Democracia y partidos políticos
por Manuel Acuña Asenjo (Chile)
3 meses atrás 19 min lectura
Imagen superior: Noche del 4 de agosto de 1789. Museo de la Revolución francesa_-_Vizille
19 de agosto de 2024
LOS PARTIDOS NO SIEMPRE FUERON PARTIDOS
Como lo señaláramos en un trabajo anterior, la democracia, para las Naciones Unidas, es una forma de gobierno que, para ser tal, requiere división de ‘poderes’ estatales, existencia de partidos políticos y realización de elecciones periódicas que han de ser libres secretas e informadas. Los partidos son, pues, uno de los elementos constitutivos de la democracia.
La historia nos enseña, sin embargo, que los partidos, al igual que la generalidad de los fenómenos, no fueron siempre lo que hoy son. Y es que los seres vivos —y, en especial, los seres humanos— somos seres con historia o, lo que es igual, seres con pasado. Porque, tras nuestras existencias, hay infinidad de circunstancias tremendamente entrelazadas que pueden explicar cómo hemos llegado a ser lo que somos y por qué. Por extensión, las obras del ser humano siguen similar derrotero. No podía ser diferente con los ‘partidos’, sistemas abiertos, organizaciones políticas, obra de la evolución del ser humano. No obstante, los ‘partidos’ son una creación humana reciente, una invención moderna, que se manifiesta con posteridad a las revoluciones francesa, inglesa y estadounidense. No por otro motivo, en la Francia anterior a la revolución, las organizaciones que incursionaban en la vida política de la nación carecían del nombre de ‘partido’: eran organizaciones sociales que se nucleaban en torno a los intereses del gremio al que se pertenecía. Se les llamaba ‘clubes’, como el Club de la Montaña, el de los Girondinos, el de los Jacobinos, el de los Imparciales, entre varios otros. Hoy, sin embargo, y a pesar de lo dicho, se les llama ‘partidos’, analogía inadecuada a todas luces pues no eran ‘partidos’, en el sentido que hoy se les conoce. De la misma manera, tampoco se puede hablar de ‘partidos’ en la época de Cristo y recurrir al empleo de ese concepto para identificar las sectas de los saduceos, fariseos, esenios o zelotes.
El ‘partido’ es, hoy, es una estructura social, reconocida por el Estado, propia de la democracia moderna, que se organiza para gobernar de acuerdo a la ley, y representa los intereses de determinados sectores.
POR QUÉ LA DEMOCRACIA NECESITABA DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
Los creadores de la forma democrática de gobierno suponían que, al interior de cada sociedad, se forman distintas corrientes con diferentes fórmulas acerca de cómo ha de administrarse la misma. Esas corrientes debían ser reguladas para que pudiesen cumplir a cabalidad las tareas que se habían propuesto. Los partidos, sin embargo, no son solamente aquello. Nunca lo fueron. Hoy, menos que ayer, no son únicamente corrientes de opinión sino estructuras integradas por personas que representan la defensa de determinados intereses de una clase o fracción de clase. En consecuencia, los partidos no son neutrales. No se organizan, simplemente, para discutir sobre el arte, la belleza de una flor o el heroísmo de una persona, sino sobre los intereses que van a defender en los diversos estadios que conforma la estructura estatal.
Acerca del origen de la palabra, señala un autor,
«La palabra partido deriva ella también de latín, el verbo partire, que significa dividir. Sin embargo, la palabra no entra en ninguna forma significativa en el vocabulario de la política hasta el siglo XVII, lo cual implica que no entró en el discurso político directamente del latín»[1]
Se les incorporó como soporte esencial de la forma de gobierno del Estado capitalista porque aquella, para tener legitimidad, exigía imperiosamente la presencia de una ficción institucional que convenciese a la comunidad de estar auténticamente representada: los partidos sí representaban la voluntad del conjunto social. De ahí a atribuir a aquellos la función de confeccionar las listas de los candidatos por los que debería votar el ‘pueblo’ había un solo paso. El partido cumple hoy esa función:
“Las listas o personas que le presentan los partidos ya son elegidas de antemano por los partidos. El proceso de esta elección previa oculta, que es la elección propiamente dicha, es complicado […] son siempre los comités de los partidos, nunca el pueblo, los que intervienen en este comienzo decisivo […]”[2].
