Desde ayer, Jair Bolsonaro comanda la primera experiencia de un Gobierno de extrema derecha de la democracia brasileña. Pero ¿qué significa ser de extrema derecha en 2019? Si escuchamos lo que afirman los actores de esta nueva experiencia de poder, Dios no está solo “por encima de todos”, como en la muletilla electoral de Bolsonaro. Dios también habría escogido un lado, habría determinado el resultado de las elecciones y ahora se prepara para gobernar el mayor país de Sudamérica y a devolverle la prosperidad perdida o jamás encontrada.
Esta es la interpretación del momento actual que hace el nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Ernesto Araújo, que ha intentado presentarse como ideólogo del Gobierno. En un artículo publicado en la edición de enero de la revista estadounidense The New Criterion, Araújo afirma: “Dios ha vuelto y la nación ha vuelto. Una nación con Dios; Dios a través de la nación”.
Según el evangelio del canciller, la elección de Bolsonaro habría liberado al propio Dios en persona y divinidad. “Los ciudadanos se reconectan unos con otros y descubren que forman una nación. El propio Dios, que era un prisionero triste (…), vuelve a circular libremente por el alma humana”, escribió el ministro en su blog, ignorando la realidad de un país partido también por el odio que incitó Bolsonaro durante las elecciones.
Dios y el nacionalismo se mezclaron en varios momentos históricos. En general, con consecuencias devastadoras. Qué significará esta configuración en la vida brasileña y en la relación de Brasil con los demás países solo los días lo dirán. Pero ya podemos entender en qué cree el Dios de Bolsonaro.
Dios cree que los negros, que son los más pobres y los que más mueren por violencia y enfermedad, vivían felices antes de que Lula y el Partido de los Trabajadores “se inventaran” las tensiones raciales. Dios piensa que las escuelas brasileñas se han convertido en una bacanal infantil, estimulada por profesores adeptos a la “ideología de género”. Dios odia el mundo globalizado. Dios cree que los migrantes pueden amenazar la soberanía de la nación. Dios está seguro de que Brasil se ha acercado demasiado a China. Dios es tan fan de Donald Trump que se pondría en la cabeza divina una gorra con el nombre del presidente estadounidense.
Pero, si este Dios de Bolsonaro cree, también descree. Dios no cree que la dictadura brasileña —en la que cientos fueron secuestrados, torturados y muertos— fuera una dictadura, por ejemplo. Tampoco cree en el calentamiento global. Para Dios, todo es un invento de la “izquierda”, del “comunismo” o del “marxismo”, los nombres del diablo.
A los brasileños les gusta creer que Dios es brasileño. Ahora que el canciller ha explicado que “Dios actúa en la historia”, a través de un presidente que quiere armar a la población, quizá descubran que están equivocados.
En El País, 02.01.19 Traducción de Meritxell Almarza
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*Eliane Brum (Río Grande do Sul, 23 de mayo de 1966) es una periodista, escritora y documentalista brasileña. Se formó en la Pontificia Universidad Católica de Río Grande do Sul (PUCRS) en 1988 y ganó más de 40 premios nacionales e internacionales de reportaje.
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Bolsonaro: catástrofe global
Editorial – La Jornada
Cualquier caracterización del nuevo presidente de Brasil resulta imprecisa, o llanamente eufemística, si se omite el adjetivo fascista. Su abierta admiración por los regímenes militares, su absoluto desprecio por la verdad o la evidencia científica, su uso de proclamas y símbolos religiosos en agresiva sustitución de los derechos humanos y las formas institucionales, su táctica de generar consenso en torno a su figura mediante la exacerbación del odio y la xenofobia, así como otros efectivos e inescrupulosos métodos de manipulación de las masas de los que echa mano, hacen de Jair Messias Bolsonaro la encarnación contemporánea del flagelo que en la primera mitad del siglo pasado llevó a la mayor catástrofe humana de la historia.
En su toma de posesión, efectuada ayer en Brasilia en medio de la aclamación popular a la vez que de un dispositivo de seguridad de dimensiones nunca antes vistas, el mandatario ultraderechista refrendó su compromiso con el desmantelamiento del Estado social, con la cruzada medieval –bajo la especie de un rescate de los valores familiares– en contra de las mujeres y de todas las manifestaciones de diversidad sexual, y con la imposición de un dogma ultraconservador que califica cualquier disidencia como sumisión ideológica.
Además de la amenaza que supone para millones de brasileños elementos del programa de Bolsonaro tales como la derogación casi completa de los derechos laborales, este ex capitán del Ejército podría convertirse en uno de los mayores peligros para el planeta entero al compartir con el mandatario estadunidense, Donald Trump, el escepticismo ante el fenómeno del cambio climático, al que tacha, a semejanza de su homólogo estadunidense, de una invención de las izquierdas. En momentos en que la comunidad internacional cobra plena consciencia de los riesgos del calentamiento global, la voluntad de Bolsonaro por abrir a la minería y a la agroindustria la mayor reserva forestal y de biodiversidad del planeta podría dar al traste con la esperanza de evitar un daño trágico e irreversible al equilibrio ecológico.
