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Masacres obreras y populares en América Latina durante el siglo XX

Masacres obreras y populares en América Latina durante el siglo XX
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Las masacres han acompañado la existencia de la humanidad, desde tiempos muy remotos. La propia definición del término es compleja.

Etimológicamente, esta palabra proviene del latín popular matteuca, que significa «maza». Su sentido es el de «carnicería», que sirve para denominar tanto al matadero de animales como al establecimiento de venta de la carne; ya hacia el siglo XVI, en el contexto de las guerras de religión entre católicos y protestantes, se utilizaba con el sentido que le damos actualmente. Publicar un libro colectivo que aborde las masacres obreras y populares en América Latina durante el siglo XX, tiene el objetivo de empezar a llenar un vacío historiográfico que permita, luego de un mayor acopio de conocimientos, entrar en estudios más finos y en una tipificación que el estado actual de la historiografía no permite realizar. Es importante señalar que la idea de hacer una obra que recogiera las masacres obreras y populares ocurridas en nuestros países durante el siglo XX, surgió durante el Coloquio Internacional A 80 años del conflicto de las bananeras: conmemoración de un hecho de historia económica y social más allá del realismo mágico, organizado por el Programa de Economía, el Grupo de Investigación en Historia Empresarial y Desarrollo Regional y la cátedra Abierta Rafael Celedón de la Facultad de Ciencias Empresariales y Económicas de la Universidad del Magdalena, Santa Marta, Colombia, a comienzos de diciembre de 2008. En esa oportunidad, se presentaron los trabajos sobre las matanzas de Río Blanco (México), la Escuela Santa María de Iquique (Chile) y Ciénaga (Colombia), que posibilitaron concebir la idea de un libro colectivo, que sirviera para estimular la comparación y hacer progresar el conocimiento sobre estos acontecimientos en nuestro continente.

«¡Baldón eterno para las fieras masacradoras sin compasión!», es una de las estrofas del Canto de venganza o Canto a la Pampa (1908), composición poético-musical del obrero anarquista chileno Francisco Pezoa, en homenaje a las víctimas de la matanza de la Escuela Santa María de Iquique y de repudio a sus despiadados asesinos. Con esas mismas palabras, es objeto de esta obra recordar a todas las víctimas de las masacres obreras y populares en América Latina, señalar para la posteridad a sus victimarios y titular este esfuerzo historiográfico mancomunado.

Este libro, coordinado y compilado por Sergio Grez Toso (Universidad de Chile) y Jorge Elías Caro (Universidad del Magdalena, Colombia) presenta textos referidos a México, Guatemala, El Salvador, República Dominicana, Cuba (dos casos), Colombia (dos casos), Ecuador, Bolivia, Brasil, Chile (cuatro casos) y Argentina (dos casos).

 

https://www.edicionesimagomundi.com/libros/masacres-obreras-y-populares-en-america-latina-durante-el-siglo-xx/

 

Sergio Grez Toso y Jorge Elías Caro
(compiladores)

 

Masacres obreras y populares en América Latina durante el siglo XX

 

Colección Estudios de Nuestra América

 

Sergio Grez Toso y Jorge Elías Caro (compiladores)

Masacres obreras y populares en América Latina durante el siglo XX 1a ed. Buenos Aires: 2021

496 p.; 15.5×23 cm. ISBN 978-950-793-367-7

  1. Historia de América del Sur. I. Título CDD 980

Fecha de catalogación: 16/04/2021

© 2021, Sergio Grez Toso y Jorge Elías Caro (compiladores)

© 2021, Ediciones Imago Mundi

Foto de tapa: Matanza de la población José María Caro, llevando un herido, Santiago de Chile, 1962

Corrección de estilo: Patricia Ayala Apablaza Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Impreso en Argentina, tirada de esta edición: 500 ejemplares

 

 

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, pue- de ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito del editor. Este libro se terminó de imprimir en el mes de junio de 2021 en Hoja x Hoja SRL, Sáenz Peña 1865, galpón 10, San Martín, provincia de Buenos Aires, República Argentina.

