1. UN PROYECTO ALTERNATIVO
Desde hace años se viene hablando de un proyecto de pedagógico alternativo o sencillamente de una pedagogía alternativa, entendiendo lo alterno en sentido progresista; sin embargo, en no pocos casos, se ha continuado con prácticas bastante tradicionalistas, las cuales no acercan a la formación de un hombre nuevo sino que reproducen lo que el régimen existente quiere.
Para quienes pretenden realmente una nueva opción, una excelente posibilidad se encuentra la pedagogía liberadora, la cual ha tenido valiosos exponentes en América Latina y en todas partes del orbe. La esencia de esas grandes contribuciones debe ser recogida y llevada a la práctica, pues un proyecto pedagógico liberador, debe rescatar al máximo los aportes de las diversas regiones del mundo, desde luego sin descuidar los autóctonos, ni su propia historia.
En este sentido, América Latina, desde el legendario Simón Rodríguez hasta nuestros días, ha hecho notables contribuciones. Entre esos grandes aportes resalta el de Paulo Freire. Es tal la magnitud del trabajo freiriano, que ningún proyecto de educación crítica o liberadora serio, lo puede dejar de lado.
En la segunda mitad del siglo XX, América Latina, produjo para el mundo, sobre todo para el progresista, dos grandes corrientes: la teología de la liberación y la educación liberadora; ambas contribuciones son formidables y ambas son desestabilizantes para regímenes de dominación.
Antes de abordar algunos de los principales fundamentos de la pedagogía liberadora, hablemos de Paulo Freire, quien desde sus primeras obras, muestra claramente una orientación humanista y progresista, orientación que siempre estuvo presente en sus escritos, en sus intervenciones orales y en su práctica pedagógica de aproximadamente 50 años.
Paulo Freire vio y sintió la opresión, por lo que no le queda difícil situarse en ella para reflexionar sobre cómo superarla, para encontrar la manera de avanzar hacia su supresión desde la labor educativa. Las condiciones de carencias y opresión de la época, de cierta manera, facilitan su análisis pedagógico y su formulación liberadora.
No sobra resaltar su gran formación, no sólo pedagógica sino también filosófica, política, sociológica y en otras ciencias sociales y, además, el haber tenido que emigrar del Brasil natal, facilitó su contacto con las corrientes de vanguardia en los cinco continentes; es decir, Freire no sólo se nutre de la realidad de su país de origen sino de muchas otras realidades y de muy diversos aportes teóricos, tanto de América como del resto del mundo.
Los 16 largos años de exilio fueron un gran posibilitador para su formación, pues gracias a ello es que puede entrar en contacto directo con realidades y teorías del resto del continente americano, del europeo, del africano, del asiático e incluso del oceánico. ¡Qué paradoja! Esos años de forzosa emigración se trocan en valioso facilitador para la pedagogía liberadora.
En síntesis, cualquier acercamiento, por mínimo que sea, a la obra de Paulo Freire, nos evidencia que es imprescindible tenerlo en cuenta para cualquier proyecto pedagógico alternativo, para cualquier proyecto pedagógico de avanzada y, al mismo tiempo, nos muestra que la pedagogía liberadora exige romper completamente con la tradicional.
2. LOS FUNDAMENTOS
Continuemos ahora sí con algunos de los baluartes de la concepción freiriana. De Paulo Freire suele conocerse la alfabetización y nadie se atreve a negar su importancia en ella, sobre todo de adultos, sin embargo el aporte de Freire va mucho más allá de enseñar a leer la palabra, pues en Freire se entiende la alfabetización de una forma mucho más trascendente e integral.
Freire es sin duda una autoridad mundial, reconocida prácticamente por todos, en materia de alfabetización. Suele recordarse, por ejemplo, la exitosa alfabetización de más de 300 adultos en 45 días, acaecida en una población brasileña. Sin embargo hay partes que no son tan difundidas, como por ejemplo: el que no basta con leer las palabras de otros, pues es imprescindible aprender a leer las propias.
En materia del aprendizaje de la lectura, se le suele recordar su método de utilizar palabras generadoras, que sean del contexto o que tengan relación con él, es decir palabras que están en el universo circundante y que expresan ideas con sentido completo para los educandos; pero no con igual frecuencia se recuerda su énfasis en saber leer la realidad o su refinada elaboración de la alfabetización política.
La lectura de la realidad es, sin duda, algo novedoso, pero la interacción se ese proceso, lo es aún más. «La lectura del mundo precede a la lectura de la palabra, de ahí que la posterior lectura de ésta no pueda prescindir de la continuidad de la lectura de aquel. Lenguaje y realidad se vinculan dinámicamente.» (Freire, 1997, p.94)
Desde luego, que la comprensión del texto no ha de hacerse de cualquier manera, la «comprensión del texto ha de ser alcanzada por su lectura crítica», pues es ella la que sirve la segunda fase, la que «implica la percepción de relaciones entre el texto y el contexto». (Freire, 1997, p.94)
El tener en cuenta no sólo el texto sino el contexto, nos lleva incluso a una mejor comprensión del entorno natural, de nuestras relaciones con él, a un mayor aprecio del medio ambiente y a la acción por su conservación en las mejores condiciones posibles. Freire tiene el mérito de ser uno de los primeros grandes pedagogos en darse cuenta de lo imprescindible de prestar mayor atención a lo ambiental y de las consecuencias degradantes a que lo somete el actual sistema de producción y apropiación.
Íbamos en que la alfabetización freiriana no es sólo de adultos y no es solo de palabras. Aunque las palabras juegan importante rol, y en la educación liberadora al educando hay que darle la palabra para que pueda pasar de la cultura del miedo y del silencio, a la construcción local o de niveles más macro.
En la alfabetización freiriana, no basta con leer: «Eva vio una uva», sino que hay que ir más allá; partir primero de si en efecto vio la uva, de si esa expresión tiene sentido en la región, porque si no hay uvas es mejor partir de otra elaboración; ahora, si en efecto «Eva vio una uva», entonces hay que abordar otros interrogantes ¿cómo se produjo?, ¿quién la produjo?, ¿cuáles son las condiciones de vida de sus productores?, ¿quiénes son los más beneficiados con su producción?, etc. Esto es, lectura de la palabra y lectura de la realidad.
Hay unas categorías freirianas medianamente conocidas en todos los confines terrestres. Es de conocimiento general, por ejemplo, el término «educación bancaria», sin embargo no son muchos los que la comprenden íntegramente o que se alejan del todo de esa negativa costumbre, pues «no se trata de depositar conocimientos», solía decir, sino de «crear la decisión del conocimiento por parte de cada quien».
