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El libre albedrío y el fiasco de las elecciones

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La libertad es compleja porque exige compromisos, porque el libre albedrío es la buena broma que nos juega Dios para ponernos en aprietos.

La libertad está ligada al deber, a la irrenunciable misión que cada quien se impone y persigue como sentido de la existencia. Decidir es complejo y hay que hacerlo a conciencia. Cada vez que elegimos tomamos opciones, que tienen siempre sus costos y beneficios.

Cuando se enfrenta una elección, es importante entender que detrás del sufragio hay un deber ciudadano que va más allá de los cálculos o conveniencias personales. Significa decidir qué es mejor para el país, qué es mejor para sus habitantes, qué camino conduce a mayor equilibrio, a mayor justicia, a menores costos para las mayorías.

El deber de sufragar es una necesidad de la sociedad y un tema de principios; significa el compromiso de emitir opiniones, debatir, conjugar visiones, aportar a circunstancias reales que nos tocan como comunidad. Elegir respecto a los espacios locales es una práctica más real de la democracia, en la medida que estamos sobre los problemas y no teorizando de ellos.

Pero, cuando se enfrentan elecciones presidenciales el tema se distancia y el ciudadano se convierte en espectador, en mero televidente que a lo sumo puede hacer zapping y esquivar la obligación de participar en el show, absteniéndose o dejando de inscribirse.

Cuando el sistema electoral impide que compitan los independientes y los partidos políticos cartelizan los espacios, el ciudadano se siente menoscabado y la tendencia es de apatía, creciendo la masa de los que renuncian a su derecho. Si el montaje comunicacional excluye temas ríspidos, si el debate elude sentimientos ciudadanos profundos, como los son los derechos humanos, queda en la garganta un sentido de grito apagado, de frustración cívica.
Y se vienen a la memoria muchos episodios en que se invirtieron energías sociales para reconstruir confianzas y esperanzas, pero de la lectura presente surge una profunda desazón, la sensación de sentirse tratados por prestidigitadores del mercadeo, que tratan de colocar en el inconciente colectivo una suerte de cuñas publicitarias que ofenden la inteligencia. Es un grito exacerbado de las minorías excluídas el grito de "!trabajo, trabajo, Trabajo¡" que alcanza a pronunciar Sergio Velasco desde San Antonio o el Choro Soria desde Iquique. Ambos casos reflejan lo perverso y concentrador que es el sistema electoral vigente y quedan en la retina por la inequidad que encierran sus gritos en microsegundos.

Por todo esto, por lo absurdo de esta democracia trastocada por esta Constitución del 2005 que, aunque la remocen, sigue siendo una monada de dictadura génesis, creo que buena broma nos deja el Altísimo cuando debamos entrar a la cámara secreta, votando desinformados, llenos los bolsillos de esos panfletos polutos que reparten en las plazas de Chile y, para más remate, con un montón de musiquillas que nos dicen que "no perdamos el voto". Si estuviera en Argentina, pensaría que es una broma de Tinelli.

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