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Italia: El feminismo de la izquierda anticapitalista

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Mujeres
Debate en la izquierda crítica de Italia…

Hace ya algunas semanas que empezó la discusión para redactar un manifiesto feminista de las mujeres de Sinistra Crítica (Izquierda Crítica), la asociación que organiza a una de las minorías del Partido Refundación Comunista (PRC, Rifondazione Comunista). El texto que sigue transcribe una parte de los apuntes de las primeras dos reuniones.

1. El feminismo y las corrientes democráticas, progresistas y revolucionarias

Feminismo se declina en plural, feminismos, porque las mujeres pertenecen a clases y culturas diversas y tienen distintos referentes políticos. Existe, por ejemplo, un feminismo de parlamentarias de la derecha y de mujeres que hacen carrera, que reivindican su parte de poder con los argumentos tradicionales del feminismo, lamentando las dinámicas de exclusión y de marginación y pidiendo medidas antidiscriminación.

Sin embargo, el feminismo nace y renace siempre en la izquierda, junto a las tendencias revolucionarias, democráticas o progresistas: en los márgenes de la revolución de 1789, en las revoluciones nacionales de la primera mitad del siglo XIX, en el seno del movimiento por la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos, junto al movimiento obrero, en la radicalización de los años sesenta y setenta, en el movimiento altermundialista… El feminismo de derechas solo y siempre ha sido el efecto de un reflejo de ideas nacidas en la izquierda, una suerte de fall-out cultural que con anterioridad ha subvertido (y posteriormente sigue subvirtiendo) la sociedad en su conjunto. El fenómeno se da por la razón obvia de que ha sido más fácil (o menos difícil) para las mujeres ejercer presiones en nombre de la liberación sobre hombres de la izquierda, poniéndoles en contradicción y utilizando su lenguaje y sus esquemas de pensamiento. Las nociones de igualdad, autodeterminación, liberación, diferencia, revolución, etc., no son otra cosa que la feminización de ideas elaboradas por las corrientes políticas a cuyo lado han nacido o renacido los diversos feminismos. Esta constatación no consiente la existencia de visión idílica alguna sobre las relaciones entre feminismo y tendencias revolucionarias, democráticas y progresistas masculinas. La resistencia de los hombres al feminismo ha sido tenaz, unas veces explícita y vulgar, otras sutil o incluso inconsciente.

El movimiento socialista de los orígenes ha conocido hombres feministas como Saint-Simon o Fourier y misóginos incalificables como Proudhon y Lasalle. Engels echó las bases conceptuales de un feminismo anticapitalista, comparando a las mujeres con el proletariado y a los hombres con la burguesía y situando en la producción y la reproducción las bases de la organización social de la especie humana; pero esas instituciones se han perdido en las teorías y las prácticas. Se podría escribir una verdadera historia de la misoginia y del antifeminismo en el movimiento obrero, pero aquí sólo podremos mencionar los dos enfoques más difundidos hoy en la izquierda anticapitalista.

En general, pocos hombres son tan toscos como para no rendir los debidos homenajes al feminismo y no plantear un futuro proletario, feminista y ecologista. Sin embargo, el reconocimiento casi siempre viene acompañado de un desinterés: siguen siendo desconocidas las vicisitudes, las diferencias y las complejas elaboraciones teóricas del feminismo y se ignora hasta qué punto el género puede representar una clave interpretativa para la comprensión de la lógica de las relaciones humanas.

El otro enfoque, bastante más escepcional a decir verdad, es el paternalismo de los hombres que pretenden enseñar el feminismo a las mujeres, dirigir su trabajo y sus discusiones. Naturalmente, no se puede descartar la posibilidad de que un individuo de sexo masculino sepa y comprenda más que un individuo de sexo femenino incluso de política de las mujeres y de feminismo. Sin embargo, el feminismo nace, se consolida y se renueva solo a través de un recorrido de autonomización intelectual y psicológica de las mujeres, a veces lento y tortuoso, pero irrenunciable. A falta de autonomía también el feminismo de las mujeres de la izquierda anticapitalista se reduce a fall-out, a recaída en eso que fue pensado y practicado en los ambientes del separatismo. Este feminismo se ha demostrado capaz de una elaboración independiente y de una lectura más pertinente de las relaciones de poder fundadas en el género. A su vez, ha representado a menudo deseos y puntos de vista de capas académicas o, al menos, de ambientes femeninos poco interesados en los conflictos de clase y siempre expuestos a la tentación de representar los propios intereses particulares como los intereses de las mujeres en general.