Otro aspecto fundamental en el aporte freiriano, es el diálogo, pues mediante él, un educador se entera de la situación del educando y éste más fácilmente comprende lo que el profesor le quiere enseñar. Además en el diálogo se aprecia el argumento, las razones del otro y con ello se puede dar elementos para que, si el otro lo tiene a bien, ajuste sus creencias o concepciones, pues no se trata de que comparta mi visión, sino de que cada quien elabore sus propias ideas, sin repetir formulaciones de la prensa, la televisión o del docente.
En la educación liberadora es imprescindible el diálogo, pues como «educador, necesito ir «leyendo» cada vez mejor la lectura del mundo que los grupos populares con los que trabajo hacen de su contexto inmediato y del superior», (Freire, 2001, p.93) y a partir de ello ajusto mis planes y hago mi trabajo.
El diálogo es, para Freire, un pilar fundamental de la pedagogía liberadora; estaba tan convencido de ello, que incluso en sus libros utiliza una forma dialogada. Hay varias obras freirianas escritas «de manera hablada». El era muy amante de conversar con pedagogos u otros especialistas, brasileños o del exterior, y publicar esas charlas; esos diálogos son además de amenos, muy enriquecedores. En esas conversaciones nos facilita apreciar el poder del diálogo y su inclinación hacia el mismo, al igual que su enorme receptividad y su gran cosmovisión
Hay igualmente en sus escritos muchas cartas, pero no cartas cualquiera, sino cartas «conversadas», en las que se percibe el diálogo con el lector y con las personas a quienes va dirigida, son libros carta que se asemejan bastante a cualquier intercambio en donde interactúan emisor y receptor, como «Cartas a Guinea-Bissau», «Cartas a Cristina», o «Cartas a quien pretende enseñar».
El diálogo, es sin duda, uno de sus favoritos. «El diálogo en el que se va desafiando al grupo popular a pensar su historia social como la experiencia igualmente social de sus miembros va revelando la necesidad de superar ciertos saberes que «desnudos» van mostrando su «incompetencia» para explicar los hechos». (Freire, 2001, p.93)
Así pues, el diálogo es más que una herramienta freiriana, es uno de sus principios, en tanto que posibilita la comunicación, sitúa a las personas en un plano horizontal, lo cual va contra la sumisión, contra la educación autoritaria, y desde luego, la educación liberadora exige relaciones entre iguales y un diálogo permanente que facilite el aprendizaje tanto del educando como del educador.
El diálogo es indispensable en todos los niveles, entre docentes, entre estudiantes, entre estudiantes y docentes y entre todos éstos y la comunidad. El diálogo entre docentes es muy importante, pues facilita el intercambio de experiencias y el apoyo mutuo. El diálogo con los estudiantes facilita, entre otras cosas, que el educador se de cuenta de los saberes previos de los estudiantes y pueda abordarlos en mejores condiciones.
El diálogo incluso, debe darse entre saberes, entre disciplinas, pues es necesario que se relacionen los diversos trabajos pedagógicos, que haya diálogo entre docentes y sus disciplinas, es decir, que exista un trabajo interdisciplinar, pues ello facilita mucho el trabajo pedagógico, en tanto que cada uno puede apoyarse en los demás y también cada quien aportará a los otros; además un trabajo en que se relacionan contenidos es mucho más rico y agradable, es mucho más productivo también para educandos y docentes.
Hay un pasaje formidable, en el que mediante el intercambio docente-estudiantes, Paulo Freire hace evidente a sus educandos que ellos no son ignorantes de todo y que el docente también ignora cosas, que todos podemos aprender de todos, que unos y otros nos necesitamos en materia de conocimiento y que «juntos nos educamos en comunidad».
En el divertido diálogo en mención, los estudiantes preguntan a Freire por algo que sospechan que él no sabe y Paulo procede de manera similar con sus estudiantes; las preguntas se van alternando por cada «equipo», quedando primero 1-1, luego 2-2 y finalmente 10 a 10, es decir cada bando mete diez «goles», o sea que cada uno hizo diez preguntas que el otro no pudo responder.
El diálogo igualmente facilita una actitud positiva ante el error, no temiendo cometerlo, detectarlo o reconocerlo, lo que facilita examinar su razón o causas, es decir, viabiliza el rol pedagógico del error, la posibilidad de tratarlo como elemento válido en la construcción de conocimiento y de desarrollo.
El diálogo, finalmente, es un mecanismo fundamental para prevenir e incluso afrontar problemas de convivencia, para abordar la ruta positiva del conflicto, para afrontar de manera inteligente el conflicto y buscarle salidas apropiadas; no en balde se habla de la solución dialogada de conflictos. Desde luego que en un ambiente de diálogo permanente se previene muchos de los inconvenientes que se presentan cuando no existe la costumbre del diálogo intra e inter estamental.
Pasando a otro tema, hay que decir que una educación progresista y liberadora debe tener claro y practicar el original postulado freiriano: «nadie libera a nadie, todos nos liberamos en comunidad». Si no hay liberación en comunidad, el discurrir del proceso no será el mejor desde la óptica democrática y popular; si, por ejemplo, se obtuviese un triunfo de las fuerzas de oposición, sin que haya una amplia participación pensante y dirigente de las masas populares, muy fácilmente se continuará supeditado a otros, dependiendo de los líderes y alejándose cada vez más de un auténtico proceso democrático y liberador.
Si miramos las principales causas del colapso de varios proyectos de avanzada, podremos valorar la magnitud del aporte freiriano y lo oportuno de su formulación: «»mientras que en la educación domesticadora existe una dicotomía necesaria entre los que manipulan y los que son manipulados, en la educación para la liberación no hay sujetos que liberen y objetos que sean liberados». (Freire, 1997, p.72)
En la práctica pedagógica suele hablarse de creatividad, de innovación, pero menos referencias hay al sentido crítico, y muy poco se practica el trabajo que devenga en pensamiento crítico. El pensamiento crítico implica, que cada quien, entre otras cosas, sea capaz de desenvolverse en una realidad compleja por sí mismo, y que cada individuo o grupo sepa encontrar las mejores alternativas, los caminos más apropiados para avanzar.
El pensamiento crítico es precisamente uno de los aspectos centrales de cualquier proyecto pedagógico alternativo o de cualquier pedagogía de nuevo tipo. Se entiende que se requiere pensamiento crítico tanto en el educador como en el educando, pues para orientar su formación hay que poseerlo.
De otra parte, es bueno recordar que la crítica es un elemento emancipador. «Cuanto más crítico un grupo humano, tanto más democrático y permeable es», (Freire, 1999ª, p.91) y cuando menos crítica hay, más posibilidad de autoritarismo existirá. Incluso, cuando en un grupo hay crítica, todos se esfuerzan por hacer las cosas de la mejor manera y cuando ella esta ausente, hay cierto relajamiento. Desde luego que la crítica a que nos referimos es la positiva, la que se produce con seriedad y fundamento.
