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Evaluaciones de desempeño: lo mejor de nosotros (para vomitar)

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En pleno centro hay un café que se volvió, al parecer, lugar obligado para cerrar evaluaciones de desempeño. De todas las instituciones públicas y privadas del sector, que son muchas, acude gente para revisar uno por uno los ítems que miden lo bien o lo mal que lo están haciendo los empleados en el trabajo. Si uno tiene la mala costumbre de atender a las conversaciones ajenas, la situación se pone interesante. Por lo general evaluador y evaluado eligen una mesa aparte y si a uno por descuido se le ocurre sentarse cerca te dirigen una mirada de perro. Pero yo me siento igual y disimulo con un libro o el diario en la mano.

 

Tienen algo de penoso o grotesco las evaluaciones de desempeño, según cómo se lo mire. La semana pasada me tocó ver en el café a un hombre evaluando a una mujer. En un tono que perseguía la confianza, jamás la complicidad, el hombre procedía al auto de fe acompañado de una pauta muy rigurosa. Ella asentía en silencio y, a veces, discrepaba. En esos momentos no existía para la mujer realidad más allá de la mesa donde se jugaba su destino laboral.

Como en este país nos cuesta una enormidad hablar de frente, la escena también parecía torturante para el evaluador. En cada palabra comedida, de uno y otra, vibraba la tensión. Pero ambos no podían sino tomarse muy en serio la evaluación, y era aquí cuando lo penoso o lo grotesco tomaba un tinte perverso, cuando los actores, incapaces de poner distancia con lo que hacían, se sometían a un mecanismo de control asimilado como deseable y que debe culminar con una recompensa o un castigo. Lo perverso es encubrir con una fachada de objetividad aquello que en el fondo es una lucha feroz.

También yo he sido evaluado. He sentido la adrenalina del juicio. Pero, lo reconozco, he tenido el privilegio de decir lo que pienso sin que eso me cueste la pega:

  1. Las evaluaciones de desempeño son denigrantes.
  2. Su mecanismo reproduce el mecanismo social por medio del cual se administra el poder, se regulan los ascensos y se castigan las disensiones.
  3. La supuesta objetividad con que pretenden medir la calidad del trabajo es ilusoria.

Por último, las evaluaciones de desempeño, nos dejen satisfechos o resentidos, no hacen sino poner de manifiesto, apelando a la farsa del clima laboral –a menudo empeorándolo−, que los empleados de empresas o instituciones generalmente grandes y prestigiadas socialmente se encuentran en pie de guerra entre sí, y nos dicen además que eso es conveniente, que el reparto del animal, del porte que sea la porción que nos toque, tiene que hacerse a cuchilladas porque así se logra mayor productividad y eficiencia. Damos lo mejor de nosotros y eso se premia con una nota.

©2013 Politika | diarioelect.politika@gmail.com

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