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Helicópteros surcando los cielos de Huamanga, vehículos de la memoria

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Los "Linces" eran movilizados generalmente en helicópteros desde su base Los Cabitos, transportados a largas distancias y luego soltados en el punto de ataque

A las ocho el helicóptero despegó, fuimos. “Ahí están regresando”, diciendo. A las tres los balazos sonaban: “Bon, bon”. Y no podíamos salir de las casas. A las ocho, el helicóptero despegó, fuimos.

Estuvieron acantonados en la ciudad de Huamanga, desde donde se trasladaban en helicóptero a distintos pueblos y comunidades

Estos son testimonios extraídos del informe de la Comisión de la Verdad, con el fin de graficar lo que se vivió durante los años de violencia en Ayacucho y lo que para la población ayacuchana significaba la presencia de los helicópteros militares. Vehículos que de alguna forma se relacionan con la violencia vivida, con las incursiones en alejadas comunidades y poblados, dejando tras de si, en múltiples ocasiones, un manto de dolor y muerte.

“Y no tardó en aterrizar en el viejo aeropuerto de los jesuitas un helicóptero con un fuerte contingente militar", recordó Víctor Palomino Quispe, teniente alcalde de Sivia. “Procedieron a detener indiscriminadamente a los jóvenes de Sivia y Ccatunrumi. Seleccionaron a unos ochenta, se los llevaron al cuartel de Pichari en un volquete y de allí nunca más salieron”, testimonio que apareció en la República en julio del 2002.

“El pasado cobra sentido en su enlace con el presente en el acto de rememorar” dice Elizabeth Jelín(1), manifestándose en relatos que se integran al presente de forma viva, en momentos en que determinadas situaciones posibilitan la expresión de los sentidos, sacando a la luz las huellas, las marcas, las impresiones individuales y colectivas.

Hace unos pocos días, helicópteros portatropas de procedencia norteamericana, que forman parte del contingente de ayuda humanitaria que se está dando en el marco de la cooperación entre el gobierno de USA y el peruano, surcaron los cielos de la ciudad de Ayacucho, y de otras localidades de la región.

Saltaron entonces las memorias de los hechos pasados, y surgieron intentos de conectarlas con el presente, en un momento en el que para algunos el mal tiempo que vivieron por dos décadas está dando paso a esfuerzos de reconstrucción y exigencia de justicia. De pronto el sasachacuy tiempo había vuelto, en el ronronear de las grandes naves y en la expresión de hombres y mujeres que se llenaban de incertidumbre frente a la falta de información más amplia sobre lo que venían a hacer en Ayacucho las tropas extranjeras.

¿Qué pasaría si muere un soldado extranjero? dice Victoria, lidereza de San Francisco, convencida de que algo anda mal con esta presencia. Se van a cobrar con cien de nosotros, el que pagará será el pueblo, continúa preocupada. A ella no le preocupa la posibilidad de que estos soldados vengan a erradicar la coca que se cultiva por su zona, le preocupa la muerte de su gente, le inquieta que otra vez, como en aquellos tiempos, los caminos y los ríos, se pueblen de cadáveres. Le inquieta que ya no pueda más movilizarse, que tenga que vivir cuidándose de unos y otros, y no quiere de ninguna manera volver a vivir ese tiempo. Si tenemos nuestros soldados ¿por qué tienen que venir de fuera? concluye, lanzando su pregunta a ver si alguna otra la toma. Dicen que vienen a investigar sobre el agua y el petróleo que hay en la zona, comenta Marisol de la provincia de Huanta, mientras Francisco, de San Miguel, que quedó huérfano muy joven cuando los militares se llevaron a su padre e integró los comités de autodefensa que combatieron a Sendero, con seguridad expresa que vienen a practicar sus estrategias, a conocer la zona. El siente que fue con el esfuerzo de hombres como él que se logró la pacificación y no comparte la idea de que vengan de fuera a controlar el territorio, menos comparte el no saber, el que nadie de explicaciones claras y extensas sobre este hecho y a qué responde.

“El pasado que se rememora y se olvida es activado en un presente y en función de expectativas futuras,” dice Jelin. En este caso, queda muy claro que las narrativas surgidas a raíz del los grandes helicópteros, expresan la expectativa de que los hechos del pasado no se repitan, que nunca más helicópteros militares sean el vehiculo que transporta la muerte. No será fácil convencer a los hombres y mujeres ayacuchanos de que estos nuevos aparatos no vienen con mensajes de dolor, pues las marcas del pasado están aún vivas, vuelve el miedo, la angustia, nuevas incertidumbres. ¿Habrá alguien de los que deciden sobre la presencia de tropas – por muy buenos fines que tengan – analizado el impacto que tiene esta presencia en las personas que aún portan las huellas de la guerra, que aún relacionan determinados objetos con la muerte, con la desaparición, la tortura? ¿Se merecen los hombres y mujeres ayacuchanos esta nueva angustia?

Notas:
(1) Jelin Elizabeth( 2001) “¿De qué hablamos cuando hablamos de memoria?” En Los trabajos de la memoria, Siglo Veintiuno editores, España 2001.

Fuente: Asociación SER (Perú)

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