Benjamín Netanyahu: «La compra más importante que se está haciendo ahora es TikTok… Espero que se apruebe porque puede ser trascendental”
por Marcelo Colussi
3 horas atrás 14 min lectura
27 de octubre de 2025
Redes sociales: ¡peligrosísimas!
“Las armas más importantes [son las redes sociales]. La compra más importante que se está haciendo ahora es TikTok… Espero que se apruebe porque puede ser trascendental.”
Benjamín Netanyahu
A lo largo de la historia vemos continuamente cómo las clases dominantes mantienen sojuzgadas a las subordinadas. Dos son las herramientas para lograrlo:
1) la represión abierta (eso es el Estado y todos sus órganos de intimidación y defensa, armas en mano), y
2) la manipulación ideológico-cultural, que bien podría llamarse “represión encubierta”.
“Represión encubierta”
¿Por qué llamarla así? Porque lo que busca es mantener estable el estado de cosas, conservar la situación, impedir a toda costa que algo pueda cambiar en la repartición de los papeles sociales, en la apropiación de la riqueza producida por el colectivo, en la distribución de los poderes, pero sin apelar a la fuerza bruta. Es otro tipo de fuerza el que ahí está en juego.
En el ámbito de la represión abierta, la situación está clara: cuando la “plebe” protesta, o cuando se alza, las fuerzas que controlan la “normalidad” social, actúan. Y no con caricias, precisamente. Desde hachas y espadas a las más variadas y letales armas actuales contra motines, desde escuderos del rey o del faraón, guardaespaldas, policías, gendarmes, grupos parapoliciales o neuroarmas a drones hiper modernos y satélites geoestacionarios que nos controlan, el arsenal con el que la clase dominante se defiende y buscar perpetuar su poderío es interminable. De hecho, cada día aparece un nuevo instrumento de control, más letal y efectivo que el anterior. Y así como interminable, también es feroz, despiadado, atrozmente cruel. Pueden entrar allí las técnicas represivas más amplias e inhumanas, donde no faltan la tortura, la desaparición forzada de personas, las cárceles clandestinas, los castigos ejemplares y las hogueras inquisitoriales (o sus sucedáneos).
Ahora bien: sin necesidad de derramamiento de sangre, también los poderes hegemónicos han sabido siempre dominar a las grandes masas a través de la persuasión, el mensaje cultural, la manipulación masiva. El “pan y circo” de los romanos, que vemos presente en todas las formaciones culturales a lo largo y ancho del planeta en todo momento histórico con sociedades estratificadas en clases sociales -claro que con características propias en cada caso- es universal. En otros términos: ¿cómo engañar a las masas sin que se den cuenta que están siendo engañadas? ¿Cómo mantenerlas tranquilas para que sigan alimentando los privilegios de una élite? Para eso, entre otras cosas, están las religiones: “Las religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes”, como dijera Giordano Bruno (lo que le valió la pira).
Ya entrado el siglo XX, con sociedades absolutamente masificadas y donde las conductas sociales cada vez están más maquinal (y eficientemente) digitadas, el pionero de la psicología de masas, el sobrino de Freud, Edward Bernays (ver nota de piensaChile al pie de este artículo. ), pudo titular sin tapujo uno de sus libros: “Propaganda. Cómo manipular la opinión pública en democracia” (ver abajo enlace a este libro para bajar, gratuitamente, en formato PDF), donde sin ningún rodeo planteó que:
“El estudio sistemático de la psicología de masas reveló a sus estudiosos las posibilidades de un gobierno invisible de la sociedad mediante la manipulación de los motivos que impulsan las acciones del ser humano en el seno de un grupo”.
Los poderes actuales, munidos de las tecnologías más modernas, no tienen ningún reparo en actuar con la más absoluta sangre fría para manipular, mentir, engañar, tergiversar las cosas, sin necesidad de espadas ni armas de fuego, buscando mantener siempre el statu quo. En definitiva eso, y no otra cosa, es el aparato ideológico-cultural. “La ideología dominante es siempre la ideología de la clase dominante”, dijo un pensador decimonónico pretendidamente superado.
Los medios masivos de comunicación de las sociedades actuales han llevado ese control y manipulación a niveles estratosféricos.
“El poder de la prensa es primordial. Establece la agenda de discusión pública. Es un avasallador poder político que no puede ser controlado por ninguna ley. Determina lo que la gente habla y piensa con una autoridad reservada en algunas partes del mundo solo a los tiranos, sumos sacerdotes y mandarines”,
decía Theodore White en los 60 del siglo pasado. Si eso era así medio siglo atrás, las tecnologías comunicacionales han llevado ese poder a un nivel infinitamente superior. En ese marco se inscriben las actuales redes sociales.
