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Israel es un sueño

Israel es un sueño
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07 de agosto de 2024

Israel es un sueño1
Rodrigo Karmy Bolton2

Si no existiera Israel, los Estados Unidos tendrían que inventarlo.”
Joe Biden

La pregunta que convoca al presente escrito es si podría decirse, con total facilidad, que Israel es, en efecto, un “aliado” de los Estados Unidos. Frecuentemente, el término “aliados” define a Estados cuyas relaciones diplomáticas están fundadas sobre el cumplimiento de fines comunes. Así, un Estado y otro establecerán relaciones de “alianza” conservando sus mutuas diferencias, pero estableciendo un trabajo de cooperación conjunto en razón de una serie de materias que les anudan en común.

Pero la cuestión que concierne a la relación entre el Estado de Israel y los Estados Unidos es algo de otra naturaleza. Esta otra naturaleza es lo que me interesa. Punto decisivo para mostrar que Israel no es un simple “aliado” de los Estados Unidos sino, lo que podríamos llamar, un “sueño”. Y un sueño no es algo vano. Como veremos, constituye una materialidad tan decisiva que ha podido ofrecer apuntalamiento a la forma imperial euroatlántica desde hace siglos. A esta luz, las palabras del joven Joe Biden cuando visitó Tel Aviv en 1986 puestas en el epígrafe condensan mucho más de lo que querrían, mucho más de lo que se le podría atribuir y, algo menos de la hipérbole de una conciencia.

En la medida que Israel no es un “aliado” en el sentido en que lo concibe la teoría política sino un “sueño”, la primera cuestión –quizás la más importante de todas- que cabe analizar es, precisamente, ¿qué es un sueño? A continuación, nos proponemos trabajar en base a este problema.

Ilustración: poster diseñado por el artista @anzniamz (fragmento) y publicado en acceso libre por @flyers_for_falastin (prohibida su reproducción comercial

1.- Ilusión

En 1900 un joven Sigmund Freud publicaba La Interpretación de los sueños (Traumdeutung). En función de un pormenorizado análisis de algunos sueños de sus pacientes, Freud va mostrando el funcionamiento del aparato psíquico y, en ello, va construyendo algunos términos y fórmulas que serán clave para mostrar la paradojal lógica de los sueños: lejos de la concepción ilustrada en que el saber solo pasa por la conciencia, los sueños vienen a mostrar que pervive otro saber, que pasa por los sueños y desde los cuales el devenir psíquico se expresa en la medida que en él se juega la represión de un deseo producto de la “censura” ejercida internamente:

[…] daremos razón de todo lo que el análisis de los sueños de displacer ha traído a la luz si modificamos como sigue la fórmula destinada a expresar la esencia del sueño: El sueño es el cumplimiento (disfrazado) de un deseo (sofocado, reprimido).” (Freud, 2000: 177)

Que el sueño sea un “cumplimiento de deseo” significa que el proceso onírico implica el ejercicio de la represión que ofrece el terreno a partir del cual surgirá el sueño. Solo porque tiene lugar la represión habrá ensoñación en la medida que esta última constituirá su “cumplimiento”.

Pero es importante atender al término “disfrazado” que usa Freud para designar la naturaleza de dicho “cumplimiento”, pues no se trata de realizar el deseo como de compensarlo imaginariamente. En esa medida, no se trata simplemente que el sueño pueda cumplir el deseo al precio de desviar su objeto original sino, de manera mucho más radical, de entender que, para Freud, no habrá jamás “objeto original” o, más bien, que todo “objeto original” será visto desde ya como desviación, una alteración de la (im)propia dirección del deseo. Esto significa que el deseo es nada más que desviación y que, como lo señalará el propio Freud respecto de la cuestión de lo pulsional, o años más tarde el propio Jacques Lacan respecto del “objeto a”, en rigor, el deseo no sería nada más que variabilidad absoluta. Nada “original” ni “auténtico” tiene lugar en el deseo, tan solo un flujo que recibe cortes metafóricos y/o metonímicos por parte del entramado de la “cultura”. Y, precisamente porque ya en la fórmula que Freud nos ofrece sobre el sueño (“el sueño es cumplimiento de deseo”) la cuestión de la “represión” resulta un requisito cultural crucial es que su modelo no estará simplemente orientado a explicar la clínica individual de los seres humanos, sino que constituirá un modelo social que se expresará en la serie de “textos sociales” entre los que se encuentran El porvenir de una ilusión escrito en 1927.  Si bien, había sido en Psicología de las masas y análisis del yo de 1921 cuando Freud había esbozado el término “ilusión” como el mecanismo que permitirá la cohesión de las instituciones sociales, es en su texto de 1927 donde dicho término vincula mucho más estrechamente la teoría onírica desarrollada en 1900 con la cuestión de la “religión” sobre la que Freud se detendrá en El Porvenir.

A partir de aquí, Freud sigue las huellas del término “ilusión”, desarrollándola de una forma más acabada en Porvenir de una Ilusión de 1927. Para Freud, dicho término puede explicar los fenómenos de obstinación que experimentan los seres humanos cuando se vinculan a la dimensión religiosa, el hecho de que, incluso, pueden llegar a decir credo quia absurdum (“creo porque es absurdo”). Justamente, analizar los mecanismos teológico-políticos de las instituciones resulta decisivo cuando lo que ahí se juega es precisamente el problema de la obediencia: ¿por qué obedecemos? ¿por el contenido de aquello que nos es mandatado y que racionalmente consideramos “bueno” o, lo consideramos “bueno” precisamente porque lo obedecemos? Y si esto es así ¿por qué obedecemos, qué elemento de dicha institución moviliza de tal forma los afectos que vuelca a los cuerpos a una obediencia a veces absoluta? En este escenario Freud plantea una pregunta crucial: “¿En dónde radica la fuerza interna de estas doctrinas, a qué circunstancias deben su eficacia independiente de la aceptación racional?” (2000: 29). La pregunta freudiana no apunta a la cuestión de la representación en sí como a su “fuerza interna”, esto es, al monto afectivo que les da consistencia.

Indagar en torno a la “fuerza interna” significa, pues, atender a: […] la génesis psíquica de las representaciones religiosas. Estas que se proclaman enseñanzas no son decantaciones de la experiencia ni resultados finales del pensar; son ilusiones, cumplimientos de los deseos más antiguos, más intensos, más urgentes de la humanidad; el secreto de su fuerza es la fuerza de estos deseos.” (2000: 30) Ni la “experiencia” (en el sentido que lo entiende el empirismo), ni los “resultados finales del pensar” (en el sentido que lo entiende el racionalismo) dan curso a dichas “enseñanzas”, sino que éstas acusan pertenecer a un nivel distinto que concierne a la sensible textura de la imaginación pero que, en virtud de las vicisitudes de la Ley ha sido capturada al punto de convertirse en “ilusión”.

Nada podremos saber acerca de la estructura teológica política del poder si no volvemos, por tanto, a la Interpretación de los sueños. Dicho ensayo revela su profundidad política precisamente a propósito de la noción de “ilusión” con la que Freud define el “eficaz” operar de las “representaciones religiosas” desde Psicología de las masas hasta Porvenir de una Ilusión. A esta luz ¿qué es una “ilusión”? Justamente lo que, en 1900, Freud reservaba para el sueño: un cumplimiento de deseo.

Si bien, el propio Freud explicita en el Porvenir que sus reflexiones sólo apuntan a las “representaciones religiosas”, sabemos que, siguiendo el propio trabajo de Freud, el problema de la ilusión no es simplemente religioso (Iglesia) ni tampoco puramente político (Ejército), sino el dispositivo teológico político por excelencia. El término “ilusión” se muestra siempre como un punto de conexión o articulación entre lo teológico y lo político un plexo que articula un doble poder o, si se quiere, que le ofrece el plus de goce necesario al poder. Así, la cuestión decisiva reside en que, a partir de una represión que desvía –y más bien produce al deseo- el mecanismo del cumplimiento de deseo constituirá la materialidad –el afecto, la imaginación constitutiva- de una institución que descansa únicamente sobre el dispositivo de la “ilusión”. En toda institución los seres humanos experimentarían una captura de la imaginación en la medida que ofrece, de manera “disfrazada”, una compensación imaginaria a los sueños que no se pueden cumplir por sí solos.

La estructura teológico-política de la institución requiere de la ilusión precisamente porque ella funciona como si ella pudiera realizar completamente todos sus deseos en la medida que se disfraza de una hiperpotencia gracias a la ilusión de la que la inviste estructuralmente. En este sentido, la constatación freudiana de que, quienes experimentan la religión operan en base al credo quia absurdum, encuentra una explicación en el preciso ámbito de los sueños: la teoría onírica ofrece el correlato que una teoría política necesita.

Los seres humanos son capaces de desmentir cualquier discurso racional, de apelar solo a la voluntad, de abstraer toda la realidad y simplemente mantener firme la “creencia”. ¿Sobre qué se funda la “creencia” por tanto? A partir de esta pregunta, no deja de ser pertinente señalar que en Psicología de las masas Freud haya problematizado a las “masas artificiales” (las instituciones) poniendo como ejemplo a la Iglesia y al Ejército porque precisamente su análisis, que atraviesa a los diversos “textos sociales”, está centrado en mostrar el mecanismo interno a partir del cual funciona la teología política (Rozitchner, 1977).

De esta forma, ¿sobre qué se funda la “creencia”? La respuesta de Freud no se hace esperar: sobre la ilusión como pliegue amoroso que (des)figura su objeto en la forma de Cristo, el General o, incluso y sobre todo, el Capital (Rozitchner, 20003). En suma, se trata siempre de la confiscación de la imaginación por la égida del signo sobre cuya “ilusión” se funda una específica forma de obediencia, sea a la Iglesia, al Ejército o al Capital (que, en rigor, condensa las dos formas previas).

2.- Israel

¿Qué puede ser Israel en este escenario? Más allá de un “aliado”, ha de ser comprendido como un sueño o, si se quiere: un “cumplimiento de deseo” del Padre: el Imperio británico. Históricamente, se trata de una ilusión producida a partir de la experiencia de la Gran Bretaña imperial y el surgimiento del sionismo cristiano (Lewis, 2010). De esta forma, Israel puede ser visto como un “cumplimiento de deseo” de la misma razón imperial, el sueño “inventado” desde el evangelismo calvinista y anglicano protestante que terminó articulándose en la forma de una teología política de tipo dispensionalista (Masalha, 2010): se trata de una oikonomía, es decir, de un momento en el que Dios ingresa a la historia para la salvación de los seres humanos (la encarnación), justamente a partir de la distribución de los signos (la dispensión) donde la cuestión de la restauración judía a su supuesta “tierra” constituirá el signo decisivo (Agamben, 2007). Una vez los judíos pueblen Palestina –señala dicha teología- el reino de Cristo triunfará por todos los rincones de la tierra y los judíos comenzarán su proceso de conversión cristiana. La dispensión no es más que oikonomía, distribución de los modos en que Dios actúa sobre los seres humanos en un determinado momento.

El historiador Donald Lewis ha reconstruido de manera muy precisa el proceso por el cual se desarrollan las tendencias de un tipo de evangelismo sionista desde el siglo XVII que, como forma de reacción al acontecimiento de la Revolución Francesa, encontrará un desarrollo propiamente político que no sólo le permitirá ocupar puestos de poder en el gobierno británico sino, sobre todo, constituirá el dispositivo productor del imaginario sionista y cristiano de la Gran Bretaña imperial. Lewis identificará a la figura de Lord Shaftesbury como la figura que habría cristalizado la politización definitiva del sionismo cristiano hasta constituirlo en la pieza fundamental de la forma imperial británica.

Según Lewis, la teología dispensionalista (sus diversas formas de ella presentes en el pietismo alemán como en el evangelismo inglés) habría estado originalmente restringida a las comunidades evangélicas que hacían trabajo social y de caridad en Inglaterra y Alemania. Pero hubo dos formas que constituirán los dos polos contra el que el evangelismo británico se opondrá: por un lado, la Revolución Francesa que, al modo de una reacción, habría modificado para siempre la actitud y trabajo de dichas comunidades, politizándolas y llevándolas a alcanzar puestos de poder en el Estado británico. Podríamos decir que, si Alemania reacciona a la Revolución Francesa con la emergencia del romanticismo, Inglaterra lo hace con la politización radical de su evangelismo. Por otro lado, el Catolicismo Romano que, opera como el reverso imaginario de la Revolución Francesa y sobre el cual el evangelismo británico también mostrará su enemistad en la medida que simboliza la corrupción de la palabra de Cristo acometida por la Iglesia Católica y el antisemitismo fraguado contra los judíos.

En esta escena, el evangelismo intentará articular una política más allá tanto del secularismo francés como del catolicismo español, una geopolítica cuyo ápice se anudará en la cuestión del […] filosemitismo como un marcador central de su identidad […] (Lewis, 2010: 102). Acoger a los judíos, ayudarles e impulsar una política orientada a llevarles de “retorno a su tierra” van a constituir los tópicos centrales de este discurso. Tópicos, por cierto, cuyos conceptos propiamente teológicos deben ser vistos como conceptos propiamente geopolíticos. Como veremos, el sionismo cristiano fue siempre una geopolítica de corte imperial.

Sin embargo, a partir del trabajo de Lewis, me pregunto: ¿qué es lo que hace que el evangelismo británico devenga “filosemita”? Lewis ofrece explicaciones históricas, pero no ingresa al punto que, me parece, constituye el núcleo del asunto: no es solamente que el Catolicismo Romano había tenido una relación anti-semita con los judíos y que, entonces el nuevo imperio británico debía asumir otra actitud simplemente para diferenciarse de sus enemigos católicos sino que, desde mi punto de vista, aquí se juega el hecho que el evangelismo inglés ve en los judíos al pueblo de la revelación originaria, el primero en recibir la letra y palabra revelada por parte de Dios. Si se trata de leer la Biblia sin mediaciones institucionales (Catolicismo Romano) y sin caer en el secularismo (Revolución Francesa) entonces, es preciso volcarnos sobre lo originario de esa letra, de dicha palabra. Y lo originario –será imaginado por teólogos de la época- residirá precisamente en los judíos que, como “pueblo elegido” portaría consigo la autenticidad de la palabra divina. Esto implicará situar a Gran Bretaña como el poder capaz de acoger esa palabra originaria y, por tanto, identificarse con el “Padre” de manera mucho más cercana, auténtica y verdadera que el Catolicismo Romano y la corrupción de su Iglesia por un lado y que la Revolución Francesa y su secularismo igualmente corrupto y aterrorizante, por otro.

A esta luz, la teología dispensionalista forjada en y como sionismo cristiano traduce todo el vocabulario bíblico en la forma de un imaginario imperial (territorial y expansionista), en el que Gran Bretaña asume la histórica misión de acelerar el proceso de restitución de los judíos (el pueblo, bíblicamente originario) a su tierra (Palestina, la tierra igualmente originaria):

La creencia de que Gran Bretaña tiene un rol especial que jugar en el eventual reasentamiento de los judíos en un hogar en Palestina fue una innovadora interpretación planteada por aquellos asociados con la reemergencia del interés en la profecía bíblica en 1820s […] (Lewis, 2010: 115)

La “creencia” recalca Lewis –su ilusión, por tanto-, constituye el dispositivo clave aquí, la forma política cuyo contenido se articula como el de una misión histórica que hace de Gran Bretaña una “nación elegida” que deberá restituir el lugar del “pueblo elegido”. La lectura imperial de dicha misión es clara: se trata de arrebatar los territorios de Palestina al dominio turco e impedir que otras potencias europeas los dominen, en especial, para profundizar la apropiación y control británico del Canal de Suez (Regan, 2017).

La instalación de una Iglesia Anglicana en Palestina a principios del siglo XIX como de un consulado posteriormente (incluso bajo potestad turca) constituyeron los dispositivos preparatorios no solo para el ingreso de las tropas del General Allenby en 1917 sino para la redacción de la Declaración Balfour cuya textura imaginaria está completamente constituida por la nueva ilusión imperial británica articulada por el sionismo cristiano que funciona como una plataforma del movimiento colonial del sionismo judío. Imaginar a Gran Bretaña como la “nación elegida” resulta crucial porque ello implica situar a dicha nación en una relación de cercanía a Dios, precisamente a través de los judíos, a quienes por cierto se les expulsa benévolamente desde Europa hacia Palestina. En este sentido, lo que Lewis no advierte son algunos puntos precisos pero fundamentales para entender el asunto:

1) La obsesión evangélica por los judíos tiene que ver con una forma de acceder a la palabra originaria de Dios por parte de cristianos que han rechazado a la Iglesia Católica y a la nueva República francesa. Acceder a dicha palabra significa situarse por sobre el mundo católico y secular y, por tanto, asumir una investidura “divina” auténtica y verdadera, propia de la palabra revelada.

2) Que el filosemitismo británico, en realidad, fue el reverso del antisemitismo articulado en base a la teología dispensionalista que ofrecía una lectura teológico-política para la empresa imperial británica y sus geopolíticas orientadas al dominio del circuito comercial del planeta, cuya lectura teológica está signada con la idea de que la territorialización judía en Palestina iniciaría el proceso de “conversión” judía al cristianismo. Así, por fin el Cristo podrá regir sobre la tierra o, lo que es igual, por fin el capitalismo atlántico –liderado por Gran Bretaña- podrá dominar todas las fronteras.

De esta forma, la promoción de un Estado judío en Palestina no solo surge mucho antes que se fundara el Estado de Israel en 1948 sino que emerge de la propia ilusión británica y su sionismo cristiano. La tesis dispensionalista que da curso al imaginario imperial británico es que, una vez asentados los judíos en Palestina podrá regresar el Mesías para consumar su conversión y así dominar enteramente el planeta. El “filo-anti-semitismo” no solo permitirá expulsar a judíos de Europa como parte de un plan salvífico sino además erigir a Gran Bretaña como la nación “elegida” por Dios para llevar a cabo dicha misión.

En este registro, es necesario pensar que, la teología dispensionalista, con modificaciones internas importantes, no será privativa del imaginario imperial británico, sino que formará parte, a su vez, del imaginario imperial estadounidense que relevará geopolíticamente a Gran Bretaña después de la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, me parece que es necesario advertir dos puntos clave:

En primer lugar, que el sionismo cristiano no sería otra cosa más que la ilusión sobre la que se funda el imperialismo euroatlántico en su forma anglosajona: no hay posibilidad de que dicho imperialismo prescinda del sionismo que le es constitutivo porque forja un filosemitismo que garantiza el estatuto imperial de Gran Bretaña y Estados Unidos en la medida que les ofrece la ilusión de acceder a la dimensión más originaria de la revelación, aquella que, según describe la Biblia, Dios reveló a los judíos con las tablas de la Ley en el monte Sinaí. Esto significa que, efectivamente, el sionismo cristiano no hizo más que inventar a Israel y que, por tanto, su imaginario imperial depende enteramente de la existencia –siempre imaginaria, por cierto- de Israel. La dominación euroatlántica no puede permanecer intacta si es que no inventa continuamente a Israel porque solo él sería el garante, el pivote o soporte del acceso originario a la palabra del Padre. Tal como señalaba Freud a propósito de las “masas artificiales”: una vez que la ilusión se difumina entonces todo el armatoste cae.

En segundo lugar, el sionismo judío: forjado desde la segunda mitad del siglo XIX –una vez que el sionismo cristiano ya estaba asentado como formación imperial- y cuyo texto fundamental será El Estado judío (Herzl, 1960) de Theodor Herzl, el sionismo judío puede ser entendido, por tanto, como un cumplimiento de deseo del sionismo cristiano. La invención del Estado judío resulta nada más que una ilusión, es decir, un cumplimiento de deseo del poder imperial en la medida que este último necesita de aquél para sostenerse. Solo así puede imaginar que ingresa a un dominio originario de la revelación y, por tanto, investirse en una autenticidad mayor que la de cualquiera de los imperios del mundo: su derecho a apropiarse de la tierra se funda sobre la ilusión de restituir la palabra revelada cuya forma originaria habría sido expuesta al pueblo judío. En este sentido, el sionismo judío es el sueño hecho realidad del sionismo cristiano y la fundación del Estado de Israel su cristalización geopolítica fundamental. El hijo (sionismo judío) de un Padre (sionismo cristiano) sobre el cual dispensa su oikonomía en la forma de la salvación de los judíos restaurándoles en Palestina como su supuesta tierra.

A esta luz, hemos de llegar al problema de fondo del sionismo judío: porque es un hijo del Hijo a partir del cual este último se afirma como tal, puesto que queda investido del favoritismo del Padre (pues en su oikonomía, se orienta al cumplimiento de su misión histórica de “restaurar” la otrora patria judía), el sionismo produjo una debacle en la tradición judía y su diversidad religiosa (Sand, 2010). En cuando hijo del Hijo el sionismo judío devela su estructura “cristiana” de tipo dispensionalista. Su total continuidad con la oikonomía, si se quiere. Cuestión que funda una debacle que concierne al borramiento del judío como diferencia y su identificación plena al blanco del humanismo euro-atlántico.

El judío israelí deviene así una subjetividad convertida al cristianismo imperial europeo (en particular su evangelismo) precisamente por su posición en la trama de relaciones de poder, esto es, que se inscribe como un pueblo que funda un Estado liberal, racista, colonial, es decir, un Estado propiamente “cristiano” que no se diferencia en casi nada de cualquier otro Estado de factura “europea”. Quizás, la frase presente en El Estado judío de Theodor Herzl según la cual el Estado judío se propondría como una “avanzada” de la civilización frente a la “barbarie asiática”, confirma exactamente este problema (Herzl, 1960).

Se establece así una identidad y triunfo del humanismo “blanco” que, incluso, puede llegar a asimilar al otrora judío, borrando enteramente su diferencia y convirtiéndolo en un adalid de la “civilización”. Así, se nos presenta una paradoja: cuando las comunidades judías vivían en el interior del territorio europeo, por ventura del racismo, fueron consideradas no-europeas y cuando ahora no viven ahí porque lo hacen en el exterior bajo la “protección” del Estado de Israel, son tratados como verdaderos europeos. La violencia imperial europea confirma una hipótesis brutal: sólo si los judíos yacen “fuera” de territorio europeo pueden ser considerados “europeos”. De vivir “dentro” ello implica la posibilidad siempre cierta de ser condenados a los campos de concentración.

3.- Colapso

La lucha Palestina ha sido tan difícil, porque ha sido prácticamente negada en virtud de la conservación de la ilusión problematizada: porque si no se la niega y se advierte su lucha anti colonial contra el mandato británico primero y el Estado sionista después, lo que se quiebra es precisamente la permanencia de la ilusión, el hecho de que ésta se funde en la idea de que el Estado de Israel se presente como la instancia de la salvación de los judíos –y, por antonomasia, de la “humanidad”, según marca el discurso imperial. Por cierto, que los judíos sean presentados como los que deben ser salvados por el imperio británico ya les subjetiva en la forma de víctima (el sionismo cristiano ya hacía referencia al antisemitismo producido por los católicos), lo cual se intensificará después del exterminio nazi que el sionismo articulará a partir del término sacrificial y cristiano de “Holocausto”. ¿Es casual que se haya usado ese término cuando toda la historia del sionismo es la del cumplimiento del deseo cristiano y, por tanto, la teología del hijo del Hijo?

Precisamente por eso la “salvación” ha estado a cargo de la “nación elegida” en su doble relevo británico y estadounidense (hijo del hijo del hijo, al final) y cuyo léxico religioso, tal como todo el léxico sionista, se entendió siempre en base a un léxico propiamente territorializante y colonial de la “seguridad”. Así, la noción de salvación se traducirá concretamente en la securitización. Y si todo consiste en inventar a Israel una y otra vez, en reafirmar la ilusión tantas veces como sea necesario, entonces, ello redunda en el despliegue de la securitización total como matriz técnica del colonialismo de asentamiento. Matriz que tendrá a la ilusión como el dispositivo que le ofrece un estatuto excepcional por el cual un pueblo se inviste plenamente de los poderes del Padre originario (Dios). El máximo poder es otorgado, por tanto, y la noción de “pueblo elegido” termina siendo leída desde una matriz propiamente soberana a partir de la cual el sionismo (cristiano y judío, judeo-cristiano, por tanto) se entiende como movimiento colonial. En otros términos, la ilusión es la soberanía, el nudo que ofrece llevar el mensaje originario, la revelación auténtica, la palabra verdadera.

Israel fue inventado, por tanto, antes de su cristalización en la forma del Estado-nación sobre territorio palestino. Pero, en cuanto cumplimiento de deseo, la ilusión debe operar continuamente, inventarse cada vez. Por eso, su estatuto no es sustancial sino performático: Israel existe porque el sueño del cristianismo sionista no se detiene. Este se cristaliza en la colonización como realización de la misión histórico-salvífica (oikonomía). De ahí que el argumento sionista, según el cual, “esta tierra es nuestra porque el texto bíblico así lo dice” puede parecer extraño, pero debe ser entendido a partir de la ilusión como mecanismo performático que combina excepción y ley, religión y secularismo, soberanía y economía, como dos planos de una misma máquina.

Quizás, a partir de aquí podemos inteligir con mayor precisión la intervención de Biden de 1989 en la medida que en ella se pone en juego la misma religión del capital: si Israel no existiera los Estados Unidos tendrían que inventarlo. ¿Por qué? Porque sin Israel ni Gran Bretaña ni los Estados Unidos no podrían haberse autoafirmado como imperio. Su idea imperial depende de Israel como su “fuerza interna”.

En este sentido, la posibilidad de quebrar la ilusión resulta la apuesta política más decisiva de toda la resistencia palestina y su solidaridad. Sobre todo, porque Palestina funciona como una metonimia en la que el todo depende (atlantismo), de manera radical, de la parte (Israel). Por eso, lo crucial es advertir que, sin duda, Palestina ha sido un territorio de paso que permitió al imperialismo anglosajón trasladar las mercancías desde la India hacia el Mediterráneo, pero, tal posibilidad, se articuló a partir de esta ilusión ofrecida por el sionismo cristiano. Palestina no tiene pozos petroleros ni gasíferos tan importantes como en otras zonas de la región, su geopolítica pareciera haber sido casi siempre periférica respecto de otros centros de poder. Si bien es cierto, Palestina fue importante como puesto geopolítico para cuidar el control británico del Canal de Suez y el paso de los pozos petroleros desde Persia e Iraq, la clave es que tal geopolítica se funda en la ilusión sionista y no al revés, puesto que la concepción imperial ha sido ofrecida por la invención de Israel en cuanto sueño.

El sionismo será, pues, la ilusión imperial anglosajona, que convertirá a Palestina en la vanguardia colonial occidental en Medio Oriente, tal como el propio Herzl señalara al referirse al Estado judío como una “avanzada” frente a la “barbarie asiática”. Pero si toda la trama imperial anglosajona depende de su capacidad o no de inventar a Israel, podemos volver sobre Freud cuando recordaba que, una vez que la ilusión se difumina, se difumina así todo el ensamble. En este sentido, una vez caída la ilusión sionista, todo su conglomerado se ve alterado al ingresar a una fase de agotamiento radical. Es decir, no se trata de pensar la lucha Palestina como una lucha contra el sionismo como proyecto de nacionalismo estrecho, sino de entender que en dicha lucha se juega algo mucho más que la permanencia o no del Estado de Israel pues concierne a toda la máquina imperial de corte euroatlántica: si Palestina prevalece, toda la maquinaria experimenta su tormenta.

Quizás, esta es la razón por la cual el acto de resistencia perpetrado por las milicias palestinas lideradas por Hamás el día 7 de octubre de 2023 hayan puesto a Israel en un estado de vulnerabilidad completa, porque precisamente lo que logró arrancar fue su ilusión. Y, en efecto, no es casualidad que dicha vulnerabilidad imaginaria coincida punto por punto con el retroceso hegemónico estadounidense y europeo en la región que se advierte desde el fin de la ocupación en Afganistán en 2020. En otros términos, es toda una ilusión la que se está descomponiendo donde el sionismo judío –en sus diversas formas y líneas- está ingresando en un desesperado momento de colapso.

