La historia oculta de El Cañaveral: de refugio de Allende a un violento hogar de menores en dictadura
por María José Jarpa (Chile)
5 años atrás 33 min lectura
04/05/2019 – 04:55
Tras el golpe de Estado de 1973, la casona de la ex secretaria personal de Salvador Allende, Miria Contreras Bell -la Payita- fue confiscada por los militares y transformada en hogar de niños. El lugar, vinculado a Carabineros, pretendía ser una residencia de menores ‘ejemplar’ de la dictadura, pero también fue escenario de maltratos y abusos.
INTERFERENCIA presenta la historia en profundidad del destino de El Cañaveral, la casona de la Payita, la secretaria de Salvador Allende, que fue sede de dos hogares de menores en dictadura, para luego ser recuperada por la familia de su dueña original. Esta primera parte aborda la transformación de lo que fue uno de los lugares más habituales en los que vivió Salvador Allende hacia el final de sus días a un hogar de menores ligado a Carabineros. La segunda parte, aborda el paso del hogar de menores a manos de curas católicos, y la recuperación que hizo Payita y su familia de la casona,
Felipe Bastías no recuerda con exactitud la fecha en que llegó a vivir a El Cañaveral. Sí recuerda el traqueteo del bus amarrillo, serpenteando por la encajonada ruta hacia Farellones, en el que él y otros 24 niños viajaron un día de primavera de 1973 hasta llegar a la casona en la que vivirían.
Su impresión fue mayor cuando el vehículo bajó la velocidad y comenzó a descender por un camino pedregoso hasta llegar a una enorme casona a un costado del río Mapocho. A partir de ese día, ese lugar que le pareció de ensueño, se convertiría en su nuevo hogar.
El inmueble tenía dos plantas. Se veía firme con sus grandes vigas y muros revestidos de laja. Alrededor, árboles de distintas especies adornaban el paisaje.
Le habían dicho que a ese hogar eran destinados “los niños con talento”. Ahí no iban a parar los infractores de la ley.
Ciertos detalles del lugar despertaron su curiosidad infantil. En los alrededores de la edificación había restos de vidrios, algunos agujeros en las paredes y casquillos de balas con los que se puso a jugar con sus nuevos amigos.
Felipe -entonces de 8 años- no sabía que hasta septiembre de ese año, el lugar era frecuentado por el presidente Salvador Allende. Tampoco sabía que esa propiedad había pertenecido a la secretaria personal del mandatario, Miria Contreras Bell, más conocida como la Payita, con quien el presidente tenía una relación sentimental. Ni supo que en ese mismo recinto se reunían los miembros del Dispositivo de Seguridad Presidencial, llamado coloquialmente Grupo de Amigos Personales (GAP) de Allende. De ese pasado reciente, prácticamente, no quedaban vestigios cuando los niños arribaron a El Cañaveral.
Los preparativos para recibir a los menores habían comenzado en octubre de 1973. La inauguración oficial del recinto fue el 21 de diciembre de ese año. Recibió el nombre de Hogar Javiera Carrera, en honor a “una mujer ejemplo de madre y de chilena”, según un artículo publicado en el diario El Mercurio por esas fechas.
“Risas infantiles reemplazarán ahora el quehacer criminal de la fabricación de bombas y sofisticadas reuniones íntimas, al ser entregada la mansión de veraneo al Consejo Nacional de Menores para dar albergue y calor de hogar a niños en situación irregular”, decía la nota de prensa.
Según el artículo, la propiedad fue entregada por el general de Carabineros en retiro, Diego Barba Valdés, recién designado ministro de Tierras y Colonización -actual Ministerio de Bienes Nacionales- al entonces ministro de Justicia, el abogado Gonzalo Prieto Gándara. En la ceremonia también estuvieron presentes el ministro de Obras Públicas, general Sergio Figueroa; el director de Prisiones, coronel (R) Guillermo Arancibia; el alcalde de Las Condes, el ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea, Carlos Guerraty Villalobos, además del vicepresidente del Consejo Nacional de Menores, el coronel (R) Alfredo Vicuña Ibáñez.
Salvo artículos de prensa y una breve alusión en el documento “Un año de construcción 11 de septiembre de 1973- 11 de septiembre de 1974”, publicado por la Junta de Gobierno, no existió mayor información pública de la creación de este centro para menores.
Lo que sí se especificó fue que la implementación de este hogar, junto a otros cinco de la misma índole, era parte de la política enfocada en dar atención a “alrededor de 30 mil menores en situación irregular, habiendo necesidad de enfrentar una atención a un número cercano al medio millón”.
A pesar de las expectativas iniciales, el recinto funcionó sólo hasta fines de la década de los 70, dando paso posteriormente a un nuevo proyecto denominado Aldea de Hermanos, impulsado por un grupo de sacerdotes y laicos, quienes, envueltos en problemas financieros, tuvieron que abandonar El Cañaveral a principios de los años 90.
El oasis camino a Farellones
Antes de convertirse en un hogar de niños, la propiedad de El Cañaveral fue comprada por Miria Contreras Bell a su hermana Lina en 1971. El terreno, previamente, había pasado por una serie de compraventas y herencias.
