Los infartos de Salvador Allende: Una nota médico-detectivesca
por Hermes H. Benítez (Canadá)
16 años atrás 20 min lectura
"Anima sapiens non timet mortem"
Giordano Bruno
Muchos de los que no conocieron a Allende, o sólo lo conocieron superficialmente, se sorprenden ante el valor, autocontrol y sangre fría demostrada por éste el día 11 de septiembre. En realidad estas cualidades estuvieron presentes en la personalidad y conducta del líder popular desde siempre. Todo lo que, en cuanto a esto, hizo el Golpe fue crear las condiciones que pondrían ante los ojos de su pueblo aquellas virtudes heroicas, dignas y viriles que adornaban la personalidad y figura del Presidente, las que no eran en absoluto desconocidas para aquellos que tuvieron el privilegio de tratar con él desde muy cerca(1). Si hay hechos de la vida de Allende que pusieron repetidamente en evidencia su extraordinario autocontrol, valor y sangre fría, aunque lo hicieran ante un reducido número de estrechos colaboradores, fueron las diferentes anginas, infartos, o pre infartos, que debió sufrir por lo menos entre 1965 y 1972. Los datos de los diferentes episodios han estado allí, como quien dice, ante la mirada pública, ya por varios años, pero, por lo que sabemos, hasta ahora nadie se ha dado el trabajo de documentarlos, establecer su cronología, ni presentarlos en una narración coherente. Eso es, precisamente, lo que intentaremos hacer a continuación.
Gracias a los relatos de Ozren Agnic, el doctor Oscar Soto, Osvaldo Puccio, Carlos Jorquera y Eduardo Labarca, es posible establecer con un alto grado de verosimilitud la existencia de varios episodios cardíacos, que habrían afectado al líder popular entre 1965 y 1972. Cuatro de estos cinco autores estuvieron estrechamente vinculados a Allende en diversas épocas de su vida, dos de ellos fueron sus secretarios privados, uno su cardiólogo, y el otro su asesor de prensa en La Moneda; mientras que el quinto y último puede considerarse como cercano a aquél, por ser el hijo de un gran amigo y colaborador suyo, don Miguel Labarca Labarca (2). Por cierto, nos referiremos aquí a aquellos episodios de los que quedó algún registro, porque es posible que Allende haya tenido otros, anteriores o posteriores a estas fechas, de los que no existiría ningún informe oral o constancia escrita conocida. Hubiera sido de gran ayuda haber podido consultar aquí las fichas médicas del Presidente, pero desgraciadamente esto es algo que escapa enteramente a nuestras posibilidades actuales (3).
He aquí el relato que hace del episodio cardíaco que tuviera Allende en 1965 (el primero que conocemos) Ozren Agnic, quien fuera en aquel entonces, su secretario en el Senado:
"A poco de asumido Frei Montalva, Salvador Allende concurrió a la Subsecretaría de la Vivienda para alguna gestión propia de su cargo de Senador de la República. El subsecretario era Juan Hamilton Depassier, amigo personal de Laurita Allende y nombrado muy joven por el presidente Frei en ese cargo al crear el Ministerio de la Vivienda. En el despacho de Hamilton, inesperadamente Salvador Allende sufrió un desmayo. Fue trasladado con la mayor discreción y urgencia a una clínica que, si mal no recuerdo era la Santa María. Allí lo atendió el doctor Armas Cruz, cardiólogo y buen amigo personal de Allende. Con inquietud por el estado de su colega y amigo, diagnosticó que el desmayo había sido producto de un infarto. Atendido muy a tiempo, la embolía no pasó a mayores. Afortunadamente nunca más se repitió"(4).
En realidad, aquel infarto no fue sino el primero de varios episodios que sufrirá Allende en años posteriores, pero habiendo dejado de ser su secretario en 1965, al parecer Ozren Agnic no alcanzará a enterarse de su existencia. Respecto del siguiente infarto, el de 1970, en la Introducción de El último día de Salvador Allende,(5) escribe el doctor Oscar Soto, cardiólogo del Presidente:
"El tratamiento de su angina de pecho lo hicimos manteniendo casi todas sus actividades electorales programadas. Diariamente Vera Weinstein pasaba por la casa de Guardia Vieja y extraía la sangre que procesaba el químico Juan Varleta en el Laboratorio del Instituto de Neurocirugía, y que nos daba la base para el tratamiento anticoagulante. Felizmente nunca hubo una complicación ni tampoco se repitió el episodio de dolor de junio de 1970.
