América Latina, 2019: La huelga de masas
por Héctor Mondragón (Colombia)
5 años atrás 11 min lectura
Cuando la policía ecuatoriana cercó a los indígenas en sus alojamientos en Quito y el gobierno de Moreno decretó el toque de queda, la ciudad se levantó con cacerolas en cada casa, y la población salió a las calles de los barrios. La misma escena se repitió en Chile cuando los carabineros desataron la represión en todas sus formas y el gobierno de Piñera decretó toque de queda.
El cacerolazo colombiano de 2019 comenzó también con un toque de queda en Cali, después de las gigantescas movilizaciones que apoyaron el paro nacional de ese día. Tenía como antecedente en cacerolazo de 2013 en Tunja, cuando el entonces presidente Santos declaró que “el tal paro nacional agrario” no existía y las dos ciudades donde ya no había qué comer, se levantaron, seguida por otras. Fue ese un cacerolazo tradicional que indicaba la falta de alimentos, mientras los cacerolazos de Ecuador y Chile indicaban la falta de libertades.
En Bogotá, el 22 de noviembre el toque de queda fue decretado para apagar el cacerolazo, como para ir en contravía de Quito y Santiago. Una maniobra policial con muchos rumores, algunos vándalos distribuidos y las alarmas de los conjuntos residenciales sonando, hizo que los vecinos, en vez de cacerolear, creyeran que debían defenderse de asaltantes y hasta llamar a la policía. Descubierta esa farsa, el cacerolazo se generalizó y se convirtió en toda Colombia, sin toques de queda, en la expresión del despertar nacional de la protesta contra el gobierno neoliberal de Duque, nido de corrupción que quiere volver trizas los acuerdos de paz de La Habana.
Si las corrientes latinoamericanas de la resistencia parecen unidas por la telepatía del facebook, el twitter y el whatsapp, el statu quo también se comunica y está unido en sus objetivos y en sus métodos.
Sacarles los ojos a los manifestantes es una táctica multiplicada por el ejército israelí contra los palestinos. El ESMAD ya la había utilizado desde hace 12 años contra 20 indígenas del Cauca, un pescador de El Quimbo y varios estudiantes. La policía ecuatoriana sacó ojos por oficio, pero el récord lo tienen los carabineros con más de 300 personas, superando a los israelíes, e incluyendo un joven y una mujer ciegos.
¿A quién culpar por las manifestaciones? Respuesta unánime: a Maduro, a los venezolanos, detenidos y deportados en Ecuador, Bolivia y Colombia. A los rusos. Al Foro de San Pablo, versión del expresidente Uribe copiada del bolsonarismo, que se inventó en Brasil la conspiración para crear la Unión de Repúblicas Socialistas de América Latina URSAL, que sirvió para meses de bromas en las redes sociales. Toda la derecha colombiana culpó a Gustavo Petro y quiere aislarlo. En los extremos de la ridiculez, el expresidente Pastrana inventó un plan de golpe de estado del expresidente Santos contra Duque y la esposa del presidente de Chile culpó a los alienígenas.
La participación de las mujeres y de la juventud ha sido destacada y se ha expresado en formas diversas. El movimiento estudiantil chileno lleva más de una década de protagonismo luchando por restablecer la educación pública. Los menores de las escuelas y colegios, los “pingüinos” jalonaron a las calles a sus padres que todavía no acaban de pagar sus propios créditos de estudios. En Colombia también una creciente movilización de los estudiantes en defensa de la educación pública precedió la gran presencia juvenil en las marchas de 2019.
Mujeres indígenas de todas las edades en Ecuador, con pañuelos tapándose la boca entre los gases, llenan las fotografías de las marchas de octubre y de los enfrentamientos con la policía, igual que las mujeres de pollera de Bolivia, agredidas primero por la policía en Cochabamba y luego foco de las agresiones verbales del racismo golpista. A pesar de no tener armas, han mostrado toda la combatividad contra las fuerzas armadas de los fascistas. Las mujeres chilenas y colombianas marchando por millares han sido agredidas con salvajismo por carabineros y ESMAD, sin que su valor disminuya un ápice. La performance feminista se extendió, desde las movilizaciones de Chile a todo el mundo.
El origen de todo fue el Caribe. Puerto Rico se levantó en julio y derribó al gobernador Roselló, después de que profirió ofensas homofóbicas y burlas. El lema puertorriqueño “ya no tenemos miedo”, se convirtió en una consigna para las movilizaciones latinoamericanas. El apoyo y participación de los artistas, desde Residente hasta Ricky Martin, puso la música en las protestas de las calles y se repitió con nombres diferentes en Chile y Colombia, evocando a Víctor Jara asesinado por Pinochet, redescubriendo el himno de “los que sobran” y con el activismo decidido de artistas jóvenes.
En Haití, donde sólo queda la vida por dar, desde febrero se volvió a expresar la resistencia de años, con el pueblo por semanas y semanas enfrentando las balas del régimen y decenas de muertos. Heroísmo que se ha visto también en Ecuador, en Chile y especialmente en Bolivia, en el Chapare y en El Alto especialmente. Haití es inspiración para los movimientos afro que crecen en Honduras y en Colombia en especial desde los paros en Buenaventura y Chocó que han marcado otro lema nacional de 2019: “el pueblo no se rinde ¡carajo!”.