Los registros más antiguos del bien inmueble encontrados para este reportaje, datan de la década del 40, período en que figura como dueño de un terreno de 22 hectáreas el arquitecto Santiago Roi, conocido por diseñar un refugio familiar para el empresario Agustín Edwards Budge, en el sector de Farellones.
En 1962, y tras pasar por diversos propietarios, el lugar fue adquirido por el ingeniero comercial Flavián Levine Bowden, primer marido de Lina Contreras, hermana de la Payita. Siete años después y debido al término de la sociedad conyugal, el recinto quedó en manos de Lina Contreras, quien en 1971 lo vendió a su hermana Miria por el precio de 350 mil escudos al contado, como quedó registrado en el Conservador de Bienes Raíces de Santiago.
La Payita se trasladó a El Cañaveral junto a sus hijos Enrique y Max tras separarse del ingeniero Enrique Ropert Gallet. La propiedad de unos 13 mil metros cuadrados, contaba con amplios jardines, piscina y una casona central de dos pisos, a la que se habrían sumado, posteriormente, unas casas prefabricadas para el GAP.
Antes del golpe de Estado, el Presidente Allende dividía sus días entre la residencia presidencial y la casa de Miria Contreras. De lunes a jueves su vida la hacía en calle Tomás Moro, en Las Condes. Los viernes, el mandatario viajaba hasta El Cañaveral, emplazado en el kilómetro 5 del camino a Farellones, actual comuna de Lo Barnechea.
En el libro Salvador Allende. Biografía Sentimental de Eduardo Labarca, se menciona que el presidente disponía de una habitación amplia y una sala privada en la que se dedicada a trabajar y descansar en el segundo piso de la propiedad.
Se alude, además, a las visitas que recibía Allende. El ingeniero español y consejero del mandatario, Víctor Pey; el periodista Augusto Olivares, el embajador cubano en Chile, Mario García Incháustegui, y el jefe político de esa embajada, Ulises Estrada, fueron algunos de los invitados a El Cañaveral. También Beatriz -Tati, la hija más cercana al mandatario- quien viajaba hasta la casona todos los domingos con su marido, oficial cubano, para almorzar junto a su padre.
En una entrevista entregada por el ministro de Justicia del gobierno de la Unidad Popular Sergio Insunza al diario El Mostrador en 2003, el ex secretario de Estado se refirió a dos reuniones que sostuvo con Allende en El Cañaveral antes del golpe de Estado. La primera de ellas fue el 8 de septiembre de 1973, ocasión en la habrían conversado de la estrategia a seguir para enfrentar la crisis política y social que vivía el país. La segunda, fue una cena al día siguiente en la que estuvieron presentes Allende, la Payita, su hija Isabel Ropert, y una de sus hermanas, Víctor Pey, Augusto Olivares y el propio Insunza.
Existen distintas versiones de lo que sucedió antes y después de ese encuentro. Lo concreto es que el 11 de septiembre se produciría el fin de la Unidad Popular, misma fecha en que la Payita se vio obligada a dejar su hogar y partir al exilio.
Un hogar llamado Javiera Carrera
Luego de un mes del golpe de Estado la casona El Cañaveral comenzó a ser intervenida con una serie de transformaciones. Entre el 11 de septiembre y comienzos de octubre de 1973, según vecinos de la zona y posteriores residentes, la propiedad se mantuvo custodiada por militares.
La tensión se respiraba en esos días en el país. Por las calles circulaban militares, la ciudadanía se encerró en sus casas tras decretarse el estado de sitio, la Junta de Gobierno controlaba cada movimiento a lo largo del territorio nacional; había disuelto el Congreso y los detenidos eran trasladados a centros de detención.
El 10 de octubre de 1973 llegó a El Cañaveral un hombre joven, de menos de 20 años. Se trataba de Juan Carlos Navarrete, quien unos años más tarde se convertiría en director del primer hogar de niños que funcionó en la casona: el Javiera Carrera.
A pesar de su corta edad, Navarrete tenía experiencia en el trato con niños. Antes del Javiera Carrera, había trabajado en un centro de menores en Pudahuel. Un lugar que, según su descripción, era precario, complejo, donde iban a parar mayoritariamente infractores de la ley.
“En octubre llegamos a ayudar con el ordenamiento y la implementación del hogar, a comenzar a preparar los planes de trabajo, definir cuántos niños iban a llegar y ver el tema de las cabañas. Lo primero que hicimos fue ponerles nombres a los pabellones donde estarían los niños: Unco, Tamarugal, Chamal y el pabellón Fach. A este último se le puso así porque el Hospital de la Fuerza Aérea nos apadrinó y nos hacía una jornada una vez al año de mantención y reparación”, recuerda Navarrete.
