Francisco Marín nos pide que creamos en el cuento del tío Javier
por Hermes H. Benítez (Edmonton, Canadá)
10 años atrás 7 min lectura
“Los hombres están casi siempre dispuestos a creer en lo que quieren creer”
Julio Cesar
Desde el primer momento los partidarios del magnicidio de Allende debieron confrontar un difícil problema: si Allende no se suicidó sino que fue muerto, tenían ellos que encontrar, e identificar, al presunto asesino. De lo contrario aquella interpretación aparecería incompleta e indigna de confianza. Con el paso del tiempo esta búsqueda se ha revelado como una especie de “misión imposible”. El primer creyente y difusor de la teoría del magnicidio, el GAP Renato González, ni siquiera menciona un posible asesino, y tuvieron que pasar muchos años antes de que el periodista Camilo Taufic se atreviera a acusar al doctor Danilo Bartulín, sin la menor prueba ni evidencia que lo apoyara, de haber “asistido” al Presidente en su suicidio. Pero ya mucho antes, en ciertos círculos de lectores mal informados y poco críticos, se venía afirmando que quien había dado muerte a Allende era el misterioso Teniente de Ejercito René Riveros Valderrama. Por no mencionar aquí otros supuestos magnicidas aún más oscuros e inverosímiles, cuyos nombres y currículums pueden encontrarse fácilmente en Internet con la ayuda del buscador Google.
No cabe duda que el presente intento de Francisco Marín de sindicar al general Palacios como responsable directo de la muerte del Presidente Allende se inscribe dentro de esta serie de intentos frustrados de los partidarios del magnicidio de poder llegar, finalmente, a “descubrir” al asesino.
Nos referimos aquí a un artículo escrito recientemente por Marín, que éste se ha encargado de distribuir Urbi et Orbi en la prensa electrónica, y en donde, en lo esencial, no hace otra cosa que repetir los mismos antiguos argumentos presentados en la primera parte de su libro, que viera la luz en Santiago el año pasado, bajo el título de: Allende: “Yo no me rendiré”. La investigación histórica y forense que descarta el suicidio, que fuera publicado en conjunto con el médico forense doctor Luis Ravanal. Lo nuevo aquí es el papel estelar que en este artículo aparece jugando el Ingeniero Dagoberto Palacios González, sobrino del general golpista Javier Palacios Ruhmann, quien estuvo a cargo del ataque terrestre a La Moneda el 11 de septiembre de 1973. Lo central de la historia relatada por Marín es que el 18 de febrero de 1977, en un restaurante del barrio Avenida Matta, imaginamos que con unas cuantas copas en el cuerpo, el general Palacios le confesó a su sobrino que él habría rematado al presidente Allende en La Moneda, la tarde del 11 de septiembre de 1973.
Por cierto, la verdad de tal afirmación no puede ser aceptada de la manera completamente acrítica que lo hace Marín, sino que debería ser sometida al más riguroso escrutinio y contrastada con otros hechos conocidos acerca de los últimos momentos de Allende. Esta es, por lo demás, una debilidad crónica de la forma en que han manejado las declaraciones y testimonios del caso la mayoría de los partidarios del magnicidio, para quienes, al parecer, sería suficiente que alguien afirmara algo como verdadero para que lo fuera. En los años que llevo investigando la muerte del Presidente me he encontrado con compatriotas capaces de hacer las más absurdas y descabelladas afirmaciones acerca de los últimos momentos del presidente Allende, pero que muy pronto se revelaron como falsas ante el más elemental escrutinio. Entre las más imaginativas, pero no por ello menos falsa, recuerdo aquella historia del desentierro y robo del féretro de Allende por unos pobladores en el Cementerio de Viña del Mar, nada menos que la misma noche del 12 de septiembre de 1973, según nos lo relatara la historiadora Diana Veneros, en las últimas páginas de su biografía del Presidente, y que yo examino críticamente en mi primer libro sobre Allende (1).
La pregunta que se formula casi sola aquí es: ¿Por qué tendríamos que creerle al general Palacios (a su sobrino, o a un amigo del general) lo que habría declarado en 1977 acerca de su supuesta participación en la muerte del presidente Allende? Puesto que si hay “declaraciones” de las que deberíamos desconfiar son precisamente aquellas hechas por los milicos o sus familiares. La razón de ello está a la vista, dado que los golpistas crearon las condiciones para que Allende se suicidara, lo que los hace al menos co-responsables de su muerte; por lo que debieran ser tratados como testigos muy poco confiables en todo lo que tenga que ver con estos hechos. Incluso cuando afirman haber rematado al Presidente, lo que para la mentalidad fascista sería una acción digna de la mayor admiración y encomio.
