Luis Emilio Recabarren y la moral obrera
por Iván Vera-Pinto Soto (Iquique, Chile)
7 años atrás 8 min lectura
El 19 de diciembre de 1924 fallece Luis Emilio Recabarren Serrano, líder sindical, social y político, a la edad de 48 años. Su abrupta y sentida partida constituyó un duro revés para sus seguidores, pues había logrado convertirse en un verdadero maestro y guía de los trabajadores en su lucha por sus reivindicaciones, señalándole la senda política que debían seguir para transformar la injusta y apremiante realidad social que vivían, bajo el dominio de la oligarquía nacional.
Pese a ser un humilde tipógrafo, fue capaz de llevar adelante importantes proyectos que aspiraban educar e “iluminar” las mentes de los asalariados, quienes en aquella época estaban sumidos en la ignorancia, el alcoholismo, la prostitución y la miseria material y moral. De allí su interés por fundar organizaciones gremiales, periódicos e instituciones culturales que fomentaran la alfabetización y la solidaridad entre la clase obrera. “Mi religión es la moral que extirpe todo vicio, mala costumbre o hábito grosero, en razón a la lógica, a la cultura y el amor al prójimo, pero nunca por temor o amor a una cosa imaginaria o forjada, alimentada en la mente o en la ilusión de la fe”, declaró en La Defensa (Coronel, 18-09-1904)
Su participación en la escena política nacional resulta esclarecedora para comprender la organización y el curso que tomó el movimiento obrero a comienzo del siglo XX, especialmente, en el norte de nuestro país. Con evidente claridad, entendía que la doctrina socialista que preconizaba no trataba exclusivamente de acabar con la propiedad privada de los medios de producción, sino también de modelar un tipo distinto de ciudadano en un mundo diametralmente opuesto al capitalista. Por otra parte, estaba convencido que los cambios estructurales no traen consigo de manera automática una transformación ideológica; por esto comprendía que el acento debía ponerlo en la educación y la cultura. En el “El Socialismo. ¿Qué es y cómo se realizará?” (Iquique, 8-10-1912), argumenta: “Una sola circunstancia, entre otras, dará paso triunfal al socialismo, y al pueblo: la instrucción y la cultura. Por eso el Partido Socialista reparte instrucción, ilustración y cultura por medio de su prensa propia, de conferencias, de teatro socialista, con obritas educativas”. Admitía que a través de estos medios podría irradiar hacia la masa algunos aspectos morales esenciales: igualdad, amor, respeto mutuo, como una forma de desterrar los “males sociales” que acechaban al trabajador. En la misma exposición alega: “Todos los vicios, todos los delitos, todos los crímenes, el inmenso desarrollo de la prostitución, son consecuencias de la mala constitución de los pueblos y de su tolerancia por los individuos que sufren las consecuencias…”
La misión doctrinaria consistía en componer una nueva moral, y para que ella lograra cristalizarse la entidad política debía enseñar de manera pedagógica a los trabajadores la estrategia para sustituir el ordenamiento burgués por otro más justo, donde, manifiestamente, existiría el amor y el perfeccionamiento individual y moral. Así lo establece en el mismo escrito citado: «El socialismo es, pues, desde el punto de vista social, una doctrina de sentimientos de justicia y de moral, que tiene por objeto suprimir todas las desgracias ocasionadas por la mala organización, para que la vida sea vivida en medio de goces perpetuos».
Conste que estos criterios no son azarosos, pues, como dirigente sindical y político se comprometió desde un comienzo en luchar contra las viejas costumbres y hábitos instalados en las organizaciones obreras embrionarias. Haciendo uso de una alocución de apóstol moderno, predicaba la doctrina de la libertad principiando por la liberación del propio hombre, emancipación que se entendía a todo lo que dañara especialmente los trabajadores. Proponía que para hacer desaparecer la ruindad moral que vivía la población era indispensable realizar todos los esfuerzos con la intención de disminuir y suprimir las causas que provocaban dicha situación.
