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Lo que no se hace durante el primer semestre de gobierno, no se hace nunca

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¡Qué razón tenían los romanos al plantear la duración de la dictadura, después de las crisis, a un período de un año! Si en este lapso una persona, dotada de todos los poderes, no es capaz de dar signos objetivos de superar la situación de crisis, no lo hará en todo el tiempo que tenga disponible: o triunfa, o cae derrotado. La taxonomía de regímenes políticos es eterna y usted la puede dividir según el cientista político al cual recurra; en términos clásicos, podemos citar a tres categorías: los presidenciales, los parlamentarias y los de asamblea, a las cuales se puede agregar los semi presidenciales. 

En el parlamentarismo el poder reside en el Primer Ministro, que representa el liderazgo de la mayoría en la Asamblea Nacional o Cámara de los Comunes; como contrapeso, puede disolver el parlamento; en el presidencial, el poder reside en el Ejecutivo, pero tiene como contrapeso un sistema bicameral – en el caso de Estados Unidos, un senado de 100 miembros y una cámara de representantes de 435 escaños-.

En el régimen presidencial norteamericano – a diferencia del presidencialismo chileno – existen una serie de pesos y contrapesos: para empezar, el federalismo da poderes a gobernadores y, además, las representaciones por estados; por otra parte, una serie de instituciones de democracia directa como el referéndum, la nominación de los jueces y, en algunos casos, la revocación de mandatos.

Según Duverger, el bipartidismo norteamericano, que no tiene ninguna disciplina de partido, en el cual el voto es transversal, equivaldría al multipartidismo; al contrario, en el parlamentarismo inglés la disciplina partidaria es absoluta: de existir descenso en un partido, el Primer Ministro puede disolver el Congreso y formar una nueva mayoría.

En Estados Unidos, el presidente de la república, cuando pierde el liderazgo, se le hace imposible controlar a los representantes de su partido que, por lo demás, duran dos años y su mandato se debe más a los electores de su estado, distrito o condado que al presidente de la república; este solo hecho explica por qué los representantes republicanos votaron contra el paquete de 700 mil millones de dólares que favorecía a loa bancos, pues el temor a la pérdida de la reelección fue mucho más importante que la lealtad a un presidente desprestigiado; a su vez, la cámara de representantes es dependiente de los lobbistas que pululan en los pasillos.

El bipartidismo es otro tipo de contrapoder, pues los senadores duran bastante más en sus cargos y son duques y líderes nacionales, mucho más incontrolables por los liderazgos de los partidos. A diferencia del presidencialismo chileno, el parlamento norteamericano tiene directa incidencia en los proyectos económicos y en el sistema impositivo.

En los regímenes presidenciales y presidencialistas entra la elección del presidente de la república y la asunción del mando existe un período de transición que, en el caso de Estados Unidos, va del 4 de noviembre al 20 de enero – dos meses y medio- durante este período, el presidente electo debe formar su equipo, preparar las primeras medidas de su programa de gobierno y, a su vez, adecuar la transición. Este es un momento fundamental, pues marca el estilo y éxito del gobierno.

Cada presidente tiene su propia manera de enfrentar ese período: por ejemplo, Eduardo Frei, en 1964, se aisló en un fundo en el cual formó su gabinete y no siempre consultó a su partido sino que privilegió a una cantidad de personalidades independientes, no todas del gusto de las directivas de su partido; por el contrario, Salvador Allende respetó, al máximo, las directivas de los partidos de la Unidad Popular. Fueron dos estilos muy diferentes de enfrentar la transición entre un gobierno y otro.

En Estados Unidos Roossevelt, en plena recesión, pudo actuar con toda libertad en tan decisivo período; Bill Clinton tardó demasiado en formar equipos, perdiendo una valiosa oportunidad ya que contaba con mayorías en el parlamento. Al parecer Barack Obama, en estos primeros días, está decidido a aprovechar esta luna de miel.

El éxito de todo gobierno depende de la aplicación del programa político y de las medidas básicas en el primer semestre en el poder: es ahí donde se envían las señales fundamentales al electorado que le dio el poder.

En cualquier régimen político un partido que tiene un triunfo contundente tanto en el Ejecutivo, como en el congreso tiene el camino abierto para llevar a cabo, en pocos meses, las ideas eje para movilizar al electorado. En el caso chileno, en 1964, Eduardo Frei obtuvo, en las elecciones parlamentarias de 1965, el 42,2% de la votación, y 82 diputados – de 150-, sin embargo, el bicameralismo le fue perjudicial, pues se elegía en períodos distintos a la mitad de los senadores; a pesar de estos contratiempos, pudo iniciar la Reforma Agraria, la promoción popular y la chilenización del cobre, pero perdió la posibilidad de profundizar su programa de gobierno a causa de la no aplicación de la reforma bancaria y urbana.

