Catalina Muñoz, fusilada por los franquistas, llevaba consigo un cascabel de su bebe
por Medios (España)
1 año atrás 8 min lectura
Ayer ha llegado un correo a piensaChile, trayendo un video que narra una historia que nos conmovió profundamente y que muestra que la bestialidad facista no tiene fronteras, y que el sufrimiento de los pueblos que sueñan con un mañana más justo, más humano, es el mismo, en cualquier lugar del mundo. Leer esta historia, es casi como leer un pasaje de etapa de nuestra historia que comenzó hace 50 años. Entregamos a continuación un relato tomado de diversos medios.
La Redacción de piensaChile
Catalina Muñoz, un sonajero para el recuerdo
Con la instauración del régimen fascista en España miles de vidas se vieron truncadas a causa de la fuerte represión política llevada a cabo tras el golpe de estado. El exilio, la fuga de las grandes mentes que ilustraron la República, el uso de campos de concentración y el asesinato de civiles sometidos a juicios sumarísimos injusto formaron parte de la vida de los españoles y españolas hasta la muerte del dictador. Actualmente, a pesar de la Ley de Memoria Histórica, muchas de las personas asesinadas se encuentran aún enterradas en cunetas o en paradero desconocido. Gracias al trabajo de los voluntarios y voluntarias de las asociaciones de víctimas del franquismo es posible recuperar historias como la de Catalina, una madre que conservó el sonajero de su hijo como único recuerdo antes de ser fusilada.
Vida social y política
Catalina Muñoz Arranz nació a finales del siglo XIX y vivió en Cevico de la Torre, un pueblo de la provincia de Palencia. En el año 1936, fecha en que se produjo el golpe de estado fascista que dio inicio a la Guerra Civil, tenía 37 años y 4 hijos con Tomás de la Torre.
El 24 de agosto de 1936 los franquistas fueron a buscarla a su domicilio y ella intentó huir con su hijo menor en brazos, pero cayó en una zanja y detenida. Al bebé no le pasó nada, pero a ella se la llevaron presa.
Catalina fue sometida a un consejo de guerra en Palencia, una ciudad donde el golpe triunfó desde el primer día y que solo conoció la represión. Allí, el alcalde de Cevico y otros dos vecinos declararon que acudía a manifestaciones, que lavó la sangre de la ropa de su marido, acusado de haber asesinado a un falangista y que daba vivas a Rusia y mueras a la Guardia Civil.
Juicio y condena
El 5 de septiembre del 1936, Catalina firmó una declaración en la que reconocía haber asistido a las manifestaciones, pero negó el resto de acusaciones. Aunque las pruebas contra ella se basaban en rumores sin ningún tipo de prueba que los apoyara se pidió cadena perpetua para la mujer, acusada de rebelión militar. Unos días después esta sentencia, sin embargo, se la condenó a muerte.
Catalina fue fusilada el 22 de septiembre de 1936 a las 5:30 de la mañana. En el bolsillo de su mandil llevaba el sonajero de su hijo Martín, de tan solo 9 meses. Su asesinato fue singular, puesto que de entre el centenar de mujeres asesinadas en los primeros meses de la guerra en la provincia de Palencia, ella fue la única que fue juzgada y condenada a muerte. El resto de mujeres fueron paseadas, un eufemismo para el fusilamiento de víctimas en descampados, muchas veces de noche, que no volvían del «paseo» al que eran invitadas por las autoridades franquistas.
El sonajero del reencuentro
El cuerpo de Catalina fue enterrado sin ataúd y cubierto de cal viva. Gracias a lo excepcional de su caso, existía un registro en el cementerio que identificaba el lugar de sepultura, con lo que pudo ser exhumado e identificado en el año 2011 identificado sin necesidad de recurrir al ADN de los familiares.
El análisis de los restos realizado por un equipo de antropólogos determinó que Catalina medía 1,54 m y que la causa de su muerte fueron diversas heridas producidas por armas de fuego en la cabeza, el cráneo, el pecho, las vértebras cervicales, clavículas y costillas. Junto a ella aparecieron diversos restos de materiales que no se degradaron con el tiempo, como botones de nácar, corchetes metálicos o las suelas de sus zapatos.
Junto a su cadera izquierda, apareció un sonajero de colores con forma de flor elaborado en celuloide, un tipo de plástico muy usado en la época. Fue este objeto el que permitió finalmente que, más 80 después, Catalina pudiera reencontrarse con su hijo Martín y los familiares que buscaban su cuerpo.
