Entrevista a Nelson Villagra, el emblemático actor de “El chacal de Nahueltoro”.
por Pedro Bahamondes Chaud (Chile)
8 meses atrás 24 min lectura
Imágen superior: Foto de la época mostrando a Jorge del Carmen Valenzuela Torres, «el Chacal de Nahueltoro», luego de ser detenido por Carabineros de Chile
10 de marzo de 2024
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Villagra: “En Chile no hay una democracia ejemplar, hay una oligocracia descarada”
El actor de cine, teatro y TV, de 86 años, habla por primera vez de su retiro de la actuación y de su paulatino alejamiento de Chile. No ha visitado el país en 12 años -cuando protagonizó para TVN la teleserie «Reserva de familia»- ni planea hacerlo. Radicado en Canadá, ha rechazado invitaciones. Una de ellas buscaba postularlo por primera vez al Premio Nacional. Villagra dio vuelta la página: está más dedicado a su familia y activo en las redes sociales, donde postea sobre el calentamiento global y el avance de la ultraderecha. De política chilena, en cambio, no quiere saber: “No voto en Chile desde la elección de Allende”, dice el también el ex militante del MIR desde Canadá, donde vive hace 20 años. “¿Quién gobierna hoy en Chile? ¿Es Boric? Yo creo que no. Es la oligarquía chilena de siempre la que permite que Boric esté haciendo ejercicio de gobierno”, opina.
Fue durante su última visita a Chile, en 2012, cuando Nelson Villagra decidió poner punto final a su destacada carrera de más de seis décadas en teatro, cine y televisión. Acababa de terminar las grabaciones de la teleserie Reserva de familia (TVN), su último trabajo hasta la fecha, y poco después él y su mujer –Begoña Zabala, también actriz– viajaron de regreso a Canadá. No tuvo dudas: era el momento indicado. Un cierre perfecto.
No lo hizo público en ese entonces. Una sola vez se lo preguntaron, en una entrevista de 2016. “A un actor lo jubila solo la guadaña”, contestó Villagra. Le bastó con un dicho popular del campo para cortar el tema de raíz. Los años, sin embargo, lo han hecho cambiar de parecer. Esta es la primera vez que el protagonista de El Chacal de Nahueltoro y uno de los íconos del cine chileno y latinoamericano habla de su nueva vida alejado de la actuación.
“Cuando hice Reserva de familia me di cuenta de que había llegado a cierta edad en que era conveniente que me retirara en un punto alto, y no esperar a que nos vayan retirando, como pasa con muchos actores, lamentablemente”, dice el intérprete de 86 años por videollamada.
“Me gusta mucho aquel dicho que dice: ‘Es tan válido retirarse a tiempo, como saber llegar’. Era mejor retirarme y quedarme tranquilo sabiendo que había hecho una labor artística bastante digna y con varios éxitos. Y es lo que he hecho desde ese momento: estar tranquilo”.
Su rostro y su voz –grave, profunda, de otra época– siguen igual de inconfundibles. Nelson Villagra no ha pisado suelo chileno durante los mismos 12 años que lleva retirado de la actividad artística. Lo han invitado a venir en varias ocasiones, cuenta el actor. Todas las ha rechazado por la misma razón.
“Me convidan cada cierto tiempo a festivales y homenajes que quieren hacerme. Incluso, hace un tiempo un grupo me invitó a postular y a hacer campaña pues querían postularme al Premio Nacional de Artes (de la Representación). A la edad que tengo, yo estoy muy bien de salud, hasta el momento, pero me he puesto precavido y pensar en hacer un viaje a Chile se me hace cuesta arriba. Le tengo miedo a los viajes largos y a un país donde no tengo el servicio de salud que tengo aquí”, comenta.
Villagra pasa ahora sus días fundamentalmente leyendo y escribiendo en su casa, una espaciosa propiedad que él y su mujer compraron hace poco más de dos décadas en la villa Vaudreuil-Dorion, en la provincia de Quebec, a 40 kilómetros de Montreal. La localidad tenía poco más de 10 mil habitantes en esos años. Actualmente, supera los 50 mil.
“La casa se nos ha hecho cada vez más grande”, dice el actor. “Ha sido agradable compartirla con la familia, en especial con mis hijos, quienes vienen de vez en cuando a visitarnos. Estuvimos un poco ausentes en ciertos momentos de la vida y creo que con los años todos, y yo, en particular, adquirimos una mayor necesidad de la familia”.
Dos horas de diferencia y más de 20º grados de temperatura separan por estos días a Santiago del país norteamericano, donde no pasan del grado de temperatura. Nelson Villagra se queda mirando fijo por la ventana durante unos segundos.
“Tenemos un invierno muy extraño este año”, dice. “La nieve se ha vuelto una costra y hay una llovizna que va y viene. Pienso que la primavera llegará pronto y que el invierno será más corto de lo habitual. Es otro efecto muy evidente del calentamiento global, que muchos siguen ignorando o, peor, negando incluso”, dice.
“Hasta hace no mucho había gente muy incrédula respecto al cambio climático. Hace poco se volvió un asunto político y de interés masivo. Esta chica, Greta Thunberg, pasó de ser la niña que decía verdades incómodas a la activista valiente que hoy varios quieren meterla presa para acallarla. La tienen atrincada. ¡Parece algo de otra época!”, apunta.
El actor, nacido en Chillán en 1937, se resistió durante mucho tiempo a estar al día con la tecnología y a existir virtualmente en las redes sociales. Sin embargo, Facebook se convirtió en su principal herramienta de trabajo y espacio de interacción en la actualidad. Allí mantiene contacto con parientes, amigos y seguidores que le escriben desde todo el mundo.
A menudo comparte también toda clase de recuerdos, anécdotas y reflexiones de diversos asuntos que le interesan, preocupan e indignan, dice. El cambio climático es solo uno de ellos, pero también ha dedicado posts al conflicto en la Franja de Gaza y al avance de la ultraderecha en el mundo, principalmente en Estados Unidos.
“Es importante encontrar la manera personal de activarnos en nuestro pensamiento –dice Villagra–: Hay un poeta vasco que dice: ‘Me queda la palabra’, y hoy estoy convencido de eso. Debemos expresarnos y aportarnos mutuamente con nuestro pensamiento, esperando, idealmente, que eso genere un pequeño impacto en quienes conocemos o nos siguen”.
Ante los ojos del octogenario intérprete, el mundo se ha vuelto un lugar cada vez más extraño e invivible. “Lo que está pasando ahora mismo es terrible, una pesadilla, y obviamente la juventud está desilusionada y participa poco de todo. No es solo por desinterés de esas generaciones, sino por todo aquello que los mayores hicimos mal”, dice.
“En mi juventud, varios quisimos cambiar el mundo y no pudimos. Yo no me siento viejo para nada, y aunque suene a comentario de viejo, hoy las cosas están peor que antes. Eso es verdaderamente inevitable. Mis padres y sus padres decían lo mismo. Ahora uno lo percibe con mayor fuerza”, señala.
–Usted ha comentado bastante sobre el avance de la ultraderecha en el mundo, en particular en Estados Unidos. ¿Qué advierte al respecto?
-Si eso no se detiene a tiempo, muy pronto vamos a tener un Estados Unidos fascista, cosa inimaginable hace 30 años. El dominio del gran capital y ultraderechista es una realidad en casi todo el mundo. Vivimos en una ola de neoliberalismo y una dictadura del capital desde hace mucho tiempo. Mira lo que pasa ahora con los vecinos argentinos con el famoso Milei. Van a entrar en la misma nebulosa y nadie sabe en qué va a terminar.
El problema es el de siempre: algunos quieren asegurarse el capital. No hay para todos, como dice el neoliberalismo, y lo defienden con una política represiva, de ultraderecha y ultranacionalista que no permite reclamos ni reivindicación social. Y en medio de todo, surgen nuevos personajes, cada vez más insólitos, como Elon Musk, por ejemplo. Y uno dice: pero, ¿qué está haciendo gente como él por la humanidad? ¿Qué están haciendo los multimillonarios por este mundo? Nadie sabe qué hacen con el dinero y es impactante que no tengan visión de seres humanos ni sentido de unidad. Somos nada y ellos se creen todo.
Nelson Villagra: “No participo en política chilena para nada”
En marzo próximo, Nelson Villagra cumplirá 50 años radicado en el extranjero. Días después del golpe de Estado de 1973, tuvo que refugiarse en la Embajada de Honduras. Tenía 36 años y estaba casado con la actriz Shenda Román, con quien tuvo hijos. Ya era un reconocido actor de teatro, cine y televisión –en series como Loco estero (1968) y Don Camilo (1969)–, y además, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Su apoyo al gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular no era un misterio para nadie, pero sobre todo, su rostro ya era ampliamente conocido como el actor de El chacal de Nahueltoro. La dictadura no tardó en ir tras sus pasos, pero logró zafar y abandonar el país seis meses más tarde, en marzo de 1974.
“Una organización internacional firmó la autorización y salí una bajo militancia política para hacer labor de apoyo a la resistencia que se estaba generando en Chile”, recuerda Nelson Villagra.
“En el partido decían que yo servía más afuera que aquí, porque era una cara conocida y me iban a encontrar en cualquier momento. Me querían retener, sobre todo el ‘Guatón’ Romo, cabrón (dice el actor, soltando una carcajada). Decía: ‘No tienen que dejar salir al Chacal, yo quiero ver si es tan valiente cuando lo ponga en el paredón’”.
Su primera parada en el exilio fue Honduras, luego México y ciudades europeas como Roma y París. Finalmente, recaló en La Habana, Cuba, donde permaneció durante diez años con la misión de conseguir apoyo internacional a la resistencia al régimen que el MIR le había encomendado.
“Mi labor consistía, principalmente, en conseguir ayuda económica y declaraciones de apoyo y solidaridad en el extranjero. Desgraciadamente, se fue extinguiendo la resistencia en Chile y no alcanzó para derrotar a Pinochet ni mucho menos”, comenta el actor.
Nelson Villagra reapareció como actor de talla internacional, en 1976: protagonizó, entre otros, el filme cubano La última cena, de Tomás Gutiérrez Alea, premiado en los festivales de Huelva (España) y Biarritz (Francia). Tres años después, encarnó a un sanguinario torturador en Prisioneros desaparecidos (1978), producción cubana–sueca dirigida por el cineasta chileno Sergio Castilla y una de las primeras películas en retratar las violaciones a los derechos humanos en Chile. Ese mismo año, Villagra recibió el premio al Mejor actor en el Festival de Sebastián, uno de los primeros reconocimientos internacionales para un actor chileno.
Para este último personaje, cuenta, se inspiró precisamente en el exagente de la DINA, Osvaldo Romo. “Me sirvió de palanca para imaginarme la conducta y el comportamiento de un torturador, que no es cualquiera, y sin embargo no es tan difícil convertirse en uno”.
“Es un problema en definitiva ideológico, una manera de autoconvencerse de que tienen la razón y que deben imponerla, porque es lo justo. Todos los dogmas pueden tener un propósito positivo y otro negativo, o radicalmente opuesto. Tienen la mala virtud de servir tanto para el bien como el mal”, dice Nelson Villagra.
En 1988, su nombre apareció en el último listado que permitió el retorno de varios exiliados que tenían prohibición de entrar Chile. Villagra se tomó su tiempo e hizo su primera visita al país recién en 1994, para el rodaje de la película Amnesia, de Gonzalo Justiniano. Premiada por el público en Berlín, es otro extraviado título fundamental del cine chileno, indispensable para comprender la transición política a partir de un hecho tan dramático como posible: el reencuentro entre un torturador (interpretado por Villagra) y una de sus víctimas.
“La dictadura fue muy terrible. Castigaron a mucha gente, sobre todo a los desaparecidos, cuyas muertes, muchas, no han tenido justicia después de 50 años. Ese hecho, sumado a la falta de empatía que hubo y sigue habiendo con la tragedia de tantos compatriotas que perdieron familiares y seres queridos, hizo que me fuera desilusionando definitivamente de esos sectores oligárquicos, de la izquierda chilena y del país”, comenta ahora el actor.
A contar de su primera visita en los 90, Villagra volvió durante dos décadas a Chile en visitas episódicas, fugaces y con fines de trabajo, en su mayoría. Estrenó obras –La amante inglesa, de Marguerite Duras, en 1997, donde compartió escenario con su esposa, Begoña–, y se sumó a producciones televisivas como Corazón pirata (2001) y Hippie (2004), de Canal 13.
Hizo también su regreso al cine nacional en premiadas y exitosas películas, como Tierra del fuego (2000), de Miguel Littin, y El regalo (2008), de Andrea Ugalde y Cristián Galaz, que fue vista por más de 200 mil personas en salas locales. Fue su última cinta en el país.
Más de 40 críticos lo escogieron como el mejor actor chileno del siglo XX en una encuesta realizada por La Tercera en 2002, exactamente diez años antes de su retiro. A pesar del reconocimiento y del buen momento que atravesaba su carrera, Villagra no volvió a establecerse en Chile. “Nunca pensé en volver, yo hice mi vida en otro lugar”, dice ahora.
En Canadá votan alrededor de 2.500 chilenos, según el Servel. Eddie Nelson Villagra Garrido tampoco es uno de ellos: “No participo en política chilena para nada. No voto en Chile desde la elección de Allende. No tendría sentido. No vivo allá hace mucho y además estoy desilusionado de la difuminación de lo que fue la izquierda en Chile”, comenta el actor.
“¿Quién gobierna hoy en Chile? ¿Es Boric? Yo creo que no. Es la oligarquía chilena de siempre la que permite que Boric esté haciendo el ejercicio de gobierno. En Chile no hay una democracia ejemplar, hay una oligocracia descarada; se escogen entre los mismos desde hace mucho, desde siempre, pero hoy es todo más evidente. Entonces, la ausencia de cambios profundos en Chile es muy desalentador. Y muy triste, ciertamente”.
–¿Qué mirada tiene del estallido social y los dos procesos constitucionales fallidos que vinieron después?
-El momento de eclosión social fue muy interesante y esperanzador, a mi gusto, pero luego, cuando fue rechazado el primer texto constitucional en el plebiscito, me pareció ridículo y un tanto vergonzoso. Para qué decir lo que fue la segunda parte.
Cuánta ceguera de la gente que no pensó en quienes necesitan las reivindicaciones que establecía esa propuesta. Varias de esas demandas estaban también y dieron origen a las manifestaciones, entonces, no sé qué pasó. Son cosas que uno no entiende, tal vez por lo lejos que me encuentro. Lo que sí tengo claro, porque soy chileno y esto siempre ha sido así, es que el dominio ideológico que tiene la oligarquía sobre el pobre pelusa de Chile es increíble y detestable.
–¿Tiene amigos en Chile?
El único amigo que me queda en Chile es Francois Soto, quien fue ayudante de producción en varias películas, en El Chacal…, por ejemplo. Otro era Lucho Alarcón, que ya falleció. Con Jaime Vadell nos vimos la última vez en la filmación de El regalo (2012), lo pasamos muy bien recordando cosas. Lo mismo con Héctor Noguera, pero no hemos conservado la amistad. Yo le tengo mucha estima a ambos como personas y respeto como actores. Tito Noguera tiene el Premio Nacional y eso me parece muy merecido.
–Y con Miguel Littin, ¿mantiene contacto? Usted actuó en varias de sus películas.
-No, con Littin ya no tengo relación. No vale la pena volver atrás en ese sentido. El logro que conseguimos con una película sin duda es más positivo que este asunto. Prefiero dejarlo hasta ahí.
–En 2018 le tocó enterarse a la distancia de la muerte de su hermano, Pedro Villagra, otro querido actor en Chile. ¿Cómo era su relación con él considerando la distancia?
–Bueno, nuestra relación estaba interrumpida por la lejanía, claro, pero con Pedro partimos en el teatro juntos y la primera vez que regresé a Chile nos quedamos en su casa, con él y con su mujer, Violeta (Vidaurre, también actriz, fallecida en 2021). Trabajamos mucho juntos también. Yo escribí una obra de teatro en verso que se llama La farsa del caballero y la muerte, y Pedro la dirigió. De modo que retomamos nuestra relación durante las veces que fui a Chile y salir de allá y enterarme de su muerte fue un golpetazo. Lo sentí mucho.
En sus últimos años, Pedro se quedó solo, sin su mujer. Ella vivía en un hogar, tenía Alzheimer, y mi hermano se quedó viviendo con una hija. A él lo pilló también la edad y la inactividad. Fue triste. En su momento me impactó, pero por otra parte, es la típica persona de la que uno diría: bueno, finalmente descansó. Él necesitaba el descanso de la muerte.
–Usted menciona el Premio Nacional y una visita a Chile que rechazó cuando intentaban postularlo, precisamente. ¿Considera que merece ese premio?
-(Suelta otra carcajada) Pienso que sí, por qué no. He tenido muchos premios y homenajes, fui designado como el actor del siglo, que me parece una cosa exorbitante, porque pienso que somos muchos los actores del siglo. Pero bueno, así lo decidieron mis pares. Con todo eso, ¿que si acaso merezco el Premio Nacional? Me parece que algo de mérito tengo.
Nace una estrella
El fondo de pantalla de su computador es una fotografía del Volcán de Chillán, su tierra natal y escenario de su infancia. Nelson Villagra tenía apenas un año y medio de vida cuando la ciudad fue azotada por uno de los terremotos más fuertes y devastadores del que se tenga registro. Sus padres –él, paramédico de la empresa Ferrocarriles del Estado; y ella, matrona y dueña de una pequeña clínica– llevaron por resguardo a sus hijos a un pequeño pueblo hacia el interior del campo profundo de la provincia del Ñuble, llamado El Carmen.
Quedó al cuidado de una tía mientras se reordenaba la ciudad tras la tragedia. Volvió al año y medio después, caminando a paso firme a Chillán, y a medida que creció fue interiorizándose cada vez más en el trabajo de la tierra. De algún modo, reflexiona hoy, la vida de Nelson Villagra estaba predestinada a permanecer en el campo. Sus padres esperaban que se hiciera cargo de administrar los terrenos de la familia. Él, en cambio, escogió convertirse en actor.
“Un profesor en la escuela siempre me decía que yo leía con sentimiento, que interpretaba lo que leía. Fue la primera vez que tuve conciencia de lo que era actuar”, recuerda.
Alentado por su maestro, se inscribió en la Escuela de Cultura Artística de Chillán, que quedaba a una cuadra de su casa. El espacio tenía un programa infantil en la radio y un grupo de niños que interpretaba un cuento cada semana. Villagra rápidamente destacó en el grupo y pasó a formar parte de la compañía teatral. Su debut no profesional fue en una versión de la obra Aceite, de Eugene O’Neill, titulada Ballenas a la vista.
“Actuábamos en cines y otros lugares, porque el teatro de Chillán aún no era reconstruido después del terremoto. Se hacían incluso bromas al respecto”, comenta.
En 1955, con 18 años y el apoyo de un académico de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, convenció a su madre de que le arrendara un departamento en Santiago y lo dejara dar las pruebas especiales de ingreso para estudiar actuación. No fue nada sencillo, recuerda.
“Mis padres no tomaban en cuenta mi amor por el teatro. Ser artista para ellos era algo absolutamente fuera de lugar y no les disgustaba que yo lo hiciera, más bien lo encontraban gracioso. La verdad es que nunca lo tomaron en cuenta. Mi profesión pasó un poco inadvertida para ellos con los años, más cuando partí a Santiago y dejé Chillán”, cuenta.
