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Thomas Mann, 1946
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La importancia de la revolución bolchevique en octubre de 1917 puede medirse por el esfuerzo que todavía se hace hoy, 100 años después, en depreciar este suceso en su magnitud. ¿Se puede decir entonces que es imposible realizar una valoración equilibrada, debido a que la inseguridad y el odio de la clase dominante son tan profundos?
No hay que ser un o una comunista o un/a compañero/a de viaje para poder aceptar hoy lo que era el sentido común democrático en 1945, que el pueblo soviético, con más de 20 millones de muertos, no sólo lideró las estadísticas de las víctimas de los crímenes nazis, sino que también asumió la principal carga militar de la liberación de Europa del fascismo.
El zar Nicolás II y el emperador Francisco José, ambos estaban poseídos por la misma idea engañosa en 1914, la de la guerra, que siempre significó la desgracia de los pueblos para salvar sus imperios. Ambos provocaron su caída. Igual que el desafortunado Alexander Fyodorovitch Kerensky, que quería asegurar su gobierno burgués con la ofensiva de un ejército hambriento y desmoralizado en junio de 1917, pero que, en cambio, aceleró la revolución. 1,8 millones rusos murieron en la Primera Guerra Mundial. El asesinato de la familia del zar en julio de 1918 aparece aquí como una lágrima en el océano.
La negativa de los trabajadores, campesinos y soldados a continuar la guerra que condujo a la Revolución de Octubre fue tan justificada como lo es y será todo levantamiento contra matanzas ordenadas.
Según una anécdota, hubo más lesiones en el rodaje de la película «Octubre», que Sergei Eisenstein rodó en el décimo aniversario de la revolución, que durante la revuelta real en el Palacio de Invierno. Entonces, ¿la revolución no fue más que el golpe de una élite aislada, político-militar? Si realmente hubiera sido así, el poder soviético habría perecido en la Guerra Civil (1918-1922), cuando la casta militar rusa, con armas y dinero recibidos del extranjero, así como las potencias victoriosas de la guerra mundial: Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Japón con sus intervenciones militares masivas contra la revolución, querían derrocar al nuevo gobierno.
En un debate tenso, no es bueno contrarrestar la parcialidad de los oponentes con tu propia parcialidad. Durante décadas, la victoria de la revolución bolchevique en Rusia fue santificada como el mito fundador del comunismo, que dejó muchos puntos blancos y ángulos sombríos en el mapa mental de los comunistas.
La visión de Rosa Luxemburgo sobre la revolución estuvo marcada por la simpatía y la sobriedad. En su manuscrito de 1918 «Sobre la Revolución Rusa», publicado en 1918, se lee: «Está claro que una apología no crítica es incapaz de sacar provecho de las experiencias y las enseñanzas, eso sólo se logra con una crítica profunda y meditada»[1]. Y entonces la famosa frase que, generalmente, sólo se cita como un dicho de calendario: «La libertad que es sólo para los partidarios del gobierno y para los miembros de un partido – por numerosos que estos sean – no es libertad. No por un fanatismo por la «justicia», sino porque todo lo vital, lo salvador y lo más puro de la libertad política dependen de eso, y su efecto falla cuando la «libertad» se convierte en un privilegio.»[2]
Hay una gran diferencia entre este compromiso de Rosa Luxemburgo con la revolución y los credos que en la época de Stalin penetraron en el repertorio cultural mundial de los y las comunistas.
Más de una década después del asesinato de Rosa Luxemburgo por el gobierno socialdemócrata alemán, hizo el comunista italiano Antonio Gramsci, en las notas que escribió en la mazmorra fascista, un llamamiento a los comunistas para que abandonaran la estrategia «exitosa» en el Este de la «guerra de movimientos» para lograr una victoria a través de la insurrección armada, y en su lugar, a prepararse para una dura «guerra de posiciones» que representa la forma adecuada de la lucha en una sociedad capitalista desarrollada con estructuras parlamentarias democráticas.[3]
La crítica de Rosa Luxemburg y la tesis de Antonio Gramsci dijeron que era imposible transferir el modelo de la Revolución Rusa a las sociedades capitalistas desarrolladas. El movimiento comunista tuvo que reorientarse. La Internacional Comunista no luchó por esta idea hasta 1936 en vista de la victoria del fascismo en Alemania. Sin embargo, fue sólo un episodio, ya que después de la victoria sobre el fascismo, Stalin implantó el sistema del socialismo estatal autoritario que él concibió en Europa del Este, y así reprimió a toda resistencia dentro y fuera del partido. Sin embargo, en Occidente, en Italia, Francia y España, el VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista dejó su huella.
Sin embargo, desde la década de 1930, ya no sólo se trataba de la insuficiencia de la estrategia revolucionaria de los bolcheviques en Occidente, sino también de los métodos que utilizaron para construir el «socialismo en un país». Werner Hofmann, un teórico en la tradición de la Escuela de Frankfurt, definió el estalinismo en 1967 como el exceso de poder ejercido en la Unión Soviética, que iba más allá de las funciones de una «dictadura educativa»[4]. Además de que debemos preguntarnos en base a Marx quién está educando a los educadores en la dictadura educativa, la debilidad de esta definición aparentemente precisa es que no hace justicia a la escala del «exceso».
Después de la usurpación del poder en el partido y la sociedad, Josef Stalin puso en marcha una monstruosa maquinaria del terror. Según el Archivo Estatal de la Federación Rusa, en el que sólo aparecen las víctimas cuya ejecución fue ordenada según procedimientos «judiciales», en los años del gran terror de 1937 y 1938, fueron fusiladas todos los días unas mil personas. Considerando las víctimas del trabajo forzado, los campamentos, la colectivización y el reasentamiento forzado, uno no puede evitar reconocer que el estalinismo es uno de los mayores crímenes políticos cometidos en la historia de la humanidad en el siglo XX.
Estos sacrificios no pueden trivializarse como inevitables en el transcurso de un desarrollo rápido y de recuperación, ni siquiera por la referencia al carácter violento con que el capitalismo se impuso en el proceso de «acumulación primitiva».
¿Fue este desarrollo la consecuencia lógica de lo implacable de la ideológica con la que Lenin logró el triunfo de la revolución? Esto sólo se puede considerar como correcto, si se ve a la gente como máquinas y a las ideologías como logaritmos, que se siguen de forma automática. De hecho, el camino hacia el estalinismo no fue unilateral: la decisión de Stalin para forzar una colectivización precipitada de la agricultura a través del terror, la vacilación de Trotsky, que no se decidió por la lucha de poder abierta contra el Secretario General, hasta que ya la había perdido, los enredos de Radek, Zinoviev y de Kamenev en las intrigas dentro del aparato del partido, que los desacreditaron y les mostraron poco fiables cuando apelaron públicamente a los y las comunistas a actuar. Todos ellos, a excepción del Secretario General, fueron víctimas de un sistema en cuya creación habían participado personalmente. Lo mismo se puede decir – aunque en menor medida – de la mentalidad conformista de los cientos de miles de cuadros superiores e intermedios del partido de gobierno y su aparato que Trotsky describió de forma tan impresionante en su libro «La revolución traicionada».
¿Fue entonces el estalinismo la consecuencia del atraso de la sociedad rusa, que ya lamentaba Lenin? ¿O fue la consecuencia de una mentalidad paranoica que se extendió entre los bolcheviques frente al entorno hostil contra el nuevo estado?
Los historiadores discutirán sobre esto durante mucho tiempo. Sin embargo, es indiscutible que el comunismo, que se propuso «anular todas las condiciones en las que el hombre es degradado, esclavizado, abandonado y despreciado»[5], no construyó salvaguardias contra su propio ejercicio del terror en el poder para defender el derecho humano más básico, es decir, fracasó al no garantizar la eliminación de la persecución y opresión.
Pero, ¿qué significa esto para el movimiento comunista y los cientos de millones de personas que lucharon contra el fascismo en las filas de los partidos comunistas, por los derechos de la clase trabajadora y por la liberación del colonialismo? ¿Pueden sus vidas, victorias y derrotas reducirse a las atrocidades cometidas por Stalin? ¿Se invalidan por ello?
El dominio durante décadas del estilo comunista soviético y de partido en la izquierda radical estaba vinculado al mito ideológico de que la división del movimiento obrero en un movimiento reformista y socialdemócrata frente al comunista y revolucionario habría sido el resultado de la revolución bolchevique de octubre de 1917. De hecho, la división vino de mucho antes y tuvo profundas raíces. En la socialdemocracia alemana los ortodoxos y los revisionistas se enfrentaron desde 1898 («disputa del revisionismo»), en Rusia los mencheviques y los bolcheviques se separaron en 1903, y ya en 1915 la disensión entre los opositores socialdemócratas a la guerra en la Conferencia de Zimmerwald anticipó la creación – cuatro años después – de la Internacional Comunista.
Lo que realmente hizo la Revolución Rusa fue otorgar un poder de persuasión, una base material y un dominio del comunismo según Lenin y Trotsky dentro de la izquierda radical, que posteriormente convirtió el estalinismo en la ideología del movimiento mundial.
Esta base llegó a su fin en el siglo XX. Ya en 1981, Enrico Berlinguer, Secretario General del Partido Comunista Italiano, declaró que el impulso creado por la Revolución de Octubre se había agotado. Cinco años más tarde llegó el final de la Unión Soviética.
Sin embargo, continúa el deseo asociado con el comunismo de la emancipación del capitalismo, el patriarcado y el racismo.
La opinión de que son los partidos comunistas los que le dieron la única expresión política es ya historia. Nuevas formaciones políticas han entrado en la escena de la lucha de clases y la política en muchos países de Europa y del mundo.
Esto también permite determinar de manera realista el lugar histórico de la Revolución de Octubre. Permitió vislumbrar una nueva era, pero no la abrió. Otras revoluciones, como la china, han continuado y han respondido a las características y desafíos del siglo XX en mayor medida. Y éstas continúan en el siglo XXI.
Rosa Luxemburg escribió acertadamente sobre la Revolución Rusa: «En Rusia, el problema solo podía plantearse. No se pudo resolver en Rusia, solo se puede resolver a nivel internacional»[6].
Durante un siglo, la Revolución de Octubre inspiró a las personas que luchaban por un mundo más justo.
No se disculparán por eso.
-El autor, Walter Baier, es Coordinador político de la red europea de pensamiento crítico Transform!
*Fuente: Publico.es
Notas:
[1] Luxemburg, Rosa (1918) “Sobre la Revolución Rusa” en: Obras Completas, Tomo. 4 (1983), Dietz Verlag Berlín, p. 334
[2] Ibídem. p. 359
[3] Gramsci, Antonio: „Cartas desde la Cárcel Tomo. 4“, Berlín 1992, p. 874.
[4] Véase: Hofmann, Werner (1967): “Stalinismus und Antikommunismus. Zur Soziologie des Ost-West-Konflikts”, Suhrkampp, Frankfurt a.M.
[5] Marx, Karl: (1843/1844) “Introducción para la crítica de la filosofá de derecho de Hegel”, en Obras Completas, tomo 1 (1976), Dietz Verlag Berlin/DDR, p. 379
[6] Ibídem. p.365