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Vidas paralelas: Silvio Berlusconi y Sebastián Piñera

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Para Carlos Marx, las Vidas Paralelas, de Plutarco, eran la mejor expresión en la literatura antigua de una concepción teológica de la historia. En la forma de enriquecerse de Silvio Berlusconi y de Sebastián Piñera  hay muchos paralelos: en el caso del primero, los ingredientes son la “Cosa Nostra”, la Democracia Cristiana y Bettino Craxi; en el segundo, el dictador Augusto Pinochet y la derecha empresarial, junto con el modelo  neoliberal.

La Sicilia fue dominada por la mafia, que fue utilizada, a comienzos desde comienzos del siglo XX, para detener el poderoso movimiento socialista que postulaba una reforma agraria, que nunca llegaba, pues la “cosa nostra”, aliada a los patrones, usaba el asesinato para aterrar a quien pretendiera impulsar algún cambio social. Cuando Mussolini visitó la Isla, iba acompañado de un fuerte contingente armado; uno de los mafiosos le dijo que la guardia era innecesaria, pues ellos le aseguraban la estadía, pero Mussolini no podía aceptar el poder dentro del poder, razón por la cual persiguió a la mafia, llevando “las camisas negras” a Sicilia.

Cuando Estados Unidos entró a participar en la Segunda Guerra Mundial tenía que evitar los atentados en los puertos por parte de los obreros, que estaban dominados por la mafia, dirigida desde la cárcel por Lucky Luciano, condenado a 50 años de prisión por proxeneta. El gobierno norteamericano entendió que debía pactar con Luciano, no sólo para detener los atentados en los puertos, sino también en la preparación de la invasión a la Isla de Sicilia. El aporte de la “Cosa Nostra” al triunfo de los aliados fue decisivo, evitando muchas muertes debido al conocimiento y dominio que tenían del terreno y de su gente. De ahí en adelante, los americanos nombraron a los sucesivos alcaldes, entre quienes se cuenta  a Don Calo Vizzini, el “capo de los capos”.

Una vez concluida la Guerra, los socialistas y los comunistas volvieron a levantarla bandera de la reforma agraria, y amenazaban el poder de los democratacristianos, quienes pactaron con la mafia para asegurar el dominio y la estadía en el poder. La Democracia Cristiana, aliada de la Iglesia Católica, aseguraba la elección de mafiosos en los cargos edilicios; el obispo de Palermo, Pappalardo, denunció este inmoral matrimonio, pidiendo la excomunión para los mafiosos.

La logia masónica (P2),  desde ésa época instaurada en Italia, infiltrada en la jerarquía católica y dueña, además, de los Bancos Ambrosiano y del Vaticano, paneaba la formación de un gobierno poderoso que persiguiera y combatiera el peligro comunista, y colocara fuera de la ley al principal Partido Comunista de Europa.

El Presidente del gobierno, Bettino Craxi, un corrupto dirigente socialista y aliado de los democratacristianos de Giulio Andreotti, heredó la relación con la “Cosa Nostra”, pero esta vez cayó debido a los juicios de “las manos limpias”; uno de sus amigos predilectos de Craxi era el empresario de las comunicaciones, el milanés Silvio Berlusconi que cuando quiso instalar su Canal privado, fue ayudado por F. Mitterrand, gracias a los buenos oficios de Bettino Craxi, quien convenció al Presidente francés de la catástrofe que se avecinaba por la pérdida de la mayoría socialista en las elecciones parlamentarias, y de las bondades de contar con un Canal privado, dirigido por el “gran” Berlusconi.

Cuando Berlusconi llegó al poder se dio cuenta de que estaba en peligro de sufrir atentados en su contra, en consecuencia, nada mejor que recurrir a la mafia para asegurar su defensa personal y del poder que ostentaba.

La mafia nunca pacta sin exigir una contraprestación, en este caso, la presión del Primer Ministro Berlusconi sobre  los jueces para evitar sanciones de cárcel en contra de los mafiosos y, sobre todo, de tener las ventajas legales que se daba a los arrepentidos que confesaran y delataran a la mafia.

Silvio Berlusconi, como Sebastián Piñera, no son leales con sus segundos, y cuando caen en manos de la justicia, los dejan solos – en el caso del primero, a los dirigentes del Partido Forza Italia y, del segundo, a sus ex ministros Pablo Longueira, Laurence Goborne, y a su ex subsecretario, Pablo Wagner, entre muchos otros, incluidos los jefes de campañas -.

Sebastián Piñera, hijo de un funcionario público democratacristiano – no repartía el correo como el padre de Cantinflas – sino que tenía asegurados trabajos en la CORFO y en la diplomacia, de la noche a la mañana se convirtió en millonario durante el gobierno del dictador Pinochet, gracias a la venta de tarjetas bancarias de crédito y a la posterior dirección de bancos – como el de Talca, que se arruinó en la gran crisis económica y financiera de 1982 -.

En ese tiempo, en Chile, la justicia estaba vendida al dictador, y los dueños sólo pagaron la quiebra fraudulenta, pero no los gerentes y administradores, como correspondía. En esa época, Sebastián Piñera tuvo una orden de detención – incluso, presentó un recurso de amparo -. Según la entonces ministra de Justicia, Mónica Madariaga, lo salvó de la cárcel la intervención ante Augusto Pinochet por parte de su hermano, José Piñera, ministro del Trabajo – padre de las cuestionadas  AFPs -, pues al final, “la sangre tira”, por mucho que hoy, por conveniencia, aparezcan como antagónicas estos dos hermanitos, tan bien imitados por el comediante Stephan Kramer.

El enriquecimiento de Piñera, en el período del predominio del eje democratacristiano-socialista – no puedo dejar de compararlo con los de Craxi y Andreotti por el alto grado de corrupción que ambos alcanzaron – logró altos niveles de perfección y logró ubicar a nuestro “héroe”, Sebastián Piñera, en los primeros lugares de la lista de millonarios, según la revista Forbes.

A Berlusconi y a Piñera los hermana una moral virginal, por la cual nunca se condenará la mezcla entre la política y los negocios. Como Berlusconi es Craxi,  Piñera es Pinochet.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

16/08/2016

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