Lunes 23 de octubre 2017 6:20 hrs.
Con menos de 10 años de edad, la escritora italiana Dacia Maraini permaneció tres años en un campo de concentración en Japón. Fosco Maraini, su padre, era un destacado etnólogo que se encontraba, en el año 1943, estudiando al pueblo ainu, originario de la Isla de Hokkaido, y su negativa a reconocer a la regente dictadura militar japonesa lo mantuvieron junto a su mujer y sus tres hijas y otras familias italianas, encerrado en un recinto militar como prisionero. Dacia, quien sería luego considerada como una de las más importantes escritoras de Italia y de mayor éxito internacional, supo en ese campo de concentración lo que era el hambre y experimentó en su pequeño cuerpo de niña el cruel zarpazo de la guerra. Bebió desde la misma fuente de la violencia racial y política su ponzoñoso brebaje que quedó impreso en su cuerpo y espíritu al punto que hizo luego de su propia obra literaria y periodística una forma de lucha para terminar con la violencia en contra de las mujeres. Fue en Japón, un país tradicional y machista, donde ella vio el lugar que ocupaba la mujer en la sociedad. De regreso a su Italia natal, sin embargo, las cosas no mejoraron mucho. Su propia abuela, una chilena de gran talento lírico y que había ido hasta la Scala de Milán, debió en cambio, mascar toda su vida la frustración de verse como ama de casa en lugar de la artista que soñó, luego que se le negara esa posibilidad cuando, una vez casada, adquirió el estatus de duquesa de Salaparuta.
Dacia Maraini, al igual que su padre, es una observadora lúcida del comportamiento humano y repara en la particular violencia masculina la que considera posible de ser educada, pero no erradicada. “El hombre conserva en sí mismo una agresividad innata, profunda e irracional que lo lleva a poseer con violencia a la presa sexual, pero como la vida común necesita tregua y paz, estos instintos se reprimen con la educación, en nombre de la solidez familiar. No por ello, sin embargo, desaparece ese instinto, aunque se resigne a yacer en letargo en las profundidades del espíritu humano… Solo en ciertas ocasiones de excitación colectiva, de exaltación viril, salta al exterior de improviso, de manera tan inesperada que quien está sometido a ese instinto no puede hacer nada por contenerlo, sobre todo, si no está preparado culturalmente para la reflexión y el juicio sobre sus propias acciones”, dice en boca de uno de sus personajes en el premiado libro Voces (1994).
Al echar un vistazo en estos días a la política internacional liderada por ciertos machos alfa, vemos cómo esa “agresividad innata, profunda e irracional” es la misma que nos ha legado una historia de guerra y exterminio, y tiene hoy a medio mundo expectante respecto de las decisiones que darán los líderes de la manada. Un paso en falso y podría ser el inicio del fin.
Y esto no se trata solo de Trump o Putin, porque a la hora de ver nuestra realidad más próxima, el escenario no es muy distinto. Resulta extremadamente peligroso y vergonzante que en lo que se ha llamado “democracia” en lugar de larga “transición”, aun exista una Ley Reservada del Cobre. Un resquicio legal que ha permitido que, sin discusión de parte de la arquitectura institucional, el Estado entregue cada año ingentes recursos a las FFAA para la compra de armamento.
No en vano, nuestros países vecinos y más allá también, nos ven como un pueblo prepotente. No entienden porqué insistimos en armarnos hasta la saciedad, en tanto el discurso político habla de cooperación y solidaridad. El pueblo chileno tampoco, pero sí los machos alfa que comandan las FFAA y ciertas mujeres en el poder, muy pocas menos mal, que sienten en ese poderío bélico una forma vicarial de ir vaciando esa pulsión mortal que los asfixia.
Resulta muy difícil explicarles a las colegas periodistas bolivianas, interesadas en entender la siquis chilena, porqué teniendo tantos desafíos planteados de manera colectiva, como una educación pública, gratuita y de calidad o un sistema de pensiones digno tenga que seguir esperando y no así, la periódica modernización de los suministros militares.
La imagen del Chile ejemplar entonces se craquela, se va resquebrajando, y con ello, se posa sobre el ánimo y el espíritu una enorme desazón. ¿Cómo salir de ese encrucijada?
Es hora de que mujeres chilenas, peruanas y bolivianas nos sentemos a conversar. Largo y tendido, como acostumbramos entre nosotras. A charlar sobre nuestros hijos y de los sueños que amasamos para ellos. De nuestros recuerdos y de eso que llamamos futuro. En ese diálogo surgirían ideas y posibilidades de encuentro que terminarían, en particular respecto de Bolivia, con una relación a medio terminar, como quedó hace más de 100 años, y que se viene arrastrando en la lógica masculina del tira y floja, y que nos ha impedido potenciarnos como países vecinos y socios estratégicos.
El diálogo entre Bolivia y Chile tiene que empezar por la sociedad civil que es la que empujará a los políticos timoratos y acallará a los insolentes chovinistas. Más aun en los tiempos que se avecinan, cuando Bolivia pasa hoy por una compleja coyuntura en la que el presidente Evo Morales busca una reelección después de 11 años en el poder y que transgrede la propia Constitución que emanó de su mandato anterior. Por allá se habla de “autocracia”, y huele mal. Por acá no estamos tanto mejor. La candidatos a la presidencia están ingresando a la “zona caliente” y si bien varios de ellos han manifestado su deseo de terminar con la Ley Reservada del Cobre, sabemos que esto lo hemos escuchado desde 1990 a la fecha.
Ya es tiempo de que hablen las mujeres y así, poder cumplir el sueño de Elena Miranda, una señora de pollera, que quiere venir a Chile, quien me decía, desde su natal El Alto, en Bolivia, “llévame a Chile, hermanita”.
*Fuente: Diario UdeChile
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