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Las fábulas de Eduardo Labarca Goddard II

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En artículo anterior, del 4 de febrero, enviado y publicado a contar de esa fecha, sostuve que Labarca ha mentido con descaro al escribir una falsa “Biografía Sentimental de Allende”. Mi afirmación se fundamentó en las declaraciones hechas a uno los más importantes diarios de Chile, medio que le otorgó seis páginas completas primero, y dos a la semana siguiente, en la sección Reportajes, algo poca veces visto en el país. Sin embargo, atendida la orientación ideológica de ese diario, no resulta insólita tal publicidad.

Una vez leído el libro reafirmo, con conocimiento pleno, lo sostenido anteriormente, agregando que a fuer de mercantilista, Labarca miente no sólo en la supuestamente apasionada vida sentimental de Salvador Allende sino que, con oscuros propósitos, señala en varios párrafos, que el probo ex Primer Mandatario habría profitado de su posición de Senador y Presidente para beneficiarse económicamente con sociedades creadas para sus amigos y cercanos, hechos que en ninguna de las “misteriosas fuentes confidenciales” que cita se demuestran. Por ejemplo, en la página 114, fabrica una supuesta llamada de Allende a su amigo Julio Donoso, para que vaya a La Habana a concretar negocios de productos chilenos a Cuba, dado que “como socio de la  empresa [de Donoso] Allende recibirá una comisión para financiar sus actividades políticas”. Aquí Labarca pasa de la falacia a la calumnia, delito penal. Media humanidad conoce de exhaustivas investigaciones realizadas por los organismos de inteligencia norteamericanos para encontrar situaciones que pudieran inculpar a Allende como deshonesto, con el propósito de impedirle que  pudiera alcanzar la Presidencia de la República y también para justificar el posterior derrocamiento. Pinochet y su gente dieron vuelta al país en la misma búsqueda, hurgando en documentos personales, interrogando gente –torturándoles incluso como me ocurrió personalmente- sin haber podido localizar nada que no fuera una vida limpia de negociados y peculados, sin mácula a su honra de persona y gobernante. Muy diferente a la conmoción mundial que desató la Comisión Investigadora del Senado norteamericano y mis profundas indagaciones, absolutamente fundamentadas en documentos y no de oídas, que plasmé en un libro titulado “PINOCHET S.A., La base de la Fortuna”.

Labarca ha deshonrado a su padre, a la familia Allende y al propio ex mandatario con su fértil inventiva, mostrándonos un Allende deshonesto, falso y pasional. Con este infame libelo, Labarca es el mejor amanuense de aquellos que otrora combatió. Con certeza lo obrado por Labarca será premiado largamente por quienes se frotan las manos ante las “importantísimas revelaciones” de un “intimo allegado a Salvador Allende,  familia y amigos más cercanos”, como él se presenta a la opinión pública.

Con desagrado –lo confieso abiertamente- leí las infamias y embustes contenidos en las 427 páginas de su texto. Pese a la repulsión que me produjeron las primeras hojas, por integridad leí cuidadosamente el contenido y muy en especial las nada serias notas al pie de página” de cada capítulo, supuestamente citados para dar fé de que las afirmaciones son ciertas, que tendrían bases históricas, o con “citas” de personas íntegras y reconocidamente  veraces, la mayoría fallecidos. ¿Qué encontramos en esas fuentes? ¡Inaudito! Decenas de correos electrónicos confidenciales, decenas y decenas de “conversaciones confidenciales”, citas de oídas, “contado por mi padre”(lamentablemente fallecido), “el informante no autorizó nombrarle”, innumerables citas del  libro de Osvaldo Puccio titulado “Un Cuarto de Siglo con Allende. Recuerdos de su Secretario Privado” (Editorial Emisión,1985), que no se apoya en ningún testimonio documental y que fue compuesto a partir de apuntes incompletos, y que ni siquiera alcanzó a ser corregido ni revisado por el autor, antes de su lamentable fallecimiento en el exilio alemán. 

Veamos solo algunas de sus fábulas, ya que el libro es extenso y refutar cada uno de sus imaginativos relatos daría lugar a otro libro, tanto o mas amplio que el suyo. Inicia con un diagrama de garçoniere en calle Bueras, que podría corresponder a cualquier habitáculo, incluso el suyo propio. No es importante, pero Labarca le asigna, en la página 13, una trascendencia vital, porque a partir de ese embuste, va construyendo el segundo asesinato, que es destruir la imagen de Allende. Es efectivo que por años Allende ocupó ese espacio como oficina privada y no para los “encuentros” que afirma Labarca, quien indica que visitó el lugar en julio de 2007 (pág. 17). Pese a ello, con osadía presenta un croquis interior, con un  exiguo mobiliario del ocupante actual, a treinta y cuatro años del fallecimiento de Allende, y con la cama de quien vive allí, como elemento principal. En calle Bueras 170-A, el Dr. Allende recibía a ciertas personas importantes del mundo, de paso por Chile, o incógnitos, muchas veces ante mi presencia. El espacio que el croquis resalta con un amplio lecho, constaba de tres sillones, un sofá de tres cuerpos y mesilla de centro, además de un par de sillas y un mini escritorio con teléfono, cuyo número es imposible recordar por el paso del tiempo.

