Compromiso con el patrimonio cultural tarapaqueño
por Iván Vera-Pinto Soto (Iquique, Chile)
2 años atrás 6 min lectura
23 de mayo de 2023
Es probable que cuando escuchamos pronunciar el concepto de “patrimonio cultural”, de forma rápida, lo relacionamos con la herencia de nuestros antepasados. Naturalmente, la acepción incluye a todas aquellas manifestaciones asociadas a los bienes y valores culturales propios de un país y una región determinada: las tradiciones, las costumbres y los hábitos, así como también el conjunto de bienes inmateriales y materiales, muebles e inmuebles que poseen un especial interés histórico, artístico, estético, plástico, arquitectónico, urbano, arqueológico, ambiental, ecológico, natural, lingüístico, sonoro, musical, audiovisual, fílmico, científico, testimonial, documental, literario, bibliográfico, museológico, antropológico y todas las expresiones, artefactos y representaciones de la denominada cultura popular.
Con meridiana claridad, podemos sostener que esta práctica de aprender de nuestros antecesores nos facilita la comprensión de la realidad existente y, también, nos ayuda a visualizar las potenciales condiciones futuras de la sociedad. Claro está, ese conocimiento debemos entenderlo no solo como un simple goce estético, acaso sea motivado por un deseo genuino de proteger el legado cultural, cuya existencia en esta época se ve amenazada, constantemente, por el proceso de la globalización neoliberal, el cual se empeña en desmantelar las culturas de las naciones, para imponer los patrones de las grandes metrópolis y centros de poder.
En términos concretos, los cientistas sociales han demostrado que la globalización implica el detrimento de ciertos elementos culturales representativos, como asimismo la pérdida de la identidad de los grupos humanos que sienten un vínculo con el legado que les pertenece. Por este motivo, no pocos Estados han adoptado algunas políticas, normas y procedimientos orientados a la defensa del patrimonio de sus naciones, aunque debemos reconocer que no en todos los casos estas medidas han sido suficientemente efectivas para detener los descalabros llevados a cabo en nombre del progreso, el bienestar, la modernidad y la paz en el planeta. Todas estas situaciones adversas que se constatan, nos llevan a suponer que la globalización se esgrime como una nueva estrategia de dominio, penetración ideológica y cultural.
Por lo demás, comprobamos que en el ámbito latinoamericano estamos viviendo una verdadera renovación del estudio y puesta en valor del patrimonio cultural, situación no menos llamativa, debido que por largos períodos este tópico estaba relegado a algunos estudiosos y aficionados de la tradición; los que muchas veces fueron tratados con desdén, por cuanto se les creía superados por la modernización tecnológica. Hoy, en cambio, el concepto de patrimonio se ha transformado en un referente obligado de los investigadores sociales, quienes lo han clasificado, de acuerdo con sus intereses disciplinarios: patrimonio cultural, histórico, natural, arquitectónico, etc. Y si esto fuera poco, en este momento, dicha acepción está en boca de todos: políticos, artistas, periodistas, agentes del Estado, en los discursos oficiales y populares.
Inferimos que este nuevo aire que ha tomado el patrimonio cultural es una suerte de respuesta a la emergencia de los valores locales, a la fuerza que tiene lo propio, lo singular frente a la vorágine que implica la globalización; fenómeno que procura la homogeneización de mercados, sociedades y culturas, mediante una serie de transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un perfil global. Exactamente, en ese escenario, cobra mayor importancia lo distintivo de la cultura local, convirtiéndose incluso en un valor agregado de ella misma.