¿A qué angina se refiere aquí exactamente el doctor Soto? Algo telegráficamente, escribe él algunas páginas más adelante, lo siguiente:
"… [a] un episodio coronario agudo que se le había presentado [a Allende] una fría mañana en que caminaba por la calle Huerfanos, en Santiago, acompañado por el senador del Partido Radical Hugo Miranda"(Soto, Op. Cit., pág. 49). Por fortuna, en su libro reciente Eduardo Labarca describe este incidente en mucho mayor detalle (aunque la fecha por él indicada no sea junio, sino abril de 1970), basada en información obtenida en una conversación telefónica, de octubre del 2007, con el ex senador radical:
"A fines de abril de 1970, faltando cuatro meses para la elección, la candidatura de Allende roza la catástrofe. Son las siete de la tarde, oscurece. Allende ha salido a pie desde el Senado, en compañía de su colega Hugo Miranda, en dirección a Radio Portales, donde debe grabar una alocución para el Primero de mayo. Cuando va a cruzar la calle Bandera a la altura de los tribunales, un microbús desbocado obliga al candidato a dar un salto tenso hacia delante para no ser arrollado. Miranda ha quedado atrás y se le reúne frente al restorán El Rápido, donde Allende se afirma en un kiosco de Diarios. "Si yo sé algo de medicina, acabo de tener un infarto", dice Salvador Allende con la mano en el tórax. Pasa por allí el periodista Carlos Cruz Arjona y Allende le pide que le compre pastillas de nitroglicerina en una farmacia cercana. Con la pastilla salvadora bajo la lengua, aguantando el dolor, devolviendo el saludo de los transeúntes, llega con Hugo Miranda a la Radio Portales, en Ahumada con Agustinas, donde explica al generente Raúl Tarud que no puede grabar ese día. Desde la radio, Miranda llama disimuladamente al cardiólogo Gonzalo Sepúlveda Dagnino cuya consulta queda a pocas cuadras. Hacia allá se dirigen a pie. Desde la consulta Hugo Miranda avisa a la Payita. Allende es llevado al Hospital José Joaquín Aguirre, donde un electrocardiograma pone en evidencia una crisis coronaria aguda. En el círculo íntimo del candidato saltan las alarmas. La divulgación de la noticia sería una bomba: !Allende incapacitado para gobernar! En Guardia Vieja se instala en secreto una clínica de emergencia. El doctor Oscar Soto, joven cardiólogo llamado por Beatriz, dirige el tratamiento a base de reposo y anticoagulantes. Las muestras de sangre las toma a domicilio la bioquímica Vera Weinstein y los análisis de laboratorio los efectúa discretamente el químico Juan Varleta en el Instituto de Neurocirugía. Salvador Allende permanece en cama atendido por dos enfermeras de lujo: la Payita de día y Beatriz de noche. Allende ha suspendido sus apariciones públicas y los rumores vuelan. Un periodista da la noticia del infarto, pero cae el desmentido: el candidato guarda cama debido a un resfrío. El tratamiento de urgencia se prolonga un par de semanas y la buena salud de Allende termina imponiéndose. Como médico, Tati se opone a recortar drásticamente la agenda de su padre, pues estima que la hiperactividad que lo caracteriza contribuye a vitalizar su organismo y que él no puede vivir de otra manera. En Guardia Viaja la situación es singular: al marido lo cuidan la hija y la vecina, mientras la esposa se desplaza en puntillas. El 26 del mes de junio, el cumpleaños del convaleciente candidato se celebra en casa de un médico amigo"(6).