La noche de la elección, ante decenas de miles de partidarios, el discurso del Dr. Allende no fue con la “ayuda de un megáfono a pila” (pag 9). La alocución se escuchaba mas allá de Plaza Italia, al oriente, y calle Ahumada al poniente. ¿Estuvo Labarca presente o relata de oídas? Otra flagrante mentira. Un megáfono portátil, ni siquiera con la actual tecnología tendría un alcance mayor a 40 ó 50 metros. Falsedades tan simples van desenmascarando al autor y su propósito. Finalizado el acto de celebración,  Allende y su esposa Tencha enrumbaron a su casa de Guardia Vieja, acompañados de Alejandro Phillipi y Rodolfo Ortega, ambos amigos, colaboradores y acompañantes del candidato. Allende durmió EN SU CASA y EN SU CAMA, una vez terminados los tradicionales besamanos a domicilio. Ergo, se deduce que Labarca  inventó el episodio relatado en pág. 15,  y todo su edificio es tan falso como Judas.

Labarca se adentra en la biografía del líder, con lugares comunes que se pueden encontrar en cualquier medio escrito. Continúa las fábulas con la “primera amante de Allende”, una muchachita siete mayor que él, de Tacna, compañera de juegos de un niño incapaz todavía de sonarse las narices y menos limpiarse el “tambembe” (trasero). Remata su “obra” relatando los amoríos con la hija del fallecido líder colombiano Eliecer Gaytán, mujer a todas luces mitómana, que encontró la fama –o al menos la notoriedad- inventando un supuesto hijo de Allende, nacido muerto con posterioridad al 11/09/73.
A lo largo de todo el rollo y sin un ápice de caballerosidad (si los hechos fueran ciertos), este excretor de tanta inmundicia no vacila en dañar la honra de mujeres vivas y muertas, cuyo único pecado fue la lealtad al amigo y coideario en sus cruzadas políticas. Llena páginas denigrando a la difunta Leonor Benavides de Vigil, a la actriz Inés Moreno, a la mujer de Rudecindo Ortega, a la actriz Marés González, varias colombianas, cubanas y venezolanas, incluyendo a una inidentificada “negrita del sur.”, sin ninguna consideración de que tras esas mujeres hay descendientes y colaterales, irreversiblemente dañados por sus mentiras. Eso no extraña, atendido que el propio Labarca confesó, al diario La Tercera, que “de haber pensado tal situación, no hubiera podido escribir su libro” (sic). La intención es clara: denigrar a como de lugar la imagen de Allende, victimizando a la compañera de su vida, doña Tencha y sus hijas, señalando que la viuda del Presidente hacía la vista gorda, con tal de permanecer en el primer plano de la jerarquía, mostrando a Tencha Bussi como una mujer sumisa, intencionadamente sorda y ciega, calculadora e insensible. Siempre fabulando, Labarca inmiscuye a su propio padre (pág.74), atribuyéndole la función de secretario rentado en el Senado. Don Miguel solo recibió paga de la Corporación una vez que Allende fue electo Presidente del Senado (1966). Entre 1957 y 1965, era yo el secretario privado, siendo don Miguel Labarca el fiel colaborador y leal amigo de siempre, a quien atribuye haber sido un excelente falsificador, sin duda para legitimar una carta que reproduce en la pág. siguiente a la Nº 254 y posteriores, burda falsificación de la letra del Dr. Allende. Basta comparar la escritura de la primera hoja con la última -que si es letra auténtica. Es una grosera composición gráfica hecha de mala fe.

El “excretor” nos muestra realidades absurdas, falseadas e inventadas.. Según narra Labarca, Salvador Allende no sólo era un consumado mujeriego y un atleta del sexo. También nos lo muestra como un hombre sin criterio, ya que siendo Presidente de Chile, habría cometido  la insensatez  de acometer, sin pudor ni recato, la conquista de la atractiva  esposa del comandante en jefe de una rama de las FF.AA., en la recepción oficial ofrecida por Velasco Ibarra, Presidente del Ecuador a su par chileno, delante del marido, y las escandalizadas miradas de autoridades gubernamentales, cuerpo diplomático, etc., según relata en págs. 262 a 264 ¡Zafias las fábulas de Labarca! Es posible que a él le tire más fuerte un vello público que una yunta de bueyes. Lo que es cierto -y que al mentiroso parece dolerle-, es que Allende tuvo, tiene y tendrá un prestigio internacional que se habría derrumbado por si mismo, de ser cierta la fértil inventiva del calumniador. ¡Como se habría solazado la prensa internacional, los canales de TV y fotógrafos presentes! Las imágenes y comentarios de la indecorosa e imprudente actitud del Presidente de Chile habrían dado la vuelta al mundo en minutos, tal como se vieron las imágenes de un desatinado ex presidente de Ecuador, en similares circunstancias y que provocaron su inmediato derrocamiento. Me refiero a Carlos Julio Arosemena.