El ejercicio de tal función implica un costo: la separación de los representantes de sus representados, situación que pone de manifiesto, en Chile, el desconocimiento que la población tiene respecto de los candidatos que van a ser elegidos en las elecciones de octubre próximo.
“La 31ª versión del estudio de Ipsos reveló que existe un alto desconocimiento respecto de que se votará por concejales, gobernadores y consejeros regionales. A esto se suma que no saben cuáles son las funciones que desempeñan estos cargos”[3].
Es natural que así suceda: el ‘alto desconocimiento’ que la ciudadanía tiene de las ‘autoridades’ a elegir pone de manifiesto su nula injerencia en la previa confección de las listas respectivas.
Y puesto que son los partidos quienes van a ofrecer al ‘pueblo’ la nómina de los nombres por quienes ha de votar, tampoco debe sorprender que dichas listas contengan un no despreciable contingente de personajes sorprendidos en plena infracción a la ley sobre pago de pensiones alimenticias. La pertenencia de estos sujetos a determinadas corrientes políticas tampoco debe sorprender.
“109 de los inhabilitados pertenecen a algún pacto de la oposición (Chile Vamos, Partido Republicano, Demócratas o Amarillos, y el Partido Social Cristiano). De ellos, la mayor cantidad de candidaturas inhabilitadas se reparten entre la RN (27), republicanos (27), la UDI (17) y el PSC (14)”[4].
EL PARTIDO COMO ESTRUCTURA ESTATAL
El partido moderno no es una estructura social propiamente tal. Es una estructura estatal. Es un soporte ideal de su propia forma de gobierno que es la democracia. Según el filósofo alemán Karl Jaspers, los partidos
“Estaban concebidos como órganos del pueblo, el que expresa su voluntad a través de ellos y, a la inversa, es educado políticamente por ellos. Pero se convierten en órganos del Estado, que ahora vuelve a gobernar a sus súbditos como un Estado autoritario. Los partidos, que en ningún caso deberían ser el Estado, se convierten ellos mismos en el Estado, alejados de la vida del pueblo”[5].
Pero, hay más: si no existieran los partidos sería ilusorio suponer que podría existir democracia. Democracia y partidos es un binomio inseparable al que es necesario agregar su consecuencia lógica: las elecciones, evento insoslayable, altamente competitivo, propio de la sociedad liberal de ese entonces.
Como estructura estatal, el partido es regulado por la ley. Quienes quieren organizarse políticamente deben hacerlo en la forma de ‘partido’; en consecuencia, cumplir los requisitos que impone la ley. La ley regula la acción de los partidos, les otorga personalidad jurídica, fija el número de personas que van a desempeñar los cargos de dirección, las instancias que debe tener, el número mínimo de asociados para evitar ser disuelto, el sostén pecuniario que van a tener del Estado, en fin: el partido existe porque la ley le otorga la existencia. Es un apéndice estatal. Una organización que nace para robustecer la estructura del Estado.
La regulación de los partidos señala el inexorable camino que deben recorrer las demás organizaciones sociales para actuar dentro del Estado. Así deben hacerlo los centros de madres, las fundaciones, las cooperativas, las corporaciones, las agrupaciones vecinales, los consejos de administración de los condominios, las organizaciones sindicales, las organizaciones gremiales, etc. El Estado invade toda la sociedad y exige de los ciudadanos la sumisión social. La expresión ‘súbditos’ que, a menudo, emplea la Academia para referirse a ese hecho, puede explicar con mayor propiedad esta relación de sumisión.