 

Sumario

 

 

 

 

Una contribución para el estudio
de las masacres obreras y populares
en América Latina durante el siglo XX

 

Sergio Grez Toso y Jorge Elías Caro

 

Las masacres han acompañado la existencia de la humanidad desde tiempos muy remotos. Las pruebas más antiguas encontradas por los arqueólogos corresponden a un grupo de 59 hombres, mujeres y ni- ños del período mesolítico asesinados en Sudán, entre 12 500 y 10 000 años a.C. En Europa, los registros más pretéritos datan de 6 000 a 5 000 años a.C., en el área cultural de Rubané (Alemania y Austria actuales). Según los especialistas en esta materia, durante el neolíti- co, con el establecimiento del sistema agropastoral, el arraigo de las comunidades a los territorios y el inicio de la jerarquización social, se multiplicaron las masacres antes de que la humanidad entrara en una fase de intensas guerras. Luego de milenios de ininterrumpida trayec- toria, ya en la modernidad – particularmente en el siglo XX – estas matanzas alcanzaron una amplitud nunca vista: entre 1900 y 1987 fueron masacrados cerca de 170 millones de civiles (70 millones por persecuciones estatales y 100 millones por guerras internacionales), sin contar 35 millones de soldados caídos en combate, incluyendo las dos guerras mundiales (El Kenz 2005, págs. 8-9).

La definición del término «masacre» es compleja. Etimológica- mente esta palabra proviene del latín popular matteuca, que significa

«maza». Su sentido es el de «carnicería», que sirve para denominar tanto al matadero de animales como al establecimiento de venta de la carne. A partir del siglo XI, «masacre» se convirtió en forma progresi- va en Europa en una locución que designaba la matanza de animales y seres humanos. En el siglo XII se empleaba para describir el asesinato

de una gran cantidad de personas y, hacia el siglo XVI, en el contexto de las guerras de religión entre católicos y protestantes, ya se utiliza- ba este término en su sentido actual (Semelin 2004, pág. 34; El Kenz 2005, pág. 8).

Aunque, tradicionalmente, la masacre supone cierta relación de proximidad entre el asesino y sus víctimas, esta idea puede ser cuestio- nada a la luz de las técnicas modernas de bombardeos aéreos ya que, si el procedimiento empleado es diferente, el efecto político puede ser el mismo: suscitar un clima de terror para obligar a un adversa- rio a capitular y adoptar la conducta deseada por el más poderoso de los contendientes. Otra dificultad que acecha al estudioso de este fe- nómeno consiste en definir si el criterio a utilizar es cuantitativo o cualitativo. Quienes se inclinan por la primera alternativa difieren en cuanto a las cifras mínimas para que un hecho pueda ser conside- rado como una masacre. Algunos especialistas hablan de un mínimo de diez víctimas, mientras que otros llegan a rebajar esa cifra hasta en tres personas muertas, tal como lo hizo la Comisión de Derechos Humanos de Guatemala en 1989.

La opción cualitativa también puede ser objeto de reparos. Gene- ralmente esta mirada se centra en la noción de barbarie asociada    a las atrocidades (horrores y sevicias corporales y sexuales). Pero, sostienen sus críticos, es posible matar a civiles a gran escala sin so- meterlos previamente a prácticas crueles. El ejemplo señalado para apoyar esta objeción es la utilización de gases letales en Alemania du- rante la Segunda Guerra Mundial para exterminar a gran escala, «lo más eficazmente posible», a enfermos mentales, judíos y otros gru- pos (Semelin 2004, pág. 54). La definición es, pues, una operación complicada. Mark Levene intenta la siguiente:

«Hay masacre cuando un grupo de animales o de personas, sin defensa, al menos en ese momento, son matados, las más de las veces por otro grupo que cuenta con los medios físicos y el poder que le permiten emprender la matanza sin peligro físico para sí mismo» (Levene y Roberts 1999, pág. 5, citado en Semelin 2004, pág. 55).

De acuerdo con esta idea, la masacre se caracterizaría por la asime- tría total en la relación de fuerzas físicas, y se realizaría en un lugar preciso y en un tiempo limitado. Jacques Semelin, por su parte, define la masacre como:

«(…) una forma de acción (las más de las veces) colectiva de destrucción de individuos indefensos, a menudo calificados de no combatientes, en general civiles no implicados en un conflicto» (Semelin 2004, pág. 56).

