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Democracia y participación

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Chile volvió a vivir un proceso electoral. Es decir en Chile se volvió a ejercer el derecho a voto, algo que más bien se plantea como un deber u obligación. En este participaron más de la mitad de los chilenos y eligieron una nueva administración para los próximos cuatro años. En este mismo proceso sigue habiendo un porcentaje importante de personas que no se suma al no estar inscritos en los registros electorales, grupo sobre el cuál nos han hecho creer que sólo se trata de jóvenes, situación que no es completamente cierta.

¿Y qué viene ahora? Esa es la pregunta que uno podría hacerse. O ¿qué pasa con toda esa gente que participó en cualquiera de las campañas? ¿Qué pasa con toda esa gente que se sumó a los actos de cierre de campaña? (Supongo atraídos por lo que representaban los candidatos y no porque estuvieran Miguel Bosé, Ana Belén o Miguel Piñera). O ¿qué pasa con aquellos que salieron a celebrar en enero? ¿Entran en hibernación? ¿Guardan sus banderas, sus ideas, sus demandas, sus ganas y se van para la casa y no vuelven a aparecer hasta la próxima elección? ¿Eso realmente pasa? ¿Con esa participación basta y sobra? ¿Esa es la democracia? Es decir le entregan el poder a una serie de señores y señoras y se vuelven tranquilos a sus casas creyendo que todo lo prometido será verdad y que en la próxima elección evaluaran cómo lo hicieron y decidirán si les vuelven a comprar sus discursos.

Esto me hace recordar a la anarquista Federica Montseny, quien en una entrevista manifestó que “la democracia encierra muchos peligros, porque hace que el pueblo confíe en líderes, en fuerzas políticas, y que no actúe de una manera decidida”. En cambio, agregaba que creía mucho más “en las mayorías auténticas, que no están teledirigidas por nadie, que son espontáneas, que surgen de su propio seno”. Revisando estas palabras y mirando lo ocurrido en Chile en los últimos años, uno podría pensar que movimientos bastante incipientes de comunidades afectadas, principalmente por temas ambientales o sociales, sirven para ilustrar una forma distinta de participación, donde la motivación es natural, donde la búsqueda de cambios o de oposición es permanente y no sólo cómo un producto del marketing electoral.

Lo ideal sería ver a una sociedad comprometida con sus acciones, exigiendo respeto por los compromisos, manifestando su descontento de manera real con lo que no se cumple, planteando sus demandas y fiscalizando a sus representantes. La otra cara, es la que hemos vivido desde 1990 en adelante, y que corresponde a esa cómoda y poco seria situación de ir a votar y olvidarse de las responsabilidades que hay en ello.

Ni siquiera me quiero imaginar una situación de inscripción automática y voto voluntario. Esto nos puede llevar a peores situaciones de participación que las que ya tenemos. En ese escenario los gobiernos elegidos serán cada vez menos representativos y gobernarán sólo para el interés de unos pocos  grupos y clases en detrimento de las mayorías. Aunque eso también lo hacen ahora.

El autor es Periodista y colabora con Oceana, Oficina para America Latina y Antartica
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