Las organizaciones sociales, como consecuencia de la organización de los partidos, también están sometida a una regulación legal. Sin embargo, esta regulación no es tan nociva como la que afecta a los partidos. Las organizaciones sociales no tienen objetivos generales sino, más bien, específicos. A diferencia de los partidos, que sí lo hacen, no gobiernan, no dirigen las instituciones estatales, no determinan el curso de los acontecimientos, ni ejercitan cuotas de poder. Por regla general.
DEFICIENCIAS QUE AFECTAN A LOS PARTIDOS
Como las distintas empresas que operan al interior de una sociedad, también los partidos establecen relaciones entre sus militantes. Pero esas relaciones son relaciones de poder. Por lo mismo, el espíritu que se forma entre ellos es similar al espíritu de empresa; las relaciones se dan entre las distintas capas orgánicas que se establecen. La complicidad no es general a todos. Las empresas ―y el propio Estado― se crearon a imagen y semejanza de los institutos militares. Por ende, la defensa corporativa que se crea entre todos ellos raras veces toca estamentos que no son los propios. Esa estructura hace perder el sentido de lo social pues la responsabilidad en contadas ocasiones se hace efectiva en los estadios superiores. No es casualidad que, cuando una empresa sufre pérdidas, los primeros en sufrir las consecuencias son los trabajadores, que son despedidos, y no el gerente que es quien realiza los negocios. Frecuentemente, se olvida que ese gerente ha sido colocado allí, precisamente, para administrar el ‘capital’ humano que debe reducirse en los períodos de crisis y ampliarse en los de auge. Por lo mismo, en un partido no toda la militancia es llamada a administrar el Estado sino aquellos que más cerca están del círculo de poder.
En una sociedad en donde la forma de acumular dominante es la llamada ‘economía social de mercado’ esos rasgos tienden a acrecentarse. Y como el Estado sostiene económicamente a los partidos, parte de esa ayuda se reparte entre la directiva a la manera que se hace con los ejecutivos de una empresa. Como en la empresa privada, los altos dirigentes reciben una remuneración superior al resto, y son los que determinan quiénes van a acceder a los cargos estatales y cuánto se les va a exigir en el carácter de cuota para la organización. Por supuesto que las viejas tareas de propaganda, que realizaba la militancia en otros tiempos, llegan a su término para que empresas organizadas con esa finalidad cumplan las referidas labores. El camino queda abierto a la corrupción porque las remuneraciones, a menudo, se hacen insuficientes y el partido debe cubrir esos gastos con dineros reservados para otras finalidades. A pesar que esa figura abusiva se llama ‘malversación’ y constituye un delito, la dirección partidaria jamás se preocupa de ello porque, entre dirigentes, opera una suerte de ‘ley de la omertá’. La dirigencia partidaria, a esas alturas, ya no es tal; ha devenido en ‘élite’. Y, en tal calidad, es inútil pedirle, como lo señala el Informe de la PNUD, que deba
“[…] escuchar a las personas y sus demandas, y reconocer sus matices y ambivalencias”[6].
Semejante tarea no es posible: no es ese el objetivo de esos estamentos.
Si bien el comportamiento de las ‘élites’ partidarias es, más o menos, similar, existen ciertas diferencias que es del caso analizar: los partidos que defienden el interés de los sectores empresariales acostumbran a tender la mano a las empresas cuyos intereses representan. Por el contrario, los que dicen defender a los sectores populares, porque no tienen empresas que los sostengan, organizan fundaciones, corporaciones o cualquier otro tipo de instituciones, a través de las cuales recaban ingresos para mantener a algunos de sus dirigentes. Lo que no quiere decir que sus contrarios no lo hagan. A esas alturas, el pueblo ha sido olvidado y las promesas electorales constituyen cosas del pasado. El objetivo del momento ya no es el que se construyera con la militancia; ahora, ese objetivo no es otro que la reelección, es decir, la repetición del ciclo, la perpetuación de ese lugar de privilegio que se ha conseguido gracias a la política.
