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Cómo dilapidar la popularidad de la noche a la mañana

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Más parece un libro de autoayuda que un artículo de la contingencia política, pero desgraciadamente, corresponde a nuestra realidad chilena. Según el decadentista filósofo de la historia, Oswald Spengler, a partir de la Revolución industrial la democracia se ha convertido en plutocracia, es decir, el gobierno de los adinerados. A mi modo de ver, el neoliberalismo es la expresión más radical del determinismo económico que se atribuye, erróneamente, a Carlos Marx; es cierto que hay una versión vulgar del marxismo que desvalora las relaciones dialécticas entre infraestructura y superestructura, pero la verdad es que el análisis marxista es mucho más fino para explicar las relaciones entre estas dos categorías: quienes adoptan el determinismo radical son los actuales seguidores del libre mercado. En varios artículos he sostenido que la época de la transición a la democracia corresponde a una verdadera plutocracia, más o menos similar a la de la época parlamentaria (1891-1925).

Nicolás Maquiavelo sostiene, en su libro El príncipe, que hay distintas maneras de llegar al poder, siendo la primera la elección por parte de los príncipes, es decir, el primero entre los pares; fue el caso de Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Ricardo Lagos. El pueblo, como ocurría con los antiguos “basileos” (reyes griegos de la época heroica), se limita a aprobar o a rechazar por medio de gestos la nominación de los notables. La segunda forma de elección emana del pueblo mismo, que fue lo que ocurrió con Michelle Bachelet: no pertenecía a la clase de los “notables” y sólo pudo ser presidenta gracias a la simpatía y carisma popular, marcada en las encuestas de opinión.

El problema no es la conquista del poder, ni siquiera su legitimación popular que, en el caso de la presidenta Bachelet, lo importante es conservar el apoyo popular que le da legitimidad y sustento. Nuestra Presidenta es un personaje difícil de analizar, pues lleva a cabo una vida virginal, bastante seria en su actuar cotidiano – nada tiene que ver con Isabel I de Inglaterra o con Catalina II de Rusia o María Luisa de España, quienes tenían válidos y amantes famosos, como es el caso de Alexandovich Potemkin y Francisco de Miranda, o Godoy, en el caso de María Luisa, respectivamente – tampoco es ahombrada, como muchas de sus predecesoras en el mundo, por el contrario, es cercana, cariñosa y con bastante sentido del humor, sin embargo Michelle Bachelet ha perdido, paulatinamente, el cariño de sus ciudadanos. Como surgió del apoyo popular, se siente lejana de los gamonales del mundo político: quiso innovar e ignorarlos, sin embargo, los príncipes se han aprovechado de su simpatía – y tal vez de su condición femenina – para disputarse el poder entre ellos. A lo mejor son chimuchinas de los Diarios, pero día a día muestran desinteligencias entre los ministros políticos y de éstos, con Andrés Velasco, el ministro de Hacienda y, a su vez, Velasco con el ministro de Trabajo, Andrade. Según la misma Presidenta, algunos Ministros la engañaron con el Transantiago. Todo este conjunto de actitudes y conductas muestra un gobierno invertebrado y carente de conducción.

Es obvio que la derecha política ha intentado aprovecharse de este acefalía gubernativa, afortunadamente, sin mayor éxito, pues los miembros de este conglomerado se odian mutuamente y están mucho más divididos; su oposición es completamente negativa y nadie cree que serán capaces de gobernar; por lo demás, de triunfar Sebastián Piñera, el Chile plutocrático del mercado será generalizado y, prácticamente, sin oposición.

Si consideramos la disolución de las diferentes instituciones políticas, tanto de la Alianza, como de la Concertación, me parece evidente que senadores y diputados funcionen a gusto, votando los proyectos de gobierno según el mérito de cada uno. Esta tendencia feudal se va a radicalizar con las elecciones municipales de 2008: cada diputado o senador es un gamonal en su región o circunscripción y, como es lógico, realizará un pacto de defensa con sus vasallos, candidatos a alcaldes y concejales; es así como se reproduce el poder político en nuestra plutocrática república.

En Chile, el único ministro inamovible es el de Hacienda, pues es el dueño del Tesoro y puede repartir los bienes a los príncipes que, por cierto, cuando no están contentos con su cuota, reclaman lo que creen les pertenece por “primogenitura”. Los ministros de Hacienda de los anteriores gobiernos de la Concertación pudieron hacer y deshacer, incluso meter la pata,  – como Eduardo Aninat en la crisis asiática –sin que a ningún diputado o senador se le ocurriera iniciar una acusación constitucional; en el caso de Andrés Velasco, como el poder surge de la simpatía popular, y el ministro aplica la misma política neoliberal y avarienta de sus predecesores, ha provocado un mar de antipatías, que lo han colocado al borde de una acusación constitucional, hecho inédito en la historia política chilena. Es posible que esta vez se salve pues, al parecer, se van solucionar los problemas que acarrearon la huelga de los subcontratados del cobre, sin embargo, como en el ajedrez, no estuvimos lejanos de un jaque al rey.

En la plutocracia, si bien hay un feudalismo de los “señores políticos”, muy pocos de ellos están dispuestos a abandonar sus partidos y, mucho menos, que les sea enajenado, por orden real, sus feudos distritales o circunscripciones. Salvo el caso del senador Fernando Flores, nadie se atreve a fundar un nuevo Partido que, de crisálida, se convierta en convierta en mariposa. Son conocidos los casos de rebeldes y terceristas, que fundaron el Mapu y la Izquierda Cristiana, terminando en grupúsculos que, por último, infiltraron el PPD y el Partido Socialista; lo mismo ocurrió con USOPO, de Raúl Ampuero. En consecuencia, es mejor mantenerse como fracción en un partido grande que fundar uno nuevo, lo que equivale a ser “cola de león y no cabeza de ratón”.

Cuál será el destino de Michelle Bachelet. La verdad es que no me atrevo a vaticinar pero, al parecer, se conformará con lograr dos o tres proyectos importantes, referidos a la Educación, a la Previsión y a la Salud, tapar el “evento” – hoyo- del Transantiago y administrar crisis hasta el fin de su período. De todas maneras es un triste destino, pues la Presidente seguramente quiso hacer otras cosas, pertenecientes a una saga más creativa y heroica, pero se encontró con un país millonario, pero con una política bastante podrida. Será al revés el famoso análisis de Aníbal Pinto, en su libro, Chile, un desarrollo frustrado, donde la política era una imitación de la europea y la economía era subdesarrollada. Por desgracia, creo que la política y la economía están íntimamente relacionadas y que una pésima gobernabilidad terminarán por deteriorar la economía.
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