Una negociación sin alma: el falso armisticio de Trump y Netanyahu
por Valeria M. Rivera Rosas (Venezuela)
3 semanas atrás 4 min lectura
09 de octubre de 2025
Mientras Egipto intenta ejercer de mediador en una negociación que promete más titulares que resultados, el conflicto de Gaza sigue atrapado entre los intereses de potencias, las amenazas cruzadas y la ausencia de confianza real.
El nuevo intento de paz en Gaza, auspiciado desde Washington y escenificado en Sharm el Sheij, Egipto, llega rodeado de una escenografía diplomática que recuerda más a una partida de ajedrez global que a una negociación de buena fe. Se habla de urgencia, de acuerdos al “90%” y de plazos que “no pueden durar semanas ni siquiera días”. Pero detrás de la retórica y los comunicados oficiales, lo que se despliega es un complejo juego de presiones, propaganda y supervivencia política.
Por un lado,Israel continúa bombardeando la Franja con una intensidad casi idéntica a la de los días previos a la propuesta de paz. Más de un centenar de palestinos han muerto desde que Trump exhortó a Netanyahu a cesar “inmediatamente” los ataques. Las palabras del presidente estadounidense son, sin embargo, un espejismo: Israel no ha ordenado ningún alto el fuego. Solo ha reducido selectivamente algunos ataques, manteniendo el mensaje de fuerza que Netanyahu necesita para sostener su liderazgo en un momento de debilidad política interna.
El plan, presentado como una salida al conflicto, es en realidad una hoja de ruta unilateral redactada en Washington y retocada por Jerusalén. Hamás apenas ha tenido margen para plantear objeciones, y aun así pretende hacerlo ahora en Egipto. Pero el Gobierno israelí se ha apresurado a blindar sus condiciones: no habrá cumplimiento de ningún punto del acuerdo mientras los rehenes sigan en manos de Hamás. Este último, debilitado y sin aliados sólidos, intenta ganar tiempo y legitimidad planteando objeciones que sabe imposibles de aceptar sin consecuencias.
En este tablero, Donald Trump juega su propia partida. Desde la campaña presidencial, busca recuperar protagonismo internacional con gestos de fuerza que le devuelvan el aura de negociador todopoderoso. Su advertencia de “aniquilación completa” si Hamás se aferra al poder no es tanto una estrategia diplomática como un mensaje electoral hacia su base más dura. A su lado, figuras como Jared Kushner y el empresario Steve Witkoff preparan su desembarco en las conversaciones, más como representantes del poder económico que como diplomáticos tradicionales. Kushner, en particular, ha hablado abiertamente de Gaza como una “oportunidad inmobiliaria”, expresión que retrata con precisión el sesgo con el que la Casa Blanca observa la tragedia palestina.
Egipto, Qatar y Turquía intentan ejercer de mediadores, pero su papel es más simbólico que decisivo. Ninguno posee la influencia suficiente para obligar a Israel a cesar los ataques ni a Hamás a desarmarse. Las negociaciones en Sharm el Sheij son, en el fondo, un escaparate de equilibrios regionales: El Cairo busca mantener su papel histórico de mediador, Doha defiende su conexión con la rama política de Hamás, y Ankara, de la mano de Erdogan, aprovecha su relación personal con Trump para reposicionarse como actor relevante en Oriente Próximo.
El supuesto “plan de paz” no esconde su asimetría. A cambio de la liberación de unos 48 rehenes —la mayoría fallecidos—, Israel obtendría la excarcelación de 2.000 presos palestinos, pero sin comprometerse a retirar sus tropas ni a levantar el asedio. La Franja seguiría bajo control militar y el futuro de su administración quedaría en manos de una “autoridad tecnocrática palestina”, tutelada y sin presencia de Hamás. Es decir, una estructura política impuesta desde el exterior, concebida más para garantizar la seguridad israelí que para construir un Estado palestino viable.
Detrás de cada anuncio de “progreso” diplomático, los hechos siguen desmintiendo las palabras. Los hospitales de Gaza informan cada día de nuevos ataques y víctimas civiles, mientras Israel justifica sus bombardeos como “acciones defensivas”. En paralelo, las potencias occidentales buscan presentar el proceso como una transición hacia la estabilidad, cuando en realidad se trata de un intento de redefinir la región bajo un nuevo orden tutelado por Washington y sus aliados.
El problema de fondo sigue siendo el mismo que desde hace décadas: se negocia la paz sin hablar de justicia, se exige seguridad sin garantizar dignidad. Gaza no necesita más planes, sino una voluntad real de poner fin a la violencia estructural que la asfixia. Y eso, ni Trump, ni Netanyahu, ni las milicias islamistas parecen dispuestos a asumirlo.
La historia reciente enseña que las treguas sin reconciliación solo aplazan el conflicto. Gaza, como tantas veces, es hoy el espejo donde se refleja la hipocresía internacional: todos hablan de paz, pero nadie está dispuesto a pagar su precio.
*Valeria M. Rivera Rosas, periodista, escribe en Mundiario, donde es la coordinadora general. Licenciada en Comunicación Social, mención Periodismo Impreso, se graduó en la Universidad Privada Dr. Rafael Belloso Chacín de Venezuela.
*Fuente: OtherNews
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