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Alias: ¡Lucía!

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Del grotesco dictador paraguayo Alfredito Stroessner se sabe que, en su exilio brasileño, cada mañana se asomaba en calzoncillos a un balcón de su departamento que miraba al aeropuerto de Sao Paulo y ahí, gritando en un guaraní lleno de resonancias germánicas, declaraba personas no gratas a unas veintena de hombres y mujeres elegidos al azar en la guía telefónica de Asunción.

Del ex–simio prócer y proyanqui Anastasio Somoza se sabe que, antes de terminar reventado en una calle de Asunción gracias al heroico sacrificio de un grupo de vengadores argentinos, chilenos y nicaragüenses, solía telefonear cada mañana a Washington exigiendo una conferencia urgente con el presidente de Estados Unidos. Como jamás consiguió que atendieran a su petición, cada llamada culminaba con un rotundo “métanse al séptimo de caballería en el culo”, y luego se largaba a realizar sus chanchullos bancarios entre Puerto Stroessner, hoy Ciudad del Este, y Ginebra. Mañana, muy pronto, se dirá que las postrimerías del clan Pinochet estuvieron marcadas por la música de la película El Padrino flotando como una maldición en la casa de Los Boldos.

Es curioso y notorio como la fealdad que siempre caracterizó a esa familia de criminales y pungas ha ido aumentando, en una suerte de in crescendo monstruoso que, lejos de provocar la humana lástima que siempre inspiran los feos y las feas con alevosía, generan en cambio carcajadas y ganas cantar “que se mueran los feos”. A esa fealdad atroz –jetas caídas a fuerza de odiar, ojos reducidos de tanto mirar al suelo, cuerpos deformes por la gula carroñera- se agregan ahora una serie de tics, contracciones faciales involuntarias, locuras del esfínter y un andar de pisahuevos cuya única explicación posible es el miedo, pero un miedo ocasionado por algo que no entienden, y que se llama justicia, simplemente así, a secas: justicia. Con seguridad, los ojillos de ratas asustadas del clan deben buscar los ojos antaño voraces e implacables del patriarca, pero la vieja ruina se encuentra demasiado lejos del padecer de su camada, más empeñado en las triquiñuelas legales que le permitan salvar esa parte del botín que aún no conocemos, o ensayando sus ataques de locura.

Lo triste, porque incluso la porquería que representan los Pinochet genera alguna tristeza, es que todavía existan imbéciles como Jovino Novoa, que alientan en ellos la idea de la conspiración comunista, de la persecución, y de la conjura en su contra. Lo triste, es que sujetos como Novoa ocupan cargos institucionales que no merecen, son pústulas de un pasado que deben ser extirpadas con urgencia.

La fuga de Lucía, y da lo mismo como terminé su aventura, es una demostración que los contactos en Miami todavía son fuertes, capaces de ofrecer alguna seguridad, si no a todo el clan, por lo menos a parte de él. Las vinculaciones con la Fundación Cubano Americana –ahí reclutaron a los asesinos de Orlando Letelier- todavía no son debidamente investigadas, y es evidente que de ese campo de relaciones surgió el viaje de Lucía, que salió “clandestina” hacia Mendoza y terminó durmiendo esposada y con un mameluco naranja en una cárcel norteamericana.

Ni al viejo chacal, ni a la vieja hiena de Cema Chile, ni a una tonta y fea como Lucía se le habría ocurrido una fuga tan espectacular, y que coincide con las molestias de los sectores más retrógrados de la derecha estadounidense, gusanera cubana incluida, que ve con alarma el auge de la democratización en América Latina, las elecciones de gobiernos progresistas y de izquierda. Lo cortés no quita lo valiente ni la fealdad quita lo canalla. Los norteamericanos que ficharon y preguntaron por su alias a Lucia, también han de haber consultado por los motivos del viaje.

Si regresa a Chile, su fuga no debe ser misericordiosamente considerada como la metedura de pata de una tonta fea, sino que se debe indagar en todo lo que significó ese viaje: ¿Quién dio la idea? ¿Quién lo organizó? ¿Qué iba a hacer en los Estados Unidos? ¿Cómo y de qué iba a vivir en Los Estados Unidos? Este año 2006 debe ser el año de la justicia, y después, que se mueran los feos y las feas.
El autor es adherente de ATTAC y colaborador de Le Monde Diplomatique
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