Carlos Jorquera, asesor y amigo del presidente, nos relata así el siguiente episodio cardíaco, el tercero conocido, que afectó a Allende en julio de 1970:
"… un par de meses antes de las elección [presidencial] el corazón le anduvo jugando una mala pasada. Al parecer el problema comenzó con una tremenda mojada que se dio en Concepción cuando en plena noche penquista, salió corriendo a colaborar con los bomberos que trataban de apagar el incendio en uno de los locales de la campaña. Días después, sufrió una especie de infarto en pleno centro de Santiago. Felizmente iba acompañaba de Osvaldo Puccio, quien enfrentó la situación con gran entereza y eficiencia. Ninguno de los muchos transeúntes que saludaban al candidato se dió cuenta de lo que le estaba sucediendo. Tuvo que guardar reposo algunos días. Como era de prever, el hecho de que estuviera en su casa sin salir a la calle dio pie para un carnaval de especulaciones, avivado por la imaginación y los malos deseos de sus adversarios (7).
Por su parte, en su libro testimonial titulado Un cuarto de siglo con Allende, recuerdos de su secretario privado (8) Osvaldo Puccio describe este episodio de una manera mucho más detallada y completa:
"En Concepción se organizó una gran concentración. Después había una comida en el comando. Recién empezábamos cuando se nos avisó que muy cerca se había incendiado un comando de la candidatura de Allende. Salimos corriendo. Ya habían llegado los bomberos y trataban de apagar las llamas que destruían la vieja casa de madera. Pasó un bombero y mojó a Allende por completo; fue una cosa absolutamente casual. No se había dado cuenta quien era el que estaba ahí. Después de haber tomado algunas fotos volvimos a la comida. Yo aconsejé a Allende que se fuera a cambiar ropa. pero estábamos bastante lejos del hotel.
Al poco rato el doctor se puso muy colorado. Dijo que mejor se iba a cambiar ropa y que volvía después. Evidentemente no se sentía bien. Se le notaba una cara afiebrada. Yo calculé cuanto tiempo necesitaría hasta llegar al hotel y lo llamé por teléfono. Allende se había acostado y me pidió que lo excusara ante los compañeros. Con un médico me fui al hotel. El médico examinó a Allende. Tenía fiebre, pero insistió en tomarse solamente unas aspirinas.
Al otro día, debíamos seguir a Chillán. Salimos al medio día. Ahí recorrimos algunas poblaciones. Era un día extraordinariamente helado. Para la tarde se había organizado un acto en la plaza frente a la sede de la Universidad de Chile en Chillán. Era vicerector de la Universidad, en ese momento, Julio Estuardo. Y cuando saludó a Allende, habló de los compañeros profesores y los compañeros alumnos. Fue la primera vez que yo vi una actitud tan valiente. Se había montado un estrado en una parte donde golpeaba el viento muy fuerte. El doctor dijo su discurso con voz ronca y se fue de inmediato al hotel. Se sentía mal. Habíamos previsto volver a Santiago el día siguiente en auto. Pero Allende prefirió irse esa noche en tren. Una vez en casa no guardó cama; pero, por lo menos, se quedo dos días en la casa.
Esto dio lugar a diversos rumores con respecto a la salud de Allende. Unos decían que Allende tenía un cáncer a la garganta. Otros hablaron de cáncer a los pulmones.
Un día en el mes de julio [de 1970], el doctor tenía que hacer una diligencia en el centro. Yo me había quedado un poco atrás para comprar cigarrillos. Cuando volví a su lado se había afirmado en un kiosko. Estaba muy pálido. Volvimos lentamente hacia el auto. Deseché mi primera idea de ir a buscar el coche, para no dejarlo solo. No se afirmó en mí, pero respiraba entrecortadamente al caminar, como si le faltara un poco de aire. Después de unos 20 o 30 metros comenzó a revivir. A cada rato pasaba gente que lo saludaba, y él contestaba como lo hacía habitualmente. Nadie se dio cuenta de que algo no andaba bien. En la esquina de Compañía con Bandera, el doctor me pidió que trajera rápido el auto.
Cuando llegamos a su casa, lo estaban esperando dos personas. Las hizo pasar al escritorio, pero después les pidió que se fueran, porque [supuestamente] tenía que hacer un llamado de larga distancia que duraría bastante tiempo.