El caso de Allende era muy distinto, pues tenía minorías en ambas cámaras, sin embargo, aplicó muy rápidamente las cuarenta primeras medidas, incluso nacionalizando el cobre y los bancos. El período de transición de la actual mandataria, a mi modo de ver, no fue bien utilizado a causa de improvisaciones y la falta de decisión para implementar el gobierno ciudadano, idea fuerza de su programa.

En la política de Estados Unidos, George W. Bush no sabía muy hacia dónde dirigirse hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001, fecha en que se decidió su política antiterrorista indiscriminada, centrada en el famoso “eje del mal”, la guerra preventiva y el mercado sin ninguna regulación.

Toda gran marea electoral es, por esencia transitoria: nadie puede creer que ha detenido la rueda de la historia.  El 4 de noviembre de 2008, Barack Obama tiene 57 senadores – sólo le faltan tres para impedir el bloqueo parlamentario de los republicanos- cuenta con la mayoría de la cámara de representantes y el récord de votación nacional – el 75% de los sufragantes (considérese que en Estados Unidos el voto es voluntario)- Qué duda cabe de que tiene la mayoría sociológica en los Estados Unidos, es decir, desde el punto de vista institucional tiene todo el poder, por consiguiente, puede imponer su voluntad política sin contrapeso.

El programa de Obama es suficientemente ambicioso:

  • en diez años, superar la dependencia del petróleo a través de las medidas de energías renovables no convencionales
  • hacer universal y gratuito el sistema de salud
  • extensión de impuestos a todos los contribuyentes con menos de 250 mil dólares anuale
  • apoyos estatales a la pequeña y mediana empresa
  • moratoria a los deudores habitacionales
  • ambicioso plan de obras públicas

La sola mención de estos puntos sería revolucionaria en Chile: ninguno de estos puntos ha sido aplicado por la tímido Concertación.

Esta Claro que Obama va a tener que hacerse cargo de una crisis económica, financiera y social, que cada día se parece más a una depresión. Hasta ahora Ben Bernanke ha intentado combatir la deflación, en base a tres maniobras sucesivas:

  • Bajar la tasa de interés al mínimo – en pocos meses llegaría a casi cero, como en Japón-
  • emitir, a destajo, bonos del Tesoro, sin siquiera pensar en la deuda externa y el déficit fiscal
  • apoyar al sistema financiero con trillones de dólares
  • seguramente tendrá que apoyar, ahora, a las empresas automotrices, como la Ford y GM, que no pasarían del défault a fines de año. (La están lejos los tiempos en que cuando ganaba la GM, se beneficiaba Estados Unidos).Es evidente que el derrumbe de estas empresas significa, nada menos, que el aniquilamiento de la ciudad de Detriot y miles de cesantes.

Lo más preocupante del derrumbe del mercado neoliberal desrregulado es que ya tocó, no sólo al sistema financiero, sino también a la economía llamada real: la última cifra de cesantía indica que, en pocos meses, se ha perdido cerca de un millón de empleos y el porcentaje se acerca, peligrosamente, a los dos dígitos. Es cierto que esta crisis no es igual a la de 1930, pero cada día se parece más.

¿Qué podría hacer Barack Obama ante esta situación? A lo mejor, elegir un camino radicalmente distinto:

    * reimpulsar el trabajo público en infraestructura
    * dirigir paquetes fiscales en apoyo a las capas medias y pobres
    * reducir los impuestos a quienes ganen de 250 dólares anuales
    * aumentar los impuestos a las ganancias especulativas
    * declarar de moratoria total a las deudas hipotecarias
    * privilegiar el apoyo a las empresas que dan más empleo.

Si no llega a un piso el precio de las viviendas y no se reimpulsa el consumo, que abarca el 75% del PIB norteamericano, y el 25% del consumo mundial, no hay salida posible a la recesión; cualquiera otra acción que no vaya en esta dirección se convierte en un placebo. 

En conclusión, me atrevo a plantear las siguientes hipótesis tentativas:

en el caso de gobiernos y partidos que plantean cambios que implican reformas radicales en lo social, deben cumplir algunas condiciones:

  1. lograr amplias mayorías electorales en el Ejecutivo y en el Parlamento, (esto es válido para cualquier sistema político)
  2. preparar, con anticipación, un calendario de acciones inmediatas
  3. afirmar en el gobierno la mayoría social y política, conquistada en el período electoral
  4. no basta con un golpe electoral, es necesario un partido de apoyo enraizado en la sociedad civil
  5. aplicar, en los primeros meses, las principales medidas planteadas en el programa, con el fin de no desesperanzar a la base de apoyo
  6. jamás perder de vista los objetivos primordiales de utopía concreta, que dan sentido al gobierno y no entregarse a la famosa vía de la eficacia y pragmatismo, que termina por descapitalizar, socialmente, a todo gobierno, (algo así ocurrió durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, sobretodo en los últimos años, y de la Concertación, durante todo su período.

7 nov. 2008

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