “se la han jugado” cuando se han tomado los colegios o las Universidades, cuando han debido elaborar ideas impulsando y discutiendo qué hacer con la educación, con el control popular de la educación o preguntándose qué universidad queremos? Innumerables veces.. En fin, sabemos que ninguna de estas preguntas se resuelve solo a nivel de las aulas, significa también acción política destinada a acumular fuerza social organizada para, sobre esa base, imaginar otras posibilidades.
El movimiento universitario en este momento, lo digo con todo cariño, está bien disminuido en todo el país porque no tienen el espacio “natural”, tradicional, donde desenvolverse y construir. El primer problema hoy entonces es responder la pregunta ¿cuál es el espacio desde donde se puede reconstruir la fuerza universitaria y elaborar el concepto de universidad ajustado a las condiciones actuales? Tal vez no necesitamos el espacio de las aulas, tal vez deberíamos estar llamando a los estudiantes universitarios a hacer trabajos voluntarios, a construir una política sanitaria popular, a apoyar los esfuerzos económicos y de seguridad alimentaria en poblaciones y campos, a impulsar campañas de alfabetización o luchar contra la desescolarización que ha afectado a nuestro niños y jóvenes. No lo sé. Lo dejo planteado ahí para que se entienda esta idea de la política como acción que debe imaginar posibilidades, la política que no es una pura cuestión científica.
Dicho esto, creo que para abordar la pregunta teniendo en cuenta lo señalado, uno podría plantearse, primero, entender la naturaleza de la crisis por la cual está atravesando el país. Y aquí hay que hacer un esfuerzo racional muy fuerte y entenderlo con mucha profundidad, porque con esa profundidad, más la calibración de las fuerzas disponibles, es posible imaginar salidas frente a esta ofensiva y a la iniciativa que, en este instante, está controlada por la élite.
Hay dos entradas a esto. Una que refiere a un análisis centrado en lo que podríamos llamar lo económico-social, con el patrón de acumulación de la formación económico-social, y otra que se relaciona con lo político, es decir, con la forma en cómo se administra el poder, con las instituciones que permiten a las clases dominantes ejercer y reproducir el poder. La primera se refiere a la fase, mientras la segunda refiere al período político.
Si se analiza la crisis a nivel de fase, es decir, centrando el análisis en el proceso de acumulación de capital, podemos afirmar resumidamente que hay un agotamiento del patrón de acumulación que se instaló en Chile hace medio siglo con la contra revolución neoliberal. En rigor hace mucho rato que viene manifestándose su agotamiento. Ya no se crece al 8% o al 10% por año sino al 2 o al 3, y se han atravesado crisis importantes generadas tanto por la situación internacional como por falencias internas del sistema. Desde ese punto de vista, uno podría afirmar que estamos asistiendo a un largo agotamiento del modelo de acumulación neoliberal. Para tener un símil histórico recordemos que también fue un largo proceso de agotamiento el vivido por el modelo de sustitución de importaciones desde mediados de los años sesenta del siglo pasado y que culmina con el gobierno de la Unidad Popular. Algo similar está pasando ahora. Si esto es así, entonces una pregunta clave frente a este agotamiento es: ¿Qué modelo económico, qué patrón de acumulación, qué forma de acumulación alternativa, imaginan la burguesía y los grupos económicos?
Al menos distingo dos posiciones gruesas. Hay algunos que, conscientes de la profundidad de este agotamiento, están buscando salidas, y hay otros que tratan de resistir, de mantener el patrón de acumulación y que operan con horizontes de muy corto plazo. En este último caso, la patronal está enfrentando la situación de crisis con lógica de rapiña: disminución de los salarios y costos de la fuerza de trabajo, disminución de los gastos inmobiliarios porque a la gente se le despidió o se les envió a trabajar a sus casas, alzas de precios y uso de mecanismo de corrupción generalizados. La crisis la están pagando los trabajadores con los dos retiros del 10% de las AFP y el financiamiento del Seguro de Desempleo. Hay una burguesía que frente al agotamiento del patrón de acumulación han aprovechado esta crisis para recuperar sus tasas de ganancia cuyo efecto ha sido el aumento de la precarización, la pobreza y la desigualdad. Son unos simples chupasangres. Venden la ilusión con los retiros de los fondos de AFP que saben significan pan para hoy y hambre para mañana, pues, los retiros de un 10% y otro 10% -y probablemente un tercero- o la utilización de los fondos de cesantía, no sólo empeorarán las pensiones futuras sino también las condiciones generales de existencia. Estos sectores, con una lógica de la rapiña, han disciplinado al mundo del trabajo por la vía del desempleo, de la sustitución y precarización de la fuerza de trabajo; aumentando la productividad y sobreexplotando a haitianos, dominicanos, peruanos, venezolanos que cubren una parte significativa de los empleos precarios.