Esa noche, los dolores le volvieron nuevamente y, tal vez, más fuerte. Hizo llamar al doctor Oscar Soto. Este hombre tenía entonces unos 31 años, con la apariencia de ser incluso más joven, muy deportivo, con el estetoscopio en el bolsillo. A mí no me daba la impresión de que fuera el médico indicado para el compañero Allende y le pregunté a Tati por qué había llamado a ese mocoso, y no al mejor cardiólogo que había en Chile. Me contestó que [él] era el mejor cardiólogo, además de ser el médico en el que Allende tenía confianza. Ella tenía razón. Allende pasó la noche no muy bien. Estábamos dudando si había que hospitalizarlo, pero finalmente lo evitamos.
Nunca contamos que Allende había tenido un ataque cardíaco. Dijimos que era una gripe. A pesar de esto, su enfermedad se prestó para todo tipo de especulaciones. Incluso algunos dirigentes de la Unidad Popular iniciaron gestiones para retirar la candidatura de Allende. Sostenían que un hombre que había tenido un infarto no podía ser elegido presidente.
Pocos días después, un jueves, Allende tenía que grabar un programa de televisión. No ir significaba activar los rumores de una grave enfermedad. Acababa de [verse] un programa con Alessandri, donde le temblaban las manos. El programa le causó mucho daño. Su propia gente lo abandonó al ver que ya no podía controlar sus manos. Teníamos que considerarlo al decidir si Allende iba o no iba a la televisión.
El doctor Soto dio su consentimiento, pero subrayó que tenía que hacerlo con mucho cuidado. Esta aparición en las pantallas fue seguramente una de las más duras pruebas por las que pasó Allende. El programa duraba más de una hora y él tenia que responder muchas preguntas. … Nadie notó que el doctor estaba enfermo. debe haberle costado un enorme esfuerzo. Lo que hizo Allende ese día fue admirable". (Puccio, Op. Cit, págs. 208-209).
Buscando algunas pistas que nos indicaran otros posibles infartos, volvemos a leer el libro de Osvaldo Puccio, y encontramos el siguiente y sospechoso pasaje, referente a marzo de 1971, un día de mucho calor en Punta Arenas:
"Llegamos en la tarde para participar en una reunión en la estrecha sala de sesiones de la Municipalidad. Yo estaba con el doctor Oscar Soto, médico de Allende, y los edecanes. De repente noté que Allende se puso pálido y empezó a respirar muy fuerte. Allende comenzó su discurso…" (Puccio, Op. Cit, pág 23).
Curiosamente, el resto de los pasajes siguientes del libro de Puccio contienen una detallada descripción del contenido del discurso de Allende, pero no se dice una sola palabra más acerca del episodio cardíaco, que obviamente tiene que haber afectado entonces al Presidente. Es como si el autor hubiera comenzado a describir aquel hecho, y de repente lo hubiera olvidado, o cambiado de parecer. Por cierto, hay aquí dos cosas sumamente significativas: 1. La referencia al cardiólogo del Presidente, el doctor Oscar Soto; 2. La descripción de dos síntomas de algún tipo de problema cardio-vascular que en ese momento experimentó Allende: palidez súbita e hiperventilación. Pero lo más extraordinario, casi sobrehumano, es que Allende haya podido no sólo continuar sino incluso dar término a su discurso.
Pero lo que es aún más curioso es que en su libro testimonial Carlos Jorquera describa de una manera enteramente diferente aquel episodio de Punta Arenas:
"Al atardecer del primer día [en Punta Arenas], Chicho, cuando iba a comenzar a subir hasta el ultimo piso de la Intendencia [según Puccio se habría tratado de la Municipalidad ] tuvo un disgusto con el Intendente. No fue nada muy grave, sólo [algo] motivado por las innovaciones al programa de la visita que habían introducido los puntarenenses con un criterio exageradamente regionalista y contrariando el que habían diseñado los edecanes. Chicho hizo un notorio gesto de disgusto y se lanzó a subir corriendo por la escalera. Al llegar al final lanzó un grito y calló de espaldas. Inconsciente y con una palidez que presagiaba lo peor. Fueron momentos impresionantes. Cuando sus acompañantes todavía no se ponían de acuerdo acerca de qué era lo primero que había que hacer, el Presidente se levantó de un salto y riéndose les dijo:
!Ajá… Si sólo quería saber lo que eran capaces de hacer en caso de apuro! (Jorquera, Op.Cit., págs. 316-317).