*Fuente: LaMitadesconocida
Martín recupera el sonajero que llevaba su madre cuando fue asesinada en la Guerra Civil hace 83 años
Han tenido que pasar 83 años para que Martín Díaz Muñoz sujete de nuevo entre sus manos el sonajero (cascabel) de colores que su madre se llevó en el delantal a una tumba sin nombre, tras ser fusilada en la Guerra Civil cuando él era un bebé de nueve meses.
Catalina Muñoz Arranz era una mujer de 37 años que en 1936 vivía en el pequeño pueblo palentino de Cevico de la Torre, con Tomás, su marido, y con sus cuatro hijos, entre ellos un bebé, cuando fue detenida, juzgada y fusilada por un vecino de su pueblo, y después enterrada en el cementerio de La Carcavilla de Palencia.
108 personas exhumadas
Sus restos no se encontraron hasta el 2011, cuando el cementerio palentino ya era un parque infantil, y gracias al empeño de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica fueron exhumados junto a los de otras 108 personas.
«Y los restos hablan«, ha afirmado el presidente de la ARMH, José Luis Posadas, durante el homenaje que este sábado le han rendido a Martín, a su hermana Lucía, los dos únicos hijos vivos de Catalina, y a todos sus nietos, en el mismo parque donde se encontraron sus restos y donde este sábado se los han entregado a sus hijos.
Los de Catalina Muñoz estaban acompañados de un sonajero de colores y hablaron. Dijeron que Catalina era mujer y madre, una madre y un sonajero que se han convertido en el símbolo de la barbarie de la guerra y en el hilo que siguió el periodista de ‘El País’, Nuño Domínguez, hasta dar con esta historia.
«A Catalina le arrebataron un bebé de sus brazos y nunca más se volvió a saber de ella»,
ha señalado Posadas.
El bebé tiene 83 años
La suya es la historia de una madre fusilada, de un padre encarcelado, de unos hijos huérfanos, de una niña de 11 años, Lucía, que tuvo que encargarse de su hermano Martín, un bebé de 9 meses, y que hoy a sus 95 años ha podido llorar sobre los restos de su madre con la satisfacción de saber que por fin ahora tiene donde llevarle flores:
«Hoy estamos aquí para enterrar de una forma digna a nuestra abuela y con ella enterramos el dolor que de todos estos años nos produjo no saber donde estaba», ha afirmado muy emocionada su nieta Lucía. «Ojalá que los que seguís buscando a vuestros familiares lleguéis a vivir un día como este»,
ha deseado.
«Mi abuela fue fusilada por uno de su pueblo, por venganza, por defender su libertad y sus ideales»,
ha manifestado Josefa Díaz, otra de las nietas de Catalina que ha querido tener un recuerdo para
«aquellos que murieron asesinados en tierras y cunetas y que a día de hoy, siguen ahí».
Porque la historia de Catalina y su familia es una historia de represión, la muerte y violencia todavía con muchas páginas en blanco,
«el reflejo fiel de lo que ocurrió durante la Guerra Civil»,
ha afirmado el presidente de la ARMH.
La mataron por defender su ideales
«Catalina representa a todas las mujeres que dieron su vida por defender sus ideales»,
ha subrayado Manuel Monge, el historiador que empezó a tirar del hilo en el 2009 e impulsó en el 2011 las exhumaciones en el parque de la Carcavilla donde se encontraron los restos de 108 represaliados.
Entre ellos los de Catalina, en la sepultura numero 39, fila cuarta, termino primero, sección tercera… junto a un cascabel de colores.
«Hoy el sonajero ha vuelto a manos de su legítimo dueño»,
ha añadido Almudena García, la arqueóloga que dirigió las excavaciones.
Mercedes Herrero, de Pez Luna Teatro, ha dado vida a esta historia, con flores, un pico negro y un delantal como el que llevaba Catalina el día que fue asesinada, y trazando con tiza sobre el monumento a la Memoria Histórica todo el árbol genealógico de esta madre de cuatro hijos.
Un árbol genealógico que Mercedes Herrero ha cerrado escribiendo la frase
«ninguna guerra puede matar a una madre»
mientras el anciano Martín hacía sonar su sonajero junto a otros muchos sonajeros de colores que en otras muchas manos se han sumado a este emotivo homenaje.
*Fuente: ElPeriódico
La canción de Joaquín Carbonell
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