No es nuestra intención intentar una tipificación de la masacre, pues esa labor ya ha sido realizada por numerosos investigadores. Quienes se interesen en el tema pueden comenzar por leer a los auto- res y trabajos citados en esta presentación, que los remitirán a otros textos que profundizan la conceptualización y exponen gran cantidad de análisis de casos que ilustran tanto las dificultades como las varian- tes que se pueden encontrar en el estudio de las masacres a lo largo de la historia. Nuestro objetivo es otro.

Al proponernos publicar un libro colectivo que aborde las masacres obreras y populares en América Latina durante el siglo XX, queremos empezar a llenar un vacío historiográfico que permita, luego de un mayor acopio de conocimientos, entrar en estudios más finos y en una tipificación que el estado actual de nuestra historiografía no permite realizar. Pensamos que la primera tarea consiste en reunir una mues- tra lo suficientemente amplia de casos que faciliten la comparación, ya que no conocemos obras que aborden la cuestión a escala latinoame- ricana. Antes de iniciar este trabajo, solo sabíamos de monografías relativas a masacres específicas, pero de ningún libro que reúna una cantidad apreciable de sucesos de este tipo en nuestro subcontinente. No hemos pretendido trazar un cuadro completo de nuestro objeto de estudio. Desgraciadamente, la abundancia de masacres en América Latina durante el siglo XX sobrepasa, con creces, nuestras posibili- dades de encontrar especialistas que se hicieran cargo de todos los capítulos de esta luctuosa historia. Por ello nos hemos conformado con reunir, en un volumen, una cantidad adecuada de casos que cons- tituyan una muestra lo suficientemente representativa en términos de países, épocas y situaciones que ayuden al estudio y caracterización del fenómeno.

Este libro considera exclusivamente episodios en los que las vícti- mas fueron los sectores obreros y populares, mientras que los victi- marios fueron agentes de los estados (o actuando en connivencia con ellos). Por razones de coherencia de su corpus, no se considera otro ti- po de masacres, por ejemplo, las de campesinos cometidas por grupos insurgentes como Sendero Luminoso en Perú en la década de 1980, o por los propios estados en contra de opositores políticos que no for- maban parte de los movimientos populares, como fue la masacre de varias decenas de jóvenes nazis, conocida como la «matanza del Segu- ro Obrero», perpetrada por Carabineros de Chile, en 1938, siguiendo las órdenes del poder Ejecutivo. Su no inclusión en esta obra colectiva no implica negar su carácter de masacres, ni tampoco ausencia de reprobación política y moral de nuestra parte.

El primer caso estudiado es la revuelta de los obreros textiles del valle del Orizaba y masacre de Río Blanco, ocurrida en México hacia fines del Porfiriato, en enero de 1907. Bernardo García Díaz, autor de esta monografía, subraya el carácter de espontánea revuelta de la movilización obrera, «un masivo estallido de furia» popular, más que un movimiento obrero organizado cuya constitución aún estaba en ciernes. A la espontánea violencia popular, el Estado respondió con una represión militar despiadada, causando un elevado número de víctimas que nunca se pudo precisar. Un formato que se convertiría en «clásico» en América Latina y que se repetiría, con algunas variantes, meses más tarde en el otro extremo del continente.

La matanza de la Escuela Santa María de Iquique cometida el 21 de diciembre de 1907 por las fuerzas militares y policiales chilenas contra trabajadores pacíficos e indefensos, en su mayoría «pampinos» de las explotaciones salitreras que habían bajado hasta ese puerto, uniendo su movimiento con el de los obreros iquiqueños para exigir mejores salarios y condiciones de trabajo más dignas, es estudiada por Sergio Grez Toso. Aunque nunca se ha podido determinar la cantidad exac- ta de víctimas que provocó el ametrallamiento a sangre fría de los trabajadores reunidos en una plaza a las puertas de dicha escuela y la posterior carga de lanceros a caballo, es probable que los muertos hayan sido varios centenares, amén de un número igual o superior de heridos. No obstante, el énfasis de esta monografía está puesto en el carácter de acción o «guerra preventiva» de la masacre decidida por el Estado chileno en contra de los trabajadores, «no por lo que ellos habían hecho sino por lo que podían llegar a hacer», y en la estrategia de «guerra preventiva contra el enemigo interno», como manifesta- ción de la política «por otros medios», a la cual la elite y el Estado de Chile recurrirían reiteradamente a lo largo del siglo XX.