En forma creciente, juventud y niñez de todo el mundo, incluidas las de los países con menos recursos -hasta en los rincones más recónditos se repite el fenómeno, con menor intensidad quizá, pero con la misma perspectiva- , hacen parte de lo que se conoce como “generación alfa” o, también: “nativos digitales”. Es decir, seres humanos nacidos a principios de este siglo (la generación más numerosa de la historia), criados cada vez más en entornos digitales, donde pasaron a ser parte fundamental de su día a día la conexión obligada con internet, el uso masivo de dispositivos móviles y la gran familiaridad con el ámbito informático. En esos recónditos lugares sorprende ver que no se invierte en mejor dieta alimentaria, pero sí, por ejemplo, en un teléfono móvil inteligente. Todo ello influye en forma determinante en su manera de aprender, socializar, consumir, ver y relacionarse con el mundo y con otros congéneres, acostumbrados, y naturalizando, el consumismo imparable de las modas, habituados como algo natural a la super velocidad y la multitarea, empapados de contenido rápido, fugaz, fundamentalmente audiovisual, donde la lectura crítico-conceptual prácticamente va desapareciendo.
En consonancia con lo anterior, vale conocer una conclusión de la Advertising Research Foundation de Estados Unidos, fundación dedicada al estudio del marketing: “Los resultados indican que la hipnosis contribuye a proporcionar honestas razones para la preferencia de marcas de fábrica”. ¿Hipnosis? Pero ¿cómo?… ¿Nos tienen hipnotizados?
Esta generación será la que dirigirá el mundo en unas pocas décadas. Entonces ¿vamos hacia un mundo de velocidad fulminante, donde todo son memes y mensajes hiper sintéticos, sin profundización crítica? ¿Viva la hipnosis colectiva? Pareciera que sí. Pero… ¿alguien se beneficia de todo esto? ¿Alguien decide que así sean las cosas? La gran masa, inmensa, monumental masa de usuarios, parece que no. ¿Quién entonces? Vale citar al respecto lo dicho por uno de los ideólogos de esos poderes, de quienes sí deciden y se benefician, el austro-germano Günther Anders:
“Para sofocar cualquier revuelta por adelantado (…) métodos arcaicos como los de Hitler son anticuados. Basta con crear un condicionamiento colectivo reduciendo drásticamente el nivel y la calidad de la educación. (…) Que la información destinada al público en general sea anestesiada de cualquier contenido subversivo. Transmitiremos masivamente, vía televisión [hoy día deberían agregarse las inefables redes sociales y aplicaciones de internet], estúpidos entretenimientos, siempre halagando el instinto emocional”. Más claro: imposible.
Estúpidos entretenimientos.
¿Así nos tratan? “Cabeza de meme”, se ha dicho por ahí. Muy elocuente, sin dudas. Es decir: una visión super simplificada del mundo, de las cosas, donde todo se reduce a pequeñas fórmulas, donde no hay espacio para la reflexión, donde lo más importante están dejando de ser “educadores” para darle paso a “influencers”, ¿siempre halagando el instinto emocional? Mejor: no pensar entonces. Las redes sociales, que cada vez se hacen más y más populares inundando todo los aspectos sociales, ideológicos y culturales, no son un simple pasatiempo: ¡son el cimiento básico donde se está construyendo el edificio social! Según estudios consistentes, en la prácticamente totalidad de países del planeta, el 90% de personas entre 14 y 26 años utiliza alguna red social a diario, teniendo un tiempo de conexión de entre 3 y 6 horas al día (promedio: cuatro horas y media). De modo concluyente, sin la más mínima duda al respecto, se prefiere un tik tok banal a la lectura de algo mínimo, de tres páginas digamos. Un texto como el presente, además de aborrecible por su mala calidad, es desde antes de iniciar su lectura ya anatematizado…. ¡porque es muy largo!
Definitivamente estas redes construyen identidades, siendo un factor determinante para la socialización, la obtención de noticias, la diversión, el contacto con el otro, para lograr moldear de puntos de vista, perspectivas y valores que vertebran la interrelación social de quienes las utilizan. Es decir: nos moldean la cabeza.
