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Margarita Labarca: «La avenida 11 de septiembre es una vergüenza inmensa, un homenaje al golpe militar»

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La abogada Margarita Labarca estudia casos de violaciones de derechos humanos en la ciudad de México, así como ella varios chilenos decidieron no regresar del exilio en México; su padre fue uno de los más estrechos colaboradores de Salvador Allende, acompañándolo en los cuatro procesos electorales camino a la presidencia. Durante 35 años permanecieron extraviados los manuscritos de Miguel Labarca, su hija Margarita los encontró en París.

Cuando la presidenta Bachelet visitó México (marzo de 2007), en la comitiva oficial venía el pinochetista Ricardo Claro (1934-2008). Margarita Labarca Goddard fue la única voz del exilio chileno que denunció la cínica invitación al principal asesor del canciller de Pinochet; Ricardo Claro durante 7 años integró el Consejo de Administración de Televisa (1994-2001), y desde 2002 hasta su muerte fue albacea de la Fundación Neruda. Margarita lo conoció, incluso compartió cursos en la Facultad de Derecho con el joven y poco Claro “delator de estudiantes comunistas”; Clarín.cl se une al novenario de un Obituario con hurras.

MC.- ¿Habías perdido la fe de encontrar el manuscrito del libro póstumo Allende en persona?
ML.- Sí, ya habían pasado casi 20 años desde la muerte de mi padre. Lo que ocurrió es que mi mamá tenía muchas cosas en un espacio muy pequeño, cajas con papeles varios, fotos y todas esas cosas que se van juntando en el transcurso de los años. Cuando ella falleció, tuvimos que desalojar rápidamente su departamento, porque era arrendado y había que entregarlo. Algunas cosas las regalamos y otras, muy pocas, las guardamos en la cave del departamento de mi hermano Miguel. No hubo mucho tiempo para revisar los diversos papeles. Hasta hace poco que encontramos entre ellos el borrador del libro de mi padre.

MC.- Miguel Labarca además de político fue editor en Argentina y bibliotecario en Francia ¿qué significado tiene para tu familia el libro Allende en persona?
ML.- Siento como haber reencontrado a mi padre después de tantos años, como si hubiera erguido nuevamente ante mí. Este libro es muy importante para nosotros, porque es un recuento de toda una vida al lado de Salvador Allende. Es impresionante escuchar nuevamente la voz de mi padre después de 20 años de su muerte, levantándose para dar su testimonio y para derrotar al olvido.

MC.- Tu hermano Eduardo Labarca escribió “Salvador Allende, Biografía sentimental” ¿han vuelto a conversar sobre su Biografía sentimental desde que publicaron Allende en persona?
ML.- Sí, hemos hablado de eso. Creo que Eduardo habría preferido que el libro de mi papá fuera publicado antes que el suyo, por razones cronológicas, pero por motivos prácticos y las negociaciones con las editoriales, eso no se pudo.

MC.- ¿Cómo ordenaron los capítulos de Allende en persona? ¿cuál fue el que mayor interés intelectual o afectivo despertó en ti?
ML.- En realidad, el que más ordenó los capítulos fue mi hermano Eduardo. Las hojas estaban bastante revueltas, pero los capítulos se pusieron en orden de fechas, en eso no hubo demasiados problemas. Una de las cosas que más me han interesado en el libro es la descripción de la campaña presidencial de 1952, de la cual casi nadie habla, en parte porque es algo que sucedió hace mucho tiempo y en parte porque los que estuvimos en esa campaña fuimos pocos: comunistas y una muy pequeña fracción del Partido Socialista. El grueso del Partido Socialista apoyó a Ibáñez. Esa campaña fue realmente heroica y recordarla resulta algo muy emotivo. Yo era casi una niña en esa época, pero también trabajé en ella, todo lo hacíamos nosotros, nada se pagaba. Pintábamos los letreros de propaganda en el local de Serrano 62 y luego los íbamos a pegar en las paredes en la noche, con un tarro de engrudo. Era algo bastante romántico, mirado en forma retrospectiva. Porque todos sabíamos que no había posibilidad de ganar la elección, pero trabajábamos para el futuro, pensábamos que estábamos sembrando una semilla y así fue.

También me ha emocionado mucho en este libro la descripción que mi padre hace de don Elías Lafferte y en que lo compara con Abraham Lincoln. Me acuerdo muy bien de él, porque a menudo estaba con nosotros en el local de la campaña. Así como en el libro se habla de la voz y de los discursos extraordinarios de Lafferte, yo tengo muy presente su voz cuando cantaba. En varias oportunidades lo escuché entonar el “Canto a la Pampa”, con esa voz tan potente que tenía. Todos tratábamos de seguirlo pero a veces nos ganaba la emoción, porque es una canción muy triste y desoladora, el lamento de los obreros pampinos. Otra parte del libro que me impresionó fue la descripción de la manera en que hacían los discursos de Allende, las condiciones extremadamente modestas en que trabajaban. Estoy convencida de que la mayoría de las grandes cosas se han hecho así, en medio de la modestia e incluso de la pobreza.