Los hechos de la «semana trágica», de enero de 1919, en Buenos Aires son analizados con gran detalle por Nicolás Iñigo Carrera. Luego de exponer el contexto histórico y las características que venía mos- trando el movimiento obrero argentino, este historiador caracteriza el movimiento desarrollado por los trabajadores como huelga política de masas, que combinó rasgos de huelga obrera, motín popular y algunos elementos de espontánea huelga insurreccional. Según su conclusión, la diferencia en el número de bajas de las fuerzas armadas y las del campo popular, además de las múltiples referencias a las «víctimas inocentes» registradas por todas las fuentes de la época, excepto los partes policiales, indica que la respuesta del régimen de dominación a la huelga política de masas fue una masacre, aunque recalca con abun- dantes pruebas que la semana de enero de 1919, de ninguna manera puede reducirse a esta última caracterización.

Si en Buenos Aires, los sujetos protagónicos (y la mayoría de las víctimas) habían sido los obreros, un par de meses más tarde, en la capital colombiana, los actores principales del movimiento popular y buena parte de las víctimas de la represión estatal, serían los arte- sanos afectados por la crisis económica. Renán Vega Cantor y Luz Ángela Núñez Espinel reconstituyen el itinerario del movimiento po- pular colombiano de comienzos del siglo XX como antecedente para su relato y análisis de «la masacre artesanal del 16 de marzo de 1919 en Bogotá». Una manifestación pacífica, apenas alterada por unas pedradas contra los ventanales del palacio presidencial, fue el punto de partida para una matanza que dejaría un saldo de diez muertos, quince heridos y unos trescientos detenidos. Este hecho aparece si- tuado a medio camino entre las características totalmente pacíficas de la «huelga grande de Tarapacá» en el norte de Chile a fines de 1907, que culminaría en la alevosa matanza de la Escuela Santa María, y la huelga con algunos rasgos de espontánea insurrección, ocurrida en Buenos Aires en enero de 1919. Un nuevo matiz por tomar en cuenta si se quiere establecer una tipología de las masacres en Latinoamérica. Miguel Ángel Auzoberría, Elida Irene Luque y Susana Martínez  dan cuenta de las huelgas de peones rurales que se produjeron en la Patagonia argentina a comienzos de la década de 1920 – en el entonces territorio nacional de Santa Cruz – desatando una represión impla- cable de las fuerzas armadas enviadas a aplastar el movimiento por el gobierno nacional. Más que una matanza particular, este estudio cubre una serie de episodios represivos durante el período 1920-1922 en la Patagonia argentina, hechos que culminan hacia fines de ese pe- ríodo en varias masacres de trabajadores rurales (Bella Vista, Estancia Anita y Tehuelches) que costaron la vida de centenares de argentinos, chilenos, españoles y emigrantes de otras nacionalidades. La matan- za perpetrada por los militares argentinos, en diciembre de 1921, en la estancia Anita – en la zona del Lago Argentino – aparece como particularmente sangrienta y despiadada, por ser sus víctimas alre- dedor de 150 trabajadores que se habían entregado, confiando en la honorabilidad del Ejército y de sus mandos, quienes no vacilaron en masacrar selectivamente a aquellos que consideraron como «elemen- tos más peligrosos». El objetivo perseguido por los patrones rurales y las autoridades al realizar las masacres fue el mismo que en tantos otros lugares: desmantelar el movimiento y la organización obrera, además de escarmentar, agregando a los asesinatos en masa, castigos físicos y maltratos a los sobrevivientes.