2. Las estructuras patriarcales

Comprender el feminismo significa en primer lugar comprender la naturaleza de las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Existe hoy un posfeminismo que niega la existencia misma de una opresión, al menos en las áreas del mundo en las que se ha alcanzado una igualdad formal. La fórmula “opresión específica” les ofrece un pretexto y por ello –aunque no sólo– estaría superada. Es preferible decir que las sociedades humanas, todas sin excepción, están atravesadas por estructuras patriarcales manifiestas o latentes que, de modos diversos, discriminan, excluyen, oprimen y ejercen violencia sobre las mujeres. El patriarcado en el sentido literal del término es un sistema de relaciones en el que la propiedad y la posición social se transmiten del padre al hijo varón, y casi siempre al primogénito. Es evidente que en las sociedades noroccidentales (pero también en otras) ya no existe este tipo de reproducción de las posiciones sociales y la realidad es menos explícita y más compleja. Sin embargo, la lógica de la genealogía masculina del poder, por lo demás todavía evidente más allá de los aspectos jurídicos y formales, tiene una dimensión antropológica que dos siglos de luchas por la emancipación todavía no han podido superar. Las cuatro conferencias de la ONU sobre las mujeres han proporcionado datos que a su vez han sorprendido incluso a las teóricas más pesimistas de la opresión, revelando, por ejemplo, que el porcentaje de mujeres propietarias de tierras y de inmuebles en el mundo no supera el 3 o 4%. Los datos de Amnistía Internacional sobre la violencia contra las mujeres también han sido una amarga sorpresa o una confirmación. Pero el modo más simple de comprender qué son las estructuras patriarcales es seguir el hilo de la existencia de una mujer europea desde el nacimiento hasta la muerte.

En sociedades distintas de las nuestras se da el aborto selectivo y la muerte por malnutrición de niñas más que de niños, en nuestras sociedades las estructuras patriarcales empiezan a operar más tarde. En los primeros años de vida, la niña, en su difícil recorrido hacia la feminidad, se tropieza con un fenómeno que Freud llamó “castración”, es decir, el descubrimiento de que está privada de pene, que le produciría una sensación dolorosa de inferioridad y condicionaría su capacidad intelectual y el modo de percibirse y de ser percibida. En un primer momento, el feminismo respondió a la tesis de la castración que Freud sobreponía su propio punto de vista masculino a lo femenino, pero posteriormente la cuestión se ha revelado mucho más compleja.

Si Freud, como algunas habían sospechado, hubiera simplemente intercambiado el punto de vista de la niña con el del niño, habría incurrido en un grave equívoco. Por tanto, no explicaremos las razones de su gran influencia en el pensamiento occidental y no solo en el occidental.

La tesis de la castración está ligada a experimentos clínicos, a la verificación de que también las mujeres se perciben castradas, carentes y privadas de algo. La castración tiene, por tanto, la función propia de la ideología: es el punto de vista de quien en una relación de poder está “encima”, interiorizado y apropiado por quien está “debajo”. La tesis de la inferioridad no es pues un prejuicio masculino, es una realidad del inconsciente femenino. Esta realidad opera siempre que entra en juego la diferencia, la real y no la presunta, la diferencia de posiciones respecto al poder. De hecho, las mujeres envidian, no el pene, sino el falo, es decir, el poder en sus formas diversificadas y múltiples y el pene solo es el fetiche del falo.

Otro ejemplo. La violencia contra las mujeres tiene unas dimensiones y una extensión que los datos de Amnistía Internacional han hecho finalmente evidentes. Sin embargo, todavía puede suceder que una mujer no sufra en su vida ningún tipo de violencia más allá de las que la naturaleza le inflige con las enfermedades y la muerte.

De todos modos, su vida estará profundamente condicionada por ellas, ya que la violencia posible se traduce en precaución, estilos de vida y actitudes psicológicas. La paradoja de la criminalización de las víctimas demuestra hasta qué punto el mundo está hecho a la medida del hombre. Las estructuras patriarcales que atraviesan la sociedad hacen de la violencia posible una de las principales razones de la segregación de las mujeres, en particular de las mujeres jóvenes. Los ejemplos también podrían ser muy numerosos. El doble trabajo de las mujeres, es decir, la asunción de tareas hasta hace poco solo femeninas y la ausencia de cualquier reciprocidad. Parece que en Italia entre las jóvenes generaciones algo esté cambiando. La hipertrofia de lo masculino en la esfera pública que constriñe a las mujeres en tiempos y modos disonantes con los de la propia existencia. Las imágenes normativas de la feminidad construidas y cristalizadas en milenios de monopolio masculino de la tradición simbólica.