Hay experiencias pedagógicas formidables en diversos puntos geográficos del planeta, que han conseguido notables éxitos al respecto y que tienen no pocos estudiantes con pensamiento crítico; luego, para alcanzar este tipo de pensamiento no hay un solo camino; desde luego que conseguirlo no es fácil, para obtenerlo se requiere de una metodología apropiada y de unas herramientas adecuadas.
La educación problémica o problematizante es precisamente uno de los elementos centrales para avanzar hacia el pensamiento crítico. Quizá no sobre decir que, problematizar no es lo mismo que complejizar, problematizar simplemente es plantear problemas que exijan la aplicación de los contenidos o que obliguen a pensar, a relacionar, a inferir, a proponer, a criticar, etc., etc. Si la información no va precedida de problematización, «deja de ser un momento fundamental del acto de conocimiento y se convierte en la simple transferencia que de él hace el educador a los educandos». (Freire, 2000, p.19)
Aquí conviene traer el postulado freiriano de la pedagogía de la pregunta, el cual, quizá sobra decirlo, nos recuerda a Sócrates y su efectiva Mayéutica, en donde a través de preguntas muy bien orientadas consigue que los discípulos aprecien el error y lleguen a la verdad, construyan conocimiento y elaboren su propia palabra.
Ahora bien, en la pedagogía de la pregunta también se diferencian las dos concepciones, pues cabe cuestionarnos sobre quién hace las preguntas o quienes seleccionan los temas. En la pedagogía liberadora no siempre la pregunta la hace el educador; también tiene derecho a hacerla el estudiante, es más, cada quien, tanto el docente como el estudiante, debe preguntarse a sí mismo, pues ese es un mecanismo de construcción de conocimiento.
En un ambiente de «problemas y preguntas», se va desarrollando el pensamiento, sobre todo el tipo de pensamiento requerido, el crítico. «Los niños necesitan crecer en el ejercicio de esta capacidad de pensar, de preguntarse y de preguntar, de dudar, de experimentar hipótesis de acción, de programar y de casi no seguir programas». (Freire, 2001, p.70)
Hay dos aspectos del problema que debemos tener en cuenta, la capacidad crítica se desarrolla en el permanente trabajo con los contenidos y en la constante reflexión sobre la realidad; se puede desarrollar pensamiento al trabajar contenidos, pero solo se llega al auténtico pensamiento crítico en la medida en que hay que relacionar con el contexto, con la realidad y que se reflexiona sobre sus múltiples interconexiones.
Aquí nos encontramos con uno de los aportes más importantes de Freire. En una época en que en muchos sectores de avanzada se creía que el trabajo educativo era un simple reproductor de la ideología dominante, él demuestra que la labor educativa puede ser reproductora pero que también puede ser liberadora, lo cual estimula la actividad y deja de lado la pasiva contemplación.
Para el educador progresista es muy estimulante conocer que no es inexorable que la labor educativa sea una mera reproductora de injusticia e inequidad, de dominación, sino que también puede ser liberadora y aportar a la consecución y construcción de una nueva sociedad.
Hay otro aspecto muy importante en el trabajo de Freire, es el referente a valorar la intencionalidad de la educación, pues ello ayuda a comprender la esencia y la forma de las dos concepciones antagónicas. La educación no es neutra, o bien sirve a la dominación o bien a la liberación; y de acuerdo a la finalidad se definen las formas, la organización, las concepciones y lineamientos, su práctica, etc., etc.
Existen entonces: unas visiones, unas metodologías, todo un sistema en consonancia con las finalidades. «Por esto, la educación para la «domesticación» es un acto de transferencia de «conocimiento», mientras que la educación para la liberación es un acto de conocimiento y un método de acción transformadora que los seres humanos deben ejercer sobre la realidad». (Freire, 2001, p.72)
Una herramienta freiriana muy importante en la educación liberadora es el debate. El debate como es sabido hace perder el miedo a expresar nuestras ideas, nos evidencia que otros puntos de vista caben y que nuestras concepciones, nuestras creencias, nuestras ideas se enriquecen en el intercambio con los otros.
Ahora, si ese debate versa sobre la transformación de la realidad social, es aún más imprescindible, y no solo por que interese a todos, sino también porque a través de él, se encuentran los mejores caminos. El debate, como muchas otros aspectos, es en la visión freiriana, una necesidad y una posibilidad, un deber y un derecho; «la participación en los debates sobre un proyecto diferente de mundo es un derecho de las clases populares que no pueden limitase a ser «guiadas» o empujadas hacia el sueño por sus líderes». (Freire, 2001, p.53)
Difícilmente podemos concebir el avance de la ciencia sin los grandes debates que se han dado, sin la confrontación de diversos puntos de vista, sin el examen de un problema desde diversas ópticas, esta es, precisamente, una de las sendas que conduce el conocimiento a peldaños superiores.
Ahora bien, el debate, en la concepción freiriana, es algo muy diferente a una polémica en donde cada quien defiende su posición de manera cerril, pues la reunión dialógica exige escuchar y reflexionar el planteamiento del otro, en tanto que ello nos facilita llegar a acuerdos después de las divergencias y de los diferentes puntos de vista; solo la discusión seria y profunda, respetuosa y fraterna, facilita la superación de lo discordante y, sobre todo, el encontrar las mejores ideas y caminos.
Un objetivo de la educación liberadora es formar sujetos de acción, que tengan una actitud activa ante la realidad, pues la pasividad no ayuda a la liberación ni a la transformación social. Y la educación liberadora busca que el individuo participe en la transformación de su entorno inmediato, así como en la regional y nacional e incluso, ¿por qué no?, a nivel mundial, pues «otro mundo es posible».
El amplio crecimiento cultural, es otro elemento fundamental en los proyectos pedagógicos de avanzada, hay que conocer incluso el devenir de la cultura, pues para mejorar su porvenir se debe conocer su pasado y su presente. El enriquecimiento cultural es determinante para un proyecto liberador. ¿Cuántos ejemplos liberadores hay en la cultura?, ¿cuánta riqueza liberadora guardan las arcas de la cultura? Sin duda, innumerables.
Ahora bien, en la cultura encontramos algo que se hereda, y en un proceso de asimilación se la va incorporando para luego, como todo, modificarla; en pocas palabras: se hereda, se incorpora y se modifica, ese ha sido el devenir de la actividad cultural y será su porvenir, pues por más avanzado e impresionante, el proceso continúa y avanza su transformación. Si fuéramos pasivos ante la herencia cultural no abría progreso de la misma.
