Sin dignificar una profesión docente no puede resultar ninguna reforma en educación
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
11 años atrás 4 min lectura
Los líderes de las castas duopólicas, verdaderos responsables del desastre de la educación chilena, se aprovechan de los pésimos resultados de la prueba inicial para culpar a los profesores de todos los males de la verdadera debacle pedagógica – es la verdadera táctica, usada los irresponsable políticos, del chivo expiatorio -. Desde que la dictadura, encabezada por Augusto Pinochet, destruyó las Escuelas Normales, la educación básica, que es donde se cimienta la formación de los ciudadanos, va de tumbo en tumbo. En la época del gobierno de Eduardo Frei Montalva se formaron los profesores “Marmicoc” que, con pocos días de formación pedagógica, salían a ejercer como docentes “calificados”. No hace mucho tiempo, algunas universidades se disputaban alumnos para realizar cursos de profesores de enseñanza básica – en algunos casos, los días sábados y en otros, por el sistema de educación a distancia – sin mayores exigencias fuera de la educación media completa.
Las universidades fiscales, sobre todo las de provincia, que recibían muy poco aporte basal por parte del Estado, tenían que competir con las privadas y complementar su presupuesto con el aporte de este tipo de programas de formación de profesores que, a la larga, son muy económicos para las universidades, pues no demandan laboratorios u otras instancias de infraestructura, y basta con arrendar una sala con pizarrón, disponer de los alumnos y contratar a un profesor. Los estudiantes egresados con este sistema, de todas maneras mejoraban su status y, además, prestaban un servicio en zonas apartadas del país. Esta situación se ubicaba en el marco de una competencia canibalesca, propia de un capitalismo salvaje.
Cuando realicé mis estudios de pedagogía, en la Universidad Católica, esta carrera era muy mal mirada y se sabía que el destino te llevaría a ser un profesor taxi, o bien, trabajar en las escuelas nocturnas. Si tenía la suerte de contar con dinero, podría dedicarse a la investigación o a la docencia universitaria. Entre los profesores, había tres clases sociales: los de básica, que correspondían al proletariado; los secundarios, que pertenecían a la clase media; los aristócratas, que devenían en catedráticos de importantes universidades. Hoy, a pesar de los proyectos de carrera funcionaria, la profesión de profesor sigue siendo la más mal pagada, como también despreciada, incluso por alumnos y apoderados.
Un profesor que se inicie su vida profesional en estas lides puede ganar entre $400.000 y $600.000, mientras que un ingeniero, un médico, un arquitecto o de cualquiera otra profesión, comienza con un mínimo de $700.000, y al quinto año su salario sube a cerca de $2.000.000. Esta realidad demuestra la baja valoración que la sociedad chilena da a los profesores.
La formación de los profesores de todos los niveles, a cargo de las universidades, se ha demostrado muy deficiente si consideramos los parámetros mínimos para el ejercicio cabal de la docencia. En general, no se desarrollan las competencias docentes tanto didácticas, como del dominio de los saberes, requeridos en las distintas especialidades, ni mucho menos se le capacita en indagación, arma fundamental para el trabajo pedagógico cotidiano, que lleva a una enseñanza aprendizaje nemotécnico, sin capacidad para que el alumno desarrolle capacidades superiores como relacionar, asociar, analizar, sintetizar y otros, lo cual lleva a un resultado de una escuela los refractaria a la innovación.
No se trata solamente de postular una carrera docente que 1) exija altos niveles de formación por parte de las universidades pedagógicas; 2) nivelar los sueldos a la altura de otras profesiones, (médicos, ingenieros…); 3) una exigente prueba antes de iniciar la labor docente; una evaluación permanente de los profesores; 4) jubilaciones acordes con la dignidad del profesor. Se necesario dignificar la profesión docente.
Sin una mística, similar a la del Estado docente, en el siglo XIX y XX de nuestra historia educativa, es impensable una verdadera revolución educacional, que sirva de acicate a un desarrollo nacional, basado en la igualdad. Tendrán que reaparecer educadores como Valentín Letelier, Darío Salas, Alejandro Venegas, Pedro Aguirre Cerda, Enrique Molina, entre otros. Mientras la educación no sea considerada como el centro de desarrollo de cada persona y del país en general, no avanzaremos, por más buena voluntad y ambiciosos proyectos educativos. Sin profesores con verdadera vocación pedagógica será imposible cualquier cambio que se quiera lograr.
23/03/2014
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Gracias, Gumucio Rivas, por recordarnos lo básico de la Educación.
Para que este proceso pueda darse, me parece que también neesitamos políticos con mística de servicio… ¿Podríamos decir que sin verdaderos profesionales de la Política tampoco habría cambios estructurales y profundos que posibiliten esa Educación que todos deseamos para la persona y el país?