Otros efectos de estas estructuras latentes son más complejos, más difíciles de identificar y de definir. Si es verdad que también se piensa con el sexo, aunque quizás menos de lo que supone el psicoanálisis; si es verdad que los hombres han tenido durante milenios el monopolio de la cultura, entonces se vuelve posible una hipótesis inquietante. La hipótesis es que cada vez que una mujer penetre en los campos del conocimiento particularmente estructurados y formalizados deberá atravesar una jungla de signos y de símbolos masculinos con los que tendrá mayores dificultades para orientarse.

También los modos en los que se manifiesta la presencia de las mujeres en la política son consecuencia de la existencia de estructuras patriarcales. Con sus silencios, con su limitada presencia, su inseguridad, las mujeres ejercen una crítica de cada uno de los lugares de la política. Cuanto mayor es la presencia y la dominación masculina en un organismo político determinado tanto más tiene que ver ese organismo con las lógicas del poder. Se podría enunciar un teorema o formular una ecuación al respecto.

Las instituciones políticas, el ejército, el clero, etc., son los ambientes más masculinos porque también son las más implicadas en el ejercicio del poder. Por razones distintas estas instituciones pueden cooptar a las mujeres: para sustraerse a la denuncia y a la evidencia, para recuperar credibilidad o porque tienen necesidad de una relación con el cuerpo social. El ejemplo más significativo de la distribución de lo masculino y lo femenino es justamente la Iglesia católica. Una institución que se liga a vastos sectores populares, incluso dando de comer de vez en cuando a los hambrientos y de beber a los sedientos, ha dependido necesariamente de la energía de las mujeres y de su tendencia a verse como las adictas al cura. Si una iglesia aparta lo femenino, donde sus articulaciones se sumergen en la sociedad, se levanta la cúpula de una jerarquía de poder rígidamente cerrada a las mujeres, expresión de esa capacidad de conservar las relaciones humanas más arcaicas propia de las religiones.

3. Tres temas para un feminismo anticapitalista en Italia

Las estructuras patriarcales condicionan la vida de las mujeres y construyen el género en modos bastante diversos entre ellos en el tiempo y en el espacio. La multiplicidad de las demandas –recogidas por ejemplo en la plataforma de la Marcha Mundial de Mujeres de 2000– muestra la amplitud de los problemas irresueltos a nivel global. Es evidente que las mujeres en Afganistán tienen problemas distintos a los de las mujeres francesas o alemanas y que los temas que están hoy en el centro de atención en Italia no son los mismos que los de los decenios a caballo entre los siglos XIX y XX, que fueron testigos de la primer gran oleada de movimientos feministas. Es evidente que en ambientes sociales distintos, en las diversas generaciones y en las variadas aspiraciones femeninas, los obstáculos que deben superar las mujeres no son los mismos. Todavía es necesario renunciar a la ilusión cronológica y no creer que tenemos la emancipación a nuestras espaldas. Si bien es verdad que, donde se ha conquistado la igualdad formal, tareas más complejas esperan al feminismo, también es cierto que batallas ya ganadas, problemas aparentemente ya resueltos y reacciones arcaicas vuelven a plantearse de nuevo. La violencia contra las mujeres constituye el ejemplo más claro y su mayor visibilidad tiene explicaciones diferentes y complementarias. Las mujeres denuncian hoy más a menudo lo que ayer soportaban; la opinión pública se escandaliza cada vez más ante lo que ayer absolvía; los hombres reaccionan, como sucede a menudo en las relaciones de poder, con una combinación de retrocesos y de violencias punitivas.