A veces se nos ataca por apartarnos de los «estándares», con el supuesto de que los muchachos pobres no aprender igual cantidad de química o física que los de capas elevadas. Al respecto la educación progresista «no se permite dudar acerca del derecho que, por una parte, tienen los niños y niñas del pueblo de saber las mismas matemáticas, la misma física, la misma biología, que aprenden los niños y las niñas de las «zonas felices» de la ciudad, pero, por otro, nunca aceptar que la enseñanza de un contenido determinado pueda darse alejada del análisis crítico del funcionamiento de la sociedad». (Freire, 2001, p.55)
Ahora bien, el que se insista en la politización no implica el descuido de los contenidos, es algo oportuno de aclarar, pues nuestra responsabilidad con el trabajo de los contenidos en contexto es muy grande; forma y contenido, texto y contexto van de la mano. «En una perspectiva democrática, no podemos transformar una clase de alfabetización en un espacio en el que se prohíba toda reflexión en torno a la razón de ser de los hechos ni tampoco en una «asamblea liberadora». (Freire, 2001, p.95)
Así pues, se «enseña a pensar acertadamente a través de la enseñanza de los contenidos. Ni solo la enseñanza de los contenidos, en sí o casi en sí, como si el contenido escolar en que son tratados pudiese ser reducido a un espacio neutro donde los conflictos sociales no se manifiesten, ni tampoco solamente el ejercicio del «pensar acertado» desligado de la enseñanza de los contenidos». (Freire, 2001, p.95)
Otro elemento que no debe desdeñar ningún proyecto de educación liberadora es el de la ética. Freire siempre se preocupó por la formación de sus discípulos en los más altos valores humanos, como la solidaridad, el respeto y tantos otros que podemos encontrar a lo largo de su obra y que, sobre todo, practicó en el transcurso de su vida.
Ahora bien, cuando en nuestra concepción hablamos de valores hay que tener en cuenta que existen unos que pueden propiciar las condiciones de otros, es decir, en un momento dado hay unos valores que deben merecer más nuestra atención, como por ejemplo la formación contra la injusticia o a favor del cambio, pues son, de cierta forma, supra categoriales.
Precisamente, una «de las tareas primordiales de la pedagogía crítica radical y liberadora es promover la legitimidad del sueño ético-político de la superación de la realidad injusta. Es fomentar la autenticidad de esta lucha y la posibilidad de cambiar». (Freire, 2001, p.53)
La formación en valores de nuestros estudiantes y de nosotros mismos debe ser una tarea permanente, pues hay muchos elementos del entorno que son más propicios a generar individualismo, consumo de drogas, delincuencia o violencia. Sin embargo no debe olvidar el educador que no basta con sermonear o infundir, sino que son fundamentales las razones y el ejemplo que da el educador.
En este sentido existen varias anécdotas, entre ellas una que merece ser relatada: Freire era un fumador muy asiduo, pero un día se dio cuenta que eso no era coherente con lo que él venía planteando; si hablaba de un hombre libre, de una educación liberadora, ¿cómo entender que él fuera esclavo del tabaco?, cuando comprendió esa incoherencia, optó por dejar de fumar, en tanto que su práctica diaria, debía corresponder con la filosofía y la pedagogía que pregonaba.
Otro elemento del trabajo liberador es el tener en cuenta los conocimientos con los que llega el estudiante, el aprovecharlos, el partir de ellos para qué al enriquecerse con nuevas ideas y conceptos se le facilite la reacomodación en su pensamiento de las recientes adquisiciones con las antiguas, es decir el reacomodamiento de lo nuevo con lo viejo. Desde luego que este proceso no es tan simple, pues «la incorporación es el resultado de la búsqueda de algo que exige, de quien lo intenta, un esfuerzo de recreación y estudio. Exige reinvención». (Freire, 1999ª, p.93)
Como a veces se suelen dar equívocos con el trato de los saberes previos o con el respeto de las ideas, creencias y concepciones de los estudiantes, es bueno recordar su real significación. «Respetando los sueños, las frustraciones, las dudas, los miedos, los deseos de los educandos», «los educadores y educadoras populares tienen en ellos un punto de partida para su acción. Insisto un punto de partida y no de llegada». (Freire, 1999b, p.33)
Otro elemento bastante importante en la educación liberadora, es la autonomía, entendida esta en el sentido más amplio, pues formar en la autonomía es en cierta manera, formar en libertad, un individuo autónomo difícilmente será presa pasiva de la opresión; un individuo autónomo es el que sabe tomar las decisiones más apropiadas de acuerdo a su convicción. Formar en autonomía implica que cada quien sea capaz de tomar posición, y desde luego, tomar posición no por lo que dicen otros sino por lo que le dice su pensamiento.
Hay al respecto un pasaje genial de Freire: mi «principal cometido como padre, amante de la libertad» «no consiste en manipular la opción partidista, religiosa ni profesional de mis hijos, «guiándolos» hacia éste o aquel partido o ésta o aquella iglesia o profesión. Por el contrario, sin ocultarles mi opción partidista o religiosa, lo que me cabe es testimoniarles mi profundo amor por la libertad, mi respeto a los límites sin los cuales se angosta mi libertad, mi acatamiento de su libertad en proceso de aprendizaje para que, en el futuro, ellos y ellas la utilicen plenamente tanto en el campo político como en el de la fe». (Freire, 2001, p.47)
Otro aspecto, ligado con el anterior, es el que tiene que ver con la autoridad, pues la educación liberadora no es lo mismo que libertinaje, educar en libertad no es dejar al niño que haga lo que le plazca, permitirle todos sus caprichos o satisfacer de todos sus requerimientos, por qué entonces lo que estaremos formando es un «tiranosuelo» y no un individuo libre.
El mantener acertado equilibrio entre libertad y autoridad es difícil, pero es fundamental. «Estoy convencido que ninguna educación que pretenda estar al servicio de la belleza de la presencia humana en el mundo, al servicio de la seriedad del rigor ético, de la justicia, de la firmeza de carácter, del respeto a las diferencias, comprometida en la lucha por la realización del sueño de la solidaridad puede realizarse si falta la tensa y dramática relación entre autoridad y libertad». (Freire, 2001, p.44-45)
El manejo de autoridad y libertad es determinante en la pedagogía liberadora, ni debe caerse en el autoritarismo en aras de la libertad ni sacrificar la autoridad en aras de la liberación. La autoridad bien entendida y practicada es un arte, un arte no solo pedagógico sino también en otros ámbitos, como el político.
La necesaria autoridad de que hablamos no resulta de la imposición ni del cargo, la autoridad, ante todo, se gana, la autoridad se gana con el ejemplo, con el autocontrol, con la cultura, con nuestra dedicación y preocupación hacia los educandos. Aquí es bueno recordar a Makarenko, quien en unas condiciones extremadamente difíciles, educando a jóvenes delincuentes, logra ganarse su respecto y aprecio.
Conseguir el equilibrio entre libertad y autoridad es, lo reiteramos, todo un arte, un arte muy exigente para padres y educadores, para dirigentes y demás, pues una vez alcanzada, pese a la inercia, no es fácil mantener el estado ideal, aunque el ambiente, la experiencia, la pericia y el deseo de mantenerlo, contribuye más de lo imaginado.
