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El diagnóstico de Felipe Portales: Chile, una dictadura perfecta

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El sociólogo Felipe Portales (57 años) es un severo crítico
del sistema político chileno. Su libro La democracia tutelada llamó la atención
por la seriedad y respaldo documental. Desde hace algunos años trabaja sobre
los mitos en la democracia chilena, y ha publicado dos volúmenes que deberían
ser continuados a lo menos por un tercer tomo. Sus análisis de la Concertación de
Partidos por la Democracia
y sus entendimientos con la derecha, han tenido amplia resonancia. PF lo
entrevistó y éste fue el diálogo:

En sus libros develar mitos y afirmaciones superficiales es una constante. ¿Qué
piensa de la afirmación de que en Chile vivimos una crecientemente
perfeccionada democracia?

"Lo he dicho antes, ésta es una ‘dictadura perfecta’ porque no se nota a simple
vista. Incluso cada vez parece más democrática. La verdad es diferente. Estructuralmente,
es el mismo país que era al término de la dictadura. Prácticamente con la misma
Constitución. La
Concertación, en acuerdo con la derecha, legitimó el sistema
económico y social existente, producto del proyecto refundacional de la
dictadura. Tenemos el mismo Plan Laboral, con pequeñas modificaciones,
prácticamente el mismo sistema educacional basado en el lucro, las AFP, las
Isapres, las concesiones mineras, el mismo sistema tributario y financiero,
etc. Hay una sociedad atomizada, disgregada, favorecida por el manejo de los
medios de comunicación, altamente concentrados, que tienen un efecto
embrutecedor debido a que las opiniones críticas no llegan a la mayoría de la
población. Vivimos en medio de mitos e imágenes falsas. Como esa tontería de que
ahora ‘jugamos en las ligas mayores’, como si se tratara de béisbol, que somos
‘un país ganador’, ‘el país vanguardia de América Latina’ o que ‘el mundo nos
mira con admiración’. Creo que el modelo tiene debilidades tremendas. Lo más
patético es que la
Concertación lo legitimó, consolidó y perfeccionó".

En su obra sobre los mitos de la democracia chilena, paso a
paso va revelándolos como tales, lo que implica la desmitificación de buena
parte de la historia oficial. ¿Cuáles considera que son los más arraigados?

"Primero, quisiera decir que yo llego a la historia por una necesidad de
entender lo que estaba pasando en Chile después del golpe militar y el comienzo
de la transición. Soy sociólogo de la Universidad Católica
y empecé mis estudios en el año 1970. Había un clima efervescente, lleno de
inquietudes y deseos de cambio. Vino el golpe militar, la dictadura
interminable, comenzó la transición y de pronto, me di cuenta que no entendía
lo que estaba pasando. Me pareció que debía recurrir a la historia, que siempre
me había atraído. Así lo hice, y me encontré con que a pesar del importante
trabajo de los nuevos historiadores, de Gabriel Salazar y muchos jóvenes, había
siempre zonas de oscuridad. Además, había en muchos enfoques exceso de
ideologización y, para mi gusto, insuficiente trabajo con los hechos. Me puse a
la tarea y descubrí que era increíble la distancia existente entre lo que se
enseña como historia oficial y lo que efectivamente había sucedido: cómo nos
vemos a nosotros mismos y cómo somos efectivamente. Que vivíamos en un mundo de
mitos. Y al estudiarlos me di cuenta, también, de su enorme fuerza, que están
tan arraigados que exceden la racionalidad. Y eso hay que tenerlo presente, en
una sociedad autoritaria, oligárquica, clasista y racista.

Un mito central, por ejemplo, es el sentimiento de
superioridad que nos lleva al aislamiento, ya que nos sentimos diferentes en
América Latina. Partiendo de que nos creemos básicamente blancos, que no
asumimos nuestra calidad de mestizos y que los mapuches nos parecen ajenos,
extraños. Ese sentimiento de superioridad explícito es muy antiguo. En una de
sus expresiones viene desde el tiempo de Diego Portales y la convicción de que
Chile debía tener la hegemonía en el Pacífico Sur. Eso nos llevó a una ‘guerra
preventiva’, por usar el lenguaje de hoy, contra la Confederación
Perú-boliviana que se vio como una amenaza per se. Esta
orientación geopolítica se mantuvo (y se mantiene en buena medida hasta hoy) y
nos tuvo en una permanente situación casi bélica hasta más o menos 1930, cuando
por el Tratado de 1929 se resolvió la cuestión de Tacna y Arica. Con los otros
vecinos tampoco las relaciones han sido armoniosas.

