La Matanza obrera de La Coruña (1925): persistencia de la memoria y resistencia al olvido
por Karelia Cerda Castro (Iquique, Chile)
4 años atrás 7 min lectura
Diversos acontecimientos trágicos han marcado la historia del movimiento obrero chileno, en los cuales el diálogo entre el Estado y los sectores populares se ha visto interrumpido por respuestas sangrientas por parte del poder. Es así que desde la articulación del movimiento obrero clásico –con capacidad de auto-representación y una conciencia de clase- se han presentado formas de represión violentas frente movilizaciones por demandas de mejores condiciones de vida, terminadas en masacres como la Huelga portuaria de Valparaíso (1903), la “Huelga de la Carne” (1905), la Matanza de Plaza Colón (1906) y, sin duda la más recordada en nuestro glorioso puerto, la Matanza de la Escuela de Santa María de Iquique (1907).
La Matanza de La Coruña, ocurrida en 1925 en el cantón del Alto San Antonio, se inscribe en una lógica de violencia estatal que ha tendido a perpetuarse a lo largo de décadas, encontrando incluso sentido de continuidad en el escenario de movilizaciones contemporáneas, como las asociadas al “Estallido Social”, es por ello que la mirada hacia el pasado desde nuestro presente se vuelve urgente. En ese sentido, la memoria nos convoca como ciudadanía a comprometernos con el pasado, el presente y el futuro: la memoria es un territorio en constante disputa.
La memoria no constituye un mero acto automático de recordar, sino que involucra un proceso de selección de aquello que otorga sentido a nuestro presente, dando cabida también a las omisiones, olvidos e incluso a los abusos sobre qué y cómo se recuerda. Por otra parte, la memoria es un espacio de encuentro entre distintas experiencias, es un fenómeno tanto individual como colectivo capaz de generar importantes cambios históricos, pues nos permite proyectar nuestras expectativas de futuro, en un constante diálogo entre actores y actrices sociales. En fechas como hoy, en que se cumplen 95 años de la Matanza de La Coruña, es imprescindible activar dicho diálogo, evaluar el contenido de un suceso histórico doloroso que ha sido muchas veces marginado del recuerdo colectivo: la Historia y la memoria nos invitan a entrecruzar el límite temporal del pasado para comprenderlo al calor de nuestro propio presente.
El pasar de los años, la rapidez con que transcurre nuestra existencia en un mundo globalizado, generan que determinaros hechos se alejen y tiendan a perderse en la densidad del tiempo histórico, presentándose como pasados remotos que, si bien los consideramos relevantes, no parecieran incidir en la actualidad. El pasado reciente, es aquel que vinculamos con nuestra actualidad, el que persiste y punza en nuestra vida cotidiana, el que “no ha terminado de pasar”, en ese sentido la violencia de Estado expresada –por ejemplo- en los crímenes de lesa humanidad bajo la última dictadura cívico-militar nos resulta más palpable y cercana que los sucesos de La Coruña en 1925, haciendo más patente esa necesidad de no-olvidar como mecanismo de justicia y de evitar la repetición de aquello que nos resulta abominable: el horror de la represión.
Sin embargo, para poder explicarnos la lógica de la violencia del Estado en nuestra historia reciente (en Dictadura, en el Estallido Social, etc.), es necesario escarbar en ese “otro pasado que ya pasó” y preguntarnos por las continuidades que vemos y experimentamos hoy en día. Cada acontecimiento histórico es singular, por ello no podemos jugar a predecir lo que va a pasar a futuro mediante el estudio del pasado ni pretender que los procesos se repiten, pero la Historia sí nos permite identificar similitudes y constantes, es allí justamente donde la memoria juega un rol fundamental: es mediante el sentido que cada ciudadano/a le otorga al pasado que podemos conjugar nuestras experiencias pasadas, proyectándolas en las expectativas que guardamos a futuro como sociedad.
La Matanza de La Coruña casi no ha dejado vestigios materiales que nos permitan generar un lazo afectivo y tangible con un lugar o un edificio, tampoco contamos ya con testigos vivos que puedan aportarnos sus relatos del horror vivido, pero la Historia como disciplina tiene una labor –a mi juicio, más bien un deber- respecto de la memoria colectiva que pesa sobre el pasado regional y su importancia para los sectores populares a nivel local y nacional. En ese sentido, no sólo las y los historiadores, sino toda la ciudadanía comprometida con la memoria histórica, tienen mucho que aportar al debate sobre las estructuras que consolidaron el Estado chileno a través del siglo XX, las que explican la lógica violenta con que éste ha respondido a la sociedad civil en distintos periodos, sea el 5 de junio de 1925 o el 18 de octubre de 2019.
Este compromiso con la memoria de distintos actores y actrices sociales, implica una resistencia al olvido de aquellos pasados que resultan conflictivos y muchas veces dolorosos, con el propósito de avanzar sobre el terreno de la justicia, en la medida en permiten evaluar los procesos vividos en el presente en base a sus particularidades, semejanzas y diferencias, y de cómo creemos poder proyectarnos hacia una sociedad más equitativa. El pasado no cumple una función determinante sobre el presente, no lo explica ni lo contiene, pero sí permite su análisis mediante la experiencia. Y es justamente la experiencia aquello que hace posible formular expectativas de futuro, es por tanto en la memoria donde se cruzan el pasado, el presente y el futuro.
La memoria –reitero- es un territorio en disputa, en donde se combate contra el olvido y los abusos de la interpretación del pasado, es por tanto, un territorio que no podemos dejar a suerte de manipulaciones y omisiones, sino que debemos asumir el compromiso ciudadano de fomentar el debate y la reflexión desde el presente. Atravesamos actualmente una crisis sanitaria, social y política que de una u otra forma requiere que volvamos las miradas sobre el pasado, sobre la acumulación de experiencias de movimientos sociales que han demandado al Estado chileno transformaciones sustanciales que permitan elevar las condiciones materiales de existencia de la clase trabajadora: la huelga desatada en el Alto San Antonio que culminó en la Matanza de La Coruña es una fuente de memoria indispensable para los actuales movimientos sociales.
Finalmente, creo importante destacar que la memoria histórica no sólo implica la materialidad de un objeto, un edificio o un monumento; tampoco es aquello que cada individuo es capaz de recordar de forma aislada porque “lo ha vivido o le ha sido transmitido directamente”, sino que la memoria, como fenómeno histórico y colectivo, es la acumulación de todas las experiencias que se cruzan en el balance de un pasado, con miras a su horizonte de expectativas: la memoria es, ante todo, construcción de futuro. Y desde esa posibilidad de construir un mejor futuro, es que hoy conmemoramos con fervor a las y los caídos hace 95 años en la Matanza de La Coruña, resistimos al olvido desde el dolor que se vuelve presente en cada muerte y mutilación en el contexto del Estallido Social.
A 95 años, nuestro deber ciudadano es no olvidar…
(A Mirella y Pedro, mis padres, esperando su pronta recuperación).
–La autora, Karelia Cerda Castro, es Magíster en Historia, Universidad de Tarapacá, Depto. de Ciencias Históricas y Geográficas, UTA.
Más sobre mismo tema:
La Masacre de 1903 en Valparaiso
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