Mantener la coherencia en éste ámbito es aún más difícil, pues como relata Freire en alguna de sus obras, no es extraño encontrar una discusión autoritaria entre quienes pretenden libertad. En verdad, no pocos adalides de la lucha por libertades políticas tendrían más éxito si erradicarán el autoritarismo de sus filas. Un ambiente democrático en nuestras instituciones y clases, es imprescindible para que el equilibrio entre libertad y autoridad sea más estable.
Un último elemento que conviene analizar en este aparte y que es muy importante en la educación liberadora, es el que tiene que ver con el trabajo grupal, trabajo de conjunto entre educandos, trabajó común entre docentes y obviamente entre estos y los estudiantes, un trabajo de grupo que cada día sea más cohesionado y eficiente, una labor grupal que tienda a un nivel superior, es decir, al trabajo en equipo. Donde quiera que se alcance el trabajo en equipo se verán los frutos, frutos que redundarán en democracia, en actividad transformadora y en formación liberadora.
3. EXIGENCIAS DE LA EDUCACION LIBERADORA
Una pedagogía liberadora exige una formación bastante amplia, una investigación permanente, unas cualidades personales de alto nivel y una práctica muy diferente a la tradicional. No sobra aclarar que la pedagogía liberadora no necesita maestros sobrehumanos sino bastante humanos, necesita docentes comprometidos y dispuestos, requiere maestros que conozcan los principios de la educación liberadora y que se esfuercen por plasmarlos en su trabajo cotidiano.
Sólo cuando se crean las condiciones para aprender en comunidad, hay una pedagogía realmente nueva, un espacio en donde el estudiante aprende de sus compañeros, aprende del docente y el maestro aprende de sus discípulos y compañeros.
Ahora bien, el «aprendizaje del educador al educar se verifica en la medida en que el educador humilde y abierto se encuentre permanentemente disponible para repensar lo pensado, revisar sus posiciones; en que busca involucrarse en la curiosidad del alumno y los diferentes caminos y senderos que ella lo hace recorrer». (Freire, 2004, p.28)
La educación liberadora requiere de un profundo pensamiento crítico por parte del docente, de su compromiso diario, de un enorme respeto por las gentes con las que trabaja, de una cosmovisión supremamente amplía, de un notable conocimiento del entorno, pues se trata de proyectar el trabajo educativo hacia la comunidad y de que los educandos contribuyan al mejoramiento de su entorno, lo cual exige de ellos una gran capacidad de pensamiento y un diálogo permanente con la comunidad, un profundo trabajo en equipo y una comprensión, por lo menos medianamente clara, del origen de los problemas.
La tolerancia es un concepto del que se suele hablar mucho en nuestros días y es también una categoría imprescindible en la educación liberadora. La tolerancia es fundamental para el éxito de la labor educativa de tipo progresista. Todas las razas y naciones tienen su historia y sus aportes, pero sobre todo no es viable construir un futuro mejor si excluimos a los que no se parecen a nosotros; es fundamental la inclusión de todos o de toda la diferencia para construir algo mejor y superior.
El amor es otra categoría imprescindible en la pedagogía liberadora, pues sólo el amor a nuestro trabajo, a la sociedad, y, en especial, a nuestros educandos, nos ayudará a encontrar la senda apropiada para contribuir de la mejor manera a su desarrollo. El amor es lo que no nos dejará olvidar que estamos tratando con sujetos que tienen emociones, que necesitan estímulos, que requieren respecto, que tienen problemas y que, de una u otra forma, nos necesitan.
Alguien dirá que en las difíciles condiciones de la realidad docente reinantes en muchas partes, hay momentos en que no es fácil la expresión del amor, y es verdad, sin embargo el asunto es que si amamos lo que hacemos y, por supuesto, a nuestros estudiantes, más fácilmente se saldrá de las dificultades que se presenten. Ahora, desde luego que en nuestro trabajo también se manifiestan los demás sentimientos; se exteriorizará, por ejemplo, la indignación ante las atrocidades neoliberales, y estamos en todo nuestro derecho, a tal punto que se puede hablar de «La pedagogía de la indignación».
Podría pensarse que Freire no era amigo de la educación politécnica con que soñó Simón Rodríguez y de la que habló Marx, al contrario, viendo su necesidad en muchos sitios, la compartía y estimulaba, pero siempre sin descuidar el análisis de la realidad y la formación lo más integral posible. Una obra en la que se puede apreciar su visión al respecto es en las «Cartas a Guinea-Bissaua», en donde recomienda que «la especialidad no se distorsione nunca en el «especialismo».» (Freire, 2000, p.63)
Igualmente recomienda que hay que evitar que la formación técnica se desfigure «en «tecnicistas» perdidamente enajenados en una visión estrecha y focalista de su especialidad» (Freire, 2000, p.64). Puede observarse que también difieren aquí las dos visiones de formación técnica, pues «la pedagogía radical nunca puede hacer concesión alguna a las artimañas del «pragmatismo neoliberal» que reduce la práctica educativa al entrenamiento técnico-científico de los educandos, al entrenamiento y no a la formación». (Freire, 2001, p.54)
La libre expresión de los educandos es otra de las grandes diferencias entre las dos concepciones pedagógicas que venimos analizando. La pedagogía domesticadora no respeta la expresividad de los educandos, pues atenta contra su ser, mientras que en la liberadora «por el contrario, la educación es un procedimiento por el cual el educador invita a los educandos a conocer, a descubrir la realidad de forma crítica», respetando los diversos procederes, estimulando múltiples expresiones y aprovechando al máximo toda esa diversidad en la labor educativa. (Freire, 1997, p.71)
Otro elemento importante para el trabajo pedagógico de nuevo tipo es nuestra actitud ante el vocabulario, el esforzarnos por comprender el vocabulario de nuestros estudiantes y por enriquecerlo con nuevos términos y conceptos. Al respecto un elemento de gran utilidad son los textos elaborados por los propios educandos, además de la lectura crítica y la constante interacción con todas las expresiones de la cultura posibles.
La producción de Paulo Freire es muy amplía, por ello, pese a que hay obras estelares, es necesario leer varias de ellas para compenetrarnos con toda su riqueza. Por ejemplo, en «Pedagogía de la Autonomía» hace una interesante síntesis de varios postulados que muestran la seriedad que exige el trabajo liberador, pero al mismo tiempo las posibilidades de hacerlo.
En esta obra Freire enumera varias de las características que exige la enseñanza liberadora, en el capítulo: «No hay docencia sin discencia», expresa que el enseñar exige: rigor metódico, investigación, respeto a los saberes de los educandos, crítica, estética, ética, corporificación de las palabras en el ejemplo, reflexión crítica sobre la práctica, riesgo, asumir lo nuevo y rechazo de cualquier forma de discriminación, reconocimiento y asunción de la identidad cultural.