Pero hay otra franja de la burguesía domestica más inteligente – pero no por ello menos rapaz- que episódicamente ha planteado la necesidad de impulsar algunas políticas redistributivas; no operar con la pura rapiña sino buscar acciones que eviten ahondar la crisis política y social existente.
Pero cualquiera sea el caso, el punto está en que ambas franjas de la burguesía carecen en este instante de una salida estratégica frente a esta crisis estructural que vive el patrón de acumulación. Y esto se explica fundamentalmente por condiciones geopolíticas internacionales que ligan a los patrones de acumulación domésticos con la dinámica del capital mundial.
La pugna aún no resuelta entre China y sus aliados y Estados Unidos, no permite perfilar con detalle el nuevo orden mundial ni responder con precisión el rol que juega América Latina (AL) en dicho nuevo orden. No está claro hoy.
En el caso de EE. UU. – ahora con Biden en el gobierno – al parecer se retomaría la estrategia globalista que había seguido Estados Unidos en la última década. Mientras, por otra parte, es una posibilidad cierta que el nuevo orden mundial se funde en la hegemonía del neo imperialismo chino que se ha mostrado dispuesto a llenar el vacío dejado por Trump. Y digo imperialismo chino pues no creo en declaraciones de un respetuoso multilateralismo: China no tuvo ningún problema en apoyar la dictadura de Pinochet en 1973, ni apoyar el golpe de Estado de Añez contra Evo hace menos de un año. La diplomacia cínica no nos ha sido ajena en nuestra historia: la practicó EE. UU. cuando apoyó las luchas independentistas de AL contra España. Por ello, confiar en una retórica de integración benigna al dominio chino es demasiado arriesgado, sobre todo considerando las exigencias objetivas que impone la dinámica y escala de acumulación que caracterizan a la China actual.
Teniendo en consideración lo anterior, las preguntas claves más específicas serían: ¿Cuál es el rol que cumpliría Chile en el proceso de consolidación de China como potencia hegemónica del nuevo orden mundial? Y como reflejo especular: ¿Cuál es el papel que cumple Chile y América Latina en los esfuerzos de los globalistas estadounidenses por ralentizar el proceso de decadencia de EE. UU.?
Como hay un empate relativo a nivel de la geopolítica mundial, aquí en Chile las clases dominantes criollas, fundamentalmente dependientes y sin vuelo propio, están faltas de una perspectiva estratégica que oriente su accionar frente a la crisis del patrón de acumulación neoliberal doméstico. Están expectantes tanto como perplejas.
Si ustedes escuchan a von Appen o a Luksic, o a Sutil, van a encontrar esas diferencias. Hay una situación expectante en medio de un interregno geopolítico qué, para las burguesías dependientes, significa que todo está en suspenso: «no tenemos un proyecto estratégico, lo que sí tenemos es proyecto táctico de tratar de defender nuestros intereses y aplicar la lógica de rapiña para tratar de disminuir los costos de la crisis». El agotamiento del patrón de acumulación es estructural y no hay solución del mismo carácter, estructural. Esto significa que la crisis larvada que vive este país no solo nos va a acompañar este año 2021 o el 22; será mucho más larga y no es implausible se extienda diez años más mientras no se resuelva esta interrogante. ¿Para dónde va Chile? ¿Cuál es el modelo alternativo, cuál es el modelo que sustituye al patrón de acumulación neoliberal? Formulaciones de una misma pregunta estratégica.
Por otra parte, si dejamos la fase y entramos ahora por lado de lo político se nos aparece la crisis política. Pero a un cierto nivel de abstracción lo político se relaciona estrechamente con el conjunto de dispositivos del poder económico, con lo económico. Y simplificando una idea de Marx, diría que todo orden económico social requiere de formas institucionales superestructurales: un tipo de derecho, de judicaturas, de instituciones políticas, reguladoras, policiales, etc.; de todo un entramado “superestructural” que haga posible el funcionamiento regular de la acumulación y sus formas. Y en este entramado, el sistema político es central.