Ese sentimiento de falsa superioridad tiene expresiones
políticas importantes, como considerar, por ejemplo, que debemos abandonar ‘el
barrio’ cuanto antes. ‘Adiós América Latina’ fue una frase de la dictadura que
sigue sonando como aspiración más o menos discreta.

Recién de 1950 en adelante -y gracias principalmente a la
acción del centro y de la
Izquierda- empezó a producirse una apertura, con la Cepal funcionando en
Santiago, con los estudios sobre los términos de intercambio, endeudamiento,
posibilidades de acercamiento económico y cultural. Frei y Allende jugaron en
eso un gran papel. No olvidemos el Pacto Andino, el Acuerdo de Cartagena, el
acercamiento al Tercer Mundo. Otro factor fue la acogida a un gran número de
exiliados latinoamericanos que llegaron a partir de los años 20-30 y de jóvenes
que venían a estudiar a la
Universidad de Chile, lo que fortaleció nuestra creencia de
que éramos ‘distintos’, del ‘asilo contra la opresión’ y la ‘democracia
ejemplar’. También, la idea de la estabilidad. Algo que fue real pero
discutible en su significado. Durante el siglo XIX, los dos países más estables
de América Latina fueron Brasil, que fue un imperio y donde hubo esclavitud
hasta cerca del siglo XX y Chile, virtualmente una monarquía absoluta, en que
el presidente era un monarca con ropaje republicano, aunque muchas veces se
manejara con tino para dar espacio a una oposición inofensiva o poco
peligrosa".

Rol político de las FF.AA.
En Chile, el papel de las FF.AA. ha sido siempre
políticamente relevante, aunque eso se haya negado durante mucho tiempo. ¿Cuál
es su relación con el mito?

"Efectivamente, el papel político de las FF.AA. siempre ha
sido muy importante, pero siempre subordinado a los sectores dominantes, a
diferencia del autonomismo que han tenido en otros países. La primera
experiencia de autonomización se produjo en 1932, en el liderazgo de Marmaduque
Grove y otros oficiales jóvenes de la naciente Aviación y de otras ramas. Hubo
verdadero pánico en la derecha. La República Socialista,
con Grove, duró apenas doce días. Lo sustituyó Carlos Dávila, y una de sus
principales tareas fue reprimir a los socialistas y comunistas. Que hayan sido
oficiales los seguidores de Grove pareció más alarmante que la insurrección de
la marinería.

La
República Socialista de Grove es un ícono que debe mirarse
con atención, pero fue algo excepcional. Las FF.AA., como conjunto, eran
básicamente ibañistas. Su papel político, aunque subordinado, fue
históricamente aceptado y aprovechado. Hasta 1973 era costumbre que el oficial
a cargo de las FF.AA. en la provincia fuera designado intendente subrogante. O
a veces, derechamente intendente titular. También era una forma de prepararlos
para la dirección de las Zonas de Emergencia. Estas eran perfectamente
inconstitucionales. Se iniciaron mediante una norma contenida en una ley
dictada durante la segunda guerra mundial, y después comenzaron a usarse como
un instrumento normal a pesar de su evidente inconstitucionalidad y el propio
espíritu de la ley original. Hubo, por lo tanto, una intervención militar
buscada en medio de la normalidad. En un momento, a comienzos de los años 1940,
se encargó al general Berguño un estudio sobre el carbón y sus proyecciones,
que incluso abordaba aspectos sociales. Y nadie protestó, nadie dijo nada. Así
también existía el mito de la corrección y la hidalguía consustancial a los
militares. Nadie quería creerlos capaces de lo que hicieron en la dictadura.