Luego, en el capítulo: «Enseñar no es transferir conocimiento», recalca que para tener una enseñanza liberadora se exige: conciencia del inacabamiento, reconocimiento de ser condicionado, respeto a la autonomía del ser del educando, buen juicio, humildad, tolerancia y lucha en la defensa de los derechos de los educadores, aprehensión de la realidad, alegría y esperanza, convicción de que el cambio es posible y curiosidad.
Enseguida, en el capítulo «Enseñar es una especificidad humana», recuerda que la enseñanza liberadora exige: seguridad, competencia profesional y generosidad, compromiso, libertad y autoridad, toma consciente de decisiones, saber escuchar, reconocer que la educación es ideológica, disponibilidad para el diálogo y querer bien a los educandos.
Esta rápida exploración nos permite apreciar que, si bien es cierto, las exigencias de la pedagogía freiriana son altas, están dentro de lo posible, pero al mismo tiempo todo lo dicho nos evidencia que hay ciertas faltas que son imperdonables en la educación liberadora.
En verdad se requiere un buen esfuerzo para conseguir formarnos realmente como docentes liberadores. No se trata de que el educador progresista sea perfecto, sino de que consciente de su imperfección, se disponga a formarse en una nueva mentalidad y a hacer una práctica diferente.
Es frecuente escuchar entre nuestros compañeros: «me voy a dictar clase», expresión que si bien es cierto proviene de la fuerza de la costumbre, también los es que refleja un tipo de labor, una forma de trabajo que se resiste a irse. En la educación liberadora no «dictamos ideas», sino que construimos ideas, «cambiamos ideas» en comunidad, no «dictamos clases», sino que «debatimos o discutimos temas», no «trabajamos sobre el educando», sino que «trabajamos con él». (Freire, 1999ª, p.93)
Reiteramos, en la educación liberadora no cabe el autoritarismo, no cabe el instruccionismo, el informacionismo, el verticalismo, la pasividad, el conformismo, el fatalismo, la incoherencia, la prepotencia y muchas otras características similares, que en lugar de estimular la participación, la democracia o el pensamiento libre, posibilitan es la sumisión.
El trabajo pedagógico, como cualquier otro, exige cualidades y aptitudes, en algunos ellas pueden venir desde tempranos años y en otros se van formando con algo de esfuerzo; sea cual sea la situación, sin duda son adquiridas y de su desarrollo depende gran parte del éxito pedagógico. «Yo fui un niño lleno de ciertas aptitudes para la pedagogía: curiosidad, inquietud por saber, gusto de oír, voluntad de hablar, respeto a la opinión del otro, disciplina, perseverancia, reconocimiento de mis límites». (Freire, 1995, p.68)
Hay un jueguito, muy entretenido, que nos sirve para recordar algunos de los elementos que diferencian la pedagogía liberadora de la tradicional, se trata de buscar la mayor cantidad de dicotomías que suelen presentarse en la vida real y que o sirven para afianzar la nueva visión o la obstruyen; son muchas pero con unas cuantas tendremos.
Veamos entonces, algunas diferencias entre la pedagogía tradicional y la liberadora: informacionismo vs comunicación, verticalismo vs horizontalidad, autoritarismo vs democracia, mando vs diálogo, pasividad vs acción, instruccionismo vs formación, pensamiento formal vs pensamiento crítico, educación bancaria vs educación problémica, lectura silábica vs lectura globalizante, domesticación vs liberalización e individualismo vs colectivismo.
Otras pueden ser: Fatalismo vs esperanza, trabajo individualista vs trabajo en equipo, individuo enseñante vs comunidad que aprende, inmovilidad vs discurrir, espectador vs hacedor de historia, adaptación vs transformación, dictador de clase vs hacedores de clase, indiferencia vs solidaridad, miedo vs participación, y así por el estilo podríamos elaborar un enorme listado, pero con estos dos párrafos es suficiente, ellos nos ayudarán a recordar la radical diferencia entre la educación tradicional y la liberadora.
Antes de finalizar esta unidad, es bueno destacar una exigencia organizacional, la que tiene que ver con el ambiente armónico en las instituciones, con un clima laboral respetuoso y fraterno, el cual se facilita con un amplia participación de todos los estamentos, con prácticas democráticas en todos los niveles, con unas relaciones horizontales que tengan objetivos precisos, propósitos que redunden en el bienestar general. Esto significa que la educación liberadora exige una organización en consonancia con su práctica democrática y liberalizante.
En nuestro medio, es costumbre hablar de participación y de gobierno escolar, pero sin embargo esto suele ser demasiado formal, reflejo quizá de un tipo de régimen político de democracia formal y en el mejor de los casos representativa. La educación liberadora exige, hace imprescindible, unas instituciones educativas en donde toda la comunidad participe de verdad, pues la democracia se aprende si se la vivencia, si se la practica, si hay debate en las instituciones, si se permite que la gente decida, si se posibilita todo esto; habrá formación para la libertad, de lo contrario, nada más se estarán reproduciendo las instituciones nacionales excluyentes, que no permiten la participación real de las mayorías y mucho menos su efectiva toma de decisiones; en estas últimas condiciones se estará formando más para la sumisión que para la libertad.
4. EL CAMBIO
Un elemento freiriano que ningún proyecto alternativo puede dejar de lado, es el histórico, es decir, el ver las cosas en su devenir, apreciar que todo cambia, e incluso llegar a las causas del movimiento social; pero aún más, se requiere también el convencimiento de que cada uno puede crear historia y que ¡debe hacerlo!
Obviamente un aspecto determinante de la educación liberadora es la categoría cambio, pues se trata de formar para la transformación, de conseguir que se disponga a modificar lo que dificulta la realización humana, para lo cual es fundamental entender que todo se desenvuelve, que por doquier hay movimiento. Quien, por ejemplo, aprecia el discurrir en la naturaleza, la variación generalizada en lo que nos rodea, más fácilmente entiende que la sociedad también puede y debe cambiar.
La mudanza es algo permanente y necesario, la transformación social siempre ha existido, es posible y es fundamental, es una necesidad; el cambio es, solía enfatizar Freire, un deber. En condiciones democráticas el cambió es un derecho. Quien comprende que lo que es hoy la sociedad, es el resultado de muchas transformaciones que se han dado en la historia, obviamente entenderá más fácil que el actual estado de injusticia puede y debe ser suprimido, que si en algún momento el régimen social no es proclive a satisfacer la plena realización humana, se debe transformar.
