Los pecados capitales se convierten en virtudes teologales en el capitalismo
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
15 años atrás 9 min lectura
Repasemos nuestras clases de religión: los pecados capitales son soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza y las tres virtudes teologales son fe esperanza y caridad; sin estos pecados y virtudes teologales no podría marchar ni la política, ni la economía, salvo que nos convirtiéramos en ascetas, ultramundanos – como Orígenes, que se castró para no pecar, o Epicuro, que se retiró del mundo de la polis.
Nada más errado sostener que la crisis financiera actual es producto de la avaricia, la codicia y la soberbia de especuladores audaces y sin entrañas, por consiguiente, no puedo estar de acuerdo con el discurso de la Presidenta que atribuye este colapso a la codicia de unos pocos, pues estos pecados capitales son intrínsecos al capitalismo: cómo puede haber lucro sin codicia. El escocés Adams Smith planteó que estos pecados individuales se convertían en virtudes sociales; por ejemplo, el panadero que nos asegura el desayuno cotidiano no lo hace por altruismo, sino para ganar una rentabilidad por su trabajo y producto.
El mercado, para Smith, es la armonía perfecta, el mejor de los mundos posible. Para los neoliberales, sus sucesores legítimos, sólo el mercado es capaz de multiplicar la riqueza llevándonos a la perfecta parusía. El Leviatán – el Estado- no debe intervenir en el mercado: toda acción de agentes ajenos al mercado es considerada demoníaca y cometería el mismo pecado de soberbia que Satán, el ángel caído.
Para la antropología neoliberal la desigualdad es un bien inherente a la naturaleza humana: hay triunfadores del mercado, que deben gobernar, y derrotados, perezosos, ignorantes, despilfarradores y lujuriosos que, necesariamente, deben sucumbir. Es cierto que esta es la versión más radical de esta metafísica del mercado; otros autores de esta escuela aceptan que, en determinadas circunstancias, el Estado subvencione a los pobres o intervenga en el sistema financiero cuando éste se encuentre a punto de sucumbir.
El neoliberalismo está plagado de imágenes bíblicas, por algo el capitalismo fue impulsado por la ética protestante, según Max Weber: la riqueza, por ejemplo, sería un signo de predestinación; Weber habla de la ascética intramundana distinguiéndola de la ultraterrena. Para el teólogo Novak, el capitalismo sería igual al símbolo del Jesús crucificado, los legionarios serían los socialistas de todas las tendencias. En Hayek, la parábola del buen samaritano está completamente cambiada: el levita sería el jurista, que deja abandonado al samaritano, sin auxiliarlo, y el publicano sería el comerciante o el mercader que se conduele ante su desgracia y actúa consecuentemente. Acabo de leer en el Diario que la iglesia católica es mucho más práctica: sabe muy bien que no podría vivir sólo del Ave María y aquello de que “mirad las aves del cielo que no tejen ni hilan y Nuestro Padre Celestial las alimenta”; es muy poético, pero no se adapta a la prosaica realidad; por eso, el Banco del Espíritu Santo convirtió parte de su capital en lingotes de oro, un refugio seguro en la crisis.
El mercado no puede ser explicado racionalmente, menos estudiado científicamente: son miles de sujetos que actúan en él, basados en la intuición; nadie puede pretender calcular los precios, ni mucho menos preverlos, basados en la ley de la oferta y la demanda. ¿Quién se atrevería a afirmar cuál será el valor del dólar respecto al euro, en uno, dos o tres años? ¿Cuánto valdrá el petróleo en ese mismo período si en julio se calculaba que llegaría a 200 dólares, y hoy apenas a 50 dólares, según el mismo Banco de inversión? Lo mismo ocurre con el cobre, los granos, y otras materias primas y monedas. Afortunadamente, se les pasó la soberbia a los analistas económicos y ninguna se atreve a pronosticar nada, lo cual es correcto pues el adivinar es oficio exclusivo de los tarotólogos, numerólogos y demás imitadores de Nostradamus.
Cuando reina la incertidumbre se recurre a los millonarios exitosos en la Bolsa, como Warren Buffet, quien plantea una especie de silogismo a la moderna: “cuando todos los codiciosos compran con júbilo, yo vendo; cuando todos, aterrados, venden, yo compro”. Bastaron estas palabras para que, tímidamente, la mayoría de las Bolsas se tiñeran de azul.
Según mi amigo Jorge Vergara, la teoría de Hayek es una especie de metafísica, es decir, se refiere al ser y no al devenir, (como no soy tan buen alumno, puedo no haberlo comprendido en toda su profundidad). Los hombres luchan en el mercado y, como en Darwin, sólo sobreviven las especies más capaces, lo que podríamos llamar “los triunfadores del mercado”; en Hayek no hay ningún respeto por la vida: quienes pierden no pueden ser auxiliados por el Estado, ni siquiera con ollas comunes; las empresas que quiebran deben desaparecer. Si uno sigue al pie de la letra esta teoría quedarían muy pocos bancos y empresas en el mundo.
Qué duda cabe que la crisis financiera pasó a la economía real: los más radicales profetas del Apocalipsis han visto confirmados todos sus pronósticos y sólo falta el anticristo, que no será difícil de inventarlo, las trompetas y los famosos cuatro jinetes con los cuales se solazó la novela de Vicente Blasco Ibáñez. Sólo el Cándido, de Voltaire, puede creer que el mercado es el mejor de los mundos posible, pero este murió en la hoguera de la inquisición, durante el terremoto de Lisboa. , Martín, el pesimista, hace de las suyas provocando pánico
El capitalismo norteamericano vende a troche y moche bonos del tesoro, y el dólar se ha transformado en una moneda de refugio, tan importante como el oro. Es evidente que ante una posible deflación, lo que va a hacer la FED es inyectar liquidez para dar sangre al mercado. Nada de raro que baje las tasas de interés y emita, sin preocuparse por la inmensa deuda, que la paga el mundo entero.
