El prisionero dice NO al Gran Hermano
por John Pilger (Australia)
6 años atrás 9 min lectura
Cada vez que visito a Julian Assange nos reunimos en una habitación que él conoce ya demasiado bien. Allí hay una mesa desnuda y fotos de Ecuador en las paredes. Y una estantería donde siempre veo los mismos libros. Las cortinas están siempre echadas y no hay luz natural. El aire es calmo y fétido.
Esta es la habitación 101.
Antes de entrar en la habitación 101, debo entregar mi pasaporte y el móvil. Examinan mis bolsillos y posesiones. Inspeccionan también la comida que llevo conmigo.
El hombre que vigila la habitación 101 se sienta dentro de lo que semeja una cabina telefónica antigua. Mira hacia una pantalla, observando a Julian. Hay otros que no se ven, agentes del Estado, vigilando y escuchando.
Las cámaras están por todas partes en la habitación 101. Para evitarlas, Julian nos sitúa en una esquina, uno al lado del otro, apoyados contra la pared. Así es cómo nos ponemos al día: susurrando y escribiéndonos en un bloc de notas que protege de las cámaras. A veces nos reímos.
Tengo asignado un espacio de tiempo. Cuando expira, la puerta de la habitación 101 se abre de golpe y el guardia dice: “¡Se acabó el tiempo!” En la víspera del año nuevo, me permitieron 30 minutos adicionales y el hombre de la cabina de teléfonos me deseó un feliz año nuevo, no así Julian.
Por supuesto, la habitación 101 es la habitación de la novela profética de George Orwell, 1984, donde la policía del pensamiento observaba y atormentaba a sus prisioneros, o cosas aún peores, hasta que la gente renunciaba a su humanidad y a sus principios y obedecía al Gran Hermano.
Julian Assange no va obedecer nunca al Gran Hermano. Su resiliencia y coraje son asombrosos, a pesar de que su salud física tiene que luchar para poder soportarlo.
Julian es un australiano distinguido, que ha cambiado la forma en que muchas personas piensan sobre la doblez de los gobiernos. Por esta razón, es un refugiado político sometido a lo que las Naciones Unidas denominan “detención arbitraria”.
La ONU dice que tiene derecho de libre paso a la libertad, pero se le niega. Que tiene derecho a recibir tratamiento médico sin temor a ser arrestado, pero se le niega. Que tiene derecho a una indemnización, pero se le niega.
Como fundador y editor de WikiLeaks, su crimen ha sido dar sentido a los tiempos oscuros. WikiLeaks tiene un impecable registro de precisión y autenticidad que ningún periódico, ni canal de televisión, ni emisora de radio, ni la BBC, ni el New York Times, ni el Washington Post, ni The Guardian pueden igualar. En realidad, les hace sentirse avergonzados.
Eso explica por qué está siendo castigado.
Por ejemplo:
La semana pasada, la Corte Penal Internacional dictaminó que el gobierno británico no tenía poderes legales sobre los isleños de Chagos, quienes en las décadas de 1960 y 1970 fueron expulsados secretamente de su tierra natal en Diego García, en el Océano Índico, y enviados al exilio y la pobreza. Murieron innumerables niños, muchos de ellos de tristeza. Fue un crimen épico del que pocos fueron conscientes.
Durante casi 50 años, los británicos han negado el derecho de esos isleños a regresar a su tierra natal, tierra que entregaron a los estadounidenses para que instalaran allí una importante base militar.
En 2009, el Ministerio de Asuntos Exteriores británico creó una “reserva marina” alrededor del archipiélago de Chagos.
Esta conmovedora preocupación por el medio ambiente quedó expuesta como fraude cuando WikiLeaks publicó un cable secreto del gobierno británico en el que aseguraba a los estadounidenses que: “a los antiguos habitantes les resultaría difícil, cuando no imposible, presentar su solicitud de reasentamiento en las islas si todo el archipiélago de Chagos era una reserva marina”.
La verdad de la conspiración ha influido claramente en la trascendental decisión de la Corte Penal Internacional.
WikiLeaks también ha revelado cómo Estados Unidos espía a sus aliados; cómo la CIA puede vigilarte a través de tu iphone; cómo la candidata presidencial Hillary Clinton recibió enormes sumas de dinero de Wall Street para discursos secretos que tranquilizaban a los banqueros porque si ella resultaba elegida, iba a actuar con ellos como una buena amiga.
En 2016, WikiLeaks reveló una conexión directa entre Clinton y el yihadismo organizado en Oriente Medio, es decir, los terroristas. Un correo electrónico reveló que cuando Clinton era Secretaria de Estado de EE. UU., sabía que Arabia Saudí y Qatar estaban financiando el Estado Islámico, pero aceptó enormes donaciones destinadas a su fundación por parte de ambos gobiernos.
Después aprobó la venta de armas más grande del mundo a sus benefactores saudíes: armas que se están utilizando actualmente contra el atribulado pueblo yemení.
Eso explica por qué está siendo castigado.
WikiLeaks ha publicado también más de 800.000 archivos secretos de Rusia, incluido el Kremlin, que nos cuentan más cosas sobre las maquinaciones del poder en ese país que la histeria engañosa de la pantomima del Russiagate en Washington.
Esto es periodismo verdadero, un periodismo de un tipo considerado ahora exótico: la antítesis del periodismo de Vichy, que habla en nombre de los enemigos del pueblo y que toma su apodo del gobierno de Vichy que ocupó Francia al servicio de los nazis.
