Medellín, Combia, 1987: Memoria de un año de terror
por Reinaldo Spitaletta (Colombia)
8 años atrás 4 min lectura
Después del triple asesinato del 25 de agosto de 1987, en Medellín, le escribí una carta a un imaginario amigo exiliado en París: « Hoy, en esta ciudad de Latinoamérica, nos consumimos por la tristeza y la cobardía. Vivimos agazapados, bajo tierra como topos, porque si levantamos la frente, nuestro cerebro puede quedar estampado en la pared, como cucaracha después del zapatazo».

Era un tiempo de terror, como otros que llegarían después, en una ciudad sometida a los vaivenes de la crisis industrial, el ascenso y consolidación de la mafia, y, en un marco geográfico más amplio, el desenvolvimiento a su amaño del paramilitarismo. Eran días de disparos a granel, de cadáveres en el pavimento, de amenazas que se cumplían. Había los llamados grupos de « limpieza social », un ejercicio tenebroso de las denominadas, por los medios informativos, «fuerzas oscuras».
Eran, eso sí, muy claras la persecución y el hostigamiento a líderes populares, a defensores de derechos humanos, a sindicalistas y militantes de izquierda. Había una orquestación para el exterminio. En la ciudad eran cotidianos el miedo y la amenaza. Sin embargo, había movilizaciones. Las calles gritaban contra la barbarie. « Podrán matar una flor, pero jamás podrán matar la primavera», se oía en coros de marchantes.
El 3 de julio, en una ciudad en la que el terror era el martirio diario, asesinaron al profesor Darío Garrido, de la Facultad de Odontología de la Universidad de Antioquia, y dos días después, al estudiante Edison Castaño.
Y las flores iban cayendo. Y en la medida del suceso sangriento, de cada crimen, crecían el descontento y la resistencia. El 13 de agosto de 1987, con la participación del Comité de Defensa de los Derechos Humanos en Antioquia, una multitudinaria marcha que salió de la U. de A. se pronunciaba por el derecho a la vida, al pensamiento libre, a la convivencia pacífica y civilizada.

Más de 3.000 personas participaron en la manifestación organizada por profesores y estudiantes de la institución, como protesta por la ola de crímenes contra la comunidad académica. /Foto: Reproducción del diario El Mundo
Entre los manifestantes iban los profesores Carlos Gaviria Díaz, Pedro Luis Valencia (senador de la Unión Patriótica), Leonardo Betancur y Héctor Abad Gómez, además de líderes del magisterio seccional. La marcha contra la ola de asesinatos que se daba en la ciudad no los paró. Al contrario, desató con creces la ira de los asesinos y sus ansias de acabar con todo lo que les oliera a defensa de las libertades públicas y de los principios democráticos.
Al día siguiente, en su casa fue acribillado el profesor y médico Valencia, por asesinos disfrazados de policía. Crecía el martirologio. Aumentaba la escalofriante racha de crímenes selectivos. El 25 de agosto, a la entrada de la Asociación de Institutores de Antioquia, en la calle Argentina, el presidente de esta agremiación, Luis Felipe Vélez, cayó ante las balas del paramilitarismo. Horas después, en el mismo lugar, los sicarios dispararon contra los médicos Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur.

La violencia política no dio tregua. Continuaron los crímenes. También los exiliados, algunos de los cuales aparecían en las « listas negras» de los asesinos a la sombra. Fueron muchos los muertos, casi todos estudiantes y profesores del alma mater. Así, fueron cayendo, entre tantos, José Abad Sánchez, José Ignacio Londoño, Francisco Gaviria, John Jairo Villa, Carlos López Bedoya, Rodrigo Guzmán…
Una de las víctimas más recordadas ha sido el profesor y abogado Luis Fernando Vélez Vélez, estudioso de la cultura katía, que seis días después de asumir como presidente del Comité de Defensa de los Derechos Humanos fue asesinado el 17 de diciembre de ese año de dolores y reinado de la oscuridad en Medellín. « El único enemigo es aquel con quien no podemos ejercer la sublimación de la palabra y su fuerza regeneradora, su poder revivificante; es aquel con quien no podemos dialogar», dijo alguna vez.

1987 fue un año de desventuras para una ciudad a la que le aguardaban peores momentos. En medio de aquellas jornadas de matanzas selectivas, en septiembre de aquel año sucedió la tragedia de Villatina, con más de 500 muertos. Después, y durante buena parte de los 90, los carrobombas, las masacres en los barrios, el sicariato como una industria criminal de las mafias de narcotraficantes y otras desgracias campearían en la urbe que algún poeta definió como la de las tres emes: «metro, mitra y metra».
Hace 30 años, el paramilitarismo se ensañó con la ciudad y asesinó a decenas de profesores y estudiantes que le cantaban a la libertad y al sueño de un país distinto. Los crímenes siguen impunes. La primavera (o la utopía) continúa viviendo.
Gracias a: La Pluma
Fuente: http://minu.me/ea3r
Fecha de publicación del artículo original: 25/08/2017
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