En particular, el sistema de partidos políticos en una sociedad liberal burguesa en forma cumple la función de representación de los intereses de las clases; los representa en el Parlamento, un lugar en que los procesa políticamente. Pero no es una pura representación sino además opera como dispositivo de mediación entre la sociedad civil y la sociedad política, el Estado. Inserto en la sociedad viva, los partidos, se dice, captan los conflictos, los codifican, los procesan disipándolos o regulándolos vía leyes, incluida la represión que se concreta en connivencia con el Ejecutivo.
Lo que ha pasado acá en Chile es que la crisis del sistema político, en particular del sistema de partidos políticos, se manifiesta en que éstos partidos se han convertido en grupos con intereses corporativo que, como ha dicho Sergio Grez, conforman una casta política que se auto reproduce. Esta casta política tiene intereses propios y ya perdió toda la capacidad de representación e inclusive de captar, de anticipar, los conflictos sociales. Los partidos políticos no saben lo que ocurre en la sociedad, se han escindido de ella y ya no funcionan con células, bases, núcleos organizados en los sectores sociales. Lo mismo con las centrales sindicales o gremiales, verdaderos cascarones de burócratas muy poco metidos en los procesos reales. Les pasa lo mismo que al ministro de salud Mañalich que confesó que no saber que había tanta precariedad en las casas, en los hogares y que por ello las cuarentenas no consideraron el impacto indeseado: que la gente no pudiera trabajar y obtener ingresos.
Así, el sistema de partidos políticos – y el sistema político- carece de la capacidad y prestancia para responder y gestionar la crisis actual que es también su propia crisis. Esta impotencia se agrava por la percepción de la población de su corrupción, que funcionan para sus propios intereses, que no representan a nadie y que la democracia, finalmente, no vale nada. No son treinta pesos, son treinta años. Esa crisis releva lo que podría enunciarse – apelando las categorías del análisis político muy usuales en la izquierda revolucionaria- como un cambio de período político caracterizado por una trizadura simultánea del régimen político y del bloque en el poder.
La trizadura del régimen político es la crisis del sistema de partidos y demás instituciones que ya hemos mencionado.
Por el lado del bloque en el poder – una alianza de clases, fracciones de clase y otras categorías sociales como la tecno burocracia, el clero, los altos mandos de las FF.AA., etc., la trizadura se verifica como una ruptura en los consensos básicos que las clases dominantes habían sostenido desde la transición, desde la dictadura de Pinochet hasta hace muy poco. Es la ideología del neoliberalismo como forma civil de vida y gestión del poder; esa que inclusive funcionó con administradores de izquierda: el Partido Socialista, el PC que compartieron escaños en el Parlamento junto a la derecha recalcitrante y luego puestos ministeriales en la administración Bachelet. Es ese bloque en el poder que se constituye en la transición, el que se triza por contradicciones internas que se manifiesta en las rupturas de Renovación Nacional, de la UDI, del PDC y de la propia izquierda legal integrada.
Hay también, evidentemente, contradicciones del bloque en el poder que alcanzan a sectores civiles y militares. Dentro de la propia burguesía, no es lo mismo la opinión de Sutil, la de Luksic, de von Appen, la de Paulmann o la de la familia Calderón. Y las Fuerzas Armadas y policiales, corroídas por la corrupción existente y ejerciendo diferentes grados de autonomía relativa respecto del poder político, expresan de un modo mucho más grave este quiebre del bloque en el poder.
En este contexto de contradicciones más o menos profundas, el bloque en el poder sólo se unifica tácticamente en la defensa de sus intereses inmediatos. Las Fuerzas Armadas por el orden institucional y la seguridad; la tecno burocracia política clama por el orden político y el rol de los partidos, y los grupos económicos por la propiedad y la libertad privadas, todos intereses más o menos inmediatos que no logran articularse en un proyecto para Chile.
Y como telón de fondo, no puedo dejar de mencionar una dimensión que releva una crisis, que afecta, por decirlo de algún modo, a las placas tectónicas que han sostenido por siglos a la sociedad chilena y a sus elites dominantes.