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El feminismo de una izquierda anticapitalista no puede referirse solo a las necesidades y a las aspiraciones de las mujeres proletarias, sino que debe hacerse suyas las aspiraciones de las mujeres en su conjunto. Naturalmente, puesto que nuestra intervención se orienta hacia ciertos ambientes, es obvio que se van a privilegiar las demandas de las trabajadoras, de las inmigradas, de las desempleadas, de las estudiantes, de las mujeres de partidos de izquierdas, movimientos y sindicatos. Estos son algunos ejemplos de temas sobre los que hemos trabajado en los últimos años y que también deberían ser prioritarios en el futuro inmediato.

a) La crítica de la guerra, del militarismo y de la violencia

La política de las mujeres dispone de los instrumentos para una crítica específica de la deriva militar-viril producida por la guerra permanente, sin contraponerle la naturaleza pacífica de las mujeres y la no-violencia femenina. La no-violencia es el contraaltar de la violencia: una y otra presuponen la inmutabilidad de las relaciones de poder. La segunda como fuerza de disuasión permanente hacia quien quiera ponerla en cuestión, la primera porque solo es capaz de desarmar a una de las partes, es decir, a aquella que en la relación de poder se encuentra “debajo” y sufre la opresión, la explotación o el expolio neocolonial. La prueba más evidente de ello la constituyen en Italia los defensores de la no-violencia: intransigentes al enfrentarse a la violencia de los oprimidos y luego constreñidos a votar en el parlamento la refinanciación de la misión militar italiana en Afganistán.

El feminismo más sagaz ya ha explicado que la presunta naturaleza pacífica de las mujeres está en gran parte ligada a la exigencia de interiorizar una agresividad que la relación de poder con los hombres no ha consentido que se manifestara. La crítica del militarismo y de la violencia (y en primer lugar de la que se ejerce contra las mujeres) se basa en algo muy distinto de la idealización de la subalternidad y de la opresión. Las mujeres pueden ejercitarla en primer lugar porque no tienen necesidad de alinearse con los estereotipos sobre los que se funda la construcción de la masculinidad. No tienen la exigencia de exhibir la dureza o la fuerza, que son fantasmas ligados a la sexualidad masculina. Más hombres padecen los efectos devastadores de las relaciones humanas en las que domina la violencia.

Nuestro feminismo contrapone a la violencia sobre la que se fundan las relaciones de poder (entre los sexos, entre las naciones, etc.) en primer lugar una sociedad en la que ese tipo de relaciones haya sido abolido. Apoya pues las resistencias, las luchas y los proyectos de transformación radical.

Está contra la guerra, el militarismo, los ejércitos y su organización jerárquica. No cree que a la violencia se responda necesariamente con violencia, considera la vida de cualquier persona un bien precioso y no solo está contra la pena de muerte, sino contra la crueldad y los excesos también de una autodefensa legítima. No teoriza, sin embargo, la no-violencia, porque reconoce el derecho de los sujetos de liberación a defender sus propios recorridos. Nuestro feminismo también responde a la violencia contra las mujeres con la lógica de la autodefensa, no naturalmente con la autodefensa armada de las mujeres contra los hombres, porque las relaciones entre los sexos se regulan de un modo muy distinto. No cree que el problema pueda resolverse mediante un recrudecimiento de las penas, incluso considerando la tutela del Estado necesaria y por el momento no sustituible por otra. Se deben entender por autodefensa las iniciativas de mujeres para crear y financiar centros antiviolencia, para que las denuncias no se vuelvan contra las víctimas y la vida metropolitana se organice fundamentalmente a la medida de las mujeres, desde el momento en que las mujeres pagan más que nadie su irracionalidad y su violencia manifiesta o latente.

Recuerda, en fin, que la política de las mujeres ha sido no armada solo en apariencia, ya que las dinámicas de liberación a menudo se han apoyado en las armas de los hombres de tendencias democráticas, progresistas o revolucionarias. Sin ir más lejos, la Resistencia al nazifascismo a su vez contenía también en su seno una importante puesta en juego para el feminismo y para las mujeres.

b) Por la laicidad y por la autodeterminación, contra el integrismo católico

Vivimos en un país que la Iglesia católica todavía considera la entidad estatal en la que ejercitar su poder temporal: nunca se ha resignado a la laicidad del Estado y la sigue combatiendo con todos los medios a su disposición. En los últimos años el ascenso de las derechas y los sistemas electorales que incrementan el poder de chantaje de las fuerzas políticas católicas han hecho todavía mayor la ceguera del clero con sus implicaciones patriarcales y homófobas. Se ha vuelto a poner en cuestión de varias maneras la posibilidad del aborto legal y asistido, se ha impedido la experimentación del aborto farmacológico, se ha aprobado una ley horrible que convierte en sujeto de derecho al embrión desde el momento mismo de su concepción; se ha manifestado, a menudo de un modo agresivo y racista, una oposición durísima contra cualquier forma de reconocimiento de las parejas gays y lesbianas. Han concluido estos días, con el acto de desobediencia civil de un médico, las vicisitudes de Piergiorgio Welby, un enfermo de distrofia muscular en fase terminal. Welby pidió durante meses ser desconectado de la máquina que le obligaba a una dolorosa supervivencia y le habría impuesto a corto plazo una muerte todavía más dolorosa. Su demanda se ha convertido en un caso político clamoroso en el que la burocracia vaticana ha entrado con toda su fuerza de presión e intimidación sobre jueces y médicos.