Creemos que la razón profunda por la cual Francisco Marín confía en el relato de Dagoberto Palacios, tal como le ocurre a muchos compatriotas que se empecinan en creer en el magnicidio de Allende, es que ellos necesitan dar fe a declaraciones como las hechas por el general Palacios, o en el reporte de ellas entregado por su sobrino, o por un amigo del militar; porque sin un asesino aquella interpretación queda trunca. El problema es que no existe la menor prueba, evidencia, o testimonio serio, de que algún atacante de La Moneda hubiera ingresado al despacho presidencial antes, o en los momentos en que muere Allende. Ninguno de los numerosos testigos, que se encontraban frente a la puerta del Salón Independencia aquella tarde, es decir, en primer lugar el doctor Guijón, así como los doctores Jirón, Quiroga, y varios detectives presentes, no reportaron haber visto a alguien desconocido, ni civil ni militar, ingresar a la oficina de Allende. Pero lo más grave, y bien establecido, es que el general Palacios vino a aparecer en el recinto varios minutos después de que Allende había muerto.
Estos hechos nunca refutados, a pesar de décadas de intentos de desprestigio de aquellos testigos, especialmente del doctor Guijón, ponen a la vista el predicamento que enfrentan los partidarios de la tesis del magnicidio del Presidente, porque el asesino que buscan tendría que cumplir con los siguientes imposibles requerimientos:
No haber sido visto por nadie al ingresar al Salón Independencia; no haber sido visto por nadie matar al Presidente; no haber sido visto, tampoco, por nadie, abandonar el recinto.
Como es manifiesto, este personaje no pudo haber existido, porque un hombre que nadie consiguió percibir en forma alguna, que ingresó al lugar donde se encontraba Allende y lo ultimó sin dejar la menor huella, y que luego salió de allí sin que nadie lo viera, es un hombre invisible o un ser enteramente inexistente. Sin embargo, este personaje ficticio no puede sino desempeñar un papel de gran importancia al interior de la argumentación de quienes postulan la tesis del magnicidio, aunque lo haga como una suerte de idea regulativa, que encarna los inalcanzables requerimientos que los hechos del caso imponen a su interpretación de las causas inmediatas de muerte del Presidente.
Como puede verse, la ventaja que el general Palacios tiene sobre otros posibles asesinos, invisibles o inexistentes, es que él sí estuvo en el salón Independencia y fue visto por mucha gente, pero por desgracia para Marín el general no tuvo tiempo para ultimar al Presidente, si es que en realidad así se lo propuso, porque cuando él ingresa al Salón Independencia, pasadas las dos de la tarde de aquel trágico día, Allende ya había abandonado este mundo por su propia y valerosa decisión, luego de ser inútilmente asistido por el doctor Guijón.
Es muy posible que en el futuro aparezcan y se postulen otros nombres como supuestos responsables de aquel supuesto magnicidio, lo que por sí solo deja en evidencia la precariedad de la teoría explicativa a la que se cree brindarían apoyo.
Notas:
- Véase: Hermes H. Benítez, Las muertes de Salvador Allende, Santiago, Ril editores, 2007, capítulo 8.
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Estimado Hermes Benitez, una vez mas usted nos propone a los lectores de piensaChile un analisis objetivo impecable y riguroso del que no habria nada que decir si solo se tratara de los hechos y de los comportamientos.
OCURRE que el muerto era el Presidente elegido por millones de chilenos que pusieron en él su esperanza de una vida satisfactoria, que fue refrendado por el Poder Legislativo a lo que no logro oponerse el imperio, sus millones ni su colusion con la oligarquia civil y militar.
OCURRE que su muerte se produce en medio de la agitacion de la rebelion de las fuerzas armadas que estaban ejecutando el golpe militar decidido en USA y aprobado por El Mercurio y sus lectores.
OCURRE que este Presidente habia nacionalizado el cobre, «el sueldo de Chile» y se disponia a nacionalizar la Banca y a tomar una serie de medidas en favor de los mas pobres que iban a disminuir los ingresos de los mas ricos.
OCURRE que en la eleccion que siguio a la eleccion presidencial, los amigos del Presidente habian obtenido un porcentaje de votos superior a la precedente.
Es evidente que este hecho de fondo esta ausente de su excelente analisis. Su analisis responde a la pregunta ¿Quien apreto el gatillo ? ¿El Presidente o un golpista asesino ? Por supuesto, se trata de una pregunta importante. Pero quizas usted acepte que hay por lo menos otra pregunta MUY importante : ¿Por que hay tantas personas que no aceptan sin discusion el suicidio? Y también ¿Usted cree que el Presidente se habria suicidado si las fuerzas armadas hubieran respetado la lealtad que le debian al Jefe del Ejecutivo elegido constitucionalmente?
