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«Es injusto… Era un hombre bueno, como hay pocos»

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NEUQUEN- El silencio y la tristeza lo envuelven todo en el playón de la escuela 69, enclavado en uno de los barrios más pobres de esta ciudad capital.

A metros de un enorme basural, con viento permanente y entre calles sin pavimento, docentes y alumnos de Carlos Fuentealba esperan, mudos y conmovidos, que Sandra Rodríguez, la viuda del profesor de química muerto el viernes por un disparo a quemarropa que recibió de un policía, baje las escaleras y los abrace, en el homenaje organizado para recordar la memoria de su marido en la escuela donde dio clases y dejó recuerdos.

Sandra, como puede, baja esos interminables diez escalones. Y les habla a los alumnos de su marido, vestidos con remeras blancas que dicen "las tizas no se manchan con sangre". "Quiero que me den un ratito para mirarles la cara a los alumnos de Carlos, que no son números, sino personas", les dice, con voz firme.

La escuchan una treintena de chicas que no pueden reprimir el llanto, profesores y amigos. No hay funcionarios a la vista ni dirigentes políticos, con la solitaria excepción de Vilma Ripoll, del MST, y María Ramasseno, de la FUBA, que observan desde lejos.

Sandra se acomoda la raída campera fucsia y vuelve a tomar aire. "A Carlos lo fusilaron, como nos fusilaron a todos nosotros con él, y en parte fusilaron lo que él es", se enoja, y define a su esposo como "un maestro de los barrios, algo que la muerte no podrá destruir ni cambiar".

Después de un rato, inesperadamente, se quiebra. "Es injusto lo que le pasó, porque él era un hombre bueno, como hay pocos", grita, casi como una imploración.

Sandra se aleja de la escena en medio de aplausos. Algunas cámaras de televisión desoyen el ruego de la directora de la escuela, Patricia Varela, e intentan sacarle una respuesta más. La directora, con un tono enérgico e idéntica emoción, se dirige a los presentes. "Los que tienen que renunciar, que lo hagan ya. Basta de soberbia", dice Varela, quien la emprende contra el gobernador Sobisch.

"No somos violentos y el gobierno nos sigue provocando. No tengan miedo: no va a pasar nada en la movilización de mañana [por hoy]", intenta convencer la docente, ante las versiones sobre la aparición del grupo de izquierda Quebracho y patotas del oficialismo en la manifestación.

Cuando todo termina, sus amigos, alumnos y compañeros de trabajo lo quieren recordar. "La pérdida es terrible, me duele venir acá o asomarme a la vereda que transitamos tantas veces", dice Miguel Cáceres, profesor de música, con los ojos enrojecidos. José "Lechu" Centeno, compañero de militancia, recuerda que Fuentealba le decía que "había riesgos", pero seguro que nunca pensó que lo matarían por la espalda.

Silvia Vázquez, ex alumna, está abrazada a su hija Génesis, de siete años, con quien compartía las clases de Fuentealba. "Iba con ella porque no tenía dónde dejarla y él me lo permitía. Nos decía que no abandonemos, que siempre se puede volver a empezar", se emociona.

Cuando el sol empieza a caer, los medios comienzan a irse de la zona. Varela intenta detenerlos. "Sabemos que se van a ir el martes, después de la movilización. Les pido que nos sigan acompañando", ruega, y vuelve a la carga. "Por Carlos, vamos a seguir luchando", promete.

www.serpal.info

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