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Lesbos bajo el virus nazi

Lesbos bajo el virus nazi
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El nazismo ha vuelto por sus fueros, es un hecho. Mientras el mundo entero contiene la respiración y el sistema financiero se descabala ante la expansión de una nueva variedad de gripe, no nos tiembla ni un pelo con las imágenes de las docenas de miles de migrantes abandonados a su suerte en los campos de refugiados griegos. Mientras la amenaza de propagación del coronavirus, con un índice de mortalidad apenas superior al de un simple resfriado, provoca medidas drásticas (y ridículas) para intentar aislar a 16 millones de personas en el norte de Italia, las tercas ideas del odio y del racismo florecen en puños y en incendios, evocando los momentos más oscuros de la historia de Europa. Europa, sin embargo, no sólo lleva años ciega y sorda a una catástrofe humanitaria que no hace más que crecer al borde de sus fronteras, poblando el Mediterráneo de cadáveres, sino que tampoco ha movido un dedo cuando el gobierno griego ha suspendido el derecho de asilo en una decisión sin precedentes que atenta contra todas las leyes y normativas elementales.
Hemos visto a niños temblando de frío entre montañas de basura. Hemos visto cargas policiales contra mujeres y ancianos indefensos que llenaron de un orgullo a unos cuantos malnacidos. Hemos visto en llamas instalaciones del ACNUR en Skala Sikamineas. Hemos visto campamentos desmantelados a porrazos entre nubes de gas tóxico. Hemos visto hordas de bestias apaleando a refugiados, a cooperantes y a periodistas indefensos. Hemos visto arder el centro social de refugiados Onne Happy Family en Lesbos, que contaba con una guardería, una cafetería, un colegio, una enfermería y una escuela de la ONG Ajedrez sin Fronteras. Hemos visto durante décadas volver a alzarse los brazos en alto y ondear las consignas del racismo y nos lo hemos tomado a broma. La broma ha durado ya demasiado tiempo y ahora asistimos a una oleada de turismo neonazi que llega a Lesbos desde Alemania, Austria, Francia y Gran Bretaña para cebarse en los más débiles y desprotegidos, en esa humanidad centrifugada por las guerras y hambrunas de África y de Oriente Medio.
Desde tiempos inmemoriales, la historia europea se ha movido entre esos dos polos, civilización y barbarie: desde que la cultura micénica fue arrasada por los Pueblos del Mar, desde que Grecia cayó ante los persas, desde que Roma se desmembró ante el empuje de los bárbaros y mil años después Bizancio fue tomada por los turcos, Europa siempre ha temido las llamas y la destrucción que venían de fuera, de Oriente, del Norte, de más allá del mar, sin comprender que las llamas y la destrucción también estaban dentro de sus propias fronteras, implícitas en el dominio que impusieron a sangre y fuego sobre gentes y etnias de las que no queda memoria alguna, los imperios que forjaron a fuerza de terror, llantos y cadenas. Ese es el monstruo al que nos enfrentamos ahora, el de nuestra avaricia ancestral, el sueño soberano de Carlomagno reencarnado en el proyecto megalómano de Napoleón, en el de Hitler, el catecismo de la cruz de Cristo evolucionando hasta la fe en la cruz gamada. Los bárbaros están donde siempre estuvieron y en Lesbos, la isla del amor, se entona por enésima vez el canto fúnebre de Europa.
-El autor, David Torres, es escritor español. Columnista habitual del diario Público.es. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, ganó su primer premio en 1999 (con Nanga Parbat) tras publicar diversos relatos y poemas en las revistas Cartographica, Poeta de Cabra y Ariadna, el título más traducido de Ediciones Desnivel, con versiones en francés, polaco e italiano. En Público.es , 09.03.20
 

 

 


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Europa y los refugiados
Editorial – El País
La instrumentalización política que realiza Turquía no justifica que se convalide cualquier actuación de Grecia
El Consejo de Ministros de Interior de la Unión Europea respaldó el miércoles la actuación de Grecia en la crisis provocada por la decisión turca de permitir el paso de varios miles de refugiados a través de su territorio, incumpliendo el acuerdo de 2016 por el que Bruselas transfiere a Ankara 6.000 millones para que actúe de frontera europea anticipada. El cierre de filas con Grecia se produjo apenas un día después de que la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, respaldase al Gobierno de Atenas, asegurando que ejercía como escudo de la Unión. Por otra parte, Grecia recibirá de los Veintisiete un respaldo financiero de 700 millones para hacer frente a esta coyuntura.
Las muestras de apoyo de los socios a Grecia tienen a Turquía como destinatario, puesto que esta crisis ha sido deliberadamente inducida por Ankara. El problema, sin embargo, es que, combinando obscenamente cifras económicas y la retórica fuera de lugar de Von der Leyen, la Unión hace abstracción del riesgo en el que se está colocando a miles de personas, convertidas en rehenes de un juego que las sobrepasa. Las noticias que llegan desde la frontera greco-turca hablan de cargas policiales que habrían provocado muertes entre los refugiados. Al tiempo, el Gobierno griego ha suspendido el derecho de asilo.
La instrumentalización política de los refugiados por Turquía no justifica que se convalide cualquier actuación de Grecia. Y menos aún que el resto de los Veintisiete, además de la Comisión, le muestren su respaldo por razones que van más allá de lo que está sucediendo sobre el terreno, como detener el ascenso de la ultraderecha o facilitar un acuerdo europeo sobre inmigración exhibiendo firmeza para convencer a los socios más intransigentes. El pulso que tiene lugar en la frontera greco-turca no se desarrolla en un tablero virtual, donde cada parte realiza movimientos sin coste para nadie, sino en el centro de una realidad humana que puede bascular hacia la tragedia. Si lo hace, tendrá responsables y tendrá cómplices.
Turquía ha considerado a miles de personas como simples medios para alcanzar sus fines políticos frente a la UE, incluida una mayor implicación en la guerra de Siria, y la Unión, por su parte, ha respondido en los mismos términos, haciéndose partícipe de la ignominia. Nadie ignora la complejidad de los intereses políticos que se dirimen en la frontera greco-turca, ni tampoco de la dificultad de hacer compatible cualquier solución con los principios. Pero nada de ello justifica que, en el orden de prioridades de la decisión de Europa, la suerte de miles de refugiados, familias y niños incluidos, se considere irrelevante. Es más, que se celebre la política de emplear la fuerza contra ellos y de cerrarles las puertas del asilo.09.03.20

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