Hay una historia interesante. Pocos años antes, la película Caliche sangriento,
de Helvio Soto, produjo bastante polémica. Salvador Allende, que era presidente
del Senado, pidió verla privadamente. Salió molesto. ‘Este no es el ejército
chileno, el ejército no mata prisioneros indefensos’, dijo. Y no olvidemos que
Eduardo Frei Montalva rechazó los consejos para que no se operara en Chile: ‘Me
operaré aquí. No se atreverán a matarme. Eso no pasa en Chile’, fue su
argumento. Y no hablemos del mito del ‘ejército siempre vencedor y jamás
vencido’ o del terrible lema del escudo nacional, ‘Por la razón o la fuerza’,
que es una vergüenza. Es indudable que entre los chilenos hay un fuerte
militarismo. ¿Consecuencia de las guerras que han marcado nuestra historia?
¿Patriotismo mal entendido, que ayuda a menospreciar al extranjero,
especialmente si es pobre? Actualmente, como si no hubiera pasado lo que pasó,
las Fuerzas Armadas se cuentan entre las instituciones más confiables y
respetadas, según las encuestas".

Los mitos de la derecha
¿Cuáles son los mitos fundantes de la derecha?
"En realidad, prácticamente todos los que sustentan la
historia oficial la favorecen. Porque lo que más me impresiona en la derecha es
su consistencia y coherencia. En el gobierno o en la oposición: apoyará a la
autoridad cuando reprime a los trabajadores, apoyará las masacres obreras,
siempre respaldará la legislación antisindical y las leyes restrictivas de las
garantías constitucionales; y apoyará siempre las leyes que favorezcan al
capital, apoyará siempre el orden público, aunque para conservarlo se cometan
excesos.

Se trata de una orientación invariable. Que contrasta con el
comportamiento de la centro-izquierda chilena que ha sido en muchas ocasiones
inconsistente. Ahí está, por ejemplo, la experiencia del Frente Popular, que a
diferencia de lo que se sostiene no fue una maniobra genial del Partido
Comunista. Fue una iniciativa del Partido Radical, que entonces era muy poderoso,
para enfrentar la candidatura derechista de Gustavo Ross. El Partido Radical
impuso sus condiciones, que fueron severas: la mantención del latifundio y la
restricción de la sindicalización campesina. El candidato presidencial del
Frente Popular terminó siendo Pedro Aguirre Cerda, un político que había sido
adversario del Frente Popular. La prohibición virtual de la sindicalización
campesina había sido impuesta por el gobierno derechista de Arturo Alessandri
por una simple orden emanada de la
Dirección del Trabajo. Se mantuvo incólume en el gobierno del
Frente Popular, que también aseguró el régimen del hacendazgo.

Más adelante, y también en un gobierno de centro-izquierda
como fue el de Gabriel González Videla, se negoció con la derecha un proyecto
de ley de sindicalización campesina que tenía tales restricciones, que veinte
años después apenas se habían constituido una veintena de sindicatos
campesinos. Las prohibiciones a la sindicalización campesina eran
inconstitucionales. Todo esto fue aceptado por comunistas, socialistas, por la
naciente Falange Nacional y otras fuerzas de Izquierda. Hay muchos otros
ejemplos, pero destacaré uno solo.

Antes del 25 de octubre de 1938, fecha del triunfo del
Frente Popular, un diputado ‘naci’ (con c y no con z, porque hubo ‘nacis’ que
se fueron izquierdizando) propuso en la Cámara un proyecto de ley para frenar el cohecho
que sería determinante para el triunfo del candidato oficialista, Gustavo Ross.
El diputado, Fernando Guarello, desafió a la derecha: que se aprobara una ley
de cédula única, que habría terminado entonces con el cohecho, como se demostró
desde 1958 en adelante. Ni socialistas ni comunistas, tampoco radicales ni
otras fuerzas acogieron la propuesta. Nadie dijo nada. Es obvio que a esas
alturas, la Izquierda
no tenía una demanda progresista bien articulada".

La
Concertación  en la
inopia

Volvamos a la actualidad: ¿qué está sucediendo con el
gobierno de Sebastián Piñera?