Hablamos de hipnosis, pero la hipnosis es peligrosa, porque mantiene a la persona hipnotizada en una sensación de fantasía, de irrealidad, dándose una mucha mayor receptividad a sugerencias, visto que no hay defensas racionales en ese estado de trance; en otros términos: se está más a disposición pasiva de manipulaciones, a caer bajo los efectos de la sugestión por parte del otro. Si eso busca la publicidad, si lograr mantener a la gente “hipnotizada” para así vender con facilidad se puede considerar un logro, estamos ante un gravísimo problema.
Las redes sociales tienen esa capacidad de hipnotizar. Es evidente que lo logran, con mensajes muy cortos y concretos, básicamente con pequeños videos y fotos a granel, promocionando el egocentrismo. Cuantos más “me gusta” (likes) se obtienen, más se acrecienta mi amor propio (se me infla el ego, me quieren mucho, soy muy respetable, le gano a todos). De ahí que ya se ha hecho moneda corriente tomarse una selfie para colocar en las redes, lo que nos levanta más aún el ego, aunque eso nos pueda traer severas complicaciones, incluso la muerte.
Argumentos racionales algo complejos, que excedan los pocos segundos que proponen los mensajes de las redes, esa velocidad supersónica a la que obligan, no alcanzan para transmitir conceptos más elaborados. Estamos, por tanto, en el reino de lo afectivo, de lo puramente pasional (instinto emocional halagado, nos dicen); más aún: de lo puramente visceral, obviamente el pensamiento. El auge imparable y el marketing de la inteligencia artificial va en ese sentido: el chatbot piensa todo, usted no necesita hacerlo. ¿Eso es lo que nos conviene como humanidad? Lo que prima son contenidos hipnotizadores, sin dudas bien confeccionados, pero que alejan de todo tipo de criterio problematizador. Justamente, por ser de absorción tan sencillos, rápidamente se tornan virales. El efecto de arrastre que tenemos (sufrimos) los humanos, al hacernos sentir así parte de un colectivo que nos incluye, nos da identidad y eleva nuestra auto estimación cuando viralizamos, hace que esa creación sencilla -por no decir banal (¿estúpidos entretenimientos?)- se difunda muy ampliamente, y siempre encuentre respuestas. Si no se responde al estímulo, pareciera que se queda “fuera”. De ahí la ansiedad con que se esperan los likes.
En otros términos: esa cultura de las redes sociales puede ser altamente funcional para la transmisión de medias verdaderas, o absolutas falsedades que, repetidas en forma incansable como pedía Goebbels, terminan transformándose en verdades indubitables. De ahí que las llamadas “fake news” se propaguen en las redes seis veces más rápido que las noticias verdaderas. En general, nadie las cuestiona, se las acepta pasivamente. Por todo ello podemos decir que esta modalidad comunicativa es muy peligrosa. Si las pide a los gritos un genocida ¡y mentiroso! como Netanyahu -citado en el epígrafe- eso es suficiente para ver el peligro en juego.
Si desde el campo popular con criterio de análisis crítico -y, por supuesto, voluntad de transformación político-social- queremos enfrentarnos a esa parafernalia, la batalla es tremendamente desigual. Tengamos en cuenta, al respecto, el video con el que abrimos el texto: está claro que los poderes dominantes, que son quienes fijan la ideología dominante y se benefician de ello, en este momento le han sacado una enorme delantera a las fuerzas que buscamos un cambio. No está terminada la historia, pero está claro que, contra las redes sociales, es muy difícil combatir. En ese ámbito, el poder que tiene la mentira organizada que allí se juega, es enorme, descomunal. La desinformación sistemáticamente presentada, la hipnosis y la simplificación maniquea de las cosas van ganando este round de la pelea. Pero sigamos pensando que la realidad es algo más que la realidad virtual. Es allí donde debemos seguir poniendo el acento.
*Fuente: Insurgente.org
Nota de la Redacción de piensaChile:
Edward Bernays (EE.UU.) y Joseph Goebbels
Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda de la Alemania nazi, conocía y había leído los trabajos de Edward Bernays, quien es considerado el padre de las relaciones públicas. Bernays veía a las masas como irracionales y peligrosas si no se las guiaba, y creía que una élite ilustrada (la dueña y directora de la RR.PP., es decir, de las relaciones públicas) debía «manipular» esa irracionalidad para el bien de la sociedad y la estabilidad del sistema. Él llamaba a esto la «ingeniería del consenso». Se «genialidad» lo llevó a crear campañas para empresas como la American Tobacco, para que las mujeres fumaran en público asociando los cigarrillos con la liberación femenina, es decir, transformó el cigarro en las «antorchas de la libertad» y las feministas se tragaron en masa el anzuelo:

En resumen: Goebbels conocía y admiraba el trabajo de Bernays, y adaptó algunos de sus principios psicológicos sobre el comportamiento de masas. Pero los aplicó con una intensidad, un control total y un propósito ideológico tan extremo que lo transformaron en algo cualitativamente diferente y monstruoso. Bernays proporcionó parte del «manual de usuario de la mente de masas», pero Goebbels escribió su propio capítulo más siniestro y letal.