Los pabellones que menciona Navarrete estaban distribuidos en distintas partes de la propiedad. Uno de ellos próximo al río Mapocho, hacia el oriente de la casa central, y los otros dos hacia el poniente. Eran construcciones de un piso, firmes, amplias y contaban con baño. A estas edificaciones se sumaron unas casas en forma de A, las que se destinarían a los auxiliares de trato directo (ATA), como se llamaba en esa época al personal que estaba a cargo de los niños. La casona central, en tanto, se destinó para las oficinas de administración que fueron instaladas en el segundo piso, mientras que en el primero se habilitó un salón de clases
En la primera etapa la dirección del hogar estuvo a cargo de tres carabineros, según Navarrete. El primero fue el coronel Armando Salas. Le siguieron los coroneles Héctor Rojas- que estaba en retiro- y Jorge Ferrada.
El objetivo fue atender a niños entre los cinco y catorce años, vulnerables socialmente, derivados desde los juzgados de menores porque no había adultos responsables que se pudieran hacer cargo, recogidos por vagancia o huérfanos.
El ex director señala que el personal del hogar estuvo conformado, en un comienzo, por seis personas: cuatro supervisores de menores, el director y un jefe administrativo.
Los ATA -que según Navarrete pasaban por proceso de instrucción en el Consejo Nacional de Menores (CONAME)- trabajarían directamente con los niños en el reforzamiento escolar, la creación de hábitos, deportes y recreación.
“Ese era nuestro trabajo, lo que debería hacer un padre con sus hijos. Eran niños faltos de afectividad, pisoteados por la vida”, sostiene Navarrete.
De acuerdo al libro Historia de la infancia en el Chile republicano: 1810-2010, de Jorge Rojas Flores, El CONAME, creado en 1966, era el organismo a cargo de “planificar, supervigilar, coordinar y estimular el funcionamiento y la organización de las entidades de servicios públicos o privados”, enfocados en prestar asistencia y protección a los menores en situación irregular, así como destinar recursos económicos a estos organismos.
A principios de los años 70 las instituciones beneficiadas con subvención estatal para este fin eran la fundación Mi Casa, Niño y Patria -perteneciente a Carabineros- el Consejo de Defensa del Niño, diversas casas del Buen Pastor, el Hogar de Cristo, a las que se sumó la Fundación Niño Chileno.
Esta última tenía, además, la facultad de crear hogares sustitutos, proporcionar dinero o especies a familias con dificultades para la manutención de los niños, y así evitar que fueran separados de sus padres, otorgar asistencia financiera y asesoría a organizaciones públicas y privadas dedicadas a este tipo de trabajo.
De acuerdo a los antecedentes recogidos en esta investigación, la Fundación Niño Chileno fue la encargada directa del hogar de menores Javiera Carrera. Sin embargo, no se encontró ningún antecedente que permitiera acreditar este vínculo, como tampoco documentos relacionados con la creación de esta institución que funcionó en El Cañaveral.
Sin embargo, sí quedaron pistas del proceso de expropiación del inmueble por parte del Estado, como consta en el decreto de ley N°498 del 10 de abril de 1975, del Ministerio del Interior. En éste se señala que El Cañaveral pasó a dominio del Fisco bajo el argumento que Miria Contreras Bell “carecía de los recursos necesarios para justificar la adquisición de esa propiedad”, así como de varios vehículos que figuraban a su nombre.
Los recuerdos y El Cañaveral como atracción turística
Sentados en un café de la Plaza de Armas de Santiago, José Luis Lizana, Héctor Herrera, Jaime Illanes y José Luis Valdivia bromean, ríen y se abrazan en un gesto de hermandad. No se reunían desde hace varios años pero en cada gesto y anécdota que surge, develan complicidad. Pasaron juntos la infancia en el Hogar Javiera Carrera.
Hablan con nostalgia de El Cañaveral, con cariño, recordando las vivencias con sus compañeros, los “tíos”, y cada rincón de la casona. Dicen que el Hogar Javiera Carrera era privilegiado, muy distinto a otros recintos de este tipo para niños que, de acuerdo a versiones escuchadas o por sus propias experiencias, señalan como “verdaderas cárceles”.
“Las puertas estaban siempre abiertas, no nos tenían encerrados. Se permitían visitas de la familia y podíamos ir a verlos los fines de semana”, relata José Luis Lizana, quien agrega que el Javiera Carrera, “era el mejor hogar de niños de Chile. Teníamos beneficios que otros orfanatos no tenían”.
Los motivos por los que fueron derivados a este hogar son similares. Lizana llegó El Cañaveral a fines de 1973 debido a que su madre quedó con una invalidez de por vida a raíz de una enfermedad. José Luis y sus siete hermanos fueron destinados a distintos hogares de menores a principios de los años 70.
A Héctor Herrera lo enviaron al Javiera Carrera en 1976, por problemas familiares, tras la gestión de su hermana quien trabajaba con militares. José Luis Valdivia y Jaime Illanes fueron internados porque eran “desordenados”-dicen- y por malas juntas que tuvieron en el camino.
Se refieren a las rutinas en la casona. El día comenzaba temprano, a veces a las cinco de la mañana, porque tenían que trasladarse en micro o a pie hasta alguno de los colegios más cercanos en Lo Barnechea. Uno de los establecimientos era la escuela básica San Juan de Kronstadt, más conocido como “el colegio ruso”, porque fue fundado por una monja de ese país en la década de los 60. El otro estaba en un sector más abajo en Lo Barnechea.
En el Javiera Carrera todos los días se pasaba lista, hasta cuatro veces al día. Lo hacían para verificar si alguno de los niños se había fugado -algo que rara vez ocurría- se asignaban tareas de aseo y se establecía el programa de las actividades de la jornada. Los residentes mayores hacían el aseo en los pabellones donde dormían los más pequeños y ayudaban a limpiar el terreno cuando era necesario. En los momentos libres aprovechaban de sacar libros de la biblioteca y jugaban cerca del río. También mencionan que había dos perros en la propiedad: Gapito, bautizado así por el GAP y Tarzán.
Con el tiempo los niños se dieron cuenta de que esa casa tenía algo diferente. Existían situaciones y lugares particulares, como lo que denominaban la escuela de guerrilla -antes lugar de práctica del GAP- la presencia constante de carabineros resguardando la propiedad por temor a atentados, además de visitas de autoridades y curiosos.
“En el período entre 1973 y 1975 llegaba mucho turista a ver la casa. Los supervisores nos decían: ‘ya, usted vaya con esta persona’. Entonces los llevábamos a recorrer el lugar y a mostrarles la historia de la casa. A veces nos daban plata para salir los fines de semana”, relata José Luis Lizana.
Llegaba también personal de la Fach, del Club de Leones San Pedro de Las Condes, y generales de Carabineros que incluso, según los ex niños del hogar, iban a hacer asados a la casona central.
Una visita frecuente al hogar era Alicia Godoy, esposa del general director de Carabineros y miembro de la Junta de Gobierno, César Mendoza Durán.
“La señora del General Mendoza, Alicia Godoy de Mendoza, iba habitualmente. A veces andaba en un acto en Las Condes o en algún evento y se arrancaba para a El Cañaveral a tomar un tecito”, recuerda el ex director, Juan Carlos Navarrete, quien también indica que el hogar “era como un emblema del gobierno militar”.
Según el grupo de ex compañeros, en la casona central en ocasiones penaban.
Héctor Herrera señala que, aprovechado este factor, le jugaron más de una broma a los cuidadores del turno nocturno. “A veces llegábamos tarde y asustábamos a un tío que se llamaba Alfredo. Entrabamos calladitos a la casa central y empezábamos a correr los muebles. Entonces el tío decía: ‘Ya pos don Salvador, déjese de hueviar si yo no he hecho nada’, comentan en medio de las risas el grupo de Lizana, Valdivia e Illanes.
En el hogar se registraron también algunos incidentes dramáticos. Uno de ellos fue la muerte de un niño que se golpeó en unas piedras tras caer al río Mapocho y que falleció a pesar de los esfuerzos del personal por reanimarlo.
Este incidente puntual repercutiría posteriormente, según la versión de los integrantes de la organización que se hizo cargo en los 80 de El Cañaveral, en el término del proyecto del Hogar Javiera Carrera.
No todos los ex residentes guardan buenos recuerdos del Javiera Carrera. Felipe Bastías, actualmente de 54 años, y quien llegó al hogar en el grupo de 24 niños que viajaron en el bus amarillo a fines de 1973, fue testigo de maltratos perpetrados por uno de los ATA.
Sus padres eran de origen campesino; migraron desde Isla de Maipo hasta San Bernardo donde se instalaron con sus diez hijos. Un día su padre se marchó dejando abandonada a su madre y la pobreza se instaló en la familia. Tras la visita de una asistente social, Bastías y dos de sus hermanos fueron trasladados a un centro de menores en San Bernardo. Tiempos después sería enviado a El Cañaveral.
El tío Polo
Si bien Bastías atesora buenos momentos compartidos con sus amigos y del ex director Juan Carlos Navarrete, no puede olvidar los castigos que él y otros niños recibieron de parte de uno de los tíos al que llamaban Polo.
“Se llamaba Leopoldo Santelices Valdivia y le decíamos tío Polo. Venía de otro hogar de niños de Santiago. Maltrataba a los niños más rebeldes y a los más débiles”, afirma. Agrega que “era como un tipo que salió de la guerra, como un militar en la forma y en el trato”.
Según relata, el tío Polo tenía la costumbre en sus turnos de destapar de cuajo a los niños y golpearles las piernas y pies con una varilla. En una oportunidad pudo ver cómo Santelices le pegaba combos y patadas a niños en las duchas y recibió un castigo, junto con otros niños, que consistió en marchar por una cancha con los colchones a cuestas un día de frío, a modo de correctivo porque alguien, supuestamente, había rasgado la ropa del cuidador.
Pero el que recibió el peor trato -recuerda- fue un niño llamado Rogelio, que tenía un retraso mental, y quien por error habría ido a parar a ese hogar.