La disposición ante el cambio es uno de los componentes centrales de la pedagogía liberadora. No «estoy en el mundo para adaptarme a él sin más, sino para transformarlo». (Freire, 2001, p.43) Y no es posible cambiarlo sin un proyecto de mundo, y si las cosas se complican «debo utilizar todas las posibilidades que tenga para participar en prácticas coherentes con mi utopía y no sólo para hablar de ella». (Freire, 2001, p.43)
Este proceso requiere de una metodología adecuada y un procedimiento apropiado. La lectura del mundo «exige necesariamente la comprensión crítica de la realidad, supone, por una parte, su denuncia y, por otra, el anuncio de lo que aún no existe». (Freire, 2001, p.52) Así pues, siendo importante la denuncia de la injusticia, por ejemplo, es al mismo tiempo insuficiente si no está acompañada del anuncio, de las posibilidades, de las razones que evidencian que otro mundo es posible.
Aunque la necesidad y la posibilidad van de la mano, a veces lo terrible de la situación nos acerca al fatalismo y al pesimismo casi sin que nos demos cuenta, lo que va contra la visión liberadora; por ello siempre debemos recordar las dos caras del asunto. «La práctica de constatar, de encontrar la o las razones de ser de lo constatado, la práctica de denunciar la realidad constatada y de anunciar su superación», forman parte de la «lectura de la realidad». (Freire, 2001, p.52)
En concordancia con lo dicho antes, hay otro elemento muy importante, es el que Freire llamó pedagogía de la esperanza, pues es fundamental sembrar la esperanza, porque si no se cree que es posible un mundo mejor, no se va a actuar para conseguir esa transformación, no se tendrá motivación para la lucha. A la opresión le sirve que la gente no tenga esperanza, que crean que todo es por qué si, que no hay posibilidad, que es imposible una ostensible mejoría.
Hay otro abordaje de Freire, que se acerca a lo antes tratado y que resulta pertinente mencionarlo, es el derecho y la obligación de indignarme contra las atrocidades de la opresión y la explotación; de la misma manera que amamos tenemos derecho a indignarnos, decía Freire, así como podemos hablar del derecho a amar o de la pedagogía del amor, podemos hablar de la pedagogía de la indignación o del derecho a indignarnos contra la injusticia, contra la opresión, contra lo que impide la vida plena de toda la humanidad.
Hay algo en que siempre insistió Freire, y es que educar no es un acto neutro o apolítico, es en esencia, un acto político, por ello nunca debemos olvidar «en favor de quién y de qué, y por tanto contra quien y contra qué, hacemos educación y de a favor de quién y de qué, y por lo tanto contra quién y contra qué, desarrollamos la actividad política». (Freire, 1997, p.110)
Era tal su sentido de lo nuevo, que cuando muchos atacaban la televisión o las tics porque probablemente desplazarían a los maestros, Freire percibe toda la riqueza de estas recientes innovaciones y llama a utilizar suficientemente la televisión, el video y demás tecnologías de la información, para la educación liberadora, para que el trabajo del docente sea más efectivo. Aunque ello no es óbice para que él mismo señale el enorme poder manipulador de los monopolios a través de los grandes medios de la información.
5. EL PODER
Hoy en día, cuando en nuestro continente, cada vez es más posible que las fuerzas de avanzada, manejen los destinos de una ciudad o de un país, es clave mirar con atención el asunto, pues a veces, el poder deslumbra y desconcierta, relegándose a veces el objetivo central, y se procede a administrar lo más pulcro posible lo conseguido, y aunque ello debe ser obvio, hay un algo de más calado que no debe descuidarse; pues de lo que se trata no es de administrar un poco mejor las cosas, sino de un cambio radical, de una labor contribuya a debilitar el sistema opresor vigente y a acercarnos al anhelado objetivo. En éste sentido, también es ilustrativo lo realizado por Paulo Freire cuando estuvo al frente del sistema educativo en Sao Paulo.
Al respecto, es oportuno recordar algunas de sus palabras: «Es necesario entender que al tomar el poder uno debe transformarlo». (Freire, 1989, p.71) Uno no debe tomarlo para administrarlo mejor, sino que además de manejarlo con pulcritud y eficiencia, es esencial la «recreación y reinvención del poder», la transformación más profunda posible, en donde la democracia no sea un adorno formal sino el germen del nuevo poder.
Por todo y todo, hay que actuar de manera bastante diferente. «Elegido un gobierno de corte democrático, es posible revisar, rehacer medidas que perfeccionen el proceso de democratización de la escuela pública. Es preciso empeñarse en ir tratando de comenzar o de profundizar el esfuerzo por hacer la escuela pública menos mala y al mismo tiempo también más popular». (Freire, 1999b, p.119-120)
Algunos dirán que una cosa es tener el ejecutivo y otra tener todo el poder, otros dirán que una cosa es tener el poder local y otra el nacional, lo que sin duda tiene diferencias y limitantes, sin embargo lo cierto es que no debemos dejar que el poder nos obnubile y olvidemos nuestro cometido fundamental. «De ahí la necesidad urgente de aprender a manejar los instrumentos de poder de que disponemos, poniéndolos lo más sabia y eficazmente posible al servicio de nuestro sueño político». (Freire, 1999b, p.120)
Hay un pasaje muy bonito en su trabajo en Guinea-Bissau, en donde muestra la esencia del proyecto de los revolucionarios, una vez acceden al poder, cual es la reafricanización» del país, en palabras de Amílcar Cabral, «la descolonización de las mentes», el cambio de contenidos en la historia y la geografía, pues ahora debían estudiar la propia y no la portuguesa, cambios en la lectura, la lengua, la ética, las artes, absolutamente en todo, un cambio profundamente radical y liberador. (Freire, 2000, p.24)
Hay varias conclusiones de nuestro trabajo que afloran desde las primeras líneas, una de ellas es la que se refiere a cuando un sector progresista llega al poder, en una ciudad a o en un país, pues si no afecta la base del régimen opresor, poca utilidad presta a la lucha por un nuevo orden social. Cuando se llega a una parte del poder o a la totalidad del mismo, la práctica del nuevo gobierno debe ser desestabilizadora de lo viejo y, en lo más posible, constructora de lo nuevo.
Todo gobierno progresista debe dejar su huella en lo esencial, en los soportes fundamentales del orden que se quiere cambiar, y precisamente uno de esos bastiones es el sistema educativo, y una de las maneras de contribuir al cambio es precisamente formando a los estudiantes de manera diferente, con una visión crítica, con una visión liberadora.
Precisamente, uno de los grandes aportes de Freire en este ámbito, es su visión esperanzadora pese a las muchas predicas fatalistas o desesperanzadoras. Recordemos que hubo años en que análisis, como las de Althuser, en los «aparatos Ideológicos del estado», condujeron a un fatalismo desesperanzador, en donde no había nada que hacer; entonces llega Freire con su visión integradora y señala la senda: sí, hay mucho por hacer y debemos actuar.