¿Cuánta influencia ejerció Edward Bernays en Joseph Goebbels?
No fue una relación de «maestro-alumno», sino más bien de un estratega (Goebbels) estudiando el trabajo de un pionero (Bernays) para extraer ideas aplicables a su propio proyecto radical.
Para visualizar esta influencia, podemos desglosarla en un espectro que va desde la influencia directa hasta la divergencia total:
Grado 1: Influencia Conceptual Directa (Alta)
Goebbels era un intelectual metódico y un ávido lector sobre la manipulación de masas. Se sabe con certeza que tenía y había estudiado el libro «Crystallizing Public Opinion» («Cristalizando la Opinión Pública») de Bernays. De esta obra, y probablemente de «Propaganda», absorbió principios fundamentales:
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La Irracionalidad de las Masas: Ambos partían de la base de que la multitud no se guía por la lógica, sino por instintos, emociones y deseos inconscientes. Bernays lo tomó de su tío, Sigmund Freud; Goebbels, de su desprecio por la intelligentsia y su culto al Volk (pueblo) instintivo.
-
La Necesidad de Liderar la Opinión Pública: La idea de que una élite (para Bernays, los relaciones públicas; para Goebbels, el Partido Nazi) debe moldear y dirigir la opinión pública, no seguirla.
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El Uso de Símbolos y Emociones: La comprensión de que un símbolo poderoso (una bandera, un enemigo, un eslogan) es más efectivo que un argumento racional.
En este nivel abstracto y filosófico, la influencia fue alta. Goebbels vio en Bernays una validación «científica» y moderna de lo que él ya intuía.
Grado 2: Influencia en Técnicas Prácticas (Media-Baja)
Aquí la influencia es menor porque Goebbels tenía muchas otras fuentes y un laboratorio de experimentación mucho más vasto y coercitivo.
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Bernays usaba técnicas como asociar productos con deseos (libertad, estatus), usar terceros de confianza (doctores, líderes sociales) y crear eventos noticiosos.
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Goebbels utilizó métodos a menudo más brutales y directos: la repetición incansable de consignas simples, la creación de enemigos omnipresentes (el judío, el bolchevique), la explotación del resentimiento (el «Diktat» de Versalles), y la organización de espectáculos de masas hipnóticos (los rallies de Nuremberg).
Mientras Bernays buscaba una persuasión sutil, Goebbels practicaba una saturación propagandística y una movilización total. La técnica de apelar a las emociones es común, pero la ejecución es distinta. Goebbels tomó el concepto de Bernays y lo llevó a un extremo absoluto, potenciado por el control totalitario de todos los medios de comunicación.
Grado 3: Influencia en los Objetivos y la Ética (Nula)
Este es el punto de mayor divergencia y el más importante.
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El Objetivo de Bernays: Operaba dentro de un sistema democrático y de mercado. Su fin último era vender productos, servicios o ideas a un público que, en teoría, podía elegir. Su lema era «engineering consent» (ingeniería del consenso). Buscaba influir, no anular la voluntad.
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El Objetivo de Goebbels: Operaba dentro de un régimen totalitario. Su fin no era vender, sino subyugar, movilizar y controlar. La propaganda nazi no era para generar «consenso», sino para eliminar la posibilidad de disenso. Su propósito final era facilitar la guerra, la conquista y el exterminio.
Bernays quería que la gente comprara una marca de jabón. Goebbels quería que la gente aceptara la Solución Final.
Conclusión Final
La influencia de Bernays en Goebbels fue la de un teórico cuyo marco conceptual sobre la psicología de masas resultó útil e inspirador para el proyecto propagandístico más mortífero del siglo XX.
Goebbels no copió las técnicas de relaciones públicas de Bernays, sino que tomó su diagnóstico sobre la naturaleza irracional del hombre moderno y lo usó como base para una maquinaria de propaganda mucho más cruda, directa y totalitaria. Fue menos un «alumno» y más un «adaptador radical» que combinó las ideas modernas de Bernays con la parafernalia nacionalista y el control estatal absoluto para lograr fines diametralmente opuestos.
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