Con los antecedentes aportados por Puccio y Jorquera, parece muy probable que se haya tratado de otro episodio cardiovascular. Una caída puede simularse, pero ni el más grande de los actores hubiera conseguido imitar la súbita palidez del rostro. Por lo demás las causas externas inmediatas estaban presentes allí aquel día: mucho calor, un disgusto, el esfuerzo súbito que demanda subir una escalera. Por cierto que Allende tenía que buscar el modo de evitar que todos los allí presentes se dieran cuenta de que había tenido un episodio cardíaco. Como siempre, su autocontrol, sangre fría y presencia de ánimo le permitieron ocultar, ante sus opositores y el país, aquel nuevo episodio.
A continuación Carlos Jorquera describe así otro posible episodio cardíaco, el quinto, que Allende habría tenido en el segundo año de su gobierno:
"Tiempo después, a mediados del 72, sufrió otra especie de shock, durante una concentración en Talca. El estadio estaba repleto, no cabía nadie más, ni en la cancha. Ya era de noche cuando Chicho comenzó a hablar. El Negro Jorquera recuerda la escena:
-Estaba sentado cerca de la tribuna de madera desde la cual el Presidente inició su discurso. De pronto advertí que algo andaba mal. Incluso me dio la impresión de que había estado a punto de perder el equilibrio. Haciéndome el de las chacras, y corriendo el gravísimo riesgo de aparecer como un abyecto cortesano, me paré y me puse a su derecha, para que me viera. Me hizo un gesto muy rápido, pero que equivalía a todo un mensaje. Tratando de que nadie más se diera cuenta, pedí a uno de los escoltas que hiciera traer el auto del Presidente (un Fiat 125) a los pies de la tribuna, con las puertas abiertas y el motor encendido. No sé como pudo terminar su discurso. Lo cierto es que lo hizo y nadie se dio cuenta de que no se sentía bien. !Cómo sería lo mal que estaba que me dijo: "Negrito!… Y puso su brazo derecho en mi hombro y así empezamos a abrirnos paso entre toda esa multitud que quería abrazarlo, felicitarlo, en fin, expresarle su cariño. Llegamos al auto y Chicho, en vez de meterse inmediatamente, se apoyó elegantemente en una de las puertas del Fiat, y comenzó a responder los aplausos y a estimular a sus partidarios. Estoy seguro de que, si no nos ponemos "duros", hubiera comenzado ahí mismo otro discurso…". (Jorquera, Op. Cit., pags.317-318).
A la luz de los antecedentes hasta aquí examinados, podría uno preguntarse si acaso Allende habrá tenido algún infarto durante el curso del año 1973, tan lleno de tensiones para él, a causa del empecinamiento del Imperio y la derecha, tradicional y democristiana, por conseguir el derrocamiento de su gobierno. Si tuvo algún nuevo episodio cardíaco en el año del Golpe, hasta donde sabemos, esto no ha quedado registrado en ninguno de los relatos conocidos, escritos por sus partidarios y amigos más leales.
Recapitulemos, finalmente. En las páginas precedentes hemos mostrado que Allende habría tenído 5 episodios cardíacos, en el espacio de 7 años: el primero en 1965, el segundo en abril o junio de 1970, el tercero en julio de ese mismo año, el cuarto en marzo de 1971 y el quinto y último a mediados de 1972. Desde un punto de vista médico, puede observarse como la frecuencia de aquellos episodios se fue incrementando a partir del momento en que Allende asume la presidencia. Pasaron cinco años entre el primero y el segundo infarto, pero menos de un año entre el segundo y el tercero, 8 meses entre el tercero y el cuarto, y sólo unos cuatro meses entre el cuarto y el quinto infarto. Esto no tiene nada de sorprendente, dadas las enormes tensiones a las que el Presidente se vio sometido a lo largo de los casi tres años de su gobierno. Pero lo más extraordinario es que él fuera capaz de dominar, ocultar y sobreponerse a cada uno de aquellos episodios cardíacos, gracias a su extraordinario autocontrol, sangre fría y presencia de ánimo. Hombres menos voluntariosos y empecinados hubieran sido dominados por el dolor y el malestar, y se habrían hecho internar por largos períodos en una clínica. Si Allende no hubiera tenido aquellas capacidades en grado superlativo, quizás si la historia reciente de Chile hubiera sido completamente diferente. Una última cuestión conexa: no faltará quienes piensen que al no haber revelado públicamente Allende aquellos problemas de salud, habría engañado al pueblo. Pero esta consideración es sumamente discutible, puesto que estas dolencias podían ser tratadas médicamente, no eran inhabilitantes, y como lo ha demostrado la historia, no le impidieron a Allende cumplir con ninguna de sus tareas y responsabilidades, ni como Presidente ni como líder de la izquierda.
