Desde 2011, la calle se ha convertido en el actor principal de la política chilena: la Alameda reemplaza, como escenario, a los lugares de votación. El poder convocatorio de la calle es inmensamente superior al de la democracia electoral, pues es capaz, bajo una idea eje, forzar el fin del modelo de educación de mercado. En las elecciones generales para elegir las autoridades que han de regir el país, el 60% se abstiene de participar, en cambio las marchas, promovidas por los movimientos sociales, son capaces de convocar grandes mayorías.
¿Qué factores podrían explicar este cambio de paradigma? Existe una gran diferencia en la relación entre la política y las organizaciones sociales en la república, (1891-1973), y la monarquía presidencial posdictadura, desde 1990 Hasta hoy: en la república, los movimientos estaban canalizados por grandes partidos de clase –comunistas y socialistas -; en la actualidad, los partidos políticos – e incluso, la democracia electoral – están divorciados de los movimientos sociales; ahí radica la clave de la dificultad de interlocución entre el gobierno y la sociedad movilizada, razón por la cual el problema no radica en uno u otro ministro de Educación – o de cualquier ministerio en sus respectivas funciones – sino en algo mucho más profundo, que consiste en el agotamiento de la democracia electoral y, en consecuencia, en la búsqueda más radical de participación ciudadana en los asuntos que le conciernen.
En este orden de ideas, los estudiantes dieron justo en el clavo: no aceptan que “déspota ilustrado” les entregue un proyecto de ley de reforma educacional sin que haya mediado la participación activa de los actores y sujetos principales del proceso educativo, es decir, de la ciudadanía pasiva del voto, estamos pasando a la ciudadanía activa y participativa, como constructora de la sociedad y la democracia.
Estoy convencido de que esta nueva visión y praxis de los modernos movimientos sociales está poniendo fin, más temprano que tarde, a la representación fiduciaria, en que el votante entrega el poder a un representante, que puede actuar a su antojo durante cuatro años, sin revocación de mandato, y sólo puede ser evaluado en el elección siguiente; esta forma de democracia ha hecho agua.
El sociólogo francés Alain Touraine, en una de sus últimas conferencias, nos entrega algunas claves para entender este cambio de paradigma: desde Maquiavelo, hasta la revoluciones burguesas de 1848, el centro del paradigma es el cambio de la política, y desde esta fecha hasta la caída del Muro de Berlín, el centro del paradigma se centra en los sindicatos y en los capitalistas; desde la caída de Muro hasta hoy, pasa a los movimientos culturales, fundamentalmente, las organizaciones de mujeres, ambientalistas, de derechos humanos y gremios estudiantiles.
Este cambio paradigmático puede entregar muchas claves para explicar el porqué en la actualidad los movimientos sindicales, que en el pasado fueron agentes fundamentales en la generación de partidos socialdemócratas y laboristas, en la actualidad ya carecen de importancia, siendo reemplazados por movimientos que reivindican derechos fundamentales, válidos para toda la sociedad, como son los derechos humanos y la educación, la educación una vivienda digna para todos, la salud y el cuidado del planeta.
La clave del éxito de las marchas a partir de 2011 está en la idea, muy bien expresada por los dirigentes del movimiento estudiantil, de una sociedad de derechos, versus una sociedad de mercado; de la gratuidad, versus el lucro; de la salud, educación y previsión como derechos humanos, y no como bienes transables en el mercado.
Esta contradicción entre la sociedad de derechos y la sociedad de mercado se Ha convertido en la fisura central del debate político, en consecuencia, todos temas que atañen a la sociedad son ideológicos, no en el sentido enajenado de la falsa conciencia, sino en la expresión de la relación entre el concreto-concreto y concreto pensado.
10/05/2014
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