Cada vez que visito a Julian Assange nos reunimos en una habitación que él conoce ya demasiado bien. Allí hay una mesa desnuda y fotos de Ecuador en las paredes. Y una estantería donde siempre veo los mismos libros. Las cortinas están siempre echadas y no hay luz natural. El aire es calmo y fétido.
Esta es la habitación 101.
Antes de entrar en la habitación 101, debo entregar mi pasaporte y el móvil. Examinan mis bolsillos y posesiones. Inspeccionan también la comida que llevo conmigo.