"Hay una situación difícil que no es nueva. Para el PS al
menos, que hace más de veinte años dio el vuelco que lo llevó a subordinarse
totalmente a los grandes monopolios. La Concertación se entregó a la derecha cuando, como
lo explico en el libro La democracia tutelada, cedió la mayoría electoral y
desactivó las movilizaciones sociales, en busca de una solución de compromiso
que se tradujo en las reformas constitucionales consensuadas con la derecha y
que se aprobaron después del triunfo del No en el plebiscito de octubre de
1988. Ese fue el comienzo de la consolidación del modelo impuesto por la
dictadura. El votante de la
Concertación en 1989 esperaba que se revirtieran las
privatizaciones, que se revisaran las concesiones mineras, que se terminara con
el Plan Laboral, con las AFP y el sistema previsional no solidario, con las
Isapres, en fin. Eso no ocurrió. Ahora, en las elecciones presidenciales
últimas, el votante de la
Concertación quería que no ganara Piñera. Le interesaba
conservar lo conseguido, la mantención de cargos en el aparato gubernamental y
una mayor defensa del medioambiente. En algunos sectores, poco más que eso. En
la campaña no se discutió ningún tema verdaderamente importante.

¿Qué pasará en el futuro? Es difícil hacer proyecciones, pero
lo más probable es que busquen consensos en temas más o menos irrelevantes. La
derecha, gobernando, no tiene porqué ser demasiado distinta que la Concertación. Aunque
Piñera puede dar sorpresas. Las posibilidades de un ascenso fuerte de las
movilizaciones sociales se ven debilitadas por la atomización social y el papel
de los medios de comunicación. La Concertación sigue marcando el paso. E incluso
incurre en errores grotescos, como las críticas a la cancelación del proyecto
de la termoeléctrica en Punta de Choros. Se criticó al gobierno por razones
institucionales. Ridículo. Si toda la institucionalidad ambiental depende del
Ejecutivo, ¿de qué institucionalidad estamos hablando?

Lo que pasó es que Piñera primero había dicho que sí y luego
dijo que no, cuando se dio cuenta que le produciría malos efectos políticos.
Hablar de que se trata de decisiones técnicas, es también absurdo. Son
esencialmente decisiones políticas que tienen, claro, soporte técnico. La
instalación o no de una planta de energía nuclear es esencialmente una decisión
política, no técnica. Así como no hay institucionalidad que valga cuando es
simplemente una farsa.

El liderazgo en la Concertación está en la inopia total. Ni siquiera
se atreve con la autocrítica. Tampoco hay mecanismos que permitan cambios de
fondo. El sistema binominal no sólo rigidiza el sistema electoral. También hace
que cada partido sea una dictadura. Las voces disidentes no tienen cabida. Los
instrumentos de disciplinamiento de las directivas son obvios: a través de la
reelección, con el acceso a cargos públicos, y con las oportunidades de
negocios o posiciones significativas. Los dirigentes no se renuevan o cooptan a
sus partidarios. Las elecciones internas se hacen cuando lo deciden los
dirigentes, los acuerdos no se cumplen, los grupos de poder imponen su
voluntad. Muchos parecen haberse entregado en cuerpo y alma a la derecha:
llegan a los directorios de los bancos y grandes empresas, hacen asesorías
multimillonarias, trabajan como lobbistas…

El gran tema renovador y movilizador debe ser demanda por
una nueva Constitución. Es el tema central que permite, además, la convergencia
de demandas sectoriales. No es un camino fácil ni rápido, porque es necesario
formar conciencia movilizadora, que no es sencillo.

Ese creo que es el panorama de la Concertación de
centro-izquierda. En cuanto a la
Izquierda alternativa, también ha sido debilitada por la
obsesión del PC de incluirse en el sistema a través de sus parlamentarios en el
Congreso. Ha logrado tres y aunque aumentara al doble o al triple, no cambiarán
las cosas desde el Congreso. Allí no se consigue el poder real. Y a la derecha
le conviene, porque eso legitima el sistema electoral binominal".

(Publicado en "Punto Final", edición Nº 720, 15 de octubre,
2010)

*Fuente: El Clarin http://www.elclarin.cl/index.php?option=com_content&task=view&id=22705&Itemid=2729

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