Entre los castigos que presenció en contra del menor, Bastías dice que nunca olvidó una ocasión en la que Santelices lo colgó con una soga desde los pies, con la cabeza balanceándose hacia el suelo “como si se tratara de un péndulo”.
José Luis Lizana, quien recuerda al tío Polo como un hombre “estricto” y que tenía “una enseñanza a la antigua”, guarda en su memoria algunas situaciones que involucraron al niño al que se refiere Bastías. “Rogelio era un niño que tenía un problema mental. Me lo encontré unos años más tarde en [el Hospital Psiquiátrico] El Peral. Él [Rogelio] se cuadraba frente al tío Polo y le decía: mi general”.
Felipe Bastías, por su parte, recuerda que tras un incidente con otro niño, al que el cuidador habría propinado una golpiza, el tío Polo terminó yéndose del hogar.
Este último episodio es confirmado por Héctor Herrera. “El tío Polo tuvo un problema gravísimo. Fue con un pequeñito que se orinó en la cama que se llamaba Pedro Lagos. Le pegó tan fuerte que lo dejó marcado. De hecho nosotros nos preguntábamos por qué lo había golpeado, ya que era su regalón”.
Un ex trabajador del hogar, quien prefiere mantener su identidad en reserva, señala que la acusación fue una calumnia y que el trabajador no habría castigado al menor, aunque efectivamente, fue despedido y encarcelado por cinco días tras ese incidente. Sin embargo, descarta la versión de Bastías en cuanto a malos tratos.
A fines de los años 70 el proyecto del Hogar Javiera Carrera concluyó, lo que coincidió con el fin del CONAME y de la Fundación Niño Chileno y la posterior creación del Servicio Nacional de Menores (SENAME) en 1979. El Cañaveral quedó bajo el mando de otra institución denominada Aldea de Hermanos que se hizo cargo de una parte de los niños y del inmueble, hasta el retorno de la democracia.
Tras el fin del hogar de niños Javiera Carrera a fines de los años 70, la propiedad que sirvió de refugio a Salvador Allende se trasformó en un proyecto dirigido a menores de edad en situación irregular, a cargo de sacerdotes y laicos. Este funcionó hasta inicios de los años 90, y fue escenario de abusos sexuales y trabajo infantil, según denuncian varios testimonios. En este periodo la casona acogió a Miguel Ángel, el vidente de Villa Alemana.
En esta segunda parte de esta historia, se aborda el cambio de propiedad de la casona de El Cañaveral, a manos de curas católicos, lo que marca un momento de mayores abusos, incluso sexuales, y cómo la Payita la recuperó tras el fin de la dictadura.
El 30 de abril de 1980 la casona El Cañaveral generó noticia. La propiedad -que había sido residencia en los años 70 de Miria Contreras Bell, la Payita, ex secretaria personal de Salvador Allende, con quien el presidente mantenía una relación sentimental- ese día miércoles apareció en la prensa a propósito del desbarrancamiento de un bus que dejó heridos a 81 niños entre 6 y 14 años a las 7:30 de la mañana.
Ese mismo día el diario La Segunda publicó sobre este accidente en la portada. El artículo se refería a que el chofer, que viajaba a una velocidad adecuada, había perdido el control de la máquina en el sector de La Hoyada, cayendo a un barranco de unos 40 metros de profundidad. Como resultado 18 menores tuvieron que ser hospitalizados.
En otro párrafo de la misma noticia, aparecía que los niños que viajaban en la liebre pertenecían al Hogar Aldea de Hermanos -ex Hogar Javiera Carrera y Cañaveral- el cual estaba a cargo de “los Padres Salesianos”.
Este hecho puntual, resulta relevante para comprender lo que sucedió tras el fin del hogar de niños Javiera Carrera, que funcionó en El Cañaveral desde 1973 hasta fines de esa década, y el comienzo del proyecto Aldea de Hermanos.
Jaime Illanes, ex residente de los hogares Javiera Carrera y Aldea de Hermanos, era uno de los niños que estaba a bordo del bus el día del accidente. “Íbamos al colegio, era una liebre chica e íbamos apretados. Yo iba parado y cuando íbamos cayendo sentí un golpe. Después tengo una imagen de cuando me estaba sacudiendo la ropa mientras la liebre seguía cuesta abajo. Estuve dos meses hospitalizado en el hospital de la Fach”, relata.
Illanes y sus ex compañeros en el hogar Javiera Carrera, José Luis Lizana, Héctor Herrera y José Luis Valdivia, no recuerdan la fecha exacta en que se hizo el traspaso de la propiedad desde el Hogar Javiera Carrera a la Aldea de Hermanos.
En los archivos recopilados para este reportaje no se encontró ningún documento que permita verificar esta operación. No obstante, de acuerdo a información otorgada por el Sename, vía Ley de Transparencia, el nuevo proyecto comenzó a funcionar el 1 de enero de 1982, concluyendo el 1 de enero de 1992.
Otros documentos que dan cuenta de la existencia de este segundo hogar, es un decreto con fecha 18 de marzo de 1982 en el que el Ministerio de Justicia concede la personalidad jurídica a la fundación Aldea de Hermanos. También aparecen los estatutos y una listado con los integrantes del directorio y consejeros.