Germán Rodas Chaves analiza el contexto histórico y las conse- cuencias de la masacre de Guayaquil del 15 de noviembre de 1922, en la que perecieron centenares de trabajadores (obreros y artesanos) que se habían congregado para que las autoridades aceptaran un programa reivindicativo adoptado en sus asambleas. La respuesta fue una bru- tal represión que culminó con el lanzamiento de los cadáveres al río Guayas como una manera de disimular el elevado número de víctimas. Una artimaña que ha sido recurrente en la historia latinoamericana. Rolando Álvarez Vallejos aborda una de las masacres de mayor en- vergadura y recuerdo de la historia de Chile, la de la oficina salitrera

«La Coruña» en 1925. El escenario geográfico y las víctimas son si- milares a las de la matanza de la Escuela Santa María: la región del salitre y sus trabajadores, más particularmente la provincia de Tara- pacá, aunque, en este caso, la carnicería no se efectúa en su principal puerto sino en uno de los centros de producción del nitrato, en pleno desierto de Atacama. Pero, a diferencia de lo ocurrido en 1907, es- ta vez el movimiento obrero, endurecido y radicalizado por diversas crisis económicas y represiones estatales y patronales, organizado por la Federación Obrera de Chile (FOCH) y el Partido Comunista de Chile (PCCh), desarrollaría acciones más ofensivas que no excluyeron hechos de violencia que pueden tipificarse como de carácter insurrec- cional. Este fue, sostiene Rolando Álvarez, un fenómeno local, nacido en la pampa salitrera, y que no respondía a una orientación nacio- nal de la FOCH ni del PCCh, ya que estas organizaciones practicaban una política distante de insurrecciones y levantamientos armados. Su campo de acción era la lucha legal, dentro de los márgenes sistémicos.

Con todo, el amotinamiento de los trabajadores del salitre bajo con- ducción comunista de la zona, desencadenó una represión implacable por parte del Ejército que, utilizando armamento pesado, aplastó a los huelguistas en La Coruña y otras localidades, procediendo a fusilar a numerosos trabajadores. Si bien el autor de esta contribución conside- ra inoficioso extenderse sobre la cantidad de víctimas, es sabido que algunos testimonios (citados en su propio trabajo), aunque de difícil verificación, sitúan en varios centenares los muertos por la acción de los militares ordenada por el Ejecutivo. Lo que contrasta con los cua- tro o cinco muertos (algunos guardianes y policías más un pulpero) causados por los huelguistas. La figura de la masacre aparece nítida en los sucesos de La Coruña.

Francisca López Civeira despliega su mirada sobre una serie de masacres producidas en Cuba durante los años 1925-1935. La auto- ra aborda un convulsionado período de la historia de la isla caribeña caracterizado por las crisis económicas, la sucesión de brutales dic- taduras y la creciente intervención política de los Estados Unidos. El primer episodio analizado es la «matanza de canarios», acaecida entre marzo y julio de 1926, luego de que cinco trabajadores del azúcar de la provincia de Camagüey, provenientes de las islas Canarias, secues- traran y exigieran rescate de un terrateniente y coronel conocido por sus abusos contra los obreros: cuarenta canarios fueron ahorcados sin juicio como escarmiento para los trabajadores azucareros. El segun- do acontecimiento evocado por esta autora es la matanza perpetrada el 29 de septiembre de 1933, en las calles de La Habana, por el Ejér- cito y grupos paramilitares que provocó cerca de treinta muertos y más de cien heridos entre los asistentes al funeral del líder comunis- ta Julio Antonio Mella, asesinado a comienzos de ese año en México por orden del tirano Machado. En un contexto de gran inestabilidad política, producida luego de la caída del dictador y de gigantescas mo- vilizaciones de trabajadores de las centrales azucareras en distintos puntos del país, se sucedieron en 1933 y 1934 los hechos represivos y las matanzas de trabajadores del azúcar: Jaronú, el Preston, Tacajó, Báguanos, Senado, Media Luna, que cobraron decenas de vidas. El ciclo se cerró luego del golpe de Estado de enero de 1934, con la huelga general de marzo de 1935, que arrojó un luctuoso balance de decenas de trabajadores asesinados, marcando el término de un período de la historia cubana. La masacre, como arma política al servicio de los grandes intereses económicos, aparece claramente diseñada en esta colaboración.

