El secreto peor mentido
por Fernando Balcells Daniels (Chile)
7 años atrás 4 min lectura
30 abril, 2018

Acaba de publicarse un libro con las grabaciones que el general Gustavo Leigh realizaba clandestinamente de sus conversaciones con Pinochet. Su viuda se adjudica la autoría del libro, aunque dice haber contratado a un ‘historiador secreto’ para llevar adelante la publicación. Presentando el libro en un diario, la señora de Leigh afirma que su marido no supo nunca de ejecuciones ni torturas y niega que en la Academia de Guerra Aérea (AGA) se practicara algo más que un comedido apremio psicológico a los detenidos. La interpretación de la viuda, las conversaciones fingidas y el escritor oculto, todo indica que la lealtad de los tránsfugas obliga y que la Fuerza Aérea todavía protege el secreto a voces de su oscuro desempeño institucional.
Los numerosos testimonios sobre la AGA hacen imposible ignorar estas operaciones indecentes de lavado reputacional. Si la sociedad no es capaz de defenderse de falsedades tan graves en el espacio público, toda experiencia histórica está destinada a ser relativizada, banalizada y perdida.
La AGA fue el primer centro de inteligencia y tortura del Gobierno militar. El recinto fue administrado por un ‘comando conjunto’ de las FF.AA. La Fuerza Aérea cumplía las labores de oficina, aseguraba la custodia y realizaba el trabajo manual en los interrogatorios. El privilegio del dueño de casa consistía en concentrar allí a la gente de su propia institución y ocuparse directamente de su quebranto.
Durante años intenté ser admitido para visitar la AGA. Lo hice discretamente y sin éxito a través de amigos que tenían amigos y de antiguos compañeros de colegio que fueron altos oficiales de la Fuerza Aérea. A veces me preguntaban, sarcásticamente, si pensaba escribir un libro. Otros respondían que sería muy comprometedor transmitir mi solicitud. Todavía hoy mantengo la esperanza de volver a recorrer a ciegas esos pasillos y subir las escaleras sin tropezarme.
Pasé por la Academia de Guerra Aérea entre mediados de octubre y fines de noviembre de 1973. Tenía 23 años y no ostentaba ni el perfil ni la relevancia del resto de los presos del lugar. Los detenidos eran principalmente aviadores y autoridades políticas relacionadas con defensa y con finanzas en el Gobierno de la UP. Fui detenido por indicación de un fiscal de la aviación de nombre Cristián Rodríguez Boullón, conocido como el Boca Rodríguez y que llegó, por sus méritos, a auditor general de la FACH. Como suplemento salarial, el Boca extorsionaba a los familiares de los presos vendiéndoles la libertad y la vida de sus parientes.
Puedo dar fe de que en ese recinto se torturaba intensa y variadamente, según la categoría de los presos. Los peor tratados eran los integrantes de la misma Fuerza Aérea. Para el resto, el trato iba desde el estándar del terror psíquico a la oscuridad de una capucha permanente, golpizas profesionales, simulaciones de fusilamiento, aplicación de drogas, descargas eléctricas y heridas que eran abiertas para ser trabajadas lentamente y en profundidad. Vi morir a hombres viejos torturados durante días; los vi apagarse en un quejido de dolor cada día más tenue hasta que dejaban de escucharse. Nunca supe los nombres de los que murieron ni los de aquellos que los mataron, pero el general Leigh no estaba en posición de ignorar ninguno de esos detalles.
Durante años, intenté ser admitido para visitar la AGA. Lo hice discretamente y sin éxito a través de amigos que tenían amigos y de antiguos compañeros de colegio que fueron altos oficiales de la Fuerza Aérea. A veces me preguntaban, sarcásticamente, si pensaba escribir un libro. Otros respondían que sería muy comprometedor transmitir mi solicitud. Todavía hoy mantengo la esperanza de volver a recorrer a ciegas esos pasillos y subir las escaleras sin tropezarme.
*Fuente: El Mostrador
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Un refugiado es un refugiado
Un niño es un niño y el miedo es el miedo
Destierro es destierro
Y una hipocresía es una hipocresía
No hay signo, no hay bando
No hay ideología ni misterio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
Un daño es un daño, del verbo dañar
Todos los daños son daños centrales
Un niño es un niño
No existen los daños colaterales
No hay meta, no hay causa
Ningún motivo, ningún premio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
El fin es un punto por siempre distante
Una cambiante ficción
Un ciclón a merced de una hoja
Una paradoja como la de Zenón
Donde algo parece que se va acercando
Y siempre se escapa, siempre se esconde
Siempre a la misma exacta distancia
De un mismo horizonte (mismo horizonte)
El dedo que aprieta el gatillo
Debería saber esto
No hay tuyos ni suyos ni míos
Si son niños, son nuestros (todos los niños son nuestros)
Ni patria ni credo hay
Ni diferencias de criterio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio