(APe).- Pequeñas sombras y míseros gritos, apenas lo humano, que ya ni conmueve a las estrellas. Algo está allí, desafía los sentidos, forcejea con la eternidad, se estremece pálido y al fin se aquieta. No hay músicas en la agonía…
Cae la lluvia y podría no caer; el corazón está seco y la tierra como nunca, árida… Ahora es momento de tormenta, los rayos bailotean en las torres y las aves de rapiña recogen sus alas. Ya volarán…
Un viento sin origen abre las puertas para una nueva vuelta de tuerca en la ciudad. ¡Hay más! Siempre hay más si el animal del aullido roe las frentes celeste… Lo atroz en el alma, anhela y espera…
Ante nuestras narices, un ángel de ausencias recorre las sombras sagradas; se detiene en ellas, diríase que las reconoce y las besa…
El temblor manso se extiende por las calles, se da la mano con el perfume espeso de las coronas mustias, apiladas en los bordes del cementerio.
Bajo las nubes de noviembre, todavía amenazadoras, aparecen los niños. El desierto de la salvación retrocede junto a ellos. Todo lo sucio, lo roto, lo descartado y lo expulsado de sí como pura porquería, está con ellos.
También Dios está en ellos, pero Dios, no lo sabe. La policía tampoco lo sabe, así que muestran sus pistolas como si fueran los diez mandamientos.
Los ojos de los niños no perdonan. Nacieron a la vida en un espacio cruel, en un tiempo de espanto, y a la espera de la muerte en la soledad de soledades que guarda la muerte viven. Como el aire del basural, apestan. Peor que las moscas, molestan. No hay lirios aquí. Que el hipócrita de culo limpio escupa contra su propia tumba.
Sin que cumpla cinco años la inocencia, antes que el astro más pálido gire alrededor de su belleza cinco años, millares de niños -oh, sí, niños, el llanto de sus cuerpitos-, morirán en el olvido, sin nombre quien no comió y sin nombre quien les quitó la comida, mientras las huellas de sus pies se pierden en el desierto…
Más allá de la tristeza. Por fuera del agobio. Las gotas de lluvia son iguales a las gotas de lluvia, apenas nos hacen pensar en el sol…
El hambre no perdona a los niños de la ciudad voraz. Igual que los perros callejeros que husmean al verdugo, igual que los dioses de labios fríos, así morirán.
Cuando lleguen nuevas lluvias porque se anuncian prontas lluvias, puede ser que resuciten los dioses, pero los niños del hambre no resucitarán.
09/12/08
* Fuente: Agencia Pelota de Trapo
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