El integrismo católico (como, por lo demás, todos los integrismos) no solo representa una amenaza para las mujeres y para las personas homosexuales, sino para cualquier proceso de liberación, más allá de las apariencias y de los envoltorios humanitarios y pacifistas de la acción política de la jerarquía eclesiástica. Estos han tomado posición contra la guerra, pero posteriormente han avalado la idea de la “misión de paz” del ejército italiano. Sostienen la necesidad de la acogida ante los inmigrantes, pero luego apoyan a los gobiernos de la derecha autoritaria y sus leyes discriminatorias y represivas contra las migraciones. Tampoco se puede olvidar que la Iglesia católica fue una de las instituciones que favorecieron el ascenso del fascismo, del que fue posteriormente un pilar durante más de veinte años.

Evidentemente, la paz, la acogida y la democracia son para el clero católico preocupaciones mucho menores que las que la inducen a privilegiar su relación con la derecha, es decir, el control de la vida cotidiana, no solo de los fieles, sino de todo el país sobre el que desea ejercer su poder temporal. En los últimos años, el movimiento feminista y el movimiento queer han sido los únicos protagonistas de la resistencia al integrismo católico. En lo que respecta al feminismo, se ha tratado durante mucho tiempo de una resistencia débil debido a su desorientación. En el momento más delicado, cuando se empezó a confeccionar y posteriormente fue aprobada por el gobierno de derecha la ley sobre las técnicas de reproducción, organizaciones y grupos feministas se enfrascaron en una discusión en la que se hacía evidente la presión de los argumentos más sofisticados de los católicos o bien las preocupaciones por los detalles inquietantes de la investigación científica. El fantasma del científico creador de Frankenstein, temores arcaicos sobre la pérdida del poder femenino sobre la reproducción, inquietudes fundadas sobre los límites de la investigación científica o sobre el papel de las multinacionales en el tráfico de embriones se mezclaron y representaron un freno a la iniciativa, que sobre ese tema no consiguió trascender en mucho a los debates.

También por esto se perdió el referéndum por la derogación de la ley. Mejor dicho, se perdió por dos razones. La primera fue la bajísima afluencia a las urnas, que no permitió reunir el quorum necesario: la materia de la contienda era compleja y la experiencia directa (contrariamente al aborto) comprometía a un número muy limitado de personas. La segunda es que, mientras el referéndum sobre la ley que despenalizaba el aborto en los primeros tres meses de embarazo tenía a sus espaldas un trabajo de años de experiencias y de enraizamiento de los argumentos a favor de la autodeterminación, el referéndum por la ley sobre las técnicas de reproducción se decidió en los pocos meses que precedieron al voto y, en ese contexto, eran los medios de comunicación los que tenían las de ganar.

Ataques directos tardíos a la posibilidad de aborto legal, en los que se puede reconocer su substancia misógina y regresiva, han vuelto a poner en marcha al movimiento de las mujeres y, durante el mes de enero de 2006, una manifestación de centenares de miles de mujeres en Milán constituyó una respuesta eficaz. El mismo día se manifestaron en Roma por los PACS/1 las principales organizaciones del movimiento llamado LGBTQ, es decir, lesbianas, gays y transexuales. Y el 2006 ha sido en su conjunto un año de manifestaciones, iniciativas y luchas sobre temas relacionados con la laicidad y la autodeterminación.

4. La defensa de los derechos de las trabajadoras

Paradójicamente, las derrotas del trabajo asalariado y la globalización han abierto nuevas posibilidades de empleo a las mujeres. Sin embargo, no se trata de una paradoja, sino de algo en parte ya visto en la historia de las relaciones de clase.

Se ha preferido a las mujeres en las economías que se han enfrentado por primera vez al mercado mundial, porque estas han apostado por la producción intensiva en fuerza de trabajo y han hecho palanca sobre los bajos salarios, sobre los límites de la organización sindical y sobre la grave carencia de derechos. También en Europa un movimiento obrero todavía débil tuvo que afrontar, a su vez, el problema de la competencia femenina ante la fuerza de trabajo masculina, y este fenómeno explica al menos en parte los aspectos misóginos del movimiento obrero de los orígenes. La defensa de la trabajadoras también ha tenido pues el móvil de reducir el interés patronal por contratar a mujeres.