Acaso lo más preocupante del nuevo gobierno brasileño es la altísima legitimidad social con la que asume el mando de la mayor economía de la región: no sólo Bolsonaro se impuso con 55 por ciento de los votos en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en octubre pasado, sino que las encuestas recientes muestran que 75 por ciento de los ciudadanos respaldan sus propuestas y mensajes. Si a este respaldo popular se suma el dominio sobre el Poder Legislativo y la complicidad anunciada del Judicial, todo indica que la voluntad autoritaria de los gobernantes se conjugará con la ausencia casi total de resistencias o contrapesos.
En suma, la llegada de Bolsonaro y el grupo que lo acompaña al Palacio de Planalto supone una catástrofe en todos los ámbitos para el propio Brasil, para el conjunto de las naciones latinoamericanas, y de manera muy probable para el planeta entero. Sólo cabe esperar que el pueblo brasileño encuentre el camino de vuelta a la cordura y pueda afrontar la embestida neoliberal con la menor cantidad de daños posible.
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Bolsonaro y las vueltas de la historia
Por Gustavo Veiga – Página12, Argentina
Jair Bolsonaro dispara interpretaciones en varias direcciones. Algunas son unívocas, forman parte de un mismo ideario. Es ultraderechista, xenófobo, misógino, homofóbico y ultramontano. Pero además estimula comparaciones que lo colocan en un territorio donde solo se pueden cosechar incertidumbres. Impredecible, se dice que es. Un presidente fuera de control, tal vez. La analogía con Hitler surge inevitable en algunas voces. José Pepe Mujica lo comparó con el genocida más grande del siglo XX. Una exageración, salvo porque utiliza una buena porción de su dialéctica hace tres décadas, cuando ingresó al Congreso brasileño. Siempre se pronuncia contra los otros, los humillados. Los negros, las mujeres, los pueblos originarios. Como Hitler lo hacía contra los judíos, gitanos y discapacitados.
Está bien que se alerte sobre el huevo de la serpiente sin cometer anacronismos o juicios hiperbólicos. Porque hay similitudes entre la marea fascista de la década del ’30 y el reverdecer de esa ideología en el siglo XXI. Por empezar, el sujeto histórico donde prendieron esas ideas, las capas bajas y medias. Pero también hay diferencias: no existe hoy una fuerza revolucionaria organizada y de magnitud con un Estado detrás. La Unión Soviética desapareció por sus propios desaciertos. El enemigo es otro, siempre se construye un otro, como lo explicó muy bien Georges Duby en su célebre libro Año 1000, año 2000, la huella de nuestros miedos.
Ese otro es la militancia del PT, del Movimiento sin Tierra, los negros, las mujeres feministas, los espacios colectivos de gays, lesbianas y transexuales, las minorías en general. Bolsonaro se convirtió en el catalizador de un sentimiento colectivo y en ascenso de rechazo a las consecuencias proyectadas por gobiernos neoliberales ilegítimos como el de Michael Temer. También de repudio a los errores, transformaciones inconclusas y desencanto por la corrupción de los gobiernos progresistas del PT y de la mayoría de los partidos políticos.
Sus seguidores o votantes refractarios al Partido de los Trabajadores, lo apoyaron en las urnas en primera y segunda vuelta porque querían un cambio. No les importó medir las potenciales consecuencias. Tanto como que hacen la mímica de ese gesto que el presidente patentó – de disparar con los dedos, como si tuvieran un arma – en un país que tiene 63 mil homicidios por año.
Luiz Alberto Gómez de Souza, un académico cristiano prestigioso escribió la semana pasada en Carta Maior, un conocido portal de izquierda: “Lo más escandaloso es, en este momento, la ausencia de una estrategia del lado progresista que está medio perdido, y con el PT cerrado en torno al problema de Lula, no de Brasil. Todo está en la mano de la derecha, que va a intentar controlar a Bolsonaro o derribarlo”. Su artículo se titula Perplejidades. Son tantas en Brasil por estas horas, que el próximo ocupante del Planalto empezará su mandato sacudido por denuncias de corrupción. Incluso antes de asumir. Lo que proyectado podría dejarlo en semejantes condiciones jurídicas a las que imputó a sus rivales del PT, con el ex presidente Lula a la cabeza.
Bolsonaro es una incerteza. Que además tiene crías. Tres de sus cinco hijos serán legisladores o funcionarios del área de comunicación del gobierno: Eduardo, Carlos y Flavio. El primero, quien es policía en activo, resultó elegido como el diputado más votado en la historia de Brasil por el Estado de San Pablo. El clan encabezado por el presidente no es el principal ni el único problema. Sí los intereses que representa condensados en una Armada Brancaleone donde convivirán en delicado equilibrio el lobby de las armas estadounidense-israelí, las iglesias electrónicas evangélicas, el bloque agroexportador de los hacendados, los militares que reivindican sus crímenes en la dictadura y el establishment económico como titiritero de un espacio que remite a los intereses de clase del pasado. Un pasado brasileño de Orden y Progreso como sostiene su bandera. Aunque si fuera por su nuevo presidente, subiría también al podio a las insignias de EE.UU e Israel, los países con los que alineará su política exterior. A los que ya les rinde pleitesía. La devolución de gentilezas no demoró en llegar. Benjamín Netanyahu declaró: “Es un gran cambio el que Bolsonaro lidera”.
*Fuente: Other News
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