En la conferencia “Ricos y Pobres” (Rengo, 03-09-1910), parte su examen con un ataque directo y mordaz contra las conductas de la burguesía. “…creo que la colectividad burguesa, vive habituada ya en un ambiente vicioso e inmoral, que quizás en muchos casos no se note o se disculpa por no tener la noción suficiente para saber estimar íntegramente la verdadera moral. El espíritu de beatitud a cierta parte de esta sociedad no la ha detenido ni alejado de esta situación. (p.167)
Convengamos que su áspera desaprobación tenía sentido, dado que para el Centenario de la República más del tercio de la población (aproximadamente un millón de personas) vivía en la ignorancia, pobreza e indigencia. En el mismo escrito aludido, de manera punzante e incisiva, alega: “En las ciudades y en los campos, el saber escribir, o simplemente firmar, ha sido para los hombres un nuevo medio de corrupción, pues, la clase gobernante les ha degradado cívicamente enseñándoles a vender su conciencia, su voluntad, su soberanía. El pueblo en su ingenua ignorancia aprecia en mucho saber escribir para vender su conciencia. ¿Es esto un progreso? Haber aprendido a leer y a escribir pésimamente, como pasa con la generalidad del pueblo que vive en el extremo opuesto de la comodidad, no significa en verdad, el más leve átomo de progreso. (Ibíd., p.169)
No parece excesivo afirmar que tal era la desatención del Estado con respecto a la educación de los pobres que ellos, lisa y llanamente, quedaban entregados a la deriva de la influencia de su medio. “El conventillo y los suburbios son la escuela primaria obligada del vicio y del crimen. Los niños se deleitan en su iniciación viciosa empujados por el delictuoso ejemplo de sus padres cargados de vicios y de defectos. El conventillo y los suburbios son la antesala del prostíbulo y de la taberna”. (Ibíd., p.174)
De cara a esa realidad conflictiva, Recabarren propone la tarea de actuar de manera decisiva e inmediata. ”La sociedad, debe, por el propio interés de su perfección, convencerse que el principal factor de la delincuencia existe en la miseria moral y en la miseria material. Hacer desaparecer estas dos miserias es la misión social de la Humanidad que piensa y que ama a sus semejantes”. (Ibíd. pp.173-174).
Hemos acudido a todos estos ejemplos para hacer hincapié de la honda preocupación que tenía para cimentar una moral en los obreros que se opusiera al ambiente de decadencia y descomposición moral que coexistían. Si esta inquietud por la moral la indagamos con mayor detenimiento, podríamos colegir que ella se tornó en una especie de apología del “deber ser” en la edificación de la sociedad futura que se patrocinaba, donde el bien común debía primar por sobre el bien individual. En una frase: el “deber ser” se volvió un lema de la doctrina política. Por ende, correspondía al partido y a las organizaciones obreras establecer normas claras y definidas para que el trabajador, en su eterna diatriba, entre seguir el camino individualista del “ser” o del “deber ser”, terminara por abrazar la causa del “deber ser”, porque no se podía dejar esto al natural albedrío humano, más aún cuando la historia con creces había demostrado que el hombre siempre aspiraba a su beneficio propio por encima del provecho colectivo. Estas conjeturas se comprueban en gran parte de sus meditaciones. Por citar, La Defensa (Coronel, 18-09-1904), declara: “Es la conciencia de la concepción de lo bueno y malo, la que hay que educar bajo una moral laica, pura, y nada más”.
Ahora bien, uno de los contenidos morales que le da prevalencia en su relato político era el amor por la causa social, los desamparados, la belleza, la mujer, los niños y su país. Al punto que lo enfatiza en su fraseología: “¡Amor y libertad! Esto es lo que queremos y lo que buscamos y lo que encontramos. ¡Queremos que el amor reine en todo el mundo! ¿Es esto malo? ¡Respondan los sabios!…Y así todos los organismos de esta sociedad presente ya podrida por su existencia superior a dos mil años y que impide el amor de los hombres, debe derrumbarse, quemarse, para dar paso al torrente sano y joven de la nueva vida…Siendo el amor puro la sana moral de todos los hombres, la libertad tiene que ser su corolario… Amor y libertad, eso es lo que queremos establecer, aun al precio de la vida de una generación entera…” (Véase “Amor y libertad”. Diario El Despertar de los Trabajadores, publicado en Tocopilla, 02-04-1905).
Del último enunciado se desprende por lo menos dos ideas: la primera, dice relación con los propósitos revolucionarios (amor y libertad), en este diálogo funciona como un sustituto de la fe religiosa que se combate; la segunda, manifiesta el hecho que el amor, la libertad social, la justicia y la felicidad que se pretende en un estado ideal, no iban a ser cosas fáciles ni sencillas de conseguir; para que esto ocurriese había que luchar, indefectiblemente, por el aniquilamiento de la sociedad caduca; claro sí, con el peligro de precipitar al obrero al sacrificio, situación que él estaba dispuesto a asumir en su condición de exégeta y vocero.
En concreto, hemos visto cómo las máximas morales proclamadas tenían un papel sustantivo en el orden doctrinario; ellas se convirtieron en los sustratos para la ordenación del nuevo hombre y de la nueva mujer, quienes, al final del camino, gozarían del progreso del modelo que se aspiraba instituir.
El autor, Iván Vera-Pinto Soto, es antropólogo social, magister en educación superior, escritor y académico de la UNAP
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