En los estatutos de la entidad se explicita que se trataba de una organización de beneficencia que reunía “a religiosos y laicos conscientes de su vocación dentro de la Iglesia católica chilena” y que motivados por “la creación comunitaria y la vida fraterna, pretenden crear para niños y jóvenes el hogar que les falta”.
El sacerdote holandés Gaspar Handgraff Schapper fue parte de la Aldea de Hermanos. Llegó a Chile en 1960, con 55 años, como integrante de la congregación católica Misioneros de la Sagrada Familia, fundada en Holanda en 1895.
Desde su llegada en los 60 a Chile hasta su arribo a El Cañaveral se dedicó a trabajar con niños. Primero en un hogar en la comuna de Pudahuel, y posteriormente, en la Fundación Mi Casa. Según recuerda este sacerdote, la Fundación Aldea de Hermanos se hizo cargo de El Cañaveral a partir de 1979.
“Nosotros manifestamos la voluntad de aceptar un hogar de niños porque sabíamos que [el gobierno] estaba repartiendo hogares de niños a privados. Entonces, nos presentamos con un grupo de gente, que también eran religiosos, y en mi caso, después de la experiencia en Fundación Mi Casa”, explica Handgraff.
Las gestiones, según detalla, las tuvieron que hacer directamente con el gobierno, específicamente con la esposa del general de Carabineros, César Mendoza, “quien estaba a cargo de los hogares de niños. Nos reunimos en el edificio donde hoy está el Centro Cultural Gabriela Mistral -en ese entonces Diego Portales- y nos dijo que ese hogar era una espina del gobierno, que había unos 80 niños, y que no tenían personas que se hicieran cargo de ellos”, detalla el sacerdote.
La espina a la que se refería Alicia Godoy, según Handgraff, fueron algunos hechos ocurridos en el Javiera Carrera, como el accidente del niño que se había ahogado en el río y denuncias por maltratos contra menores.
Además del padre Handgraff, la Aldea de Hermanos fue integrada por miembros de la institución Hermanos del Sagrado Corazón -organización de laicos consagrados, fundada en 1787 en Francia- y personas cercanas a la iglesia católica. No obstante, aclara el sacerdote, no existió ningún nexo de carácter institucional con la Iglesia católica.
Según el acta de la fundación, el primer directorio quedó integrado por el ciudadano canadiense y religioso de los Hermanos del Sagrado Corazón, Jean Marc Gangnon Dion, quien quedó en calidad de presidente; Hernán Sibona Bascuñán -que figura como empleado- en el puesto de vicepresidente; Adriana Stegmann González, quien tomaría el cargo de secretaria y el padre Handgraff como tesorero.
El grupo de amigos compuesto por José Luis Lizana, Héctor Herrero, Jaime Illanes y José Luis Valdivia alcanzaron a estar un breve lapso en la Aldea de Hermanos. La mayoría de ellos, por superar los 18 años, comenzaron su egreso de El Cañaveral en 1980.
Algunos habían logrado sacar títulos técnicos en el instituto Inacap.
Otros, como Jaime Illanes, se fueron a hacer el servicio militar tras salir del hogar.
La transición del hogar Javiera Carrera a la Aldea de Hermanos no fue bien recibida por los residentes. Según comentan en el grupo de amigos, cuando llegó la nueva administración, se tomaron acciones como tapar la piscina principal, se selló una copa de agua que existía en una parte de la propiedad y se decidió echar abajo el pabellón Tamarugal.
A diferencia del hogar Javiera Carrera, los tíos ya no estarían a cargo de los menores. Desde ese momento, el matrimonio compuesto por Hernán Sibona y Adriana Stegmann, serían una especie de padres sustitutos de los niños, siendo asistidos por algunos funcionarios.
“Cuando llegó la Aldea de Hermanos lo hicieron con bombos y platillos, cambiaron todo. Por ejemplo, nos servían en charolas el almuerzo, cosa a la que no estábamos habituados. Empezaron con buena comida pero al parecer era pura pantalla”, relata José Luis Lizana.
José Luis Valdivia, por su parte, recuerda un período en que el alimento escaseaba y el menú se repetía todos los días. “Fue una época en que no teníamos una buena alimentación; había problemas con la comida. Nos hacían leche de harinilla, pan de harinilla. No sabíamos si era por escasez o por algún otro motivo”.
En la misma propiedad, pero al otro lado del río Mapocho, donde se encontraba una quinta con árboles frutales, la fundación instaló un corral para criar cerdos. A los mismos niños les tocó en varias ocasiones alimentarlos y cuidarlos. Aseguran que jamás en el almuerzo o en la cena probaron un trozo de esa carne.
La llegada de Miguel Ángel
En esos años llegó por segunda vez a El Cañaveral un adolescente, que a mediados de la década de los 80, se daría a conocer a nivel nacional por las denominadas apariciones de la Virgen de Peñablanca.