MC.- En la página 58, leemos un apartado de la Ley del Nuevo Trato “de 3 de mayo de 1955, que no sólo restituyó la comercialización a las compañías mineras extranjeras (sino que) les otorgó fuertes liberaciones tributarias y aduaneras”. Tu padre presidió el Consejo de Administración de la Sociedad Química y Minera de Chile ¿cuál es el aporte histórico de la UP para revertir la privatización del cobre y el salitre?
ML.- El aporte histórico de la Unidad Popular en esta materia fue precisamente la nacionalización del cobre y del salitre y el haber formado una conciencia popular sobre la necesidad de esas medidas. Se recuperaron para Chile y para el pueblo chileno nuestras riquezas básicas. Eso es fundamental para todos los países, porque significa recuperar su soberanía, pero también significa poner esas riquezas al servicio del pueblo y de su bienestar. Desgraciadamente, en la actualidad el cobre se encuentra desnacionalizado, en manos de compañías trasnacionales que no dejan casi nada en Chile.

MC.- Tu padre se entrevistó con Ernesto Che Guevara: “en los tiempos en que tenía en sus manos la responsabilidad del desarrollo industrial de Cuba” ¿en casa hablaba de sus reuniones políticas?
ML.- No, casi nunca hablaba de sus actividades políticas, era muy reservado al respecto.

MC.- Cito: -el nombre Salvador Allende- “es índice de idealismo…se graba como denominación de innumerables calles y plazas…No hay –ni habrá- en cambio, nadie que ose denominar a nada con la lápida moral de Augusto Pinochet” (Pág. 225), sin embargo hay una importante Avenida 11 de septiembre… ¿tus padres regresaron alguna vez a Chile?
ML.- Mi padre regresó a Chile cuando pudo, es decir cuando los militares le levantaron la prohibición de entrar. Pero sólo fue un viaje de reencuentro, no para instalarse definitivamente, porque a su edad ya no podía encontrar medios de vida en Chile; en Francia si los tenía, por lo menos para vivir muy modestamente. Mi madre también viajó a Chile después de la muerte de mi papá, también en un viaje corto. La Avenida 11 de septiembre es una vergüenza inmensa, que el pueblo de Chile no debería tolerar. Sabemos que hay miles de calles, plazas, hospitales, escuelas, bibliotecas en el mundo entero, que llevan el nombre de Salvador Allende. Sin embargo, Chile es el único país del mundo en que hay una avenida que rinde homenaje al golpe militar que derrocó al gobierno legítimo de Allende. Por qué los gobiernos de la Concertación no han puesto fin a esta situación bochornosa, no me lo explico.

MC.- Tu padre cuenta el lamentable comportamiento de su entonces “amiga” la agregada de prensa de la Embajada de Francia ¿qué otros momentos amargos vivieron después del 11 de septiembre de 1973?
ML.- Todos los exiliados vivimos momentos amargos en uno u otro país y en una u otra circunstancia. Estamos inmensamente agradecidos a los países que nos acogieron y que con el tiempo se convirtieron en nuestra segunda patria, como es México en mi caso. La solidaridad mundial con el pueblo chileno fue gigantesca, algo que nos llena de emoción y de reconocimiento.

Mis padres, a pesar de la actitud poco amistosa de la encargada de prensa, fueron atendidos en forma muy solidaria y afectuosa por el entonces Embajador de Francia en Chile, el señor de Menthon, un hombre que había sido un combatiente antifascista y que comprendía muy bien el drama que se estaba viviendo en Chile. En todo caso, no hay duda de que el exilio en sí es amargo, por todo lo que implica de pérdida de un proyecto político, de un proyecto de vida personal y por tener que dejar atrás país, familia, amigos, en fin, todo. Es algo muy desgarrador, difícil de comprender para quienes no lo han vivido. Por otra parte, en lo que se refiere a la situación de mis padres en Francia, debo decirte que ellos vivían muy pobremente. Sin embargo, el hecho de que mi padre, que había estado tantos años al lado de Allende y que había desempeñado un alto cargo en la administración pública, como era la Dirección de SOQUIMICH, se encontrara en una extrema pobreza, nos pareció siempre a él, a mi madre y a sus hijos, algo honroso y que sólo podía llenarnos de orgullo.