La conquista de América Latina se hizo sobre la base de dos instituciones que han perdurado 500 años y que siguen metidas en la subjetividad del pueblo. La espada, símbolo de la fuerza militar, la que conquista y somete a los cuerpos; y la cruz, que “seduce” los espíritus, especialmente de los pueblos originarios a los que se le reconoce la calidad de “hijos de dios” pero susceptibles de encomienda pues viven en un estadio de desarrollo inferior respecto de Europa. En 300 años de régimen colonial, de la espada se constituirán los ejércitos, las fuerzas armadas, etc., y de la cruz, las iglesias, las leyes de familia, las escuelas y demás instituciones del orden cultural. Después, en las revoluciones burguesas independentistas de nuevo serán la espada con el ejército liberador, con San Martín y O’Higgins; y la cruz con la iglesia opuesta al dominio de la corona con Camilo Henríquez, los símbolos del nuevo momento fundante. Y hace poco, luego de otros 200 años de republicanismo, el bicentenario puso nuevamente al ejército y la iglesia como las instituciones que conforman del alma de lo chileno, de Chile. Lo impresionante, sin embargo, es que en estos últimos años se develó una fisura telúrica de la majestad, de la prestancia, de estas valientes e inmaculadas instituciones que han monopolizado por siglos la fuerza material y espiritual con que ha funcionado la sociedad chilena.
Hoy no solo está en crisis el sistema político, sino también sus instituciones fundantes. Las fuerzas armadas no tienen ninguna prestancia para asumir que encarnan los intereses de la chilenidad o del país, que son la última “reserva moral de la sociedad” como lo dijeron en 1973 cuando dieron el golpe. No sólo genocidas, sino corruptos y traficantes de la peor especie. ¿Y la iglesia? Esa institución que se prestó en otras ocasiones como mediadora y pacificadora de los espíritus para que los chilenos encontraran los caminos de la paz y la reconciliación, hoy simplemente está invadida por pedófilos, abusadores y corruptos….
La crisis que estamos viviendo hoy día incluye diferentes niveles. Por una parte, una crisis a nivel de fase, un agotamiento del patrón de acumulación; y por otra, una crisis a nivel de período, las trizaduras del régimen político y del bloque en el poder, y ambas sin salida estratégica. ¡Y todo esto en medio de una crisis cultural que afecta las bases biográficas de este invento de las clases dominantes llamado Chile! ¿Qué duda hay que estamos hablando de un país al borde del abismo?
En suma: la ineptitud de los partidos políticos; la mediocridad de los académicos y los intelectuales; la venalidad de los tecno burócratas del Poder Judicial, del Estado, de los medios, de los colegios profesionales; el instinto depredador del empresariado y la chatura fanática de la oficialidad de las FF.AA., nos están llevando simplemente al abismo. No tienen ninguna propuesta real y plausible para esta crisis. Y ni que decir los partidos políticos de la izquierda y los gremios tradicionales cuyas limitaciones acumuladas desde la transición, les impide siquiera comprender la crisis nacional. No están a la altura de las circunstancias y parecen congelados en sus propios miedos; y sea por indolencia o ingenuidad, inclusive se dan el lujo de las irracionalidades que he mencionado anteriormente.
Sin embargo, esta impotencia de los partidos políticos y de los gremios tradicionales, no nos tranquiliza; al contrario, nos pone en riesgo y debemos actuar. Como sabemos el país también está sitiado y sometido por una lógica de acumulación mundial salvaje que atenta contra las bases naturales, sociales y comunitarias e incluso cognitivas que permiten la propia vida humana. El capital se ha vuelto el gran Leviatán que amenaza la vida y cualquier compañero o compañera, cualquier persona de buena voluntad, con una mínima sensibilidad y respeto a la vida humana, debería escandalizarse y pasar de la palabra a la acción. Hay que levantar una alternativa propia del pueblo frente a esto, frente a esta barbarie y al suicidio colectivo.
El pueblo tiene el derecho a la autodefensa, a defender su vida, sus formas sociales y comunitaria, sus condiciones naturales y sus capacidades cognitivas de existencia. Esta es una conclusión obvia si es que entendemos la profundidad de esta crisis; se funda en la razón y en un sentido ético que antepone la vida digna a la vida precaria, la vida basura y el lucro.
Para decirlo directamente: el único que puede salvar al pueblo es el pueblo mismo. No serán los representantes – los profesionales pagados de la política- como se planteó en la democracia del siglo XX o los líderes republicanos como en los albores de la fundación de este país los que defenderán al Pueblo. Tampoco sus instituciones fundantes como el ejército y la iglesia o la tecno burocracia que vive en función del mercado o los reproductores de las ideas basura del sistema. Solo este pueblo -el mismo que ha sido intoxicado de neoliberalismo, que ha sido sometido y reprimido- puede abrir ventanas de rebeldía cuando en determinados momentos da manotazos al poder como en nuestros días; manotazos que abren claros en los cuáles es factible emerja una lucidez colectiva, aunque sea transitoria, feble. Como hemos dicho en otras ocasiones, la contrarrevolución neoliberal ha madurado y no tiene nada más que ofrecer. Por ello, estos manotazos que agitan el espíritu de rebeldía y la voluntad de decir “¡basta!, esta cosa no está funcionando”, son cada vez más recurrentes y sostenidos, facilitando la acumulación de fuerza social, teórica y política.