Se prefiere a las mujeres en las economías de los países más desarrollados, en los que ha crecido la componente de los servicios y los derechos del trabajo asalariado han sufrido drásticos recortes, sobre todo a través de los procesos moleculares y amplios de precarización.

La otra cara de la moneda es que también la precariedad, que afecta al conjunto del trabajo asalariado, prefiere a las mujeres, para quienes la estabilidad en el puesto de trabajo parece haberse convertido en algo casi imposible. Las leyes de protección de la maternidad actúan en este contexto como un fuerte desincentivador de la contratación indefinida; no solo, pero en una dinámica de carreras cada vez más competitivas, las mujeres están destinadas al menos a quedarse en un segundo plano o a elegir entre carrera y maternidad. A decir verdad, en la mayoría de los casos, la elección de la profesión puede revelarse imposible, más allá de los proyectos personales de vida, porque para una mujer estar en edad fecunda representa en todo caso un límite en la posibilidad de cooptación o de contratación estable.

Por lo demás, están en crisis salidas profesionales como la enseñanza, que garantizaban salarios modestos, pero horarios de trabajo y derechos compatibles con las opciones de vida de la mayoría de las mujeres.

Frente a problemas de esta naturaleza, el feminismo se ha encontrado en el pasado ante la disyuntiva entre pedir derechos específicos para las mujeres con el peligro de que se incrementaran las dificultades de contratación o renunciar a esos derechos, planteándole tarde o temprano contradicciones irresolubles.

La cuestión no se puede resolver solo desde un punto de vista de género. Las tutelas hacen más difícil la contratación cuando las relaciones sociales son desfavorables a las clases subalternas: no por casualidad el fascismo fue un tutor convencido de la maternidad. Por eso no bastan las leyes que permiten a las mujeres conciliar el trabajo con una existencia distinta a la de los hombres, es necesario imponer también formas de contratación que hagan imposible la discriminación. En Italia, durante los años setenta, una reforma del empleo de duración breve obligaba a la patronal a dar entrada a las fábricas a muchas más mujeres de lo que habría deseado. Pero muchas otras medidas son posibles.

Sobre los derechos también se hace necesario cambiar de óptica y de filosofía. Se debería reivindicar lo menos posible derechos específicos para las mujeres y pedir, en cambio, que sea la femenina y no la masculina la medida de la igualdad. Desde esta óptica, hemos rechazado la normativa europea que derogaba la prohibición del trabajo nocturno para las mujeres, pidiendo que también se extendiera a los hombres, salvo en casos excepcionales en los que el trabajo nocturno es absolutamente indispensable. O bien en el caso de las jubilaciones anticipadas para las mujeres, ante las que preferimos reivindicar los años sabáticos para las tareas de cuidado, a los que podrían acogerse tanto mujeres como hombres, del mismo modo que preferimos las bajas por maternidad-paternidad para las madres y para los padres.

Obviamente, este criterio deja de operar cuando se viola la diferencia irreductible del cuerpo. Derechos propios de las mujeres son, por ejemplo, las bajas por embarazo y parto sin pérdida de salario, la posibilidad de aborto legal y gratuito, el acceso de las mujeres de mayor edad a las técnicas de reproducción asistida. En este caso, la diferencia debe operar hasta el fondo. No se puede sostener la igualdad de derecho de los hombres a decidir, porque son los cuerpos y las vidas de las mujeres los únicos comprometidos y trastornados.

* Nota de Correspondencia de Prensa: Lidia Cirillo es una de las autoras italianas más influyentes en el ámbito del feminismo político. Es Doctora en Filosofía Política, fundadora de la colección "Quaderni Viola", y militante del PRC. Entre sus numerosos trabajos de investigación y debate, destacamos: "Mejor huérfanas. Por una crítica feminista al pensamiento de la diferencia". Anthropos Editorial, España 2002.

Revista Viento Sur
http://www.nodo50.org/viento_sur/
Traducción de Andreu Coll

Nota del traductor

1. Patto Civile di Solidarietà, es una reivindicación que defiende la aprobación en Italia de una legislación semejante a las leyes de parejas de hecho que se han ido aprobando en diversos países europeos (N del T).
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