Se instaló en una pieza en calle Lord Cochrane y caminaba a diario a la universidad. Le costó acostumbrarse a la capital, reconoce el actor: “Yo era bastante campesino en mi forma de ser y eso me produjo un choque con el ambiente más sofisticado de Santiago. No me pude acostumbrar a la gente”, reconoce.
“Yo llegué lleno de callos en las manos por trabajar en el campo y era seguramente más conservador. Me costó rodearme de la gente pituca y de todo ese ambiente, pero después supe que había pecado de joven prejuicioso y pude relacionarme mejor”, recuerda.
Villagra destacó en la Escuela de Teatro desde su primer año. Mientras hacía de comparsa en la primera producción de Fuerte Bulnes (1955), la obra de María Asunción Requena, en la sala Antonio Varas, le tocó reemplazar a un actor y asumir el papel de un hombre venido del campo. “Yo sabía tocar la guitarra y lo incorporé al personaje”, cuenta el actor.
La crítica elogió su actuación. Villagra aún recuerda las palabras textuales que usó el autor de aquella reseña: “Ha nacido una esperanza para el teatro chileno”.
Tras su egreso, Nelson Villagra se integró a algunas de las compañías locales que estaban revolucionando la escena teatral de la época, como el Teatro de la Universidad de Concepción (TUC) y el grupo Ictus, donde compartió escena junto a Jaime Celedón, Nissim Sharim, Jaime Vadell y Delfina Guzmán, entre varios otros reconocidos intérpretes.
Aunque menos conocida que su faceta como actor de cine, probablemente por lo efímero de la escena, su labor en el teatro fue fundamental durante un periodo clave de renovación de las formas y temáticas llevadas a escena. Pero su camino sería otro: diez años después, Villagra incursionó en el cine, primero en Regreso al silencio (1967), de Naum Kramarenco, y luego en Tres tristes tigres (2968), de Raúl Ruiz, otro título fundamental del cine local.
1969 fue, quizás, el gran año de su carrera: Nelson Villagra fue dirigido por Víctor Jara en la obra Viet Rock, uno de los montajes más experimentales y destacados por la crítica esa temporada y, además, obtuvo el rol que lo consagró con los años como un ícono del cine chileno y latinoamericano, al interpretar a Jorge del Carmen Valenzuela Torres en El Chacal de Nahueltoro, la brillante ópera prima del cineasta Miguel Littin.
Inspirada en hechos reales, la cinta narra el crimen de una mujer y sus hijos a manos de un hombre en el campo, bajo los efectos del alcohol. El personaje pasa su último periodo en la cárcel, intentando redimirse; logra educarse, dimensionar la gravedad del homicidio que cometió y aproximarse a la fe religiosa. Sin embargo, es condenado a la pena de muerte y fusilado en una de las escenas más recordadas e impactantes del cine chileno.
Constantemente reseñada como la mejor película nacional en la historia, el filme se reestrena cada tanto en salas y plataformas (está actualmente en Mubi) y sigue igual de poderosamente vigente que hace 55 años, cuando se estrenó en el país. A Villagra, esto no le sorprende.
“Sin ser sociólogo, me imagino que la popularidad del filme obedece a que las circunstancias en que vivió Jorge del Carmen hace 60 o 70 años son exactamente las mismas que la gente sigue viendo y viviendo como una realidad latente en Chile”, dice Nelson Villagra.
“En el país sigue habiendo un grave y evidente problema de marginación social de diversos grupos, en los que yo identifico que, efectivamente, Jorge del Carmen sigue existiendo. Lo que sucede es que nadie tiene una relación emocional con esas personas, aunque las vean todos los días en las noticias, en la calle o en cualquier parte. Con Jorge del Carmen fue distinto, porque tuvo un propósito artístico, saltó a la pantalla del cine y eso lo convirtió en un sujeto sensible y que provoca múltiples lecturas. El arte hace eso, las buenas películas hacen eso. Eso explica, me imagino, por qué sigue siendo un ícono para el cine chileno”.
–¿Era partidario de la pena de muerte para Jorge del Carmen Valenzuela Torres?