Esto lo podría resumir bajo esta fórmula: si ese es el diagnóstico ¿qué nos queda hacer a la gente qué como ustedes, como nosotros, en diferentes lugares, durante años, hemos estado tratando de levantar organización popular? Simplemente asumir la tarea propia de las franjas más avanzadas: contribuir a la constitución del pueblo como sujeto político. Y hoy estas franjas más avanzadas, como ayer lo fueron los colectivos estudiantiles o los colectivos de trabajadores en los cuales participé, corresponden a las organizaciones populares de base existentes: las Asambleas Territoriales. Cualquier espíritu atento, talentoso – no quiero decir con esto súper dotado sino cualquier espíritu sensible al mundo que tiene al frente- no tiene más opción que asumir esta tarea.
Lo que se observó en la coyuntura del 18 de octubre y en las siguientes, es que este manotazo del pueblo permitió, por una parte, socializar una cierta idea de los malestares y demandas colectivas, y por otra, dio paso a formas particulares de organización ancladas a espacios vitales y locales. Si bien es cierto como afirma Goicovic, la revuelta no devino rebelión, por lo menos, dejó en evidencia dos posibilidades propias del proceso. Si distinguimos entre potencia -lo posible contenido en la situación- y el acto -la realización de ese posible-, entonces la revuelta popular mostró que el conjunto de malestares manifestados, de ideas enunciadas, de demanda que el pueblo articuló, pueden constituirse en una Plataforma Popular y suministrar ideas para un Programa por la Emancipación. Y a la vez que el pueblo, superando las formas tradicionales de agrupamiento, innovó impulsando formas de organización ancladas a sus espacios vitales que, mirados en perspectiva, son una rica fuente potencial de poder popular territorial.
Así, lo que se concluye para el periodo y que cualquier persona empeñada en la construcción de fuerzas para la emancipación puede verificar, es que la crisis política hizo fructificar los esfuerzos destinados a transformar en acto lo que está en potencia. Y eso significa constituir al pueblo en sujeto político, levantando sus demandas e ideas, su verbo, y fortaleciendo sus formas locales de organización.
Con todo, entonces es evidente que bajo ciertas condiciones propicias el pueblo podría constituirse en sujeto político; tal posibilidad quedó inscrita como potencia en las movilizaciones y luchas de octubre y meses siguientes.
Sin embargo, es necesario distinguir entre lo táctico y lo estratégico. Constituir al pueblo en sujeto político significa que es capaz de pronunciarse sobre sus necesidades genuinas, de plantear una forma de organizar la sociedad para satisfacerlas y promover una ética en que los talentos y las potencialidades humanas sean el centro, y que, además, se disponga subjetiva y materialmente como fuerza política para concretar tales fines. Y esto sin duda es una cuestión estratégica; es un horizonte. Construir un pueblo como sujeto es todo un proceso y sirve como criterio principal para evaluar si lo que hoy hacemos, sea en el período o en la coyuntura, es o no coherente con ese horizonte y los fines estratégicos.
Este pueblo desde octubre habla y piensa en voz alta, y mucho de su verbo, de sus necesidades y anhelos, deberán considerase en el Programa de la emancipación chilena, que además tendrá que mezclarse con las necesidades y procesos emancipatorios de los otros pueblos, originarios y latinoamericanos.
¿Y cómo “bajamos” todo esto a nivel de la táctica?
En cierto: más allá de enunciados generales no sabemos ni tenemos consensos colectivos respecto a qué tipo de socialismo vamos a construir o qué tipo de sociedad queremos, tampoco si queremos o no queremos un Estado o qué tipo de Estado; si la contradicción principal es capital-trabajo o capital-vida, o cómo nos vamos a arreglar en lo inmediato con el extractivismo rentista ni cuáles serán los alcances prácticos de una nueva relación con la naturaleza. Sobre todos estos problemas no hay acuerdos ni tampoco podremos zanjarlos prontamente, pero sí hay consensos sobre un conjunto de demandas inmediatas: queremos la libertad a los presos políticos, la disolución de las fuerzas policiales represivas, la reformulación del sistema clasista, patriarcal y racista de justicia; queremos controles al extractivismo, redistribución de la riqueza, impuestos a los más ricos, educación y derechos sociales gratuitos y de buena calidad, etcétera. Es decir, hay una serie de demandas que, si bien sólo asoman el Programa de Emancipación, sí son Plataformas de Lucha para el período.