Jorge Elías Caro realiza un detallado recorrido por los hechos que rodearon la casi mítica «Matanza de las bananeras» perpetrada por los militares colombianos en Ciénaga, el 6 de diciembre de 1928. La huelga de los trabajadores de la United Fruit Company es reconstitui- da, paso por paso, hasta su culminación en el baño de sangre de la estación de Ciénaga. Una semana después de la masacre ya se hablaba de cien muertos y 238 heridos. Mientras tanto, las fuentes oficiales, de manera reservada y en comunicaciones diplomáticas, cifraban en más de mil los muertos. Esta matanza ofrece impactantes similitudes con la de la Escuela Santa María de Iquique en el norte chileno: huelga de trabajadores, en su mayoría empleados por compañías extranjeras, concentración de las futuras víctimas en un lugar acotado, orden de dispersión dada por los militares con un plazo perentorio de pocos minutos, negativa de los huelguistas a abandonar el lugar, orden de los oficiales de disparar a sangre fría sobre la multitud desarmada.

El estudio del etnocidio salvadoreño de 1932, conocido como la «matanza de Izalco», es la contribución de Andrés Mora Ramírez. Todo comenzó el 22 de enero de 1932 con una masiva sublevación de trabajadores y campesinos, predominantemente indígenas, en los departamentos de Sonsonate y Ahuachapán de El Salvador, tras la anu- lación de las elecciones de diputados y alcaldes efectuadas a principios de ese mes, en las que el joven Partido Comunista obtuvo importan- tes triunfos. En respuesta al levantamiento popular, el Ejército de El Salvador, al mando del general Maximiliano Hernández Martínez (quien había llegado al poder mediante un golpe de Estado en 1931), encabezó las acciones de exterminio étnico ejecutadas indistintamen- te por militares y milicias civiles (Guardias Cívicas) al servicio de los terratenientes. En enero y febrero de 1932, entre diez mil y treinta mil personas fueron masacradas. La amalgama del binomio indígena- comunista hecha por el poder y el silenciamiento de los hechos (hasta el punto de hacer desaparecer de la Biblioteca Nacional y de los archi- vos estatales las fuentes que acreditaban el hecho) fueron algunas de las medidas adoptadas para intentar borrar de la historia «la matan- za», tal vez la más atroz de las numerosas masacres con carácter de etnocidio perpetradas en un lapso tan corto por las oligarquías latino- americanas durante el siglo XX.

La mano de las grandes compañías fruteras estadounidenses, en alianza con las oligarquías y los militares locales, aparece en forma reiterada en las masacres obreras de la región del Caribe. En su texto sobre la represión de la huelga azucarera de La Romana, República Dominicana, de marzo de 1946, Roberto Cassá da cuenta de como los intereses de la South Porto Rico Sugar Company (SPRSC) son un ele- mento clave para entender las causas de la matanza de trabajadores de esa gran central azucarera en tiempos del dictador Leonidas Trujillo. La tercera huelga general de los trabajadores azucareros de la Central La Romana del 6 y 7 de marzo de 1946, fue ahogada en sangre por el Ejército dominicano: más de quince trabajadores fueron asesinados y los cadáveres de varios dirigentes fueron colgados en las calles de la ciudad y en los campos cercanos con letreros alusivos a las reivindi- caciones obreras. Una vez más, la masacre para escarmiento de los sobrevivientes.

Marilú Uralde Cancio aborda un capítulo represivo particularmen- te cruel de la dictadura de Fulgencio Batista en su texto sobre la masa- cre de «las Pascuas sangrientas», en 1956, en Cuba. Esta consistió en una razzia de opositores y su exterminación. Cerca de la medianoche del 24 de diciembre de 1956, se llevó a cabo la cacería de revolucio- narios en los territorios de Holguín, Mayarí, Banes, Puerto Padre y Victoria de las Tunas. Al día siguiente, veintitrés cadáveres, en su ma- yoría Militantes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR 26-7) y del Partido Socialista Popular (PSP), fueron encontrados ultima- dos a balazos o colgados de árboles, horriblemente torturados. Con el asesinato de varios cuadros del MR 26-7 se pretendió destruir esa organización en la costa norte de Oriente. Y con la desaparición física de dirigentes sindicales del PSP, el régimen dictatorial trató de para- lizar la lucha de los trabajadores en los centrales y hacer una zafra tranquila, según los deseos de las empresas estadounidenses.