Podría creerse que la irrupción de independientes morigeraría en parte los efectos de esta malsana práctica. Y que la enorme cantidad inscrita para las elecciones convocadas en octubre próximo sería una esperanza. Pero no es así. El desprestigio de las organizaciones políticas es tal que ellas mismas recurren al subterfugio de incorporar como tales a personas de sus propias filas o proclives a su ideología en calidad de tales. Es una maniobra más de las ‘élites’, por lo que no puede suponerse que los partidos estén retrocediendo:
“[…] los partidos políticos han perdido prestigio. Pero no por eso han perdido importancia. Y el hecho de que hoy muchos aspirantes a autoridades no crean en ellos es sumamente preocupante.
En efecto, en las próximas elecciones de octubre, más de la mitad de los candidatos que se presentarían serían independientes. De un universo de 17.189 postulantes, 9.226 no están afiliados a ningún partido político, lo que representa un 53,7% del total. Este fenómeno es aún más impactante cuando se considera que, si excluimos a los 769 independientes fuera de pacto, los candidatos independientes inscritos por los partidos aún constituyen más de la mitad de los postulantes en los pactos, alcanzando un 51,5%”[7].
La incorporación de independientes ―que no lo son― es parte del juego político que frecuentemente realizan los partidos, como también lo es la ‘baja’ de ciertas candidaturas para evitar la dispersión de votos, pues toda elección es eminentemente competitiva, con lo que se hace funcional a la forma de acumular imperante.
MARX Y LOS PARTIDOS POLITICOS
Las afirmaciones precedentes pueden explicar por qué Karl Marx no mirara con buenos ojos a los partidos. En carta que enviara al poeta alemán Ferdinand Freiligrath, y respondiendo a las preguntas que éste le hacía acerca de si había o no militado en algún partido, señalaba el filósofo alemán que sí, que lo había hecho durante tres años en la Liga de los Comunistas y que le parecía aquella permanencia un tiempo ‘más que suficiente’. Y contestando otra pregunta del vate sobre la naturaleza de los partidos, decía Marx que la entendía como la expresión de un amplio abanico de seres humanos, una sociedad entera decidiendo su propio destino o, como lo decía él mismo: ‘el partido en el estricto sentido de la palabra’. El libro con aquellos memorables párrafos no ha sido habido. Sin embargo, en las páginas de INTERNET, existe una traducción de esa carta que, a pesar de no ser idéntica a la anteriormente mencionada, guarda, en definitiva, las mismas ideas vertidas en ella por el filósofo.
“Quisiera señalar desde el principio que desde el momento en que la Liga, a sugerencia mía, fue disuelta en noviembre de 1852, nunca pertenecí a ninguna organización secreta o pública, y todavía no pertenezco a ninguna. Así, el partido, dentro de esta noción esencialmente efímera, dejó de existir para mí hace ocho años.
Por lo tanto, desde 1852 no he sabido nada de lo que es un «partido» en el sentido de su carta. Si usted es poeta, yo soy crítico y, de hecho, estaba harto de las experiencias vividas entre 1849 y 1852. La «Liga», como la «Sociedad de las Épocas» de París, y como muchas otras, no era más que un episodio de la historia del partido que brota espontáneamente del suelo de la sociedad moderna.
[…] he tratado de disipar la idea errónea sobre el «partido», como si esta palabra significara para mí una «Liga» que desapareció hace ocho años o una redacción de periódico que se disolvió hace doce años. Por partido me refería al gran significado histórico que encierra la palabra[8].
Si las ideas de Marx, al respecto, parecen más bien estar encaminadas hacia la sublimación de los movimientos sociales, ¿cuál sería la razón por la que numerosos partidos, que se declaran ‘marxistas’, han adoptado la forma de organización que les imponen los Estados?