Se trataba de Miguel Poblete Poblete, quien fue abandonado al nacer por su familia y que en 1983 movilizó a miles de creyentes hasta Villa Alemana, en la región de Valparaíso, al asegurar que tenía apariciones de la virgen María. Llegó a ser conocido como el vidente de Peñablanca o vidente de Villa Alemana.
En un capítulo del libro Yo soy el inmaculado corazón de la Encarnación del Hijo de Dios del arquitecto Álvaro Barros Valenzuela, se señala que Poblete llegó a El Cañaveral por primera vez en 1978, cuando el lugar funcionaba como hogar Javiera Carrera y aún estaba bajo la administración de CONAME.
Sus ex compañeros lo encontraban lo extraño, diferente, aunque aseguran que no tenía una mala relación con sus pares.
“Decía que hablaba con la virgen, que hablaba en hebreo. Después supimos que se había cambiado de sexo y que vivía en una quinta. Era bien llevado a su idea”, comenta Jaime Illanes.
Álvaro Barros menciona en su libro que Miguel Ángel se fugó del hogar ese mismo año debido al maltrato que recibía de parte de sus compañeros del hogar Javiera Carrera y tras sufrir un intento de abuso sexual de parte de uno de los tíos llamado Walter.
Tras una breve estadía en el Hogar Galvarino de Santiago, regresó a El Cañaveral en marzo de 1980 cuando ya era conocido como Aldea de Hermanos.
La actual directora de la escuela San Juan de Kronstadt, Oriana Contreras Lira, recuerda a Miguel Ángel entre los alumnos. “De todos los niños el más complicado era Miguel Ángel. Él tenía problemáticas psicológicas severas. Era complejo, le gustaba que lo tomaran en cuenta, que se hiciera lo que él quería”.
Agrega que “cuando pasó lo de Peñablanca, nosotros sabíamos que podía ser perfectamente un fraude porque él era capaz de inventar todo eso. Era capaz de actuar y creerse el cuento, porque yo estoy convencida de que él realmente se lo creía”.
Contreras, quien llegó a dictar clases al San Juan de Kronstadt en 1981, recuerda con afecto a los niños de la Aldea de Hermanos. “Eran niños buenos y tranquilos”, afirma.
“El trabajo que se hacía en el hogar era bastante bueno, no como en el Sename en que se nota la vulnerabilidad. Los niños no tenían esas conductas disruptivas de los niños en abandono”, asevera la directora de la escuela San Juan de Kronstadt.
Según la docente, los niños asistieron a la escuela hasta que se acabó el hogar a principios de los años 90 y que aún quedan los registros de asistencia que verifican el período en que concurrieron al establecimiento.
El cierre del hogar y la posterior restitución a sus dueños legales, la Payita, fue tomado con cierta molestia por parte de algunos profesores del San Juan de Kronstadt.
“Yo estaba molesta con Miria Contreras [la Payita] porque todo lo que ellos predicaron no lo practicaron, dejaron a los niños sin hogar. A nivel de profesores nos provocó un enojo grande porque nos pareció contradictorio”, subraya Contreras.
Abusos y manejos irregulares de dineros
Germán Espinoza es alto, maceteado, tiene una barba larga, blanquecina y algo desgreñada, que cada cierto tiempo tironea con una de sus manos.
Mientras intenta con dificultad encender un cigarrillo, con el viento en contra, comienza a recordar sus días como residente en la Aldea de Hermanos y también en el Hogar Javiera Carrera.
Llegó en 1976 al Javiera Carrera, a los 10 años. Desde los 6 estuvo internado en hogares de niños debido a problemas familiares. Su padre era comerciante ambulante y su madre se tuvo que ir a vivir a una toma de terrenos en Renca.
Mientras fuma, hace memoria de los espacios de la casona, de las salidas al colegio e incluso de lugares ocultos que los niños, en ese período, encontraron en la propiedad. “Había unas piezas secretas. Me acuerdo que encontramos unos libros de medicina y remedios, que en esa época eran bastante caros”, señala Espinoza.
Uno de sus lugares favoritos -dice- era la quinta que se encontraba cruzando el río, a la cual, los niños iban frecuentemente a sacar fruta.
“Nos pasábamos por el río por un puente chico a la quinta, porque había frutas. La comida en el hogar no siempre era buena. En alguna ocasión me pegaron un par de varillazos por eso, pero no me importó”, afirma.
Como sucedió con el resto de los residentes del Javiera Carrera, Espinoza nunca supo cuál fue la razón por la que se hizo el traspaso a la Aldea de Hermanos, pero coincide con la versión de otros ex residentes, en cuanto a las transformaciones que se hicieron en la propiedad.
Tiene otros recuerdos. Uno de ellos fue la relación que tenía el director Jean Marc Gagnon Dion con algunos de los niños. Asegura que era frecuente que el canadiense tocara indebidamente a algunos de los menores y que tenía otros comportamientos que los niños no comprendían.