Es así, entonces, que al producirse el anunciado Golpe en septiembre de 1973, el hombre que decide enfrentar el alzamiento militar con las armas en la mano; y cuando ya no hay esperanza, en un acto de suprema dignidad y valor, se quita la vida en el Salón Independencia, no es alguien cuya valentía y determinación le hubieran brotado allí de pronto como por arte de magia, sino el mismo infatigable luchador social de cualidades casi sobrehumanas, capaz de sobreponerse a las más duras pruebas, físicas y políticas, que sus más estrechos colaboradores y amigos habían conocido, y admirado, a lo largo de su tan agitada como productiva existencia.
Fuentes:
1. Véase, por ejemplo, lo que, al respecto, escribiera Volodia Teiltelboim sobre Allende: "Lo vi muchas veces agigantarse ante los más diferentes riesgos. Tenía pasta de valiente. Asumía las situaciones extraordinarias con impávida serenidad… su impasibidad ante el peligro era como una emanación de una cierta virtud heroica que había en él". Citado en: Hermes H. Benítez, "LAS MUERTES DE SALVADOR ALLENDE", Santiago, RIL Editores, 2006, pág. 62, recuadro, nota No.47.
2. "Don Miguel Labarca, amigo personal, consejero y "Pepe Grillo" de Allende desde antes de su primera postulación presidencial de 1952. …Fue nombrado desde los inicios del gobierno de la Unidad Popular, personalmente por Salvador Allende, en el cargo de gerente general de la Sociedad Química y Minera de Chile, SOQUIMICH, función que ejerció hasta el 11 de septiembre de 1973. Don Miguel afortunadamente no fue perseguido en el curso de los primeros días del Golpe, y alcanzó a salir
de su patria -a la que nunca pudo volver- falleciendo durante su exilio en París. Véase: Ozren Agnic, "ALLENDE, EL HOMBRE Y EL POLITICO. Recuerdo de un secretario privado", Santiago, RIL Editores, 2008, pág. 116.
3. Por cierto, la totalidad de la información en la que aquí nos basamos, ha sido extraída de fuentes conocidas y públicas, como son los libros más abajo detallados. De manera que no creemos haber cometido ningún atropello a la privacidad de Allende, o de su familia, a la que tienen derecho hasta los muertos. A propósito de esto, mi amigo, el doctor Juan Carlos Menares, quien gentilmente me ha asesorado, vía Internet, en los aspectos médicos de este artículo, me informa que en Francia sólo un juez puede autorizar la comunicación de la información contenida en la historia clínica de una persona, aunque ésta ya haya fallecido.
4 Véase: Ozren Agnic, Op. Cit., pág. 156.
5. Oscar Soto, "EL ULTIMO DIA DE SALVADOR ALLENDE", Santiago, Editorial Aguilar, 1999, pág. 22.
6. Eduardo Labarca, "SALVADOR ALLENDE. Biografía sentimental", Santiago, Catalonia, 2007, págs. 223-224
7. Carlos Jorquera, "EL CHICHO ALLENDE", Santiago, Ediciones BAT, 1990, pág. 317.
8. Osvaldo Puccio, UN CUARTO DE SIGLO CON ALLENDE. Recuerdos de su secretario privado, Santiago, Editorial Emisión, 1985.
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