“Veo a tu soledad en la platea», advierte un verso de tango que, como tantos otros, navega sobre olas de soledades. Y la misma se asoma en las más de 450 páginas de Cien años de soledad, una novela en la que los fantasmas envejecen y se siente la larga muerte en un vagón de 200 vagones que lleva a los masacrados trabajadores de las bananeras a pasar su eternidad en el mar.
Sombrero de mago
No sé si ayer había más soledades que hoy. Creo que es al revés. Ahora, en medio de la infinitud de las redes sociales, de los aparatos de inteligencia artificial que supera a la de los que son sus nuevos esclavos, de las autopistas de la información (o la desinformación), el hombre está más solo que nunca. Bueno, o lo que es la representación de un humano deshumanizado. De alguien que perdió la palabra y transita hacia la soledad del olvido.
Y si bien en ficciones como la garciamarquiana, y las que aparecen en un libro de cuentos, publicado en 1954, Todos estábamos a la espera, de Álvaro Cepeda Samudio, la soledad es una presencia que ahoga, hoy esta conduce, vestida con el frac de la tecnología, a los abismos de la desesperación. Incluido el estúpido y sórdido juego de La ballena azul.
Hoy, en la ya decadente posmodernidad, la soledad del hombre se agiganta. Se busca compañía en la engañosa virtualidad. Y una relación que se ha envilecido y vuelto insignificante, la amistad, se lleva a la máxima expresión del vacío en los 5.000 “amigos” que puedes tener en Facebook.
“El éxito del invento de Zuckerberg consiste en haber entendido necesidades humanas muy profundas, como la de no sentirse solo nunca (siempre hay alguien en el planeta que puede ser “amigo” tuyo) y vivir en un mundo virtual donde no hay dificultades ni riesgos (no hay discusiones, las rupturas son sencillas y pasan rápidamente al olvido, todo es infinitamente más soportable que en la vida real)”, advertía Zygmunt Bauman.
En el capitalismo hay soledades que se diluyen en la masa. Desde los días en que El hombre de la multitud (un cuento de Poe) se extravió en un anonimato de gente que va y viene, la soledad del ciudadano se hizo más trágica. Bartleby, sí, el escribiente, es un hombre solo (y, si se quiere, el capitán Ahab, el de la Ballena blanca, también). Es la misma soledad que se siente en un no-lugar, en un aeropuerto, en una terminal de buses o en Luvina, aquel pueblo lleno de vientos tristes de un cuento de Juan Rulfo.
La soledad, que en otros ámbitos era una conquista para la creación y el pensamiento, en el capitalismo se tornó una mercancía más. Tu soledad (o soledumbre) se te acaba con un smartphone, con una hamburguesa, con entrar a “vitriniar” a un centro comercial (otro no-lugar). O con tus “amigos” de Facebook. Los hombres solos de la posmodernidad líquida son más solos si están ilíquidos. Si carecen de parné para consumir y atiborrarse de cosas innecesarias.
En Todos estábamos a la espera (también en otros cuentos del barranquillero Cepeda) la soledad se matiza, o se disimula, con una pelea de boxeo en la tv, o con canciones de traganíquel, o en la barra de un bar. ¿A quién se espera en un café? ¿A quién en una estación de autobús? ¿En la soledad es posible percibir en medio de la multitud, de los seres innombrados, la mano tibia de una muchacha? Y, a veces, por estar tan solos, no nos queda más que vestirnos de payaso para secar nuestras lágrimas sobre la melena de un león.
En estos días, que en Medellín realizamos tertulias literarias sobre Cepeda Samudio y García Márquez, el efluvio de las soledades se sintió como el lanzazo con el que José Arcadio Buendía mató a Prudencio Aguilar, un muerto tan solo que tuvo que aparecerse en Macondo a hablar con su verdugo para no sentirse tan abandonado y triste. Soledades tan largas como las de Pilar Ternera y Úrsula Iguarán, como las del coronel Aureliano Buendía, que, al fin de cuentas, supo que “el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”, son hoy distintas. Y, quizá, más dolorosas.
Vivimos tiempos de alta velocidad, tiempos sin tiempo para la palabra y los afectos compartidos cara a cara. Tiempos melancólicos en los que, además de otras miserias, se ha globalizado la soledad.
Gracias a: El Espectador
Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/globalizacion-de-la-soledad-columna-691826
Fecha de publicación del artículo original: 03/05/2017
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Con todos sus defectos el mundo del pasado era de mucho mas soledad. La soledad de la provincia donde nunca llegaba nadie nuevo, no pasaba nada. La soledad en los campos, donde no había modo de comunicarse ni con el vecino. Con todo lo deshumanizado que parece el mundo actual, no le llega ni al taco a lo que fue el pasado. Facebook será una estupidez y el twitter y el whatsapp pueden ser mal usados, y constituir una adicción. Pero permiten comunicarse, aunque sea superficialmente. Antiguamente las personas que emigraban que eran millones, no podían comunicarse con sus familias sino una vez al año si es que llegaba la carta. El que salía de su país sabía que estaba desarraigado para siempre.
No fantaseemos con las bondades del pasado.
Hay, desde que se fundó la humanidad, personas que visceralmente no toleran la soledad, el no tener con quien compartir momentos, y otras que exactamente al revés. Aún en una misma vida, esto puede ir cambiando alternativamente,..
Claro, las pantallas siempre muestran la realidad en dos dimensiones.
Es menos riesgoso vivir en la mente que en la vida.