MC.- Tus padres se exiliaron en Francia, tú en Cuba y México ¿en qué medida la nueva geografía forma el carácter del exiliado? ¿podemos diferenciar a un exiliado en Latinoamérica y otro en Europa del Este?
ML.- Creo que sí tiene mucha importancia el lugar en que uno ha vivido su exilio. Desde luego, los compañeros que llegaron a los países socialistas vieron la mayoría de sus problemas vitales resueltos, pues se les brindó trabajo, alojamiento, educación para sus hijos. Eso provoca un legítimo sentimiento de gratitud que contribuye a que se acepten y a menudo se adopten las posiciones políticas predominantes en ese medio, que a la postre se fueron revelando como muy erróneas. Los que se asilaron en la Europaoccidental también se vieron muy influidos por el entorno político y cultural. Hay que recordar que en esa época se comenzaba a hablar del eurocomunismo y muchos exiliados fueron ganados por esas posiciones.

En la mayoría de los países de América Latina los exiliados chilenos fueron recibidos con mucho afecto y respeto, pero tuvieron que luchar bravamente para ganarse la vida y hacerse un lugar en esas sociedades en que les tocó vivir. Creo que esta última circunstancia fue en definitiva la más favorable, ya que Chile y América Latina son una sola cosa y nuestras vivencias encajaban bastante bien en el medio latinoamericano. Igualmente, América Latina ha sido para nosotros una escuela muy importante.

Caso aparte es el de Cuba. Yo viví los primeros 6 años de mi exilio en Cuba y les estaré eternamente agradecida a los compañeros cubanos por su extraordinaria acogida, por los sacrificios que hicieron para darnos lo mejor que tenían, por el afecto y la comprensión sin límites que nos ofrecieron. El pueblo cubano es de una fraternidad conmovedora. Les agradezco, sobre todo, el haberles dado a mis hijos una formación de izquierda que los ha hecho invulnerables a cualquier embestida ideológica antipopular a la que tengan que enfrentarse. Estén donde estén, trabajen en lo que trabajen, vivan donde vivan, mis hijos son invariablemente de izquierda. Eso es muy importante para mí y se lo debo a Cuba.

MC.- Finalmente, causó conmoción tu denuncia sobre el invitado de la comitiva presidencial de Bachelet en México e Italia; Ricardo Claro delató a dos compañeras universitarias en 1956, exactamente ¿qué pasó en la asamblea donde se le reprochó su cobarde actuación?
ML.- Los estudiantes de derecho, aunque la mayoría de ellos no compartía nuestras posiciones políticas, se espantaron ante la actitud de Ricardo Claro. En esa época todavía estaba vigente la Ley de Defensa de la Democracia (llamada Ley Maldita ) pero todos entendíamos que eso no regía en la Universidad, había un concepto muy acendrado de la autonomía universitaria y de la libertad de expresión en las aulas. Por eso se realizó una reunión masiva en uno de los anfiteatros de la Escuela de Leyes (así, tan modestamente la llamábamos entonces). Ricardo Claro, su compañero de delación y el presidente del Centro de Derecho, Joaquín Fontbona, estaban sentados abajo, tras el escritorio que normalmente ocupaba el profesor. Unos 300 jóvenes les enrostraron su cobardía. Les gritaban a coro: “Soplones, soplones”. El otro muchacho, de cuyo nombre prefiero no acordarme, estaba destruido, se derrumbó. Ricardo Claro no; se mantuvo impasible y se defendió alegando cuestiones legales y sus convicciones religiosas.

Mario, yo me acordé de este incidente porque vi en la prensa que Ricardo Claro venía a México en la comitiva oficial de la Presidenta Bachelet. Si hubiera venido por su cuenta y riesgo a hacer negocios –como seguramente habrá venido muchas veces- no me habría importado ni habría dicho nada. Pero me pareció chocante que el gobierno chileno y particularmente una presidenta “socialista”, le diera el espaldarazo que implica incluirlo en su comitiva. Lo mismo pienso sobre sus viajes a otros países. Porque Claro no sólo fue un delator en su juventud –yo denuncié eso porque de eso me acordaba muy bien- sino que fue asesor de Pinochet en materias internacionales, lo acompañó a reuniones con Kissinger en las cuales le pidió a éste que invadiera Cuba, había sido acusado con mucho fundamento de intervenir en los asesinatos de obreros de su fábrica Elecmetal, sin hablar del siniestro papel que cumplieron los barcos de la Compañía Sudamericana de Vapores –como centros de detención y tortura- durante la dictadura. En fin, no me parecía una persona digna de ser incluida en la comitiva oficial de la presidenta de Chile.

* Fuente: Rebelión http://www.rebelion.org/noticia.php?id=75586

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