Chile: Movilidad social vertical ascendente
por Arturo Alejandro Muñoz (Chile)
7 años atrás 7 min lectura
Aseguran eminentes estudiosos, sociólogos, antropólogos, psicólogos, cientistas sociales, religiosos y poetas varios, que la sociedad humana no es estática: posee una variopinta movilidad, algo así como el vibrionante meneíto de los espermios en su alocada carrera hacia el óvulo. Competencia incluida: el que llega primero se proyecta en cigoto, luego en mórula, después en blastocisto, el cuento es conocido.
Eso aseguran, afirmando sus dichos en un “cuantuay” de investigaciones, escritos, charlas y simposios, los que –gracias a dios– no siempre coinciden con la dura realidad.
Que haya movilidad social significaría que usted, amigo lector, podría abandonar el sitio que ocupa ad eternum en el mismo palo del gallinero. Si fuese de su bendita voluntad “moverse” mediante un meritorio esfuerzo personal, nadie se lo impediría. Esa es la teoría.
Que alguien se desplace en la escala social ‘hacia abajo’ (movilidad vertical descendente, le llaman) no solo es posible, sino probable: la pinche clase media vive aterrorizada ante tal eventualidad, o sea que no vive. Una quiebra económica, un desastre laboral, una larga cesantía, una grave enfermedad, una afición por los juegos de azar, el alcohol, las drogas y aun otras, son causales conocidas con resultados también conocidos. En buen chileno, sería un cambio de pelo, pero para peor.
Por otra parte, moverse ‘hacia el lado’ (movilidad horizontal) es algo que muchos han practicado en más de una ocasión a lo largo de sus existencias: cambiar de trabajo por uno más cercano, cambiar de ciudad o de Región, cambiar de país incluso. Es decir, usted se mueve hacia el lado que quiera, pero sin abandonar el mismo palo del gallinero. Algo cambia su óptica panorámica, pero eso es todo.
Moverse hacia arriba… es difícil, ¿verdad? Movilidad vertical ascendente, le llaman. ¿Cómo lograrlo en un país que tiene las características que usted conoce bien pues las vive a diario? Hay quien le ofrece métodos y vehículos, a cambio de una modesta retribución. Las universidades que venden diplomas por ejemplo.
Dejemos de lado las formas “excepcionales”: ganar un voluminoso premio en los juegos de azar, recibir una herencia cuantiosa (buenos días señor Farkas), casarse con un/a millonario/a. Lo que llaman dar un buen braguetazo, visto que las bragas sirven para ellos y ellas.
Una periodista española llamada Leticia y una actriz de Hollywood llamada Megan lo lograron. Pero son –ya lo dije– golondrinas que no hacen verano. La generalidad –al menos en Chile– nos muestra una realidad diferente.
Por estos rumbos la clase dominante da clases de meritocracia, de esfuerzo personal y de abnegación (no la de la Seremi de Educación de la RM, la otra), los que, unidos al jabonoso ‘ahorro’, constituirían la fuente del desarrollo personal y de riqueza económica para la familia. Puede que sea posible en otros países, en Europa o los EEUU, –por allá inventaron los cuentos de hadas–, pero, ¿en Chile?
Acá, desde los tiempos de la independencia la clase dominante ha sido la misma. Quince o veinte familias que se apropiaron –de buena o mala manera, más bien de mala– de todo lo que resultaba rentable, económica y socialmente: las grandes haciendas, la banca, el mar y las prospecciones mineras. El riquerío se reserva el palo más alto del gallinero. Edwards, Larraín, Matte, Vicuña, Cousiño, Undurraga, Ibáñez, Vial, Irarrázaval, Echeñique… Otros llegaron más tarde al calor del pillaje operado sobre el patrimonio público durante la dictadura.
En realidad, de movilidad vertical ascendente… nada. La inmigración de alemanes, italianos, croatas y palestinos (el fenómeno no es nuevo) aportó media docena de pollos dorados que, a fuerza de picotones, se hicieron un lugar en el palo superior del gallinero.
El pueblo siguió ocupando los palos inferiores y recibiendo el homenaje de las aves superiores, mayormente la excrecencia de sus posteriores.