La respuesta pareciera estar en la corriente política denominada ‘leninismo’. La idea central de Lenin fue la transformación del ala más radical de la socialdemocracia rusa denominada ‘bolchevique’ en lo que más adelante se convertiría en el llamado ‘partido de nuevo tipo’, materia que, por razones obvias, no abordaremos en esta oportunidad.
LA INDEPENDENCIA SINDICAL
Actuar al margen del Estado pareciera ser algo imposible. Sin embargo, ello se hizo en Chile más de una vez. En efecto. Cuando el 12 de febrero de 1953 pudo, Clotario Blest, cumplir su propósito de crear una organización única que reuniese a todos los trabajadores del país, no quiso someterse a las reglas que existían en la legislación chilena para dar por reconocida legalmente a semejante entidad. En el pensamiento del líder sindical, los trabajadores debían ellos mismos fijar la forma de organizarse y no someterse a la reglamentación existente. Para Clotario Blest, aceptar que la ley ejerciese su imperio por sobre la voluntad de los trabajadores implicaba derrotarlos desde un comienzo. Rebelde y altivo como era, estaba convencido que la ley debía acomodarse a la voluntad de los trabajadores y no ésta someterse al imperio de aquella, pensamiento acorde con la frase que acuñara Karl Marx para la organización de la Primera Internacional y que el sindicalista chileno recogiera como lema para la central sindical chilena: ‘La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos’.
El pensamiento libertario de Clotario Blest hizo que, desde el momento de su creación hasta enero de 1972, se mantuviese la Central Única de Trabajadores de Chile CUTCH en la más completa ilegalidad pues solamente el 04 de ese mismo mes, y bajo el gobierno de Salvador Allende Gossens, se dictaría la Ley N° 17.594 que había de reconocer los estatutos de esa organización sindical otorgándole, a la vez, su correspondiente personalidad jurídica.
¿Qué hizo, sin embargo, posible esa actitud? El propio líder sindical lo confesaría, más tarde: la unidad de la clase trabajadora, su conciencia de clase, la actitud solidaria de todo un sector social: la clase trabajadora.
El pensamiento libertario de Clotario Blest es compartido hoy por vastos sectores de la comunidad nacional para quienes las organizaciones sociales no tienen por qué someterse a la forma establecida por la ley sino debe ésta reconocer la voluntad de quienes han decidido organizarse de una manera determinada para actuar así al interior de la sociedad. Por supuesto que extrapolando el principio aquel según el cual ‘la libertad de uno se encuentra limitada por la libertad de otro’.
En la historia política de Chile hay momentos en que aparecen organizaciones que, en determinados períodos, no se manifestaron en el carácter de partidos y, sin embargo, se les consideró como tales a pesar de no haber solicitado reconocimiento alguno ante las estructuras institucionales ad hoc. Fue durante el período de la Unidad Popular. El MAPU, organizado el 19 de mayo de 1969 no se legalizó sino hasta el 28 de febrero de 1972, fecha en que, luego de una vergonzosa disputa por el nombre ante Andrés Rillón, un actor que oficiaba de director del Registro Electoral, el nombre MAPU fue otorgado a la fracción que lideraba Oscar Guillermo Garretón. El MIR se fundó el 15 de agosto de 1965 y no existe memoria que alguna vez se haya legalizado o haya intentado hacerlo. Por el contrario, el movimiento Acción Popular Independiente API se organizó un 27 de abril de 1968 y no se legalizó sino hasta el 27 de septiembre de 1971. Pero eran tiempos en que el ascenso de las luchas sociales alcanzaba niveles insospechados y existía efervescencia social…
CONCLUSION
Cuando, en poco tiempo más, se entere un lustro del llamado ‘estallido social’, no está de más recordar que ese ‘partido que brota espontáneamente del suelo de la sociedad moderna’ nace de esa manera: una explosión humana, un súbito despertar, un encuentro colectivo para resolver las cuitas presentes. Y luego, el deseo irrefrenable de encontrar a otros para planear un futuro común. La protesta no deja de ser el vehículo que moviliza a los ciudadanos; aviva el deseo de conversar, discutir y buscar soluciones a los problemas colectivos. Invita a hacerse parte de un todo mayor, a crear ese ente colectivo que puede hacer lo que no puede el individuo solo; la protesta crea al sujeto social que abre las puertas a ese mundo nuevo que no se conoce, pero se adivina mejor. Dice el I Ching sobre el cambio:
“Tras un tiempo de decadencia llega el punto crucial. Retorna la poderosa claridad olvidada. Existe un movimiento, pero no se pone de manifiesto a través de la fuerza… El movimiento es natural, elevándose espontáneamente. Esa es la razón por la cual la transformación de lo viejo deviene fácil y simple. Lo viejo se descarta y lo nuevo se introduce”[9].
