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Perdón, retrocedemos

Perdón, retrocedemos
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2 de octubre de 2022
“Así es la democracia”, nos repetía, levantando los brazos, el constituyente Benito Baranda a los integrantes del colectivo Independientes No Neutrales, cada vez que perdíamos una votación en comisiones o plenos de la Convención Constitucional. No fueron pocas las ocasiones en que esto ocurrió, nos dolía, estábamos convencidos de que nuestras ideas eran buenas. Pero, “así es la democracia”.

En estos días se cumple un mes desde la aplastante derrota del Apruebo en el plebiscito. Las palabras de Benito Baranda se han vuelto una especie de mantra que repito a diario. Sin embargo, no me basta para asumir lo ocurrido en toda su dimensión.

Casualmente, esta fecha coincide con el Día del Perdón de los judíos, pueblo al cual pertenezco. La tradición señala que no basta con arrepentirse y ayunar durante un día entero, que lo verdaderamente significativo es ser capaz de pedir perdón a quienes hemos ofendido o dañado. ¿Tendré que hacerlo con quienes me eligieron como constituyente por no haber logrado darle al país la nueva Constitución que esperaban?

A un mes del plebiscito, pareciera que la Convención y su propuesta se esfumaron. Más aún, aquello que se creía que eran avances inamovibles -la paridad de género, la descentralización o la participación ciudadana-, ya no conservan tal certeza.

Las razones de la derrota rotunda, la descalificación a los convencionales y las ideas para el futuro constitucional son tan amplias como el número de analistas. Serán años de estudio y surgirán múltiples teorías sobre lo ocurrido.

Después de un mes de reflexión, quiero comenzar por reivindicar a la Convención. No tengo dudas de que más de un centenar de constituyentes trabajamos intensa y rigurosamente durante el año que duró el proceso. Fueron más horas diarias, y mayor la complejidad y rigurosidad que en cualquier otro trabajo que hayamos realizado. Todo esto, junto a numerosos expertos de primer nivel que se comprometieron y trasnocharon a la par que nosotros. La genialidad de una comisión de especialistas, que circula hoy como factor clave para encarar un nuevo texto, está lejos de ser una novedad. Los expertos no son neutros, y los que estuvieron en la Convención -de distintas corrientes políticas y con diferentes puntos de vista- debatieron con pasión para contribuir a la toma de decisiones.

La propuesta no era un bodrio, como algunos se atrevieron a calificarlo. Son muchos los especialistas chilenos y extranjeros que lo elogiaron. Era un texto -dijeron- que se instalaba de lleno en el siglo XXI asumiendo no sólo las problemáticas históricas sino los temas de la sociedad actual, desde la diversidad sexo genérica hasta los derechos de la naturaleza. Asuntos que, con seguridad, volverán al tapete más temprano que tarde.

¿Todo esto quiere decir que lo hicimos bien? De ninguna manera. La paliza del plebiscito de salida no deja espacio a la indulgencia. Por lo tanto, a quienes nos votaron y encomendaron esta tarea, les pido nos perdonen por haber sido incapaces de elaborar una Constitución que convocara a la mayoría.

Se dijo con insistencia que -de aprobarse- el texto podía ser mejorado y rectificado en algunas materias poco claras. Sin embargo, no creo que nuestras fallas hayan estado en detalles o capítulos específicos del texto.

El gran error fue desconocer la relevancia de ciertas materias fundamentales. El más importante: haber excluido por completo a la derecha. Una conducta no sólo errada sino antidemocrática. Hubo constituyentes de Chile Vamos que llegaron dispuestos al diálogo, pero quedaron atrapados entre quienes desde la izquierda se negaron a conversar con ellos por su cercanía a la dictadura, y una derecha dura e implacable que buscó el fracaso desde el inicio y los presionó sin piedad hasta que cedieron. Por cierto, la responsabilidad mayor es de quienes buscábamos una nueva Constitución. ¡Qué distinta habría sido la campaña del plebiscito con un sector de la derecha trabajando por el Apruebo! El debate se habría focalizado en los avances democráticos de la propuesta y no en la irritante discusión en torno a noticias falsas. Aquello que se calificó de despropósito como la plurinacionalidad habría sonado razonable. Las mentiras desorbitadas, como la imposibilidad de heredar una vivienda social o la expropiación de los fondos de pensiones, habrían tenido una barrera de contención. Pudimos hacerlo y no lo hicimos. Perdón por ello.