Al respecto, ha sido el historiador Ilán Pappé quien, en un reciente artículo, ha identificado seis “indicadores” que vendrían a sintomatizar lo que él denomina el “colapso” del proyecto sionista (Pappé, 2024): en primer lugar, percibe una fractura de la sociedad israelí entre una clase liberal secular que Pappé llama “Estado de Israel” y otra en la que se enquista un nacionalismo religioso y fundamentalista que ha denominado “Estado de Judea”, compuesta básicamente por colonos y miembros del ejército; en segundo lugar, la crisis económica que no ha tenido recuperación y que, a pesar de la inyección de Washington de 14 mil millones de dólares, parece que dicha crisis estaría lejos de recuperarse; en tercer lugar, el creciente aislamiento internacional que lo hacen acercarse cada día más a convertirse en una suerte de Estado paria producto de los movimientos de solidaridad con Palestina, así como las iniciativas de llevar a Netanyahu a la Corte Penal Internacional y al Estado sionista a la Corte Internacional de Justicia a causa del genocidio; en cuarto lugar, la aparición de judíos de todo el mundo que protestan bajo la fórmula “no en mi nombre” y que se apartan radicalmente de la otrora identificación con el Estado sionista; en quinto lugar, la “debilidad del ejército israelí” en la medida que exhibe su dependencia de una “coalición regional” justamente liderada por los Estados Unidos y no puede resolver sus objetivos bélicos sin dicho apoyo; en sexto lugar, la nueva generación de jóvenes palestinos que están organizando nuevas formas de lucha con una apuesta verdaderamente democrática y que han conocido de cerca lo que significa la colonización y no escatiman formas de organización para nuevas luchas.

Más allá de los “indicadores” sociológicos que Pappé pone de relieve, me importa notar que todos ellos pueden leerse al interior del colapso de la ilusión sionista: lo cierto es que el porvenir de la ilusión sionista parece no tener porvenir alguno puesto que el 7 de octubre de 2023 no habría sido una coyuntura más al interior del despliegue de la nakba abierta desde 1948 sino un acontecimiento que dejó al descubierto el “truco” de la máquina, dejó expuesto al dispositivo de la ilusión y con ello, el pacto colonial cristalizado desde los Acuerdos de Oslo parece haber sido destituido. “Colapso” no designaría, en este sentido, el simple derrumbe fáctico del Estado como el agotamiento de su máquina, la patentización del límite mismo de la ilusión que había operado hasta aquí y, en este sentido, la máquina imperial ya no puede soñar.

Por supuesto, este colapso se puede traducir en varios “indicadores” pero los excede con creces puesto que no sólo no puede ser reducido a ninguno de ellos en específico, sino que, además, tal colapso debe ser visto como parte del colapso de la ilusión sionista en general, cristalizado en el progresivo agotamiento en la hegemonía de los Estados Unidos y Europa cuyo síntoma, al igual que Israel, ha sido el de fortalecer todos los proyectos neofascistas.

Hoy, casi todo neofascismo es un americanismo, es decir, un sionismo en la medida que apunta hacia la intensificación de la guerra civil planetaria. El colapso sionista consistirá, por tanto, en la experiencia del fin del proyecto imperial atlántico que se juega en Palestina porque es precisamente en dicho territorio donde la otrora Gran Bretaña solidifica su ilusión gracias a su apuesta filo (anti) semita. Que Palestina sea una metonimia implica que el colapso constatado por Pappé en Israel debe ser entendido como un colapso general, abismal, en el que la antigua dominación atlántica está experimentando el fin de su ilusión y eso implica que lo que ya está caído es su capacidad para “inventar” a Israel.

*Fuente: Cuadernos de Educación

Notas:

1 Este ensayo aparece por primera vez en la Revista Carcaj. Flechas de sentido el 03 de julio del 2024. En esta revista se publica con algunas correcciones, cambios de forma, pero no de contenido.

2Doctor en Filosofía, Universidad de Chile. Profesor e investigador del Centro de Estudios Árabes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile desde el año 2006, y profesor del Postgrado de Filosofía de la Universidad de Chile (2012) y de la cátedra Mundo Árabe Contemporáneo, en la carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad de Santiago de Chile (2012).

Bibliografía

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Freud, Sigmund (2000). Interpretación de los sueños (primera parte).  En: Sigmund Freud Obras Completas Tomo IV Ed. Buenos Aires:Amorrortu.

Herzl, Theodor (1960). El Estado judío, Jerusalén: Ed. Organización sionista argentina.

Lewis, Donald (2010).  The Origins of Christian Zionism. Lord Shaftesbury and evangelical support for a Jewish Homeland Cambridge: Ed. Cambridge University Press

Masalha, Nur (2010). La Biblia y el sionismo. Ed. Bellaterra.

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