Allende, el hombre que conocí tan profundamente, no era de esa especie y menos era un mercader de la política como presenta este falaz escritor. No era hombre que gobernara bajo las sábanas, obediente a los susurros de las amantes de turno que ha inventado este mercader de las letras.

Con propósitos inconfesables, el hijo menor del amigo más cercano de Allende emporca la memoria del Dr. Allende, insinuando actos tan inmorales como los cometidos por Pinochet: en sobrecitos y por mano, habría enviado miles de dólares a sus ficcionadas amantes, además de pasajes aéreos para encontrarlas en países extranjeros y a costa del erario nacional, olvidando que en aquella época funcionaba una Contraloría General de la República implacable, con un Contralor adverso al gobierno.

Las contradicciones y el desconocimiento cubren todas las páginas de esa apócrifa Biografía Sentimental. Allende se caracterizó por su fecunda labor en el Senado y su altísimo porcentaje de asistencia a las sesiones. Sin embargo, Labarca lo ubica en el extranjero, por largos períodos, solazándose con las amantes supuestas. De creerse las fábulas, Allende jamás habría podido legislar y menos gobernar. Según las mentiras que “cuenta”, Allende ni siquiera dormía, ¿En que tiempo?…
Otro muestra de mala fé e ignorancia se indica en la pag. 110, al señalar que Viola Contreras de Ortega –supuesta amante- tenía su domicilio en calle San Antonio, al llegar a Agustinas. El nada creíble Labarca  “tan bien documentado”, desconoce que ella vivía en el cuerpo de edificios –todavía existe- correspondiente a la manzana de las calles Viel, Avenida Matta, San Ignacio y Santiaguillo. Su departamento daba a San Ignacio, en tanto que el mío era Viel 1154. Nos topábamos casi a diario al salir yo a la Universidad o al Senado. No es trascendente, pero ratifica que todo es fábula, tan infames como atribuir a Salvador Allende la calidad de socio del ya desaparecido “Piso 13” en la primera cuadra de calle Estado (pág 126), propiedad de Julio Donoso, “el playboy rojo” como lo califica Labarca, quien ignora, porque nunca pisó el fundo Maule, que Donoso era odiado en la zona por el simple hecho de tener casas de cemento, con tres dormitorios y agua caliente, para vivienda de sus inquilinos. Donoso, dio hospitalidad a su amigo Salvador en Algarrobo, luego del triunfo electoral del año 1970 y por seguridad personal de Allende. Labarca parece que no lee, pese a ser periodista. Una de las noches de septiembre de 1970, la casa de Donoso fue ametrallada por extremistas de derecha, intentando asesinar al presidente electo. En tal oportunidad el mentiroso sitúa a Allende en la supuesta garçoniére de calle Bueras 170-A, también ejerciendo sus cualidades amatorias. ¿Alguien sería capaz de creer al fulero Labarca, mentiroso y mercachifle de las letras?

La última gran fábula del ígnaro periodista-escritor –que comentaré- está en las páginas 322 a 323. Labarca cuenta de una inventada fiesta en El Cañaveral, señalando con detalle a los artistas presentes, la vestimenta de Allende, los músicos y toda una parafernalia. Allende se habría quedado en ese lugar hasta la mañana del domingo. Además de la ficción, agrega a este embuste un raro don, desconocido por todos: el don de la ubicuidad. Da la casualidad que la noche de ese  sábado 8, llamé al Presidente desde mi domicilio, en Concepción, a eso de las 23.30 horas. A los tantos años, Labarca me entera que hablé con un fantasma. Al teléfono de Tomás Moro y tras unos 15 minutos de conversación, Allende me citó para el día martes 11, a las 11 de la mañana en su despacho de la Moneda. Fue la última vez que oí su cálida voz.  Todos conocen lo ocurrido ese nefasto día. ¿Qué dirá Labarca, el mentiroso? ¿Habré imaginado el haber hablado con el Presidente, a su domicilio? Simplemente, Labarca ha inventado otra nueva fábula…

Finalmente, una reflexión: mi casa editora exige mucha rigurosidad y comprobación de hechos que cito al llevarles mis manuscritos. Si ellos no son fundamentados, me lo representan y objetan (no censuran), porque quienes escribimos, especialmente si fueran acerca de situaciones tan delicadas y falsas como las que se estampan en el libro en comento, tenemos la obligación de consignar verdades históricas y no fábulas, excepto que sean cuentos de hadas y duendes, que no es el caso de Labarca. Es por ello que me extraña que Arturo Infante, el experimentado editor de Catalonia, no haya sido más riguroso, especialmente con el previo antecedente de saber que Eduardo Labarca Goddard fue el autor de las memorias apócrifas del general Prats.

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