Entonces, el ‘stato nascente’, de Francesco Allberoni, el punto del no retorno, ‘the turning point’, el ‘punto crucial’ de Fritjof Capra, ese mundo expresado en la alegría de encontrar a otros que van camino hacia lo mismo, se hace presente. La alegría deviene en alborozo. Y el encuentro colectivo abarca a toda la comunidad que sólo busca marchar hacia un destino común, hacia esa nueva sociedad que se manifiesta como un surtidor maravilloso de emociones, donde existen únicamente sentimientos de humanidad, fraternidad y solidaridad.
Atrás quedan las elecciones como forma competitiva de dirimir las contiendas políticas, los partidos que llaman a perpetuar la banalidad, el pensamiento único que niega la diversidad. Desnudar la íntima esencia del régimen electoral como un aspecto más del sistema de dominación ―y no, como corrientemente se cree, la forma más glamorosa de manifestar la voluntad soberana―, nos ha parecido, en estas fechas, más que un recordatorio, una obligación, especialmente cuando sabemos que el sistema de dominación más perfecto no es el que somete por la fuerza al individuo sino aquel en donde el dominado no solamente consiente en su propia dominación sino la defiende como el mejor de los sistemas. Lo que debe llamar a una profunda reflexión.
Santiago, agosto de 2024
Más sobre el tema:
Notas:
[1] Sartori, Giovanni: “Partidos y sistemas de partidos”, Alianza Editorial, Madrid, 2005, pág.29. La cursiva es del original.
[2] Jaspers, Karl: “De la democracia a la oligarquía de los partidos”, ´piensaChile’, 13 de mayo de 2024.
[3] Redacción: “Encuesta revela profundo desconocimiento de elecciones de octubre próximo”, ‘El Clarín’, 09 de agosto de 2024. Con negrita en el original.
[4] Lillo, Daniel: “Candidatos ‘papito corazón’: la crisis que sacude a la derecha tras rechazo de 109 candidaturas”, ‘El Desconcierto’, 12 de agosto de 2024.
[5] Jaspers, Karl: “De la democracia a la oligarquía de los partidos”, ´piensaChile’, 13 de mayo de 2024.
[6] PNUD: “¿Por qué nos cuesta cambiar?”, Informe de Desarrollo Humano 2024. Se puede encontrar en INTERNET. La negrita es del original.
[7] Munita, Roberto: “Independientes in the pendiente. ¿Jaque al sistema de partidos?”, ‘El Libero’, 15 de agosto de 2024. La negrita es del original; también el subrayado y la letra azul.
[8] Marx, Karl: “Carta a Freiligrath, 29 de febrero de 1860”, disponible en INTERNET. Traducción de Mehring. La cursiva es del original, pero la negrita es nuestra: intentamos destacar con ella las palabras que recuerdan con mayor propiedad la cita que leímos en otra parte hace ya muchos años.
[9] Tomado de la presentación del libro de Fritjof Capra ‘El Punto Crucial’.
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