El periodismo de Vichy es censura por omisión, como el escándalo no contado de la colusión entre los gobiernos australiano y estadounidense para negarle a Julian Assange sus derechos como ciudadano australiano y silenciarlo.
En 2010, la primera ministra Julia Gillard llegó a ordenar a la Policía Federal de Australia (AFP, por sus siglas en inglés) que investigara y enjuiciara a Assange y WikiLeaks, hasta que la AFP le informó que no se había cometido delito alguno.
El pasado fin de semana, el Sydney Morning Herald publicó un lujoso suplemento para promover la celebración del “Me Too” en la Ópera de Sydney el 10 de marzo. Entre las participantes principales se encuentra la ministra de Asuntos Exteriores recientemente retirada, Julie Bishop.
Bishop ha sido vista últimamente en los medios locales recibiendo alabanzas al afirmar que su retirada es una pérdida para la política: que es un “icono”, como alguien la llamó, digno de admiración.
La celebración del feminismo de alguien tan políticamente primitiva como Bishop nos dice cómo las supuestas políticas de identidad han subvertido una verdad esencial y objetiva: lo que sobre todo importa no es tu género sino la clase a la que sirves.
Antes de que entrara en la política, Julie Bishop era una abogada que trabajaba para la famosa compañía minera del asbesto James Hardie que luchó contra las reclamaciones de los mineros y de sus familias que murieron de forma horrible a causa de la enfermedad de la asbestosis.
El abogado Peter Gordon recuerda a Bishop “preguntando retóricamente al tribunal por qué los trabajadores deberían tener derecho a saltarse las colas del tribunal solo porque se estaban muriendo”.
Bishop dice que “actuó profesional y éticamente… siguiendo instrucciones”.
Quizás estaba simplemente “actuando en seguimiento de instrucciones” cuando voló a Londres y Washington el año pasado con su jefe de personal del ministerio, quien había indicado que la ministra de Relaciones Exteriores de Australia plantearía el caso de Julian y, con suerte, se iniciaría el proceso diplomático para traerlo a casa.
El padre de Julian había escrito una carta conmovedora al entonces primer ministro Malcolm Turnbull, pidiéndole al gobierno que interviniera diplomáticamente para liberar a su hijo. Le dijo a Turnbull que estaba preocupado de que Julian no pudiera salir con vida de la embajada.
Julie Bishop tuvo todas las oportunidades en el Reino Unido y en EE. UU. para presentar una solución diplomática que llevara a Julian a casa. Pero esto requería el coraje de alguien que se enorgulleciera de representar a un Estado soberano e independiente, no de una vasalla.
En cambio, no hizo ningún intento de contradecir al secretario de Relaciones Exteriores británico, Jeremy Hunt, cuando dijo escandalosamente que Julian “se enfrentaba a cargos graves». ¿Qué cargos? No existen.
La ministra de Relaciones Exteriores de Australia faltó a su deber de hablar en nombre de un ciudadano australiano, procesado por nada, acusado de nada, culpable de nada.
¿Se les recordará el próximo domingo en la Ópera a las feministas que adulan a este falso icono su papel en la conspiración con fuerzas extranjeras para castigar a un periodista australiano, cuyo trabajo ha revelado que el militarismo rapaz ha destrozado las vidas de millones de mujeres de a pie en muchos países? Solo en Iraq, la invasión de ese país encabezada por Estados Unidos, en la que participó Australia, dejó 700.000 viudas.
Entonces, ¿qué puede hacerse? Un gobierno australiano que estaba preparado para actuar en respuesta a una campaña pública para rescatar al jugador de fútbol refugiado, Hakim al-Araibi, de la tortura y la persecución en Bahréin, puede perfectamente traer a Julian Assange a casa.
La negativa del Ministerio de Asuntos Exteriores en Canberra a honrar la declaración de las Naciones Unidas de que Julian es víctima de “detención arbitraria” y tiene un derecho fundamental a su libertad, es una violación vergonzosa de la letra y el espíritu del derecho internacional.
¿Por qué el gobierno australiano no ha hecho ningún intento serio de liberar a Assange? ¿Por qué Julie Bishop se inclinó ante los deseos de dos potencias extranjeras?
¿Por qué esta democracia se define por sus relaciones serviles y por integrarse con un poder extranjero ilegal?
La persecución de Julian Assange es la conquista de todos nosotros: de nuestra independencia, nuestro autorespeto, nuestro intelecto, nuestra compasión, nuestra política, nuestra cultura.
Por tanto, deja de escapar. Organiza. Ocupa. Insiste. Persiste. Haz ruido. Actúa directamente. Sé valiente y sigue siendo valiente. Desafía a la policía del pensamiento.
La guerra no es paz, la libertad no es esclavitud, la ignorancia no es fuerza. Si Julian puede ponerse en pie, tú también, todos podemos.
(John Pilger dio este discurso en un mitin en apoyo de Julian Assange en Sydney el 3 de marzo.)
-El autor, John Pilger, es periodista de origen australiano y renombre internacional, ha ganado más de 20 premios por su labor periodístico.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2019/03/04/the-prisoner-says-no-to-big-brother/
(Traducido el inglés para Rebelión por Sinfo Fernández)
*Fuente para piensaChile: Rebelión
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