No dimensionamos el enojo y temor de muchos a ver desdibujada la chilenidad. Pensamos que era sólo esa cuota de racismo, que nos avergüenza, o simple ignorancia, que sin duda existe, pero no ponderamos que era una emoción mayoritaria. No supimos valorar ese sentimiento que nos une, seamos descendientes de pueblos originarios, de europeos o cualquier otro antepasado. Esa chilenidad que nos hace llorar frente a la selección de fútbol o sentir que la hallulla es el mejor pan del mundo. Fuimos incapaces de asumir nuestras raíces históricas y culturales en su verdadera profundidad. Perdón por ello.

Tampoco logramos confrontar adecuadamente la estrategia del Rechazo. Una campaña que, a mi juicio, tuvo tres actores fundamentales.

En primer lugar, la derecha en un bloque sólido, escondiendo a sus líderes y gastando recursos millonarios en medios de comunicación y redes sociales (más de dos mil millones de pesos, según datos del Servel), para distribuir mentiras que apuntaran al corazón de quienes podían ser seducidos.

En segundo lugar, un centro político difuso en el que se unieron buenas intenciones, miedos diversos, desde el anticomunismo a la eventual debacle económica, e intereses personales, que incluyen la mantención de un statu quo que les acomoda.

Por último, el desinterés por los cambios profundos de un sector relevante de la izquierda que se mantuvo fríamente al margen de la movilización por el Apruebo.

La propuesta constitucional no era revolucionaria, pero sí contenía reformas políticas trascendentes. Fueron muchos los dirigentes políticos y parlamentarios de centro izquierda que no toleraron la eliminación del Senado (por más desprestigiado que esté) y su reemplazo por un órgano distinto. Tampoco estaban dispuestos a aceptar una regionalización con verdaderos poderes locales, aunque fuera gradual y progresiva. En este ámbito, aunque sin duda era perfectible, no pienso que se deba pedir perdón. Porque la crisis política y social no se ha superado, y el país sigue demandando cambios sustantivos.

A un mes del plebiscito, la euforia inicial de quienes votaron Rechazo se va desdibujando. Algunos descubren que las razones de su voto no se ajustaban a los contenidos de la propuesta, como quienes buscaban terminar con la delincuencia o censurar a autoridades del gobierno central o municipal. Otros, se dan cuenta que focalizaron su atención en convencionales disruptivos o histriónicos en vez del texto. También los que votaron para rechazar a los políticos “de siempre”, y siguen igualmente frustrados. Muchos porque ven alejarse las promesas de reforma que predicaba la oposición. La incertidumbre sigue intacta y la esperanza cae en picada.

El triunfo del Apruebo planteaba un camino claro, con gradualidad y la posibilidad de correcciones efectivas con participación ciudadana.

Hoy no tenemos nada de esto. Hemos retrocedido a una discusión elitista encerrada en el mundo político, tan alejada de la ciudadanía como antes del estallido social, que no se vio venir. El acuerdo que se promocionó como “rechazar para reformar” se ve cada vez más complejo con la aparición de los “bordes” que debiera tener una nueva Constitución.

Son bordes, que sería más preciso llamar límites o fronteras infranqueables, que recuerdan la “democracia protegida” de la Constitución del 80, creada para que nada cambiara demasiado si no gobernaba la derecha. Así, será difícil concretar reformas que modifiquen de verdad el statu quo.

Esos límites impedirán una asamblea que represente a la ciudadanía con la diversidad que lo hizo la Convención. Porque a la elite no le gustó aquello que puso sobre la mesa ese coro demasiado plural. El quorum impuesto de 2/3 se cumplió con creces, pero no bastó. Ahora, entonces, surgen los majaderos bordes. Ya no importará la cantidad de votos sino asegurar que no se sobrepase un borde que los poderes constituidos estiman indispensable para mantener el orden establecido.

En menos de 30 días, se organizan nuevos partidos con rostros que ya eran maduros al terminar la dictadura en 1990. El Estado social y democrático de derecho parece haber caído en el olvido, igual que la obligación de garantizar derechos sociales. En la comisión de Hacienda de la Cámara, la idea de avanzar en una reforma tributaria, indispensable para hacerlos realidad, se aprobó con el voto en contra de toda la oposición.

La necesidad de una nueva Constitución sigue intacta. El gran desafío es que logre conectar con los anhelos de cambio de la ciudadanía y permita una democracia plena, sin protecciones ni bordes que custodien una ideología determinada.

Como decía el Premio Nobel de la Paz, Fridjog Nansen: “Lo difícil es lo que toma cierto tiempo; lo imposible es lo que tarda un poco más.”

*Fuente: El Mostrador

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