De lo anterior se deriva otra conclusión, y es que, pese a no llegar al poder, es posible afectar en alguna medida algunos de sus soportes. Este innegable aporte tiene que ver con el rol de la educación en el proceso de cambio. «Creo que la mejor afirmación para definir el alcance de la práctica educativa frente a los límites a que se somete es la siguiente: aunque no lo pueda todo, la práctica educativa puede algo». (Freire, 1999b, p.107)
Desde luego que buena parte del legado freiriano tiene que ver con el acceder al poder, y no por el poder, sino con miras a obtener el cambio que tanto se necesita para que las mayorías puedan vivir plenamente. Una de sus mayores insistencias al respecto, es la que tiene que ver con la comunicación con el amplio pueblo, con un gran trabajo de politización, de alfabetización, de clarificación, para que esas mayorías engañadas puedan vincularse a la lucha con mayores claridades en sus mentes.
Siempre insistió en el enorme papel de la labor concienciadora, en el amplio trabajo de esclarecimiento que infatigablemente deben realizar las vanguardias; «los partidos progresistas, interesados en destapar las verdades, tienen que arriesgarse, hasta de forma quijotesca, en el esclarecimiento de que ningún túnel, ningún viaducto, ninguna alameda, ninguna plaza se explican por sí mismas»… (Freire, 2001, p.140)
Al respecto, las palabras de Freire son aleccionadoras, pues no pocos partidos progresistas descuidan o tienen dificultad para comunicarse con el pueblo, por ello quizá nunca dejará de escucharse su clamor: «Lo que necesitan los partidos progresistas», «es aprender con el mismo pueblo la mejor manera de comunicarse con él». (Freire, 2001, p.140)
En éste aparte nada más resta por decir, que la educación liberadora no solo es importante para acceder al poder sino que también lo es para mantenerlo, sobre todo para salvaguardar la senda de las profundas transformaciones. En efecto, se requiere educación liberadora luego de la conquista del poder, para que las amplias masas populares posean la formación necesaria para manejar el poder, para trazar los lineamientos principales y tomar las demás decisiones de gran trascendencia, para conservar y afianzar el proceso en los caminos de la participación popular y el beneficio general, e impedir que una nueva élite lo usufructe para su interés particular.
6. PALABRAS FINALES
Hay una conclusión que de pronto no es tan evidente y que quizá suena más bien como una recomendación, y es la necesidad de interactuar con los textos originales de Freire, son obras cortas y sencillas, escritas con nuestras palabras, con nuestras expresiones, con nuestras realidades, en síntesis, escritas para nosotros; de seguro que todo educador o educadora progresista que interactúe con las obras freirianas, encontrarán a muchos elementos para aplicar a diario en su trabajo.
Si nos esforzamos por trabajar a Freire, sin duda encontraremos el camino para avanzar en la senda liberadora e incluso para cambiar muchas costumbres negativas en los sindicatos o cooperativas de nuestro gremio, pues difícilmente podremos decir unas cosas y no aplicarlas incluso a nosotros mismos, pues no hay que olvidar que la coherencia es uno de los elementos en que él insistió siempre, hasta en el escrito que dejó en el escritorio cuando nos abandonó.
Nuestras instituciones educativas necesitan no tanto personas que hablen de pedagogía liberadora sino de docentes que se comprometan de verdad a actuar en este sentido. Hay que estimular de alguna manera a quienes se comprometen con el cambio y conviene impulsar intercambios de experiencias, en donde cada quien cuente sus intentos liberadores, sus prácticas liberadoras, pues además de sentirnos acompañados, necesitamos educarnos en comunidad.
Hoy en día, cuando suele dedicarse tanto espacio en nuestros establecimientos a la discusión sobre «modelos» pedagógicos, que entre otras cosas no parte bien, pues de lo que se trata no es de hacer modelos para nadie, ni para uno mismo, se trata más bien de tomar tendencias pedagógicas de avanzada, corrientes afines, concepciones pedagógicas integradoras, que nos ayuden a hacer un proyecto alternativo y no una camisa de fuerza que entrave las experiencias auténticamente Innovadoras.
Y ¡qué mejor totalizante que el trabajo freiriano!, pues como recordaremos, él se nutrió en el constructivismo, en Vigotsky y en tantas otras tendencias pedagógicas de avanzada cuya enumeración no resulta fácil. El trabajo integral que realizó Freire es de lo más valioso, como hemos visto, y si procedemos, nos percataremos de lo bastante utilizable en nuestras condiciones.
Quienes nos hayan leído con atención o aquellos que ya están compenetrados con algunas de sus obras, quizá piensen en convertirse en seguidores incondicionales de tan genial pedagogo, sin embargo, algún día encontraremos que él mismo nos invitará a dejar el incondicionalismo y el seguidismo de lado, pues no concuerda con una pedagogía liberadora.
La invitación es pues, a que nos apropiemos del legado freiriano; desde luego que no se trata, pese a que él nunca dio recetas, de una aplicación mecánica de sus concepciones, se trata que, de acuerdo con nuestras condiciones específicas, nos inspiremos en el gran pedagogo y procedamos como el hubiese querido: a investigar y estudiar nuestras condiciones, a actuar, a jugar nuestro rol pedagógico liberador y nuestro papel transformador.
Hoy, cuando aún es costumbre copiar del extranjero, no sobra invitar a que realicemos una aplicación creadora de los principios y demás aportes generalizables de Freire. Un uso mecánico de Freire es inconcebible, pues una de sus exigencias es actuar de acuerdo a las condiciones específicas. Desde luego sin olvidar que el problema es de acción, reflexión sobre la acción y transformación, práctica, teoría y práctica, y nuevamente reflexión y acción, y así sucesivamente…
7. REFERENCIA BIBLIOGRAFICAS
Freire, Paulo. (1989). Alfabetización, Lectura de la palabra y lectura de la realidad. Barcelona: siglo XXI editores,
Freire, Paulo. (1995). La educación en la ciudad. México: siglo XXI editores.
Freire, Pablo. (1996). Cartas a Cristina. México: siglo XXI editores.
Freire, Paulo. (1997). La importancia de leer y el proceso de liberación. México: siglo XXI editores.
Freire, Paulo. (1999a). La educación como práctica de la libertad, México: siglo XXI editores.
Freire, Paulo. (1999b). Política y educación. México: siglo XXI editores.
Freire, Pablo. (2000). Cartas a Guinea-Bissau. México: siglo XXI editores.
Freire, Pablo. (2001). Pedagogía de la indignación. Madrid: ediciones Morata.
Freire, Pablo. (2002). Pedagogía de la autonomía. México: siglo XXI editores.
Freire, Paulo. (2004). Cartas a quien pretende enseñar. México: siglo XXI editores.
Freire, Pablo. (2006). Pedagogía del oprimido. México: siglo XXI editores
*Fuente: Rebelión
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