La huelga de los trabajadores de «Cementos El Cairo» y la matan- za de Santa Bárbara, Antioquia, Colombia, ocurrida el 23 de febrero de 1963, es reconstruida por Germán Andrés Jáuregui González. En estos infaustos sucesos, fueron asesinados por los militares colombia- nos diez trabajadores y una niña, hija de un sindicalista, quedaron cincuenta y dos personas heridas y se produjeron numerosas deten- ciones. Esto ocurrió bajo el sistema bipartidista que sucedió a la caída del dictador Rojas Jiménez en 1957, responsable de la instauración de la «dictadura civil» del Frente Nacional (liberales y conservadores que se alternan en el poder vaciando de substancia al régimen demo- crático) y en un momento en que la baja internacional de los precios del café impuesta por los Estados Unidos estaba provocando una fuer- te recesión en la economía colombiana. La huelga de los obreros de «Cementos El Cairo» habría sido una huelga como tantas otras, de no mediar la complicidad de las autoridades con los patrones quienes, al cabo de un mes de paralizadas las faenas, comenzaron a sacar materia prima para llevarla a una fábrica en Medellín. La tentativa de los obre- ros por bloquear el transporte de materia prima que significaba un golpe letal para la huelga fue exitosa. Bastaron unas cuantas pedradas de los huelguistas contra el transporte del material protegido por el Ejército para que el capitán al mando de la tropa diera la orden de tirar a matar, desencadenándose el exterminio. Un desenlace frecuente en las luchas sociales latinoamericanas.

Ángela Vergara Marshall analiza dos «masacres» emblemáticas del conflicto social de los años sesenta en Chile y de la llamada política de «mano dura» del gobierno demócrata cristiano: El Salvador (1966) y Puerto Montt (1969). En marzo de 1966, el gobierno ordenó poner fin a una huelga de solidaridad de carácter ilegal que mantenían los trabajadores del cobre en el mineral de El Salvador. Durante el des- alojo del local sindical, ocho personas (seis hombres y dos mujeres) fueron asesinadas por el Ejército. Tres años más tarde, en marzo de 1969, la violenta expulsión de pobladores por la policía de Carabineros en la toma de terreno de Pampa Irigoin en Puerto Montt, dejó diez pobladores muertos y más de cincuenta heridos. Estos episodios, tal como lo analiza la autora del capítulo, sugieren el grado de conflicto y confrontación entre los movimientos populares y de trabajadores y el gobierno del presidente demócrata cristiano Eduardo Frei Mon- talva. Por una parte, la legítima demanda de incorporación social y política de los sectores populares; por otra parte, los esfuerzos de un gobierno de corte reformista, seguidor de la política estadounidense de Alianza para el Progreso, de mantener el orden público y canali- zar las demandas sociales dentro de la legalidad. Asimismo, ambos acontecimientos muestran la articulación de un discurso autoritario y represivo de parte de las élites chilenas, las cuales comenzaron a justificar la más brutal represión de los movimientos sociales sobre la base de la lucha contra el comunismo.

El texto de Magdalena Cajías sobre las masacres en la historia de los mineros bolivianos y en la lucha por la defensa de la democracia es en realidad, un recorrido general por la historia social y política de Bo- livia desde comienzos del siglo XX hasta el retorno a la democracia en 1982. Como sabemos, en esa historia los trabajadores mineros jugaron un papel central, constituyendo la columna vertebral del movimiento obrero y fueron, durante muchos años, la vanguardia de la lucha so- cial. Su aporte a la democratización del país y a las conquistas sociales de todos los trabajadores bolivianos fue fundamental. La historiadora Cajías incorpora en su relato de la historia boliviana las luchas de los mineros y los sacrificios que ellos hicieron para el logro de sus rei- vindicaciones y por una sociedad mejor. Así son evocadas la masacre de Catavi (1942) que costó la vida de decenas de hombres, mujeres y niños; las de mayo y septiembre de 1965 y de junio de 1967 bajo el go- bierno del general Barrientos; la resistencia minera al golpe de Estado del general Banzer en 1971; y los golpes de Busch (1979) y García Meza (1980) con su luctuoso cortejo de víctimas caídas intentando detener a los militares golpistas.