Ya sé que no necesito explicarle a usted que junto a la/s causa/s directa e inmediata de la muerte
existen las causas mediatas y las causas facilitadoras de la muerte de una persona, ni citarle el ejemplo que se expone habitualmente a los estudiantes : Un hombre que ha tomado un exceso de alcohol, porque estaba muy deprimido, y que va manejando su vehiculo, se queda dormido y choca violentamente. El golpe que recibio en la cabeza produjo una hemorragia cerebral que determina su muerte. El chofer del otro vehiculo sera detenido e interrogado indudablemente.
¿Que vamos a concluir? ¿Que se suicido ?
Estimado Mario, muchas gracias, en primer lugar, por tu comentario al artículo, que trataré de responder lo mejor que pueda. Ud. se refiere, de entrada, a su fondo contextual y observa que allí faltaría algo fundamental. Quiero manifestarle que el contexto en torno al cual se organiza un escrito, especialmente si se trata de uno de carácter polemico, es impuesto, en gran parte por los planteamientos de texto que se critica; aparte del hecho de que lo que se expresa, así como lo que se omite en un artículo, esta en una Buena medida determinado por consideraciones de brevedad, efecto y claridad expositiva.
Interpretando lo que señala en su comentario, entiendo que el hecho de fondo al que Ud. aludiría es que el gobierno del presidente Allende representaba una amenaza inmediata para los intereses económicos y politicos tanto de las clases dominantes chilenas como del Imperio, de modo que podía anticiparte que la respuesta frontal de quienes vieron amagados sus intereses seria rápida y brutal, y que por lo tanto podía esperarse que el Presidente fuera asesinado por los perros guardianes de la reacción interna, estimulados, financiados y apoyados por el gobierno de Nixon. Creo que el contra argumento que presento en mi artículo no hacía necesario explicitar aquello que Ud. echa de menos. Pero no quiero determe en esto ahora, sino responder directamente a la objection que allí se contiene. Creo que es muy probable que aquel cruento día los soldados que asaltaron La Moneda hayan recibido de los cabecillas golpistas la orden de tirar a matar, o de capturer, vivo o muerto, al Presidente. Pero de aquel hecho probable, así como de las observaciones suyas que he resumido más arriba, no puede concluirse que demostraran que Allende fue efectivamente muerto por los golpistas. Y la razón de ello se deriva de una posibilidad que los partidarios del magnicidio descartan «a priori» o simplemente no consideran: y es que Allende, previendo que la muerte a manos de sus enemigos era su destino más probable el día del Golpe, se anticipara a sus potenciales asesinos y se pegara un tiro mortal bajo la barbilla, minutos antes de que ellos, ingresando a su oficina, pudieran cumplir las órdenes de los jefes golpistas. A nuestro juicio esto es hoy mucho más que una simple posibilidad, sino un hecho histórico, establecido por una larga cadena de hechos y declaraciones del Presidente, y confirmado por los testimonios confluyentes de Gloria Gaitán, de los doctores Guijón, Quiroga y Bartulín, así como de La Payita y varios detectives que acompañaron lealmente a Allende hasta el final, por solo nombrar algunos de ellos.
En cuanto a la pregunta suya de por qué tanta gente en Chile rechaza el suicidio del líder popular, lamentablemente no se presta para una respuesta breve. Creo haber dado la mía en los libros titulados Las muertes de Salvador Allende (2007) y Pensando a Allende (2013). Pero puedo decirle que a mi juicio se explicaría en gran medida por el hecho de que muchos de nuestros compatriotas entienden incorrectamente el suicidio como un hecho que le restaría valor a la conducta del Presidente aquel día, porque no comprenden el carácter libre de la decision moral que subyace a la autoinmolación, e influidos por la visión católica del martirologio de Cristo, creen que una muerte heróica seria una en la que el martir muere a manos de us enemigos.
Su segunda pregunta es deconcertante, porque, porque es evidente que el suicidio solo puede entenderse como la respuesta de Allende ante la situación sin salida politica ni militar, en la que fue puesto por los golpistas y sus aliados. Pero lo importante aquí es poder comprender que la autoinmolación no le fue impuesta por sus enemigos, sino que fue adoptada por el Presidente a partir de sus estrictos valores morales, para los cuales un hombre de honor no se rinde ni se entrega a sus enemigos, ni menos renuncia a su alta investudura, sino que lucha con las armas en la mano por mas de cuatro horas y media, y cuando ya es imposible toda defensa armada, ante las abrumadoras fuerzas golpistas, salva a sus amigos y seguidores más leales, y elije para sí el camino del suicidio.
Hermes H. Benítez, en Edmonton, Canada.