“El tío Jean Marc tenía costumbres medias raras. A veces nos iba a despertar en las mañanas y nos agarraba el miembro, nos tocaba. Era como un juego”, asevera. Agrega que, “el hombre tenía la suerte o el privilegio de llevarse a un chiquillo para que le hiciera aseo en la casa. Tenía una casa aparte, en forma de A, al lado del pabellón Fach. A mí me llevó una semana, pero no lo volvió a hacer porque no me había bañado y como que intentó hacerme sexo oral”.
Espinoza recuerda que el director tenía un niño favorito a quien llevaba con más frecuencia a su cabaña, y que según se enteró, recibía algún tipo de pago por ciertos “favores”.
Germán Espinoza y otros residentes del hogar, le comentaron la situación “al papi y a la mami”, como eran llamados Hernán Sibona y Adriana Stegmann. Sin embargo, éstos últimos rechazaron las acusaciones sin tomar medidas, según cuenta Espinoza.
Otra situación que describe en detalle Espinoza, es que en varias ocasiones el matrimonio intentó sacar provecho económico de la propiedad, como por ejemplo, cosechar las frutas de la quinta -trabajo que hacían los niños- y venderlas posteriormente en el mercado.
Una situación particular que vivió este ex residente fue cuando la pareja llevó a un grupo de niños del hogar a una parcela ubicada en Talca para ayudarlos a hacer una acequia y arreglos. “Ellos nos llevaron una vez a un grupo de niños a Talca porque se habían comprado una parcela; era inmensa. Como no tenía derecho de aguas hicimos un tranque para que juntaran agua y varios otros arreglos sólo, a cambio del almuerzo”, afirma.
De este último hecho también estuvo al tanto el padre Gaspar Handgraff. Según indica, a fines de 1989 los sacerdotes decidieron retirarse de la Aldea de Hermanos debido a las intenciones del matrimonio Sibona-Stegmann de lucrar con el organismo.
“Querían transformarse en una asociación para comprar tractores, instrumentos para trabajar la tierra, importando desde Gran Bretaña. Eso implicaba muchos millones, mucho dinero y nosotros dijimos que no”, comenta.
Respecto de la propiedad en la región del Maule, Handgraff añade que “fue un campo comprado con dinero de la fundación y del que no dieron cuentas claras. Eso nos separó poco a poco”.
Un antecedente relevante en esta historia, es que, a principios de los años 80, cuando se gestionó la personalidad jurídica de la fundación Aldea de Hermanos, el Servicio Nacional de Menores recomendó hacer “un dedicado estudio” de los integrantes del directorio y consejeros de la organización, debido a que se constató que algunos de ellos tenían antecedentes penales, lo que podía traducirse en un problema, ya que iban a administrar dineros públicos.
Entre los mencionados con antecedentes penales figuraban el vicepresidente de la fundación, Hernán Sibona, por el delito de giro doloso de cheques. También el consejero Raúl Díaz Escobar, con un prontuario por hurtos reiterados y Raquel Flores -quien no aparecía como miembro del directorio o el consejo- y tenía una causa judicial por falsificación de instrumento público.
En cuanto a las acusaciones de abuso sexual contra Jean Marc Gagnon, el padre Gaspar Handgraff dice desconocer denuncias o situaciones de este tipo en la Aldea. Comenta que el canadiense se retiró antes de la organización, regresó a su país, desde donde se trasladó a trabajar en un hogar de niños a las islas francesas donde falleció.
Un centro de eventos de matrimonios, fiestas y despedidas presidenciales
El 1° de enero de 1992 finalizó oficialmente el proyecto de la Aldea de Hermanos en El Cañaveral, casi dos años después del retorno a la democracia en Chile.
En un documento enviado por el entonces ministro de Bienes Nacionales, Luis Alvarado Constenla, al Ministerio del Interior el 22 de marzo de 1991, se informó que la propiedad de El Cañaveral había sido devuelta por la institución que la ocupaba quedando en manos del gobierno. Sin embargo, recién el año 2000, la propiedad apareció nuevamente a nombre de Miria Contreras Bell, según consta en el Conservador de Bienes Raíces de Santiago.
El inmueble fue transferido posteriormente por Miria Contreras a sus hijos Isabel y Max, en noviembre del 2000, y se dividió un 50 por ciento para cada una de las partes. Estos últimos convirtieron la propiedad en un centro de eventos para la realización de matrimonios, fiestas familiares y reuniones para empresas e instituciones.
Entre las actividades más conocidas realizadas en los últimos años en El Cañaveral, figura el almuerzo de despedida que sostuvo la ex Presidenta Michelle Bachelet con sus ministros, subsecretarios y asesores de La Moneda, el 11 de marzo de 2018 tras el cambio de mando.
Los ex niños de El Cañaveral están al tanto de la transformación de la propiedad y su giro comercial. Algunos dicen que han viajado hasta el kilómetro 5, del camino a Farellones, para mostrarles a sus familias desde el exterior, el lugar que marcó sus infancias.
Felipe Bastías, ex residente del hogar Javiera Carrera, afirma que en una ocasión envió un correo a la dirección de la casona para hablar acerca de lo que sucedió en lugar, pero no recibió respuesta.
*Fuente: Interferencia
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