Las herencias de los golpes de estado son objetivo de las movilizaciones en Argentina, Chile, Bolivia, Haití y Honduras. En Argentina la onda huelguística solamente se detuvo a la espera de la derrota electoral de Macri y su política económica neoliberal. Macri y su familia fueron beneficiarios directos de la dictadura militar y de sus enormes subsidios a empresas endeudadas. La huelga general paralizó totalmente el país el 29 de mayo, día en que las calles vacías fueron el anticipo de las calles llenas del 10 de diciembre que dijo adiós a Macri.
En Chile los estudiantes saltaron las registradoras del Metro para protestar por el alza de tarifas y la brutal represión ordenada por Piñera sólo hizo que el pueblo se lanzara a la calle y el movimiento multitudinario saltara a exigir la Asamblea Constituyente para derogar la constitución en la que sigue vivo Pinochet.
En Haití las balas que masacran al pueblo son continuidad de las que se disparan desde los golpes de estado contra Aristide y ellos de los reinados de Papá y Nene Doc y las invasiones de Estados Unidos.
El golpe parlamentario, judicial y militar contra Zelaya introdujo a Honduras en una pesadilla, en la cual la tónica es el asesinato numerosos de líderes sociales como la indígena Bertha Cáceres, paramilitarismo pagado por empresas y latifundistas, y predominio del narcotráfico, todo lo cual ha sido cuestionado masivamente en 2019.
En Bolivia, las fuerzas que derrocaron a Juan José Torres vuelven a operar. Entonces Paz Estenssoro y su MNR le abrieron las puertas de La Paz a la Falange de Santa Cruz y a los militares golpistas para que desde Santa Cruz llegara a gobernar Bánzer, que después devoró a quienes lo elevaron a la presidencia, obligando a exiliarse a unos y botando por una ventana, después de torturarlo, al propio coronel Andrés Salich Chop que había comandado a los militares golpistas.
En 2007-2008 el golpe cívico fascista contra Evo Morales y la nueva Constitución habían fracasado porque la burguesía y la pequeña burguesía de La Paz temían que los “blancos” de Sucre se impusieran y que el separatismo del oriente se concretara, lo cual tampoco podían aceptar las fuerzas armadas. Pero en 2019 toda la burguesía se unió detrás de los golpistas y consiguió llevar detrás de sí a la pequeña burguesía mestiza de La Paz que le abrió las puertas a los cívicos fascistas y a la policía que rasgaba las wiphalas, atacaba las mujeres de polleras y maldecía a los indios y a la plurinacionalidad.
Si Chile se moviliza por derrotar la constitución de Pinochet, los originarios de Bolivia resisten para defender la constitución plurinacional de la resurrección del racismo fascista que ha salido de su letargo como zombis que llaman a Pompeo, la Biblia, Netanyahu y Trump, para que los defiendan de los rituales de los indios.
Colombia no sufrió golpes militares desde 1957, pero ha tenido “democracia restringida” que ahora se difunde por el continente. Democracia genocida que no tolera la oposición, que mata un líder social cada 36 horas. Un conflicto armado de 70 años que podría haber terminado a partir del acuerdo de paz de La Habana de 2016, pero con un gobierno empeñado en hacerlo trizas y que ha logrado volver el país a la violencia para poder cerrarle el paso al movimiento de masas que amenaza al régimen al expresarse cada vez más políticamente. El despertar de Colombia desde el 21 de noviembre significa que la operación Duque del señor de las sobras Uribe puede fracasar y que tal vez Colombia pueda tener paz y democracia social.
Alzas de tarifas, constituciones, golpes de estado, reformas tributarias, cacerolazos, marchas, huelgas obreras, bloqueos, conciertos, performances, enfrentamientos… luchas económicas y luchas políticas que se suceden unas a las otras, luchas étnicas y luchas de clases entrelazadas, jóvenes, mujeres, artistas, enfoques de género, filosofías, creencias, fe, esperanza… todo se une separado. Lo nacional con lo local y regional y con lo latinoamericano. Los sindicatos y las organizaciones sociales establecidas formalmente que llamaron a parar, con las movilizaciones y asambleas autoconvocadas, con lo informal, con la total espontaneidad, con la diversidad, con lo totalmente nuevo.
Este despertar general al realismo mágico nos recuerda a Rosa Luxemburgo, teórica de la huelga de masas y el saber de lo inesperado.
Cuando la protesta contra el régimen de los fondos privados de pensiones retumba en Chile y en Colombia se quiere imponer la enésima reforma pensional y en Francia se levanta en huelga general de varios días contra otra reforma pensional, todos recordamos que luchamos contra los interés del capital transnacional, el mismo que quiso (y quiere) imponer el paquetazo del FMI en Ecuador.
La lucha por la paz de Colombia y América latina nos recuerda que la guerra imperialista destruyó Iraq, Libia, Siria y destruye a Yemen, que Palestina sufre un genocidio, que en Siria el norte está invadido por Turquía y el nordeste petrolero por Estados Unidos.
Estamos en lucha por la tierra. Esa madre tierra que hace que los pueblos indígenas puedan marchar con 500 mil personas y Greta Thunberg, una adolescente escandinava, por la calles de Madrid. La humanidad descubre que la tierra no se vende ni se compra, dándole la razón a los pueblos originarios. Es la revolución de hoy: plurinacional, diversa, feminista, y que si continúa hasta el final, será anticapitalista. Por ahora, en Chile sigue la lucha por la constituyente soberana, Bolivia resiste y Colombia insiste.
Que la huelga de masas que nos lleva hasta la navidad de 2019, nos abra el camino para un año verdaderamente nuevo en 2020.
12 de diciembre de 2019
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