Por mucho asco que experimenten los neoliberales, el tesoro norteamericano es propietario de la aseguradora más grande del mundo y Fanny y Frederic, además de poseedor de acciones privilegiadas en los principales bancos del país; por más que diga que será un socio pasivo, cualquier ministro del tesoro, menos dogmático, puede convertirlo al fisco en socio activo y participar en los directorios . En Inglaterra han sido mucho más audaces simplemente nacionalizando ocho bancos.
Los libros de Carlos Marx están a la moda en toda Europa: la verdad es que describe a la perfección las crisis del sistema capitalista, su extensión, radicalización y colapso. En tiempos apocalípticos, los analistas se convierten en poetas, que dominan a la perfección la metáfora, muchas de ellas médicas: el sistema bancario sufriría un especie de embolia, la sangre no le circula y está lleno de coágulos; para otros es un verdadero incendio, cuyo fuego fue apagado por los bomberos de los gobiernos de las grandes potencias, pero aún resta por descubrir en qué estado quedó la casa, si sus cimientos están firmes, si las piezas son habitables o, simplemente, hay que construir otra casa. El tema del “casino” es, prácticamente, un lugar común.
Estados Unidos es el país donde hay más encuestas y son tan sofisticados los habitantes del país del norte que han inventado una bolsa presidencial donde, día a día, se cotizan las acciones de los candidatos; dicen que este indicador es más certero que las encuestas. Como hay bonos para todos, incluso para aquellos que apuestan sobre los huracanes o los pronósticos del tiempo, yo propondría uno que jugara a cuánto bajarán las bolsas cada vez que hablan el secretario del Tesoro o el presidente de la FED – es seguro que su precio aumentará sin cesar- pero si lo hace el presidente Bush, aun a riesgo de default, las bolsas bajarán aún más.
Es difícil relacionar la crisis financiera con los regímenes políticos: si analizamos el régimen presidencial de Estados Unidos, que constituye un modelo para la ciencia política, podemos comprobar que, en crisis tan importantes como la actual, no deja de presentar problemas: en primer lugar, todo marcha bien si un mismo partido político tiene copulativamente, la presidencia, el senado y la cámara de representantes. Cuando Bush tuvo todo el poder le fue fácil embarcar al país, en base a falacias, en las guerras de Irak y Afganistán, cuyos resultados han sido catastróficos, tanto en vidas humanas, como en la deuda del país.
En la actualidad, Bush es el presidente más desastroso de la historia de los Estados Unidos: sólo cuenta con el diez por ciento del apoyo ciudadano; le es imposible disciplinar a su partido, el Republicano – por ello, la mayoría de sus camaradas de partido votó en contra del paquete financiera, en una primera oportunidad; por lo demás, los representantes duran dos años en sus cargos y, necesariamente, tienen que pensar en su reelección, el 4 de noviembre próximo; como los sufragantes están en contra de salvar a los bancos, muchos de ellos, presionados, votaron a regañadientes, en contra de la página y media, que daba todo el poder al ministro del Tesoro para utilizar los 700. mil millones de dólares, o trillones en ingles
En los regímenes parlamentarios la intervención económica y financiera ha marchado bastante mejor: El Primer Ministro Gordon Brown, con mayoría en la Cámara de los Comunes, pudo nacionalizar los bancos sin mayores problemas; en Alemania hay una pequeña oposición del ala izquierda del SPD y de la izquierda más radical, sin embargo, Ángela Merkel ha podido imponer sus medidas, con el apoyo demócrata cristiano y socialdemócrata. En Francia Nicolás Sarkozi tiene todo el poder en la asamblea Nacional
En Chile hay un régimen cesarista, de origen borbónico, por consiguiente, basta el acuerdo entre el presidente del Banco Central y el Ministro de Hacienda para aplicar, rápidamente, medidas económicas. Demás está decir que el Congreso tiene muy pocas facultades en este aspecto.
El neoliberalismo pretende quitarle sustancia a la democracia y banalizar la política. Si retrocedemos al siglo XIX, Saint Simon planteaba una especie de parlamento newtoniano, donde predominaran los banqueros y los empresarios, lo que él llamaba “las abejas constructoras de la sociedad contra los zánganos, que eran los políticos y los nobles. Para Hayek, las dictaduras estalinista y nazista no son rechazables por sus asesinatos y atropellos a los derechos humanos, sino por el intervencionismo del Estado. Una dictadura como la de Augusto Pinochet es perfectamente aceptable porque favorece al mercado.
El banquero, el especulador, el empresario fueron los grandes arquetipos sociales del neoliberalismo, pero a veces basta una gran depresión, que ponga en peligro la calidad de vida de la gente, para que estos personajes se conviertan en demonios avaros y codiciosos. En 1929 la policía tuvo que rodear Wall Street, ante la desesperación e ira de la gente empobrecida. En mucho menor medida en la actualidad se señala a los grandes gerentes de bancos y corredoras como los culpables de semejante colapso. Como si el capitalismo fuera éticamente aceptable.
1/08/09
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