“Usted habla de asuntos antiguos –dirá alguien– hoy la situación es completamente distinta”. La costra de políticos parasitarios hinchan el pecho porque Chile forma parte de la OCDE. No obstante, la OCDE tiene una visión menos optimista. ‘The Clinic’ publicó recientemente una nota al respecto:
““Ya no hay movilidad social en los países de la OCDE: los ingresos, la profesión y el nivel educativo se transmiten de una generación a otra”, dice Gabriela Ramos, asesora especial del organismo y quien presenta el informe. Al considerar el resto o la totalidad de los países miembros de la organización con sede en París, Chile sale aun peor parado, porque –según Ramos– salir de la pobreza, en promedio tomará al menos cinco generaciones para que un niño de una familia de la parte inferior de la escala de ingresos suba a la mitad de ésta (…) Hay un pesimismo creciente de que no es posible mejorar la propia situación financiera antes del fin de la propia vida.”
Los dueños del gallinero no entregarán el palo superior. Hay una endogamia socioeconómica que aterra, y que se encuentra cobijada por una institucionalidad jurídica emanada de organizaciones donde esos mismos dueños tienen a sus familiares y a sus empleados de plena confianza a cargo de ellas. El Parlamento y el Tribunal Constitucional siempre estarán dispuestos a ejercer funciones ‘legales’ en orden a perpetuar las desigualdades y beneficiar a los de arriba. Vea usted:
“La segunda sala del Tribunal Constitucional declaró inadmisible el requerimiento de inaplicabilidad presentado por legisladores del Partido Socialista para evitar que se llegue a un procedimiento abreviado con los dueños de PENTA, Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, además del ex subsecretario de minería en el primer gobierno de Sebastián Piñera, el señor Pablo Wagner”.
En consecuencia, los imputados no irán a juicio oral y tampoco arriesgan penas efectivas de cárcel (dicho sea de paso, ni Fulvio Rossi, ni Carlos Ominami, ni ME-O tampoco). Pueden seguir corrompiendo y delinquiendo a voluntad. Están en el palo más alto del gallinero.
Algunos parlamentarios, provenientes de familias que ocupan palos intermedios, salieron de inmediato a estructurar medidas para poner coto ‘legal’ a estos desmanes de los dueños de todo. Al menos, eso le dijeron a la galería a través de los medios de prensa escrita y televisada que –como por azar– le pertenecen a los del palo de arriba. “Legislaremos para castigar severamente el cohecho”, vocearon.
Cuando cesaron las carcajadas, un ex fiscal, Carlos Gajardo, le echó pelos a esa sopa:
“En el Congreso se discuten nuevas penas al cohecho y soborno que hoy tienen penas ridículas. Los aumentos que se proponen son insignificantes. Es momento de castigar con penas efectivas estos graves delitos”.
Puedo agregar, sin temor a equivocarme, que al menos tres leyes de la república han sido redactadas e impuestas por las empresas privadas: la ley de pesca, la ley de medio ambiente y la ley de royalty minero. ¿Quien dijo cohecho?
Sin embargo, no todo es tan oscuro. Algunos chilenos ‘clasemedieros’ han sabido ser creativos. Altos oficiales de Carabineros dan razón a ese aserto. Defraudaron al Estado en una cantidad superior a los 28 mil millones de pesos –el pueblo lo bautizó como “Pacogate”– pero, el actual General Director de la policía uniformada, Hermes Soto, pretendiendo tranquilizar al país, declaró que el fraude “involucró una cantidad pequeña de dinero” en comparación al presupuesto que esa institución del Estado maneja anualmente.
También acotó que como Director General gana “menos que cualquier gobernador de Chile, que cualquier jefe de servicio”, pues –siempre según propia declaración– su sueldo de $4.600.000 mensuales es ‘bastante bajo si lo comparamos con otros estamentos del país” (sic).
$28 mil millones es la nada misma, y $4.600.000 es un sueldo “reguleque”…
¿Se da cuenta, apreciado lector, que resulta difícil ascender en la escala social y económica por vía de esfuerzos honestos? “Movilidad social vertical ascendente” no hay.
Quienes ocupan el palo más alto del gallinero muestran cual es el único camino: el método del pelotazo. El pillaje. La explotación. El robo. El tráfico de influencias. La prevaricación.
Lo bueno es que en Chile para eso hay impunidad legal. Prevenido queda, estimado lector.
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