Ahora, si me permiten, deseo situar la problemática en nuestro entorno social. Al respecto, digamos que en Iquique se ha hecho costumbre la falta de conciencia cívica hacia los patrimonios culturales. Solo basta caminar por las calles y avenidas de este puerto para darnos cuenta de las barbaries que a diario se perpetran. Con estupor e indignación, observamos como grupos vandálicos atentan contra monumentos históricos, emblemas nacionales, cementerios y recintos culturales, sin que se logre identificar y castigar severamente a los responsables de estos actos horrorosos. Del mismo modo, podemos advertir otros atentados de índole institucional que se ejecutan a la vista de todos, especialmente contra el casco tradicional de Iquique. Cuántas veces hemos tenido que aceptar la política de hechos consumados en algunas intervenciones urbanas que destruyen los pocos vestigios materiales de nuestra identidad.
Lamentablemente, nuestra ciudadanía tiene poca o nula participación en las decisiones que adoptan las autoridades de los organismos públicos y privados, dejando así el campo libre para que los gobernantes, de acuerdo con su criterio, hagan lo que estimen pertinente en esta materia. Los resultados están a la vista: casonas antiguas destruidas o convertidas en locales comerciales, monumentos abandonados, centros culturales sin infraestructura e implementación adecuada y, lo que es peor, no se cuenta con ningún plan de manutención, preservación y resguardo de dichos edificios.
Me parece que en una sociedad democrática convendría instituir los mecanismos legales con la intención que la ciudadanía pudiese participar de manera cabal en los asuntos centrales de la comunidad. Esta noción abarca a un conjunto de experiencias que faciliten a los vecinos y vecinas, como miembros competentes de una colectividad, ser garantes de un conjunto de medidas sociales, legales, políticas, culturales y ecológicas. En el fondo, se debería constituir una instancia que facilite una comunicación más democrática y horizontal que anime a la participación comunal y que vele por el cumplimiento de leyes que hay en esta materia, empero, no se aplican. Un caso ilustrativo es la protección y conservación que las autoridades están obligadas a afianzar a todos los monumentos históricos, pero que, para frustración de los residentes y turistas, precariamente se manifiesta o se dilatan en el tiempo.
Opino que, los ciudadanos libres de intereses partidarios, deberían potenciar un organismo de hecho que ponga atajo a todas las tropelías delictuales y a las disposiciones arbitrarias que perturban la puesta en valor de nuestra herencia cultural.
Asimismo, considero que los adultos tenemos la obligación de formar una nueva generación, la que ojalá tenga un fuerte arraigo social y cultural con su tierra y que, además, exhiba un compromiso con el rescate, protección, preservación y difusión de todos los bienes materiales e intangibles que nos preceden.
Cuánto desearía que, más tarde que nunca, pudiese asistir a la inauguración de un Centro Patrimonial Tarapaqueño, donde puedan confluir la mayoría de los materiales pertenecientes a la historia y memoria artística. Es decir, un espacio con la capacidad de cobijar los artefactos y testimonios del patrimonio musical, teatral, pictórico, audiovisual y literario de esta zona. Imagino que, desde este hemiciclo, se pudiese hacer factible el impulso de un proyecto mayor, el que consienta la resignificación y la difusión del rico bagaje cultural que poseemos los tarapaqueños. Al mismo tiempo, logren desplegarse múltiples iniciativas orientadas al desarrollo del turismo patrimonial.
Sostengo que en esta fecha en que se celebra el Día de los Patrimonios, más que formular discursos, los que muchas veces el viento se los lleva, corresponde materializar el compromiso por una acción mancomunada de toda la ciudadanía, orientada al cumplimiento de este noble propósito. Por supuesto, esto conlleva el cumplimiento de sustantivas inversiones financieras por parte de los organismos gubernamentales, y algunas consideraciones éticas, culturales y de responsabilidad pública y privada, todo lo cual es perentorio asumir y resolver a la brevedad, antes de perder las huellas procedentes de esa mezcla de identidades que nos otorga una personalidad regional: única, diferenciadora e inigualable.
-El autor, Iván Vera-Pinto Soto, es Antropólogo Social, Magíster en Educación Superior, Académico UNAP, Director Teatro Universitario Expresión
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