-Cuando sucedieron los hechos reales, yo efectivamente era partidario de la pena de muerte para él, pero después de que conocí su historia, lo tuve que meditar. El chacal de Nahueltoro precisamente plantea el problema de la justicia de clase. Jorge del Carmen comete un crimen horrible, no es ningún inocente, pero se le fusila por ser un tipo marginal y por el que nadie va a responder. Entonces, ahí sí hay castigo. Cada vez que veo la película y la escena del crimen que él comete, aun sabiendo que estoy yo ahí, es siniestro y verdaderamente imperdonable, pero lo que a él le tocó vivir también es terrible, y ese ser social existe por montones, en todas partes.
“La justicia es un problema inevitablemente de clase y no hay igualdad de condiciones para defenderse ante la ley, pero ese no es solo un problema en Chile, sucede en todo el mundo. Mira nada más a Trump: ha cometido todo tipo de delitos, tiene noventaitantos juicios pendientes en su contra y no solo sigue libre, sino que puede aspirar nuevamente al poder. El otro día leí que Estados Unidos es el país que más presos tiene, más de dos millones de personas, y el 80% son negros. Entonces, no se puede hablar de que la justicia es para todos por igual. No lo ha sido nunca, evidentemente”.
–¿Ve cine chileno actual?
-He visto películas de directores que me han parecido muy interesantes. Me gustó mucho El club, de Pablo Larraín, y algunas de Andrés Wood. En ambos casos, me parece que hay un par de películas que toman temáticas que son muy nacionales y las convierten en un dilema o un asunto universal, que es como debe ser. Me asombra mucho también la calidad de las producciones. No tienen nada que envidiar a lo que se hace en otros países.
–Usted trabajó con grandes directores chilenos, como Raúl Ruiz y Miguel Littin, considerados maestros y referentes de las nuevas generaciones. ¿Ve conexiones entre el trabajo de sus contemporáneos y de los nuevos realizadores?
-En esa época, fundamentalmente en los 60, todos respondieron a un momento cultural. Es lo que muchos denominan como “el espíritu de una época”, una abstracción que algunos rechazan, pero que efectivamente existe y cada época la tiene. Ese empuje creador que se produjo en esos años en Chile no solo se dio en el cine, sino también en la música, en la literatura, en las artes, el teatro y toda clase de expresiones.
Había un espíritu de cambio social, y eso creó a Littin, a Ruiz, a Helvio Soto y varios otros que surgieron en ese momento y hasta 1973. Fue un periodo muy interesante y que dio el sustento a lo que se hizo posteriormente. Uno desde afuera nota ese vínculo cultural que se expandió y que le dio el sedimento al resto de los creadores que hoy están activos. Es otro momento cultural que a su vez empezará a producir y a estimular a las generaciones que vengan. Yo aplaudo que así sea.
–¿Ha vuelto a recibir ofertas desde Chile para trabajar en cine?
No a partir del 2012, cuando hice Reserva de familia. Acá sí me han llamado para proyectos, pero yo tengo un problema no con el idioma, sino con el acento. Y siempre que me llaman ha sido para roles pequeños y topo con este problema del acento. Es una lástima, pero es así.
A Nelson Villagra no le gusta hablar de pendientes, pero sí le hubiese gustado –y aún, dice– interpretar al Rey Lear de Shakespeare. “Es un personaje que todo actor quisiera hacer, incluso a mi edad, sería un gran desafío”, dice. También hubiese querido alguna vez montar y protagonizar una versión de la obra Árbol viejo, de Antonio Acevedo Hernández, un drama campesino y familiar acerca del paso del tiempo, el alejamiento de los descendientes y la llegada de la muerte.
–Si lo llamaran para actuar en una nueva película en Chile, ¿lo pensaría?
-A estas alturas, muchacho, tendría que ser un proyecto muy interesante. Vale decir, el trabajo debería ser fundamental para mi carrera, desafiante. Si es un trabajo más o ganar unos cuantos pesos, la verdad no tengo interés. Y como digo: he hecho una labor digna y creo que ha sido una buena decisión quedarse tranquilo hecha ya la historia.
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