Por otra parte, es evidente que la idea estratégica de constituir al pueblo como sujeto político, se traduce en la tarea inmediata de fortalecer y unificar a las franjas más activas del movimiento popular. Organizar y agrupar políticamente a una franja de ese pueblo – los colectivos juveniles, los sindicatos rupturistas, el feminismo popular, las organizaciones territoriales de base, las radios populares, las organizaciones ambientalistas, etc. – es un objetivo táctico urgente para el periodo. Hay ahí una fuerza, qué si bien no copa al conjunto del pueblo, si constituye una delgada franja avanzada desde la cual lanzar las campañas de lucha por las demandas populares – nacionales y locales- y los llamados a la unidad política y social del pueblo. Y esta táctica es perfectamente factible de traducir en acciones políticas específicas que permitan intervenir en la coyuntura.
Mas específicamente, para el período en curso, es decir, teniendo como horizonte táctico el plebiscito de salida a realizarse a mediados de año 2022, se requiere con urgencia la configuración de una referencia político-social que asuma las tareas de orientación táctica por fuera de la institucionalidad y opuesta a la asumida por las organizaciones políticas y sociales incorporadas al proceso constitucional. Para esto debe apelarse al activo social y la experiencia de las organizaciones en lucha: asambleas, colectivos, organizaciones político-sociales y militancia político-social independiente. Este referente público debe levantar una política de acumulación de fuerza sobre la base de la activación de la organización y luchas populares centradas en demandas nacionales y locales inmediatas y en las demandas mediatas por el protagonismo popular y las ideas fuerza que enuncien un nuevo modo de vida.
En sentido estratégico: desarrollar lo que está en potencia, transformar al pueblo en sujeto político. En términos tácticos: unificar a las franjas más avanzadas, aquellas que han estado luchando, han mantenido su independencia y se muestran dispuestas a defenderse, resistir, este proceso desarme y fragmentación en que nos metió la élite. Y en este contexto, enfrentar la “salida por arriba” a la crisis política implica numerosas y diversas acciones específicas para la coyuntura: desde la denuncia de las prácticas clientelistas hasta el empeño por unificar y sintetizar las experiencias y demandas de los diversos sectores y localidades, pasando, por cierto, por las movilizaciones nacionales, regionales y comunales. Y aprovechando que estamos con la Radio La Revuelta, también impulsar la coordinación y desarrollo de una infraestructura periodística, informativa y comunicacional, nacional, independiente y propia del campo popular. Este esfuerzo, si bien se afana en romper el cerco informativo, además debe proyectarse en la producción de contenidos que resistan la intoxicación subjetiva y a la vez permitan la construcción de fuerza sectorial que levante un proyecto por una nueva ley de medios.
En fin, no puedo abundar más. Sólo considérese que las categorías sujeto y proyecto; fase, período y coyuntura; y fuerza social, fuerza teórica-programática y fuerza política, son las categorías que hay que aprender, aplicar y desarrollar. Y como ya lo decíamos al principio, poner un horizonte estratégico y fijar ciertos objetivos tácticos para el período, expresan la voluntad de intervención y creación de posibilidades. He ahí el arte de la política, oficio voluntario en que nos afanamos las y los constructores de alternativas emancipatorias.
Chile, 05-05-2021.
[1] El autor –Rafael Agacino- es Investigador independiente; educador popular.
[2] La presente versión corrige y amplia el artículo aparecido en el libro de J.C. Gómez Leyton: “¿Qué pasó con la Revuelta Popular de octubre 2019?”, Ediciones Escaparate, Concepción, marzo 2021. Esta versión como la anterior, por tratarse de una revisión y resumen, naturalmente exime a Guillermo Correa de responsabilidad sobre su presentación final. La transcripción original del compañero Guillermo se puede encontrar en https://www.elclarin.cl/2021/02/05/segunda-jornada-de-la-escuela-de-formacion-politica-18-octubre-exposicion-de-rafael-agacino/.
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