Rafael Cuevas Molina aborda las matanzas más masivas de las úl- timas décadas en un continente en que estas son superabundantes. Luego de las olas de terror de la guerra contrainsurgente en Guatemala de las décadas de 1960 y 1970, se desarrolló en este país centroame- ricano una tercera ola de terror, que abarca la década de 1980, pero que hunde sus raíces en la segunda mitad de 1970 y se prolongó, con menor intensidad, durante la primera mitad de la década de 1990. El objetivo de la política de «tierra arrasada», seguida por diversos gobiernos era la aniquilación de las bases sociales que sustentaban al movimiento guerrillero aglutinado en torno a la Unidad Revolu- cionaria Nacional Guatemalteca (URNG). En esta etapa, el régimen desplegó amplios y novedosos dispositivos genocidas de control so- cial. Se arrasaron cientos de comunidades indígenas al mismo tiempo que se formaban las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC), una milicia civil obligatoria de un millón de hombres bajo control militar. El re- sultado fue dantesco: más de cuatrocientos mil muertos, cuarenta mil desaparecidos, más de un millón de desplazados internos, doscientos cincuenta mil refugiados en México – especialmente en el Estado de Chiapas, fronterizo con Guatemala – y miles de exiliados desperdiga- dos por todo el mundo. Desde fines de la década de los años setenta y durante los ochenta, el Ejército guatemalteco y los paramilitares a sus órdenes cometieron no menos de 669 masacres, sin considerar al- gunas no registradas. Algunas fases de esta «guerra sucia» unilateral, como la llamada «Operación Ceniza» de los años 1982-1983, fueron de una crueldad igualada solo por los nazis en Europa durante la épo- ca contemporánea: decenas de aldeas indígenas fueron arrasadas y la mayoría de sus habitantes fueron asesinados (algunos quemados vivos). Los testimonios reproducidos por Rafael Cuevas Molina son los más crudos e impactantes recogidos en este libro. Todo esto en el contexto del ascenso de la lucha revolucionaria en el resto de Centroa- mérica, que tuvo como expresión más acabada el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (1979) en Nicaragua.

El libro se cierra con la contribución de Vera Lucia Vieira sobre la matanza de presos comunes, ocurrida en la cárcel de Carindiru (esta- do de San Pablo) el 2 de octubre de 1992, bajo un gobierno democrático. Masacre que costó la vida de 111 reclusos y causó casi la misma canti- dad de heridos, sin que resultara un solo muerto entre los efectivos policiales que perpetraron este crimen colectivo. Una reflexión sobre el problema penitenciario y sobre las acciones ilegales – muchas ve- ces criminales – de la policía acompaña el análisis de la historiadora Vieira sobre un caso que, lamentablemente, es paradigmático en el contexto latinoamericano.

Antes de dejar al lector recorrer estos escritos, nos parece impor- tante señalar que la idea de hacer un libro que recogiera las masacres ocurridas en nuestros países durante el siglo XX, surgió durante el Coloquio Internacional «A 80 años del conflicto de las bananeras: Con- memoración de un hecho de historia económica y social más allá del realismo mágico», organizado por el Programa de Economía, el Grupo de Investigación en Historia Empresarial y Desarrollo Regional y la cátedra Abierta Rafael Celedón de la Facultad de Ciencias Empresa- riales y Económicas de la Universidad del Magdalena, Santa Marta, Colombia, a comienzos de diciembre de 2008. En esa oportunidad se presentaron los trabajos sobre las matanzas de Río Blanco (México), la Escuela Santa María de Iquique (Chile) y Ciénaga (Colombia), que nos llevaron a concebir la idea de un libro colectivo que sirviera para estimular el comparatismo y hacer progresar el conocimiento sobre las masacres en nuestro continente.

«¡Baldón eterno para las fieras masacradoras sin compasión!», es una de las estrofas del Canto de venganza o Canto a la Pampa (1908), composición poético-musical del obrero anarquista chileno Francisco Pezoa, en homenaje a las víctimas de la matanza de la Escuela San- ta María de Iquique y de repudio a sus despiadados asesinos. Con esas mismas palabras hemos querido recordar a todas las víctimas de las masacres obreras y populares en América Latina, señalar para la posteridad a sus victimarios y titular este esfuerzo historiográfico mancomunado.

Confiamos que el impulso dado por esta primera obra colectiva será un estímulo para que otros investigadores sigan avanzando por la senda que aquí empezamos a trazar.

 

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